Friday, October 28, 2011

Tranquilos, No Pasó Nada, Solo Eran Víctimas Falsas

Veo ahora en El Espectador que se está destapando un nuevo escándalo referente a las llamadas "falsas víctimas" de masacres como la de Mapiripán. Me llama un poco la atención la cobertura del asunto, dos días seguidos en primera página en la edición internet, y las declaraciones de los organismos involucrados (eso para no hablar de aquella cloaca virtual que son los comentarios de los supernumerarios de inteligencia militar lectores).

Vamos por partes. Es probable que haya habido fraude en esta materia. En Colombia abundan los avivatos y en tiempos de guerra la gente se vale de toda clase de trucos. Es probable también que el fraude comprometa a instituciones que trabajan en el tema de víctimas. En estos días le está cayendo mucha agua sucia al Colectivo José Alvear Restrepo. No tengo ni idea si obraron de buena fé o no. El tiempo dirá. Pero como no soy abogado, me quedan ciertas dudas que vale la pena comentar.

En especial, me llama la atención el afán de muchos de hacer ver este escándalo como la refutación de las sentencias contra el Estado por parte de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Hasta donde yo sé, los escándalos no han cambiado ciertas cosas:

  1. La masacre de Mapiripán SI OCURRIO. Grupos paramilitares llegaron a la zona y brutalmente asesinaron a muchas personas, con sevicia tal que ha sido imposible identificar todos los restos.
  2. El garante de la seguridad ciudadana es el Estado.
Si un grupo de criminales se mete a un pueblo y mata a UNA persona y luego resulta que el Ejército no hizo nada para impedirlo, e incluso probablemente ayudó a dicho grupo, el Estado colombiano es responsable. Si por alguna razón, el Estado no asume esa responsabilidad, el asunto probablemente seguirá ascendiendo en los tribunales hasta llegar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El resto, como dicen en la costa, es maíz pa' los pollos. Que si fueron 49 los masacrados o 12, no cambia la esencia del hecho. El Estado debía proteger a los ciudadanos, no lo hizo y luego resultó que había razones para creer que su falla no fue un accidente sino que era fruto de connivencia de agentes suyos con grupos al margen de la ley. Así de simple.

Me parece bien que la OEA se entere de los nuevos acontecimientos y que se discuta el posible fraude y que, si lo hubo, los responsables paguen por él. Pero que no nos vengan ahora a decir que en Mapiripán no pasó nada. Sí pasó. Fué horrendo, fué una masacre pavorosa independientemente del número de víctimas. Que eso quede claro.

Tuesday, October 25, 2011

La Aberración Argentina

Los comentaristas respetables están atónitos. Los argentinos acaban de reelegir al peor gobierno de su historia con un margen casi sin precedentes. ¡Tan raro! El que otrora fuera un pueblo culto, inteligente y civilizado se deja manipular grotescamente y vota en masa por Cristina Fernández de Kirchner. ¿Qué habrá pasado?

Esto es aún más misterioso si tenemos en cuenta lo que tuvo que hacer este gobierno para ganarse el título de "el peor gobierno de la historia argentina." No desapareció a 20 mil argentinos como Videla. No lanzó una irresponsable e incompetente invasión militar como Galtieri. No sostuvo un tipo de cambio insalvable hasta el fracaso estrepitoso como De la Rúa. No dejó que los trabajadores perdieran poder adquisitivo mientras un brujo profesional dirigía la represión contra ellos y los estudiantes como lo hizo Isabel Perón. No permitió que se saliera de madre una oleada hiperinflacionaria como Alfonsín. No apresó opositores ni destruyó a palos la universidad pública como Onganía. No, nada de eso. Hizo algo muchísimo peor, un crimen por el que tendrá que responder ante los tribunales de la historia: puso los intereses de los argentinos por encima del de los mercados financieros internacionales. ¡Habráse visto insolencia!

Si los hechos contradicen la teoría, hay que cambiar los hechos. Ese parece ser el principio rector de los analistas en estos días. Néstor Kirchner al comienzo de su mandato declaró el impago de la deuda argentina. Obviamente, esto tenía que conducir al desastre. Pero desafortunadamente para Kirchner, la economía argentina comenzó a crecer a tasas inusitadas, cosa que los formadores de opinión respetables no le perdonan ni siquiera en la tumba. Por eso tenemos artículos como este del New York Times. Y no es el único. Cualquiera que lea la prensa de Estados Unidos en estos días (o la de Colombia, me temo) creerá que Argentina es un desastre cuando en realidad lleva un periodo de ocho años de crecimiento acelerado, después de que desde los años 30 nunca había completado un trienio de crecimiento positivo.

Si miramos las cosas seriamente y con ponderación, habrá que reconocer que no todo de esto es mérito de los Kirchner. Al fin y al cabo, el boom de la soya se debe al mercado chino. Por otra parte, aunque se convirtió en su peor derrota política, yo creo que Cristina tenía razón en su intento de aumentar las retenciones para repartir mejor los beneficios de ese boom. (A propósito, siempre me llamó la atención que el plan de retenciones de Cristina, combinando devaluación con impuestos a los exportadores, era denunciado por todos como "populismo chavista" de lo peor cuando en realidad se parecía muchísimo al Plan Krieger Vasena del 69, así llamado en referencia al ministro de hacienda conservador de la dictadura de Onganía.) Igualmente, no se puede negar que los dos gobiernos de los esposos Kirchner han tenido defectos y cometido errores. A mí, por ejemplo, ya me empieza a preocupar la inflación no porque sea demasiado alta (al fin y al cabo en Colombia tuvimos inflaciones de ese estilo por años) sino porque en Argentina la inflación siempre tiene el peligro de dispararse con nefastas consecuencias. Máxime en este caso cuando buena parte del éxito económico depende de la misma ventaja competitiva que la inflación amenaza con erosionar. Ojalá Cristina pueda preparar un "aterrizaje suave" de la economía en los próximos años.

Es decir, si miramos las cosas seriamente y con ponderación concluiremos que los gobiernos de Néstor y Cristina han tenido, como todos los gobiernos del mundo, aciertos y errores y que, como siempre, el éxito pasado no garantiza éxitos futuros. Eso es normal. Pero la ortodoxia se niega a verlo así.

El artículo del New York Times es representativo. ¡Argentina recibe menos inversión extranjera que Chile! Pero crece más que es lo importante. Bueno, no. No es lo importante para todos los diseñadores de "reformas estructurales" que siempre consideran que las reformas (privatizaciones, reducciones de gasto, disminuciones de la progresividad tributaria) son fines en sí mismos y no medios. Pero al resto de la gente lo que le importa es que la economía funcione bien no que se amolde a cierto ideal de texto de algún esclarecido de los organismos multilaterales. ¡Argentina tiene inflación de dos dígitos! Pero los salarios están subiendo a la par. ¡Ah, pero eso es por los nexos del peronismo con los sindicatos! Bueno. Pero está pasando y eso está bien. ¿Sería mejor que se rezagara el salario y que el gobierno aplastara a los sindicatos? ¡Ya verán cuando se acabe la plata! Por supuesto. Cuando vengan las vacas flacas, las cosas se pondrán difíciles. Como en cualquier país. Al parecer uno puede cobrar sueldo de analista calificado por decir idioteces de ese estilo siempre y cuando sean para defender la ortodoxia. ¡Argentina no tiene ningún peso geopolítico! Cuando murió, Kirchner era un respetado líder de Unasur. ¿Eso no cuenta?

No tengo a mano el vínculo, pero hoy Clarín, enemigo jurado de Cristina, se lamentaba del uso de los programas de transferencias en efectivo diciendo que son asistencialistas. Es cierto. Yo mismo he dicho cosas similares sobre las transferencias del gobierno de Uribe. Pero la diferencia es que yo, ahem, ahem, sí tengo autoridad moral para criticar por una razón muy sencilla: soy socialista y creo que la forma de redistribuir sería mediante sistemas de renta básica que afirmen la propiedad colectiva sobre la riqueza nacional. Pero quienes atacan a Cristina (o a Lula) por estos programas, son casi siempre las mismas personas que se han opuesto a todas las demás opciones de redistribución: socialización de los medios de producción, reforma agraria, negociación salarial centralizada, estado del bienestar universalista, etc, etc, etc. Se han opuesto a todos los mecanismos no asistencialistas y cuando los gobiernos de América Latina, la región más desigual del mundo, echan mano de lo único que queda sobre el tapete, las transferencias directas, entonces los critican por clientelistas. (A menos que sean el Dr. Uribe, y en ese caso sí todo está perfecto.)

A estas alturas tal vez les sorprenda una confesión: si yo fuera argentino, tal vez NO hubiera votado por Cristina. Tal vez habría votado por Hermes Binner, del Frente Amplio Progresista que recoge muchos sectores de la izquierda no peronista. Pues bien, Binner quedó de segundo. Alfonsín, que, hijo de su padre, no es ningún derechista, quedó tercero. Mejor dicho: Argentina es hoy por hoy tal vez el electorado más de izquierda del mundo. Ningún candidato salió a defender el modelo neoliberal de los 90s (y Menem anda en maniobras electorales en La Rioja para congraciarse con la coalición de gobierno).

Un gobierno que, en medio de muchos desatinos, preside la mejor racha económica que ha conocido Argentina en más de ochenta años, que ha utilizado esa racha para redistribuir ingreso y reducir la pobreza, que ha sido vertical a la hora de reconocer los abusos de la dictadura militar, sí, no hay duda, los argentinos tienen que estar locos para haberlo reelegido.

Tuesday, October 18, 2011

Movilidad Social, Igualdad y Relaciones de Poder

Como ven, llevo varios días dándole vueltas en la cabeza a la noción de "relaciones de poder." Me tomará mucho tiempo ya que es parte de un asunto de más largo plazo así que les pido paciencia. Por ahora quiero utilizar esta perspectiva para reflexionar sobre un debate muy viejo y manido: el de la relación entre movilidad social e igualdad.

He notado que entre economistas ya prácticamente se acepta que los dos conceptos son tan cercanos que podrían ser equivalentes. Hace unos días escuché a un economista decir que Estados Unidos (el país industrializado más desigual) no tenía mayores problemas de desigualdad porque el ingreso esperado de negros y blancos con educación secundaria es prácticamente el mismo (lo cual, dicho sea de paso, no parece ser cierto). No se trata de un caso aislado. En Estados Unidos existe una creencia muy arraigada de que la verdadera justicia social es la movilidad y su pariente cercano la "igualdad de oportunidades."

Hoy no quiero referirme únicamente a las cuestiones normativas subyacentes, aunque será inevitable. Lo que quiero es pensar qué tipo de teoría de la sociedad es necesaria para sustentar cada una de las distintas visiones normativas en esta materia. Me explico.

Supongamos que la economía de una sociedad se puede entender como un conjunto de productores independientes, idénticos que operan todos con la misma tecnología para producir el mismo bien. (Obviamente surgiría la pregunta de por qué intercambiarían agentes que producen lo mismo, pero para no complicarnos con eso supongamos que venden su producto en el mercado mundial y usan las ganancias para comprar todo lo demás.) En ese caso, la noción de igualdad de oportunidades tendría un sentido muy claro: una vez eliminadas las diferencias entre tecnologías, toda diferencia adicional en ingreso entre los individuos se deberá a que algunos deciden trabajar menos porque valoran más el ocio. Siendo así, muy seguramente la noción de justicia más aceptable para los miembros de esa sociedad sería la de la pura igualdad de oportunidades. Buscar la igualdad de resultados sería simplemente premiar a algunos individuos por gustarles más el ocio.

Supongamos ahora un caso totalmente distinto: una sociedad en la que a todos los individuos se les reparten tiquetes con probabilidad exactamente igual para jugar una lotería que definirá su ingreso para toda la vida. En ese caso, hay perfecta igualdad de oportunidades pero toda diferencia en ingreso se deberá a suerte. Muy seguramente, en ese caso, los ciudadanos considerarían que, de ser posible, sería necesario moderar las diferencias resultantes de la lotería, bien sea mediante tributación redistributiva o, de ser posible, cambiando los parámetros de la lotería misma.

Ninguna sociedad real se parece a ninguno de estos dos modelos que no son más que abstracciones. Pero, ¿cuál de los dos es más plausible? Aunque parezca un tanto absurdo, es probable que el segundo modelo sea un poco más realista. Al fin y al cabo, en toda sociedad existen jerarquías y relaciones de poder, especialmente en las organizaciones a las que los individuos pertenecen. No tengo los datos a la mano, pero sospecho que buena parte de la movilidad social que la gente experimenta en su vida se debe más a ascensos dentro de una estructura jerárquica que a incrementos en productividad. Curiosamente, según algunas cifras, Estados Unidos, el país del culto a la igualdad de oportunidades,  es también el país en el que el tamaño de la empresa promedio es más alto. La razón por la cual un joven de raza negra que complete su título universitario puede aspirar a ingreso similar al de un joven de raza blanca no es porque ambos vayan a tener iguales probabilidades de hacer grandes innovaciones científicas sino más bien porque ambos tendrán similares oportunidades de terminar como gerentes de alguna sucursal de alguna empresa.

Desde el punto de vista analítico el problema es el siguiente: en una organización jerárquica, no hay razones para creer que las diferencias de remuneración se deban a diferencias en "productividad" porque la tal productividad se vuelve un concepto muy vago. La empresa en su conjunto es productiva y es capaz de apropiarse rentas en el mercado. Pero de esa apropiación no determina cómo se reparten esas rentas entre empleados de oficina y empleados de planta. Existen mercados externos para ambos tipos pero también hay todo tipo de rentas implícitas y costos de transacción que hacen que la "productividad" que miden esos mercados sea muy imprecisa.

Con esto llego a una cosa que he pensado desde hace un tiempo acerca de muchos de nuestros modelos de economía política: aunque se trata de modelos que buscan captar elementos cruciales del capitalismo, son modelos en los que nadie contrata a nadie, en los que no existen firmas sino productores independientes, sin ninguna relación de autoridad entre ellos, es decir, nada que se parezca al capitalismo como lo conocemos en la vida real. De eso se desprenden muchísimas implicaciones. Sospecho que buena parte de las teorías recientes sobre la conexión entre capitalismo y democracia se tambalearían si tomáramos esto en cuenta. Pero aunque traté de ahondar un poco en este punto en mi primer libro, me falta mucho todavía.

Monday, October 10, 2011

"Dejà vu" librecambista

Leo hoy la buena columna de Salomón Kalmanovitz sobre el TLC y me entra una sensación extraña: me estoy poniendo viejo. Kalmanovitz dice, con razón, que Colombia no ha hecho la tarea en materia de infraestructura y tecnología para prepararse con miras al TLC. (Para no hablar del álgido tema de los derechos sindicales. Como les dije, me estoy poniendo viejo y tengo que guardar energías.)

Lo que me produce extrañas sensaciones en todo esto es que es la misma historia que con la apertura de los 90. Colombia lleva casi un cuarto de siglo abriendo su comercio internacional dizque para aumentar la competitividad de la economía y siempre pasa lo mismo: los requisitos de inversión pública nunca se cumplen.

Lo curioso es que cuando empezó a hablarse de apertura, ese era uno de los argumentos de los defensores. Supuestamente, la presión competitiva de los productos del resto del mundo iba a hacer que el país se "pusiera las pilas" en estos temas. Y no pasó.

Es fácil culpar de todo esto a los gobiernos. Pero esto invita a otras reflexiones. Supuestamente, el libre comercio iba a obligar a las clases rentistas a modenizarse. Recuerdo que, entre otros, Kalmanovitz defendía la apertura comercial con argumentos de ese estilo. Yo no estaba convencido pero eso no es mérito mío. Lo mío era puro prejuicio. El argumento de Kalmanovitz no era absurdo ni mucho menos estúpido. Pero ahora, veinte años después, parece que el efecto modernizador no termina de darse. Es más, las clases rentistas siguen siendo capaces de captar los recursos sin transformar sus métodos.

Hay matices, por supuesto. La apertura comercial ha generado nuevos intereses agrarios, intensivos en capital y bastante modernizantes, como es el caso de la palma africana.

Se me ocurre que, de pronto, ese fue un punto que no tuvimos en cuenta hace veinte años cuando se debatía la apertura. Probablemente todos estuvimos debatiendo como si la oferta de tierra fuera fija. En ese caso, el libre comercio sí podía tener los efectos que sus defensores le atribuían: aumentar la competencia agraria y, por tanto, reducir las rentas de la tierra, debilitando a los grandes terratenientes.

Tal vez lo que ese pronóstico ignoraba era que en Colombia la frontera agraria aún se podía abrir más. El libre comercio podía valorizar nuevas tierras "libres" (bueno, no tan libres, llenas de campesinos, indígenas y negritudes pero para eso están los "paras"...), reasignándolas a la exportación de recursos intensivos en capital. Pero entonces los efectos del libre comercio ya no son como el modelo original decía.

Todo esto es un tanto incoherente. No lo he podido pensar a cabalidad y tengo que parar aquí. Dejo este apunte como una forma para recordarme que tengo que pensarlo más.

Fetichismo Tecnológico en los Mercados Financieros

Como habrán notado, desde hace un tiempo he decidido que uno de los blancos de mis diatribas es la movilidad del capital. No. No estoy en contra de que el capital fluya hacia los usos más eficientes. Lo que pasa es que la globalización ha aumentado dicha movilidad en formas que tienen, como yo veo, dos efectos muy nocivos.

Primero, concentra los beneficios de la movilidad en los propietarios del mismo sin redistribuirlos de manera que aumenta la desigualdad. En segundo lugar, termina por desnaturalizar el concepto mismo de democracia ya que uno de los actores centrales de cualquier pacto social (el capital) ahora puede simplemente irse cuando le de la gana. De modo que no solo aumenta la desigualdad sino que estrangula los mecanismos políticos para corregirla.

Pero bueno, por hoy me quiero concentrar en otro punto. Cuando se habla sobre la globalización y la creciente movilidad del capital se suele hablar como si se tratara de cambios tecnológicos, científicos que ocurrieron en algún laboratorio. Con esa maniobra retórica, los críticos quedamos como si fuéramos la versión del siglo XXI de los ludditas que destruían las máquinas de vapor de los orígenes de la revolución industrial. Oponerse a la movilidad del capital es, según esa visión, oponerse al progreso técnico.

Pero la movilidad del capital no es una innovación tecnológica. Se nos dice que lo que pasa es que hoy en día con solo hacer click con el ratón de un computador ya se puede desencadenar una fuga de capitales, cosa que antes era imposible.

Pamplinas. La globalización del capital tiene algo que ver con la revolución informática pero no tanto como se suele hacer creer. Antes del internet ya existían cables telefónicos transoceánicos: un inversionista grande podía dar instrucciones casi en tiempo real.

La globalización del capital ha resultado de decisiones de política de muchos países, decisiones que han afectado el marco legal en el que se mueve el capital de un país a otro. Si el capital es más móvil hoy en día es porque en su momento los posibles beneficiarios de tal movilidad ganaron batallas políticas cruciales que permitieron eliminar controles de cambios y otras barreras similares.

Es decir, la globalización no es un fenómeno natural o tecnológico. Es el producto de más de treinta años de conflictos políticos en distintas partes del mundo.

Casi siento que al escribir esto estoy insultando la inteligencia de mis lectores por lo obvio que resulta. Pero es que a veces los debates ideológicos consisten en ocultar verdades obvias para poder presentar mentiras absurdas como hechos ineluctables.

Friday, October 7, 2011

Está Bien, Sí He Estado Leyendo Franceses Ultimamente...

Entre racionalistas ceñudos, de los que hacemos ecuaciones y regresiones y cosas de esas, está muy mal visto leer franceses. Todos ellos. Desde Rousseau y Voltaire hasta Foucault y Bourdieu. (Hay una pequeña cláusula de excepción para De Tocqueville, pero porque le encantaba Estados Unidos.) Pero resulta que yo tengo gustos eclécticos y me encanta leer cosas prohibidas. Entonces, lo confieso, sí. Ultimamente estuve leyendo cosas de Foucault. No. No los trabajos importantes, porque estoy ocupadísimo, sino cosas breves.

¿A qué viene todo esto? A que una de las cosas que me parecen fascinantes de Foucault y de Bourdieu, cada uno a su manera, es que colocan la noción de poder en el centro mismo del análisis social. La tradición de la economía política anglosajona comienza con la noción de individuos, luego pasa a teorizar el intercambio mutuamente benéfico, y después trata (con muy poco éxito) de explicar cómo de ese intercambio surgen relaciones de poder. Bourdieu y Foucault hacen lo contrario. Para ellos primero existen las relaciones de poder y luego, con base en esas relaciones, se definen los individuos que luego van a participar en intercambios.

Siempre he creído que el segundo enfoque tiene la intuición correcta, pero que el primero ha logrado ser más riguroso. Mi sueño de años ha sido fusionar lo mejor de ambos. Pero para eso falta muchísimo. Entre tanto, dos reflexiones totalmente inconexas.

Primera: Creo que parte de la razón por la cual los economistas odian a gente como Bourdieu es porque, por su naturaleza, el poder no se puede definir atomísticamente. Yo puedo imaginarme que quiere decir un individuo con cierta dotación de factores que entra libremente a intercambios con otros. (Lo que Marx llamaba las "robinsonadas de la economía política.") Pero no tiene ningún sentido decir que alguien es "poderoso" o "débil" por fuera de una estructura social. El concepto de poder es siempre relacional: poder sobre alguien. Entonces, si uno quiere una teoría que convierta al poder en el punto de partida, tiene que renunciar al atomismo racionalista.

Segunda: Después de mi última entrada caí en cuenta de algo que es viejo tema entre quienes se toman en serio el tema del poder. Toda relación de poder necesita un lenguaje legitimador. Pero para ser legitimador, para que genere aceptación por parte de aquellos sobre quienes se ejerce el poder, es necesario que ese lenguaje tenga nociones de igualdad. Pero aquí el camino se bifurca.

El ramal "habermasiano" del camino considera que, por eso mismo, el lenguaje puede ser un elemento liberador. Es decir, el lenguaje, así sea el lenguaje del poder, obliga a todos a tomarlo en serio de modo que sus nociones de igualdad terminan por subvertir (o por lo menos erosionar) el poder.

El ramal "bourdieuano" diría que, al contrario, las nociones de igualdad sirven precisamente para consolidar las relaciones de poder. Es decir, el lenguaje igualitario lo que logra es ocultar aún más el poder y termina por silenciar a quienes están sometidos a él.

Sospecho que en los últimos días hemos visto un ejemplo en el que Bourdieu tiene razón y Habermas no. (No se imaginan cuánto me ha costado escribir una frase reconociendo que Habermas puede estar equivocado...)

Me explico. Retomando lo que dije en mi última entrada, lo que noto en la reacción de los medios a las manifestaciones de "indignados" es un intento de volver contra ellos el lenguaje democrático, precisamente como una herramienta para silenciarlos.

Cuando uno le dice a una manifestación de indignados que hagan propuestas, está tratándolos como ciudadanos de una democracia, dotados de iguales potestades que cualquier otra persona. Está reafirmando el principio igualitario de toda democracia. Pero resulta que ese principio en las democracias actuales es simplemente formal. Los verdaderos mecanismos de poder, los centros de toma de decisiones están aislados de cualquier proceso democrático. De eso se trata precisamente la globalización y la financialización del capital: de eximir al capital de cualquier pacto social.

Entonces, en ese contexto, tratar a los subordinados como iguales no genera igualdad sino estupor y silencio. Es decir, es una forma de reafirmar el poder. ¿Por qué tienen los indignados que hacer propuestas? ¿Acaso alguien les consultó los cambios en el modelo económico que ahora resienten? ¿Acaso alguien les dio herramientas para formar su propia opinión? Al contrario, la premisa era que el sistema era demasiado complejo y que solo los técnicos sabían de regulación financiera.

Dadas esas condiciones, centrarse en la falta de propuestas de los indignados es una trampa finamente calibrada para silenciarlos. Se les da momentáneamente el tratamiento de ciudadanos participantes en una democracia auténtica, imponiéndoles estándares imposibles de cumplir, para luego decir que fallaron en la tarea y proceder a silenciarlos.

Lo curioso es que es un mecanismo muy sútil que se encuentra en varias esferas de la sociedad. Uno podría pensar que todo "El Capital" de Marx es precisamente su intento por tratar de entender cómo el lenguaje de la igualdad en la relación laboral, el lenguaje de la libre compra y venta de servicios laborales, no solo encubre relaciones de poder asimétricas sino que también sirve para silenciar a aquellos sobre los que el poder se ejerce y para legitimar dichas relaciones.

En fin, tocará seguir leyendo a los franceses...

Wednesday, October 5, 2011

Primero la Indignación, los Programas Después.

Ahora resulta que el movimiento de los "indignados" de Madrid hizo una metástasis extraña al centro mismo del capitalismo mundial: Wall Street. De modo que estamos otra vez repasando las quejas de antes: que esta clase de movimientos no representan a nadie, excepto jovencitos aburridos de sus comodidades burguesas, que no sirven para nada porque el cambio social no se hace así, que no tienen ningún tipo de programa, que de hecho se la pasan contradiciéndose, mostrando que no tienen ni idea de lo que quieren, y así, ad nauseam.

Estoy un poco de prisa y algunos de estos temas merecen una reflexión muy profunda. Pero para comenzar diré dos cosas.

Primero, es muy poco probable que estos movimientos generen cambios de verdad. Eso es obvio. Pero ¿y qué? Vivimos en una época en la que ni siquiera ganando elecciones se pueden hacer cambios de verdad. Si no pregúntenle a Obama. Ganó las elecciones, con mayorías amplias en ambas cámaras y ¿qué cambió? Muy, muy poco. Entonces, en lugar de estar mofándonos de los indignados porque no van a lograr ningún cambio, la verdadera pregunta es cómo se pueden hacer cambios. No se puede en las calles porque se trata de movimientos inorgánicos, no se puede en las urnas porque los intereses de las élites bloquean, no se puede por las armas porque termina siendo peor el remedio que la enfermedad. Entonces, ¿cómo? ¿Qué tipo de sociedad es esta? ¿No debería eso ser motivo de debate público?

Segundo, los defensores del statu quo se la pasan señalando que estos movimientos no tienen programa. Cierto. Lamentable. Yo, que me alcanzo a acordar lo que era un movimiento socialista global echo mucho de menos los tiempos en los que las agitaciones sociales eran organizadas por grupos políticos de trayectoria, con consignas, con programas, etc. Pero eso se acabó. Se acabó por errores del socialismo de entonces pero también porque las élites, las mismas que ahora derraman lagrimas de cocodrilo por la falta de programas, se encargaron de cerrar opciones.

Llevamos ya casi treinta años (si no más) en que nos dicen que las ideologías se acabaron, que las realidades del capital global son inevitables y que, por lo tanto, la política debe ser simplemente un ejercicio de escoger al tecnócrata más competente para que amolde la situación a los requerimientos del capital. Es decir, para que haga un poquito de gasto social cuando sea necesario, pero que vele por el mantenimiento del orden económico "natural."

Pues si los defensores del statu quo quieren que las ideologías se acaben, entonces tienen que aceptar lo que hay ahora: movimientos desorganizados, caóticos, probablemente sin programa. Eso es lo que pidieron. Como decía Bernard Shaw, uno tiene que tener cuidado con lo que desea porque de pronto lo obtiene.

Si, supuestamente, se acabaron las ideologías, si, supuestamente, la economía global es un asunto muy complejo sobre el que los ciudadanos no pueden opinar, entonces es perfectamente válido indignarse sin programa. Si a mi me prohibieran cocinar y me obligaran a ir siempre a un mismo restaurante de "haute cuisine" diciéndome que se trata de recetas muy sofisticadas que yo no puedo entender y que los platos los preparan expertos que saben exactamente como se hacen las cosas, y resulta que la comida sabe espantoso y no se puede ni siquiera tragar, tengo todo el derecho de tirar los platos contra las paredes sin tener que ofrecer ninguna receta a cambio. ¿No dizque yo no sé cocinar? ¿No dizque yo no debo meterme a decir nada sobre ingredientes y técnicas? Entonces, si no me gusta lo que hay, ¿por qué me corresponde a mí, el ignorante, salir ahora con "propuestas"?

Y la verdad es que lo que están sirviendo en estos días en los restaurantes del capitalismo global es incomible. Desempleos estratosféricos, ajustes fiscales implacables sin ningún horizonte, ganancias record para los bancos, etc, etc. Esto es lo que han producido los "genios," los "tecnócratas," los que sí saben. Pués si tanto pidieron que los dejaran hacer, que nadie se metiera, pués que ahora asuman la responsabilidad. O que se vayan.

Saturday, October 1, 2011

¿Para Qué Son las Ciencias Sociales?

Adolfo Meisel es uno de los historiadores y economistas más serios y respetables del país. (Además de muy buen tipo a juzgar por mis pocas interacciones con él.) Hoy escribió una columna sobre Raymond Aron donde hace unas observaciones que me dan la oportunidad de decir algo que nunca puedo decir en recintos profesionales, pero que me da vueltas en la cabeza hace mucho. Dice Meisel, citando a Aron:

Aron señaló en alguna ocasión: “Los intelectuales (…) no buscan entender el mundo ni transformarlo, sino denunciarlo”. La razón para ello es que prefieren moverse en el terreno de las ideologías y las generalidades de los problemas de las sociedades, donde se encuentran con una perfección casi poética. En contraste, quien baje al terreno de los hechos concretos se encontrará en el mundo de la prosa, de los matices, de las fronteras difusas y de las elecciones difíciles. El coro de muchos intelectuales parecería ser: “Criticar, criticar, criticar, aunque no contribuya a nada”.

Muchas veces me he preguntado para qué sirven las ciencias sociales y no encuentro una respuesta satisfactoria. Mejor dicho, no creo que haya una única respuesta; probablemente hay muchas y tendremos que aceptar que distintos científicos sociales adopten distintas respuestas.

Pero resulta que la respuesta que a mí me gusta es muy parecida a la que tanto desdén provoca en Aron y en Meisel. Hoy en día la posición dominante en ciencias sociales enfatiza la capacidad predictiva, la verificación empírica, ojalá estadística, de proposiciones falseables. En cierto modo se parte de la base de que el objetivo central de las ciencias sociales es explicar fenómenos. Es decir, tenemos a la mano una teoría, con sus principios, axiomas, mecanismos y tratamos de ver si con ella podemos entender conjuntos de eventos, regularidades, aparentes anomalías, etc.

Pero, por dominante que sea esta posición, no es la única y aquí quiero articular un poco cuál sería una alternativa. Mi puerta de entrada a las ciencias sociales fue precisamente la tradición de la llamada "Teoría Crítica," es decir, la escuela de Frankfurt de la cual surgió Habermas. Pocas veces he tenido oportunidad de hacer una reflexión sistemática sobre qué quiere decir "teoría crítica" pero voy a aprovechar este blog para empezar.

De entrada, fíjense que en el nombre ya está la intención de la que Aron se burla: criticar. Pero esto parece inconsistente: el científico no es un predicador, ni un reformador, ni un político. Su objetivo debe ser entender, explicar desapasionadamente y dejarle la crítica a otros. (Bueno, puede criticar en cuanto político, o ciudadano, pero eso ya no debe ser parte de su labor científica). Según esa postura, teoría crítica es una contradicción en los términos. O es teoría, o es crítica. Pero no las dos. ¿Cómo conciliar estos dos extremos?

A mi juicio teoría y crítica no son necesariamente contradictorias. La razón es que lo que solemos llamar fenómenos en ciencias sociales, o eventos, en fin, nuestro explanandum son contingentes en el sentido aristotélico del término, es decir, bien hubieran podido ser de otra manera. Las sociedades que observamos, los procesos que observamos, son solo unos de los posibles resultados. Hasta aquí todo bien. Pero quienes creemos en algo como "teoría crítica" creemos que una de las condiciones de posibilidad de los fenómenos que observamos es la serie de estructuras de poder que permanecen ocultas a los miembros de una sociedad. Es decir, en todos los procesos sociales somos agentes, pero también productos de estructuras de poder que no podemos tematizar mientras actuamos. Esto no es por pereza o miopía sino porque las estructuras de poder son necesarias para que la realidad social sea lo que es y dichas estructuras, a su vez, dependen de su ocultamiento.

Entonces, el teórico se puede dar el lujo que no se pueden dar los demás: volver explícitas las estructuras de poder, señalar su existencia, su funcionamiento, sus beneficiarios. En esa medida, teoría y crítica no son dos cosas aparte: hacer teoría de la sociedad es hacer una crítica de la sociedad. Recíprocamente, para hacer una crítica de la sociedad es necesario comenzar por hacer una teoría de la misma.

Si yo tengo razón, el objetivo del científico social es un poco similar al del psiquiatra (a la antigua). Con el auge de las drogas para manipular la química cerebral, se ha puesto en boga el psiquiatra moderno que busca administrar medicamentos que mantengan al individuo funcionando. El psiquiatra de antes se limitaba con hacerle ver al individuo el origen de sus conductas, la forma en la que su historia personal lo había llevado a ser quien es, con la esperanza de que, habiendo entendido mejor su origen el individuo mismo pudiera cambiar.

Del mismo modo, es probable que la tarea del científico social sea exponer las estructuras de poder para que la sociedad entienda mejor por qué es como es y, de ese modo, cambiar ella misma. Es un modelo caído en desuso, ya lo sé. Pero para mí no es obvio que sea ridículo. Si yo tengo razón, no hay tal de que "criticar no contribuya a nada." Al contrario, criticar sería en sí misma una contribución ya que nos permitiría entendernos mejor, le daría voz a muchos sectores que no la tienen.

Una adenda metodólogica. Otra consecuencia de lo anterior es que tal vez las teorías no deben medirse únicamente por su capacidad de verificación empírica. Hace mucho quiero pensar con más calma este punto para no decir ridiculeces. Pero no he tenido tiempo. Por ahora lo pongo aquí para que no se me olvide. Hagan de cuenta que he estado pensando en voz alta.