La última vez manifesté mi escepticismo sobre las fórumulas intervencionistas que se están sugiriendo ahora para Libia y, como ya sabrán, ahora el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas votó a favor de una zona de interdicción de vuelos. Me sigue pareciendo una situación en la que es difícil encontrar una buena solución, pero creo que ha habido cambios que permiten pensar en que de pronto lo peor se pueda evitar.
Primero, la resolución cuenta con el apoyo de la Liga Arabe. Segundo, todo apunta a que Estados Unidos va a evitar jugar un papel protagónico en todo esto. Tercero, parece que, aunque todo el mundo se fija más en los bombardeos que vengan, las Naciones Unidas, a instancias de Turquía, quieren mantener abiertos ciertos canales de resolución política. Eso me parece bien. Siempre he creído que en todo conflicto es importante que las partes sepan que también hay una posible solución pacífica sobre la mesa. (Si miran apartes viejos de este blog, verán que siempre he sostenido lo mismo respecto a las FARC....)
Esta combinación de factores da pie para algo de optimismo. Mi temor inicial era que una intervención muy apesurada y vigorosa por parte de Occidente terminara por exacerbar la guerra civil. Sigo temiendo eso. Otro Afghanistán u otro Irak. Pero los factores que he mencionado arriba hacen que de pronto esto funcione.
En cierto modo, a mí me gusta la idea de que el ordenamiento internacional contemple el principio de protección de civiles ante ataques de su propio gobierno, en vez de seguir subordinando tal protección a la "soberanía nacional." Para universalistas kantianos como yo, esto es música para nuestros oídos. Para apreciar el progreso tan notable que esto representa, pensemos en lo fácil que hubiera sido parar el genocidio de Rwanda. O pensemos en otro genocidio que sí se paró con una intervención extranjera: el de Cambodia. Las tropas vietnamitas invadieron Cambodia, derrocando al Khmer Rojo (aunque demasiado tarde para salvar a los casi dos millones de camboyanos que dicho régimen mató). Acto seguido, las Naciones Unidas procedieron a premiar Viet Nam, reconociéndole sus esfuerzos. Ah! No! Perdón! Fue al revés, Naciones Unidas no quiso reconocer al nuevo gobierno surgido de la invasión y, en parte a instancias de Estados Unidos, hizo lo posible por conservar el reconocimiento del Khmer Rojo como gobierno legítimo.
Hoy parecería impensable algo así. Al parecer, estamos avanzando hacia una situación en la que un gobierno puede llegar a perder el reconocimiento internacional en virtud de su comportamiento criminal ante su propia población.
Pero, claro está, si esto va en serio, va a ser necesario refinar muchísimo más este instrumento. Al fin y al cabo, recordemos cómo el entonces presidente Uribe (a propósito, ¿qué fue de él?) salió a apoyar la invasión a Irak aduciendo la masacre de Halabja donde Saddam Hussein, catorce años atrás utilizó armas químicas contra civiles, no sin antes obtener el permiso de un tal Donald Rumsfeld.
De modo que quedan muchas dudas. ¿Cuándo un atropello contra los civiles amerita intervención internacional? ¿Quién decide? ¿Cómo? ¿Qué recursos puede utilizar para evitarlo?
Estoy seguro de que, si esto sale bien, y yo todavía tengo dudas de que funcione, la derecha norteamericana va a decir que las dudas de Obama costaron vidas en Libia. (¿Por qué estoy seguro? Porque ya lo están diciendo.) Pero, por duro que sea, esas dudas eran inevitables, es más, eran necesarias. De otro modo la operación se hubiera deslegitimado muchísimo desde el comienzo.
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