Como ven, llevo varios días dándole vueltas en la cabeza a la noción de "relaciones de poder." Me tomará mucho tiempo ya que es parte de un asunto de más largo plazo así que les pido paciencia. Por ahora quiero utilizar esta perspectiva para reflexionar sobre un debate muy viejo y manido: el de la relación entre movilidad social e igualdad.
He notado que entre economistas ya prácticamente se acepta que los dos conceptos son tan cercanos que podrían ser equivalentes. Hace unos días escuché a un economista decir que Estados Unidos (el país industrializado más desigual) no tenía mayores problemas de desigualdad porque el ingreso esperado de negros y blancos con educación secundaria es prácticamente el mismo (lo cual, dicho sea de paso, no parece ser cierto). No se trata de un caso aislado. En Estados Unidos existe una creencia muy arraigada de que la verdadera justicia social es la movilidad y su pariente cercano la "igualdad de oportunidades."
Hoy no quiero referirme únicamente a las cuestiones normativas subyacentes, aunque será inevitable. Lo que quiero es pensar qué tipo de teoría de la sociedad es necesaria para sustentar cada una de las distintas visiones normativas en esta materia. Me explico.
Supongamos que la economía de una sociedad se puede entender como un conjunto de productores independientes, idénticos que operan todos con la misma tecnología para producir el mismo bien. (Obviamente surgiría la pregunta de por qué intercambiarían agentes que producen lo mismo, pero para no complicarnos con eso supongamos que venden su producto en el mercado mundial y usan las ganancias para comprar todo lo demás.) En ese caso, la noción de igualdad de oportunidades tendría un sentido muy claro: una vez eliminadas las diferencias entre tecnologías, toda diferencia adicional en ingreso entre los individuos se deberá a que algunos deciden trabajar menos porque valoran más el ocio. Siendo así, muy seguramente la noción de justicia más aceptable para los miembros de esa sociedad sería la de la pura igualdad de oportunidades. Buscar la igualdad de resultados sería simplemente premiar a algunos individuos por gustarles más el ocio.
Supongamos ahora un caso totalmente distinto: una sociedad en la que a todos los individuos se les reparten tiquetes con probabilidad exactamente igual para jugar una lotería que definirá su ingreso para toda la vida. En ese caso, hay perfecta igualdad de oportunidades pero toda diferencia en ingreso se deberá a suerte. Muy seguramente, en ese caso, los ciudadanos considerarían que, de ser posible, sería necesario moderar las diferencias resultantes de la lotería, bien sea mediante tributación redistributiva o, de ser posible, cambiando los parámetros de la lotería misma.
Ninguna sociedad real se parece a ninguno de estos dos modelos que no son más que abstracciones. Pero, ¿cuál de los dos es más plausible? Aunque parezca un tanto absurdo, es probable que el segundo modelo sea un poco más realista. Al fin y al cabo, en toda sociedad existen jerarquías y relaciones de poder, especialmente en las organizaciones a las que los individuos pertenecen. No tengo los datos a la mano, pero sospecho que buena parte de la movilidad social que la gente experimenta en su vida se debe más a ascensos dentro de una estructura jerárquica que a incrementos en productividad. Curiosamente, según algunas cifras, Estados Unidos, el país del culto a la igualdad de oportunidades, es también el país en el que el tamaño de la empresa promedio es más alto. La razón por la cual un joven de raza negra que complete su título universitario puede aspirar a ingreso similar al de un joven de raza blanca no es porque ambos vayan a tener iguales probabilidades de hacer grandes innovaciones científicas sino más bien porque ambos tendrán similares oportunidades de terminar como gerentes de alguna sucursal de alguna empresa.
Desde el punto de vista analítico el problema es el siguiente: en una organización jerárquica, no hay razones para creer que las diferencias de remuneración se deban a diferencias en "productividad" porque la tal productividad se vuelve un concepto muy vago. La empresa en su conjunto es productiva y es capaz de apropiarse rentas en el mercado. Pero de esa apropiación no determina cómo se reparten esas rentas entre empleados de oficina y empleados de planta. Existen mercados externos para ambos tipos pero también hay todo tipo de rentas implícitas y costos de transacción que hacen que la "productividad" que miden esos mercados sea muy imprecisa.
Con esto llego a una cosa que he pensado desde hace un tiempo acerca de muchos de nuestros modelos de economía política: aunque se trata de modelos que buscan captar elementos cruciales del capitalismo, son modelos en los que nadie contrata a nadie, en los que no existen firmas sino productores independientes, sin ninguna relación de autoridad entre ellos, es decir, nada que se parezca al capitalismo como lo conocemos en la vida real. De eso se desprenden muchísimas implicaciones. Sospecho que buena parte de las teorías recientes sobre la conexión entre capitalismo y democracia se tambalearían si tomáramos esto en cuenta. Pero aunque traté de ahondar un poco en este punto en mi primer libro, me falta mucho todavía.
Tuesday, October 18, 2011
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