Cuando uno es profesor uno tiene que tener a la mano algunos chistes u observaciones más o menos ingeniosas para animar al público. Por eso hace un tiempo decidí en mis clases comparar a los economistas del siglo XXI con los curas de la Edad Media. En la Edad Media, antes de que existieran todos los mecanismos constitucionales de división y separación de poderes, de rotación, de elecciones legitimadoras, etc. el problema de la sucesión al trono era uno de los más complejos que cualquier sociedad podía enfrentar. En principio, la muerte de cualquier monarca podía llevar a una guerra civil entre los aspirantes al trono. (Por eso el imperio otomano le daba al sultán el derecho, incluso el deber, de matar a todos sus hermanos para que no hubiera dudas de quién era el verdadero monarca.)
En muchos sitios la solución era apelar a la "gracia de Dios." Es decir, si se lograba que los obispos importantes reconocieran a un pretendiente al trono, entonces se podían coordinar las expectativas de todos los agentes en torno a él y asunto arreglado. Lo importante es que el obispo en cuestión tuviera los títulos del caso, se vistiera con las ropas adecuadas a la hora de impartir la bendición y que la dijera en Latín en vez de usar la lengua vernácula.
Los economistas cumplen un papel similar hoy en día. Cuando hay un cambio de gobierno en cualquier país del mundo "los mercados se ponen nerviosos." (Si yo fuera crítico literario escribiría más sobre nuestra tendencia a antropomorfizar a los mercados, pero no se me ocurre nada inteligente para decir al respecto.) Entonces, se necesita que los economistas tranquilicen a los mercados, sacramentando al nuevo gobierno. Para eso tienen que tener la posición adecuada (un profesor casposo de una universidad no sirve aunque tenga decenas de publicaciones, tiene que ser un "tipo serio" del Fondo Monetario Internacional), tienen que vestir correctamente (saco y corbata) a la hora de impartir la bendición (diciendo que el plan de austeridad fiscal del nuevo gobierno es responsable y va a reducir el déficit y combatir la inflación) y tiene que decirla en inglés en vez de la lengua vernácula (no va y sea que los ciudadanos del país entiendan lo que está diciendo).
Hoy me acordé de esto leyendo este artículo de The Guardian acerca de las movilizaciones sociales en Francia. Allí se ve esa nueva mezcla fascinante entre "ciencia" y fé que anima al nuevo discurso neoliberal en el mundo.
Como todo artículo de su estilo, tiene que tener su toque de "demofobia" en el sentido de miedo a las masas. Las masas están equivocadas, son irracionales, saben que sus demandas son imposibles pero se empeñan en ellas, en fin, lo típico. Pero lo que me llama más la atención, lo que me lleva a escribir sobre este artículo en particular y no sobre las decenas que como él se escriben todos los días, es el fetichismo del "futuro" y la globalización que son imprescindibles en este género literario.
Uno se imaginaría que los tecnócratas que defienden la reforma pensional de Sarkozy darían argumentos "técnicos" para ello. Al fin y al cabo, supuestamente para eso se les paga. Entonces tendríamos un debate científico en torno a las cifras. Es decir, podríamos preguntarnos si en efecto aumentar la edad de retiro es la única alternativa para salvar las pensiones en vista de que, como observa Mark Weisbrot, la productividad de la economía francesa ha aumentado en los últimos años en cantidades suficientes para viabilizar el sistema. O podríamos preguntarnos si hay otras fuentes de ingreso que se puedan usar para el mismo propósito. En fin, muchas cosas. Pero no. A los tecnócratas neoliberales no les interesa la ciencia sino la ideología. Por eso cuando la ciencia no funciona se acude a la religión.
En este caso, el señor Moisi acude al fantasma de la "reacción" (suena más terrorífico en francés, por supuesto). Los manifestantes son, horror de horrores, reaccionarios que se oponen ¡habráse visto! a la globalización.
¡Listo! Con eso basta. La globalización es inevitable y es buena ("el reino de los cielos se acerca"). Por consiguiente los que se oponen son ignorantes o perversos.
Yo que soy secular impenitente me preguntaría: si la globalización inevitablemente va a llevar a que la gente tenga que reducir su ocio, ¿no será que no es tan buena? Y ya entrados en gastos, la globalización no es un fenómeno natural (como, por poner un ejemplo al azar, el cambio climático). Es el resultado de decisiones de política tomadas por gobiernos que supuestamente deben estar velando por el bienestar de sus ciudadanos (incluído su ocio y su capacidad de pensionarse). Entonces, ¿si será tan inevitable?
No estoy diciendo que haya que rechazar la globalización. De hecho, la única razón por la que estoy hablando aquí sobre ella es porque ese es el sofisma de Moisi. La globalización no determina si los franceses se pueden pensionar o no. Eso lo determina el sistema político francés. Pero si vamos a decir que todo esto tiene que ver con la globalización, entonces discutámosla en términos políticos, no teológicos.
A propósito del tema del ocio y las pensiones, Cristo dijo que "el Shabbath se ha hecho para el hombre y no el hombre para el Shabbath." Lo dijo en el sentido de que las leyes tenían como fin último promover el bienestar humano y que, en ese sentido, no debía sacrificarse dicho bienestar en aras del purismo de entes abstractos como el Shabbath. Si uno hoy dice "la globalización se hizo para el hombre, y no el hombre para la globalización" lo acusan de ser un retrógrado. De pronto si. De pronto estábamos mejor con la teología de antes.
Thursday, October 28, 2010
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