Nota: Esto lo estaba escribiendo en vísperas de mi viaje y se me quedó entre el tintero. Pero una de las ventajas de que este blog no sea sobre las últimas noticias es que siempre puedo reciclar cosas.
Yo no acostumbro leer a Andrés Hoyos pero cada que lo leo me encuentro algo para este blog. En su última columna Hoyos se pregunta por qué la izquierda colombiana tomó de modelo a los países comunistas en vez de los países socialdemócratas. Es una buena pregunta, pero Hoyos se encarga de quitarle el interés reduciéndola a un puro problema de deficiencia intelectual, cuando en realidad va mucho más allá.
Comencemos por apreciar el interés de la pregunta. Prácticamente todos los izquierdistas que yo conozco (incluído yo mismo) son admiradores de la social-democracia sueca. Uno de los países más ricos del mundo, con niveles de igualdad sin paralelo, con un régimen impecable de libertades políticas para todos sus ciudadanos (y que, ahora resulta, hasta también produce novelas policíacas feministas), en fin, todo. Entonces, ¿por qué no fue Suecia el modelo de todo izquierdista durante el siglo XX? ¿Por qué esta fascinación de la izquierda del siglo XX por sociedades como la Unión Soviética?
No tengo una única respuesta, pero creo que hay varios factores que inciden. Veamos:
1. Todo lo demás constante, el proceso político de un país tiene más repercusiones internacionales mientras más grande sea. Suecia es un país pequeño, mientras que la Unión Soviética era descomunal. Si hubiera habido una revolución en Suecia en 1916, el mundo tal vez no se hubiera dado por enterado. (Hay una excepción a este principio que siempre me ha maravillado: Cuba.)
2. Hoy en día está claro que la planificación central es un mal mecanismo de asignación de recursos. Pero durante mucho tiempo esto no era del todo claro. A un altísimo costo humano, la Unión Soviética durante los años de Stalin tuvo un crecimiento económico impresionante. Hasta 1975 muchos países comunistas estaban mostrando resultados económicos aceptables. Las dos Coreas tenían niveles de desarrollo similares. Alemania Oriental era más pobre que Alemania Occidental pero no hay que olvidar que siempre lo había sido, y en todo caso, la RDA estaba mejorando sus niveles de vida. Yugoslavia crecía bastante. Hungría también. Bulgaria también. Ese es tal vez el mejor periodo de la economía cubana desde 1959. En fin.
Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, nadie esperaba que los estándares de consumo de un país aumentaran año tras año. En ese sentido, el hecho de que las economías centralmente planificadas no lograran buenas tasas de crecimiento en bienes de consumo no era algo particularmente grave, tanto más cuanto que en muchos casos se trataba de economías que antes habían sido atrasadas y que, en todo caso, estaban mejorando el acceso de muchos sectores a cosas básicas como salud, techo y educación. De modo que para mediados de los 70s, el cénit del mundo comunista, la izquierda del mundo y, más importante aún, los ciudadanos de esos países, estaban dispuestos a pasar por alto las ineficiencias microeconómicas que se estaban acumulando.
3. La Revolución Bolchevique fue un evento histórico mundial. Nada similar sucedió en Suecia. Obvio, la pregunta es por qué. Aquí aventuro una hipótesis. Como ya he dicho en otras ocasiones, las revoluciones son procesos políticos que involucran a sectores muy diversos. De esa diversidad salen cosas peligrosísimas: bandazos, conspiraciones, purgas, guerras civiles, etc. Pero al mismo tiempo, hace que las revoluciones sean, por así decirlo, "polisémicas" en el sentido en que pueden significar muchas cosas. Para observadores en otros países, las revoluciones ofrecen facetas con las que se pueden identificar. En su momento, la Revolución Bolchevique significaba para muchos la posibilidad de construir un nuevo mundo. Los detalles no estaban claros para nadie. De hecho, el proceso dio toda clase de bandazos entre 1917 y 1929. Pero esa misma ambigüedad es la que la volvía atractiva para observadores externos. Más importante que los detalles de política era el hecho de que la Revolución demostraba que era posible establecer un rumbo distinto.
En estos días leí una frase de Zizek (ese enfant terrible de la filosofía) donde dice, con mucha razón, que en nuestros tiempos actuales es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. No he visto datos pero sospecho que tiene razón: que si hiciéramos una encuesta mucha más gente cree que en los próximos cincuenta años va a ocurrir algún cataclismo planetario (posiblemente por el cambio climático) que la gente que cree que va a surgir otro modo de producción distinto al capitalismo. Ni siquiera la crisis más profunda del capitalismo en los últimos 70 años ha hecho mella en esa certeza.
Para bien y para mal, la Revolución Bolchevique rompió las certezas similares que se habían sedimentado en la segunda mitad del siglo XIX. Como ya dije en alguna ocasión, una de las cosas importantes de los movimientos socialistas y comunistas del mundo en el siglo XX es que ofrecían un lenguaje en el cual expresar muchísimos temas: problemas de distribución del ingreso, problemas de autodeterminación nacional, de postergación de grupos étnicos, incluso de desigualdad de género. Eso le daba al pensamiento de izquierda una enorme capacidad de movilización. Una cosa es llamar a las masas a que le apuesten a la construcción de una sociedad distinta y otra es movilizarlas para que, siguiendo el ejemplo de sus camaradas suecos, firmen un pacto-obrero patronal sobre diferenciales de salario.
Obvio, hoy en día sabemos que el pacto obrero-patronal sueco fue exitosísimo. Pero no hay duda de que esa clase de causa no va a generar toda una resonancia mundial. Además, existe la tendencia, en la que Hoyos incurre, de creer que el camino hacia la socialdemocracia sueca fue una trayectoria lineal triunfante por parte de una dirigencia obrera plenamente lúcida que nunca se extravió en las pamplinas bolcheviques. Esa imagen es históricamente falsa. El movimiento obrero sueco sufrió muy duras derrotas en los primeros años del siglo XX. El empresariado sueco estaba dispuesto a todo con tal de no permitir la co-gestión obrera que era el pedido central del movimiento sindical. El pacto de Saltsjöbaden, la piedra angular de la socialdemocracia sueca, es posible porque el empresariado sabe que ya le ganó a los trabajadores la batalla de la co-gestión. En esas condiciones, sumadas, claro está al triunfo electoral socialdemócrata, estaban dispuestos a negociar salarios, impuestos y todo lo demás.
Para nosotros es muy fácil mirar a los movimientos de izquierda del siglo XX con la sorna e indulgencia con que un hombre maduro mira las "locuras de la juventud." Esa es la actitud de Andrés Hoyos y tanto "izquierdista responsable" que anda por ahí. Pero, preguntémonos: ¿qué tan responsable es vivir en el mundo en el que estamos sin tener absolutamente nada qué ofrecer?
Sunday, October 31, 2010
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