Bueno. Ya tengo apartamento! Pero todavía no tengo internet allí así que todavía ando a punta de locutorios y subsidiarias de Starbucks. Pero me encuentro que Julián Arévalo hace un comentario muy importante a mi última entrada en el blog así que haré un esfuerzo para contestar.
Más que contestar, voy a plantear otra inquietud. Nosotros los que nos llamamos demócratas solemos darle un peso enorme a las libertades políticas. A veces inclusive un peso lexicográfico, como el caso de Rawls, el mismo Habermas o incluso (con todo y las vacilaciones que lo caracterizan) Sen. En cierto modo, yo me incluyo. Por lo menos, estoy seguro que yo la pasaría muy mal en una sociedad en la que no se respetaran las libertades políticas.
Pero esto último es lo que me puso a pensar. Generalmente nos la pasamos dando argumentos filosóficos en favor de esa prioridad de las libertades políticas pero, ¡cuidado!, ¿qué tal que nuestros argumentos filosóficos no sean más que el reflejo de preferencias personales, en particular, del hecho de que quienes así pensamos somos individuos bastante politizados que invertimos buena parte de nuestro tiempo en pensar en política y en expresar nuestras opiniones?
Lo digo porque de un tiempo para acá me asalta la duda de si de pronto la era de la política de masas se acabó. Después del colapso del "socialismo real" se impuso en muchas partes del mundo un unanimismo tal que a veces pareciera como si hubiera desaparecido la política. En muchas democracias europeas los grandes "formadores de opinión" se la pasan diciendo que ya no hay debate entre izquierda y derecha sino simplemente una competencia política entre distintos administradores del Estado. Es decir, las elecciones de primer ministro son casi como elecciones de una junta directiva en una empresa: se sabe que todos los candidatos quieren lo mismo, la única duda es quién es más competente para lograrlo.
Es, a mi juicio, una visión exagerada. Pero, ¿y si fuera verdad? ¿Y si a la opinión pública, de verdad, no se le presenta ninguna opción creíble de cambiar las estructuras profundas de la sociedad? ¿Qué pasaría entonces con la prioridad de las libertades políticas? ¿No sería posible que en ese caso, la sociedad pase gradualmente a quitarle primacía a dichas libertades?
Se me acaba el tiempo de internet, pero ¿que tal que las "democracias" del futuro sean como Singapur? Después comentaré más.
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Yo si creo que hay un sesgo; la gente que piensa más en temas políticos tiende a defender más las libertades individuales: desde los grandes pensadores en el tema hasta quienes tienen que hacerlo porque sus derechos básicos les son vulnerados.
ReplyDeleteSin embargo, esto no es muy diferente de quienes se enfocan en las libertades y resultados económicos. No es sorprendente ver sectores de la sociedad que apoyan regímenes que violan derechos humanos (a sabiendas de esto) simplemente porque su situación económica se ve favorecida: las dictaduras del cono sur son un ejemplo claro de esto.
Entonces, se podría decir que en ambos casos lo que aparece es una situación similar a la de "grupos de interés" que buscan que el sistema político genere los resultados que a ellos les interesan: libertades económicas, para la clase empresarial; libertades políticas para los sectores vulnerados, intelectuales y todos aquéllos que piensan más en temas políticos.
Siguiendo con mi ejemplo del cono sur, se ve que es posible limitar libertades políticas sin imponer un alto costo en libertades económicas. La pregunta que hacía antes era si lo contrario también es posible. Si mi escenario de los grupos de presión es más o menos adecuado, tendería a decir que la respuesta depende del poder relativo de cada uno de los grupos; por lo tanto, en sociedades caracterizadas por economías de mercado, con un peso importante de la clase empresarial, las libertades económicas siempre tomarán prioridad frente a las libertades políticas.
Sobra decir que estoy especulando.