Curioseando páginas internet, me encontré este artículo del ensayista británico Norman Geras en un simposio a propósito de los 20 años de la caída del Muro de Berlín. Geras es un tipo respetable (aunque últimamente ha salido con unas...) y vale la pena leerlo. Pero el ensayo me dejó un poco molesto a pesar de que estoy de acuerdo en muchas cosas. La tesis central de Geras es que, tras la caída del comunismo, la izquierda en Occidente ha terminado por aliarse con grupos supuestamente contestatarios que son la antítesis de los valores universales del Marxismo: retrógrados, chauvinistas, racistas, autoritarios, anti-semitas, en fin, lo peor.
Lo que me molesta es la falta de perspectiva y contexto que le sirve a Geras para asumir una pose de superioridad moral gratuita. Es cierto que en el mundo la mayoría de los movimientos anti-sistema de hoy, los supuestos voceros de los "oprimidos de la tierra" son movimientos que con sus prácticas ofenden los valores humanistas universales que supuestamente el Marxismo defiende. (No nos digamos mentiras, aunque yo soy un pacifista y quisiera un acuerdo político con las FARC, no me gustaría para nada vivir bajo un gobierno de ellas.)
Pero, a mi juicio, esto es un fenómeno que, en vez de condenas morales merece análisis. Hasta 1989, el comunismo, con todos sus defectos, representaba una alternativa universal al capitalismo. Universal en dos sentidos. Tanto en el sentido geográfico en cuanto que en cualquier parte del mundo podía surgir, pero tambien en el sentido social del término en cuanto que se ofrecía como la posibilidad de liberación para cualquier sector que se sintiera oprimido. Así, en cualquier país del Tercer Mundo, la forma de ligar las causas obreras y campesinas era "la transición al socialismo."
Claro, ese slogan era un poco engañoso. Como sabemos hoy en día, reconciliar los intereses de obreros y campesinos es una tarea muy difícil. Pero, fuera como fuere, supuestamente la expropiación de la propiedad privada, urbana y rural, iba a permitir resolver ambos problemas a la vez. ¿Marginalidad, sector informal? ¡Socialismo! ¿Exclusión lingüística a manos de una oligarquía que habla otro idioma? ¡Socialismo! ¿Atraso en el sector productivo moderno? ¡Socialismo! Y así sucesivamente. Por eso el comunismo a veces terminaba siendo más un vehículo de modernización que cualquier otra cosa.
Al desaparecer el comunismo de la agenda, se perdió la idea de una solución universalizante a las distintas facetas de explotación, exclusión, etc. Entonces, cada sector ha hecho las paces con el sistema como puede. Los sectores obreros en América Latina tratando de que no les flexibilicen mucho el mercado laboral, los campesinos rogando que la apertura no les dé muy duro, las capas medias precarizadas aprendiendo inglés, en fin. Cada uno por su lado.
El problema es que hay sectores que no tienen forma de hacer las paces con el sistema. Los cocaleros de los Andes, los indígenas de Chiapas, los rebuscadores de Sao Paulo, los marginales de Ciudad Sadr en Iraq, los shiítas empobrecidos de Líbano, los inempleables de Leipzig y así sucesivamente. Entonces cada uno de estos grupos, a la intemperie, sin una causa universal que los motive, termina por buscar nuevas formas de expresión política (o criminal, o las dos cosas a la vez) lejos de los "sectores bienpensantes" de la izquierda.
Así que, si queremos remediar esta situación, en vez de ponernos como el señor Geras a sermonear a los izquierdistas, lo que hay que hacer es generar una propuesta universalista, algo así como un "socialismo del siglo XXI." (¡Uy! perdón, se me escapó el término.)
Wednesday, May 26, 2010
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