Friday, July 29, 2011

¡Vamos Carlos Vicente!

Como Uds. saben, he sido simpatizante del Polo Democrático desde su fundación y siempre he insistido en la necesidad de que preserve su unidad. Pero las cosas no siempre funcionan como uno quiere. El Polo se embarcó en la desastrosa empresa electoral de llevar a Samuel Moreno a la alcaldía de Bogotá y ahora tiene que pagar un costo muy alto por ese error. (No es por presumir, pero yo ya sospechaba desde mucho antes que esto iba a terminar mal. No pensé que tanto.)

Una de las peores consecuencias políticas de esta debacle es la división del Polo. Yo quiero creer, más por optimismo empecinado que por otra cosa, que se trate de una división transitoria y que dentro de un tiempo, cuando el Polo haya ya purgado la pena de esta alcaldía, se pueda producir una reunificación de las fuerzas de izquierda. En fin, el hecho es que no quiero ser fatalista. Sigo creyendo que la izquierda colombiana tiene futuro, que es cuestión de superar unos cuantos escollos como los que enfrenta cualquier movimiento político y que, con un poco de voluntad y organización puede conquistar un espacio decisivo.

Pero en el corto plazo se presenta una coyuntura que hay que abordar: las elecciones locales. A raíz de la división del Polo Democrático, se quedó por fuera una de las figuras más interesantes de la izquierda en Bogotá: Carlos Vicente de Roux. Gran concejal, conocedor como pocos de los problemas de la ciudad y capaz de proponer soluciones de izquierda para afrontarlos, demócrata hasta los tuétanos, transparente, capaz de trabajar con otros sectores, de tender puentes de entendimiento bien sea con gente de empresa o con líderes comunitarios sin que por ello renuncie a su identidad de izquierda.

No siempre estoy de acuerdo con sus decisiones en política. Merece grandes elogios por habérsele medido a denunciar la corrupción de la alcaldía de su propio partido. Pero, aunque no tengo todos los elementos de juicio, me hubiera gustado verlo como precandidato a la alcaldía por el Polo. De ese modo hubiera matado dos pájaros de un tiro: habría atacado la corrupción y las prácticas más retrógradas del partido a la vez que habría formulado una alternativa moderna dentro de él. El hecho es que no fue así. Pero el hecho es que las circunstancias llevaron a que en este momento él no esté en el Polo y se corre el riesgo de que se quede por fuera del Concejo de Bogotá si no consigue las firmas necesarias para su candidatura.

Bogotá necesita concejales como él. Hay que hacer lo posible para que Carlos Vicente pueda medírsele a ese pulso. Por eso invito a todos mis lectores a que lean esta carta que él puso a circular donde pide apoyo para lanzarse y que, si es posible, contribuyan con su firma para ello.

A mi me gustan los partidos disciplinados, sobre todo los de izquierda. Pero el Polo no se va a recomponer de aquí a Octubre, eso tomará tiempo. Así que ahora la prioridad es que le vaya bien a figuras progresistas, dentro y fuera del Polo, para después tratar de recuperar el terreno en la construcción de un partido fuerte. Y en Bogotá eso significa apoyar a Carlos Vicente de Roux.

Aquí está la carta (allí se refiere a un formulario, pero no sé cómo colgarlo en este blog; si alguien sabe dígame cómo):

Estimado(a) amigo(a):

No me quedó otro camino que retirarme del Polo Democrático Alternativo y renunciar a la curul en el Concejo de Bogotá, después de una dura pelea contra la corrupción en el gobierno de Samuel Moreno.

Ahora, desde el movimiento Progresistas, liderado por Gustavo Petro, con quien comparto la lucha vertical contra la corrupción y un firme deseo de trabajar para construir una Bogotá incluyente, digna y con equidad, encabezaré la lista de candidatos progresistas al Cabildo Distrital.

Mi candidatura, así como la de los otros aspirantes al Concejo de la ciudad, depende de un proceso de recolección de firmas, ya que “Progresistas” no es un partido, sino que actúa como “grupo significativo de ciudadanos”. Por esta razón me dirijo a usted, para pedirle su apoyo en este nuevo camino electoral que estoy iniciando.

Su aporte será muy valioso para nosotros. Si desea acompañarnos, le agradezco que:

Piense en las personas cercanas a usted (familia, amigos, compañeros de trabajo, etc.) que estarían dispuestas a apoyarnos para inscribir nuestras candidaturas. Aunque su voto en octubre sea para otro partido u otros candidatos, su firma en este momento nos da la oportunidad de medirnos en la contienda y participar en las próximas elecciones.

Hay varias formas de participar en el proceso de recolección de firmas:


1. Usted puede imprimir el formulario adjunto, aprobado por la Registraduría para la recolección de firmas. Imprima tantos formularios como esté en capacidad de llenar, cada uno contiene 10 espacios.


Para diligenciar el formulario tenga en cuenta las siguientes recomendaciones:


  • Todos los datos deben ser escritos del puño y letra de la persona que firma, en letra imprenta.
  • La primera casilla (N°) se debe dejar en blanco. Este espacio es exclusivo para la campaña.
  • En la segunda casilla debe ir la fecha del día en que cada persona llena la planilla.
  • En la tercera casilla debe ir el número de cédula del firmante que está apoyando la candidatura.
  • En la cuarta casilla deben ir los nombres completos, como aparecen en la cédula.
  • En la quinta casilla deben ir los apellidos completos, como aparecen en la cédula.
  • En la sexta casilla debe ir la firma de la persona.
  • Sólo en caso de que la persona que firma no sepa escribir, en la séptima casilla debe ir la huella digital del índice derecho.
Ejemplo:

Fecha
Número de Cédula
Nombres Completos
Apellidos Completos
Firma
Huella
12/07/2011
52.547.899
María Camila
Morales Zuluaga
MariaMoralesZ
*

*Sólo en caso de que la persona que firma no sepa escribir


Los formularios diligenciados podrán ser entregados en un sobre de manila cerrado, marcado con su nombre y el de Carlos Vicente de Roux, de 8:00 a 12:00 m y 2:00 a 5:00 p.m., en los siguientes puntos:

  • Asociación de Vivienda Popular, AVP, diagonal 40 A Nº 14-66 (dirección nueva)
  • Confecampo, transversal 28 B Nº 37-20 (preguntar por Daisy o Carlos Simancas)

O puede indicarnos la dirección en la cual podremos recogerlos, del 29 de julio al 4 de agosto.


2. En la Asociación de Vivienda Popular, AVP, diagonal 40 A Nº 14-66, habrá formularios disponibles para las personas que deseen contribuir directamente con su firma.


3. Si lo desea, usted puede también reenviar este mensaje a su lista de contactos.


Si está interesado en vincularse a este proceso, por favor responda este mensaje al correo info@carlosvicentederoux.org o comuníquese a los números fijos: 2872213, 2453382 o al celular: 301-2378115.


Mil gracias por su colaboración.


Carlos Vicente de Roux

Wednesday, July 27, 2011

¡Adiós Joe!

No tengo nada original que decir sobre la muerte de Joe Arroyo. Pero tampoco me puedo callar. Se nos fue el más grande músico popular de Colombia en los últimos 30 años. Una voz privilegiada de las que tardaremos muchos años en encontrar de nuevo, compositor nato, audaz innovador de ritmos. Si no tuvo el éxito global de Shakira o Juanes no fue por falta de merecimiento sino por la estructura del mercado. (Aunque, obviamente, como era de esperarse de semejante artista, alcanzó un éxito internacional nada despreciable.) Peor para las audiencias del mundo que no han encontrado su música y que aún están a tiempo de corregir semejante bache, oyendo a un músico auténtico que no pasó por los tamices del "marketing" que todo lo homogenizan. Los que sí ya hemos tenido el privilegio de escucharlo no lo olvidaremos.

Tuesday, July 19, 2011

Estados Unidos: Sigue el Declive

Cada día me convenzo más de que si vivo dentro de las estadísticas del grueso de la población, yo alcanzaré a presenciar el momento en el que Estados Unidos dejará de ser la gran superpotencia mundial. Seguramente no será una crisis apocalíptica, pero sí puede haber algún punto en el que Estados Unidos vea que, como le pasó a Inglaterra en la Crisis de Suez, que ya no puede extender su influencia.

(A propósito, no lo he comentado aquí, pero ¿vieron que China quiere contruir su primer portaviones? Eso me lleva a nominar mi primer candidato para la "Crisis de Suez" de Estados Unidos: Taiwan.)

Pero hoy no quiero hablar de geopolítica sino de los factores internos que están llevando a ese declive. En estos días se ha sumado uno más: la insistencia del Partido Republicano en su dichosa "enmienda de presupuesto balanceado." Es curioso que el partido más nacionalista e imperialista de los dos es el que más está haciendo por destronar a Estados Unidos de su papel de superpotencia mundial. Pero es así.

Todo el mundo está de acuerdo en que el plan no va a pasar. Es puro teatro del Partido Republicano para congraciarse con algunos de sus simpatizantes, justo en la semana en la que tienen que decidir qué hacer con el cupo de endeudamiento. Pero aunque sea puro teatro, la idea ya está andando. Ya hace parte del arsenal propagandístico del Partido Republicano y, muy seguramente, se va a abrir paso, poco a poco.

La idea es reformar la Constitución para que el gasto público nunca pase del 18% del PIB y para que se necesiten mayorías calificadas de dos tercios para aumentar los impuestos. Muchos comentaristas americanos han expresado claramente el carácter antidemocrático de esta propuesta, que le quita al proceso político su capacidad de decisión sobre asuntos fundamentales. Muchos comentaristas de izquierda han hecho la queja obvia de que semejante enmienda requeriría socavar aspectos fundamentales del ya precario estado del bienestar americano. Pero aquí quiero concentrarme en un aspecto un poco más frívolo pero que debe llamarle la atención a cualquier no-americano.

Durante buena parte del siglo XX, Estados Unidos era el país capaz de atraer recursos del mundo entero para lanzar iniciativas que dejaban boquiabierta la humanidad. Iniciativas buenas (internet) y malas (casi toda la política exterior). Pero, fuera como fuera, era una potencia formidable; la mayor de la historia. Buena parte de esto se lograba precisamente porque el Estado tenía la flexibilidad para pensar en grande. Para eso se necesita un andamiaje institucional complicadísimo. El Estado debe poder ejercer su autoridad sobre una economía descomunal (para cobrar impuestos) y debe tener un proceso político y económico que persuada al mundo entero de prestarle a las tasas de interés más bajas posibles. Ahora, en una sola semana, el Partido Republicano quiere destruir piezas fundamentales de ese andamiaje. Quiere decirle al mundo que su deuda no es tan segura como creían (al no aumentar el cupo de endeudamiento cuando se necesita) y ahora insisten en que el Estado americano no debe pensar en grande sino que debe convertirse en un apéndice molesto y atrofiado, incapaz de formar proyectos colectivos. Increíble. Aunque tiene mucho qué criticar, en estas fotos se puede ver cómo funciona un país que sí va encaminado a ser potencia mundial. Sin límites imbéciles como el 18%. Le parece a uno estar viendo lo que era Estados Unidos hace un siglo.

¿Puede Alguien Ser Socialdemócrata en el Siglo XXI?

Hace tiempos he soñado con escribir un ensayo largo defendiendo mi credo ideológico con el manido título de "¿Por Qué No Soy Socialdemócrata?" Algún día lo haré. Por ahora me detienen dos cosas: 1. falta de tiempo y 2. ya tanta gente ha plagiado el título de Russell que no sé si valga la pena reciclarlo más. Pero bueno, aquí va una de las cosas que incluiré en aquel gran ensayo cuando salga. Es una que no había pensado antes pero que la crisis financiera actual me ha hecho pensar.

Keynes siempre creyó que su objetivo principal era salvar al capitalismo de su autodestrucción. A juicio de los keynesianos, la enseñanza fundamental de la Gran Depresión era que los mercados podían en ocasiones entrar en dinámicas de mal desempeño autoinfligido y que en esos casos ciertas dosis prudentes de acción del Estado podían ser la solución. La fórmula resultaba, en últimas, muy sencilla: superávit fiscal en tiempos de auge y déficit fiscal en tiempos de recesión. De esa manera se podían amortiguar los ciclos económicos preservando el punto central del pacto social capitalista: la propiedad privada sobre los medios de producción. El Estado no entraría a disputar el control de la inversión ni nada por el estilo sino que se limitaría a jugar un papel remedial en tiempos de necesidad, financiado con la prudencia fiscal en las fases expansivas del ciclo.

Hasta ahí, todo bien. Pero en la práctica, el capitalismo keynesiano de la postguerra resultó ser más intervencionista de lo que se hubiera podido creer en sus albores. No estoy seguro de cuál es la causa. Dudo que tuviera que ver con el mismo Keynes quien en realidad no era un entusiasta del "dirigismo económico."

Se me ocurre que parte del asunto tiene que ver con la Segunda Guerra Mundial. Durante la guerra todo el mundo, ganadores y perdedores, se embarcaron, por obvias razones, en una movilización de recursos a cargo del Estado sin precedentes. (Está bien, en la Unión Soviética esto venía desde antes, pero la idea es clara.) En tiempos normales, la fórmula keynesiana del pleno empleo era perfectamente compatible con el mercado. Por ejemplo, un subsidio a los salarios del sector privado podría constituir un programa keynesiano de estímulo a la demanda agregada sin afectar para nada la estructura de propiedad del capital. Pero en tiempos de guerra, el Estado termina por asumir un papel central.

Cuando vuelve la paz resulta que sobre el terreno es difícil reducir el papel del Estado. Me gustaría documentar esto bien, pero por ahora se me ocurren algunos factores. No sé si Europa Occidental hubiera podido encajar el shock de desempleo que hubiera representado suprimir de un plumazo toda la inversión en reconstrucción. Estados Unidos, aunque sin la devastación de la guerra, también atravesaba problemas similares. A eso hay que sumarle el efecto democratizador de la guerra, en la medida en volvión incontrovertible (por lo menos en público) la necesidad de atender las necesidades de los que la pelearon. El caso más claro es cómo, gradualmente, el legado de la guerra fue erosionando las bases legitimadoras del sistema de segregación racial en Estados Unidos. En Inglaterra la guerra sentó las bases políticas para la creación del Sistema Nacional de Salud.

Sea por las razones que sea, tras la Segunda Guerra Mundial, las economías capitalistas de Occidente se orientaron por una mezcla de keynesianismo en asuntos fiscales, una presencia significativa del Estado como gestor de recursos y, como legado de las luchas políticas de la pre-guerra, árbitro de las relaciones entre capital y trabajo. ¿Resultado? Treinta años de oro para la socialdemocracia.

A partir de la primera mitad de los 70s el sistema comienza a resquebrajarse. No voy a entrar en detalles pero lo que me importa señalar es que ya para los 90s se ha establecido un vasto consenso en torno a la necesidad de reducir el papel de Estado como gestor de recursos.

Pero aquí es donde la cosa se pone interesante. La gestión estatal de la economía, aunque no fuera parte del plan original de Keynes, era un excelente complemento político para su doctrina económica. Aunque en teoría suena muy bien la idea de prudencia fiscal en la expansión y déficit fiscal en la recesión, en la práctica es muy difícil implementar esa idea si el Estado es un simple recaudador al que se le puede tomar el pelo sin que pase nada. Es casi imposible crear un pacto político que vuelva sostenible esa doctrina de mitigación del ciclo. En las fases expansivas nadie quiere votar por subir impuestos y acumular superávits.

De ahí el déficit de legitimidad que tiene la actual crisis financiera, un déficit tanto o más grave que los déficits fiscales. Es muy común oír a los voceros de la derecha hacer acto de contrición en estos tiempos diciendo cosas como "Cierto, nos llegó la época de la resaca después de la embriaguez del boom."

¿Nos llegó? ¿A quiénes? ¿Cuál es ese "nosotros"? ¿Todos los ciudadanos se beneficiaron del boom y ahora les toca a todos pagar? Mmmm, no sé. Yo no viví en España en los años del boom, pero mi impresión de observador casual es que para muchas familias el boom no se tradujo en ríos de leche y miel sino simplemente en un contrato un poquito mejor en el sector de la construcción. (Y eso para no hablar de los jóvenes que dejaron de estudiar por eso.) Yo viví en Estados Unidos en los años del boom y nunca tuve la impresión de que los sectores más pobres estaban saliendo definitivamente de la pobreza, acumulando activos, educándose, viajando, dándose gustos. No. Si acaso, pasaban de alquilar una casa a "comprar" otra un poco mejor y ahora sabemos que dicha "compra" era una ficción.

Mientras más subimos en la escala social, más vemos los beneficios del boom. La clase media americana pudo pedir préstamos ofreciendo como garantía su casa (sobrevalorada) para comprar otro carro, unas vacaciones mejores que las del año anterior, de pronto un poquito para la universidad de los hijos, cosas de esas. Nada despreciables, de acuerdo. Pero tampoco una cornucopia inagotable de abundancia. Para ver quiénes sí se beneficiaron en grande del boom, hay que llegar a donde están los más ricos. Allí sí que se hicieron fortunas.

Esto es sabido de todos. Lo que quiero subrayar ahora es que, desde el punto de vista político, tenemos un sistema que hace que la asignación de recursos en tiempos de expansión es fundamentalmente privada pero que, a diferencia del capitalismo victoriano, trata de hacer recaer sobre el sector público el peso de la contracción. Como se ha dicho tantas veces, privatización de las ganancias, socialización de las pérdidas.

Lo que pasa es que eso no es únicamente perversidad de unos políticos (por supuesto que la hay). Es una propiedad inherente a un sistema en el que el Estado juega un papel puramente remedial: mitigar las peores consecuencias del mercado ("gasto social") pero que no tiene nada qué decir ni qué hacer cuando las cosas van bien. Tiene toda la responsabilidad en la época de las vacas flacas, pero no participa en las decisiones durante la época de las vacas gordas. Ese es el déficit democrático. Por eso la gente no entiende ahora que le hablen de ajustes fiscales dizque para "pagar lo que nos comimos." La inmensa maýoría de la población nunca sintió que tuviera ninguna participación en decidir qué hacer con el boom, a dónde se iban los recursos, cómo se invertían, cuáles eran las perspectivas de valorización de los mismos, etc. Y ahora le pasan la factura de un banquete que no pidió y del que acaso probó unos cuantos bocados.

Para cerrar por ahora, creo que esta es una fisura gravísima en los cimientos de cualquier posible socialdemocracia del siglo XXI. No veo a ningún partido político importante hablando ahora de cómo repensar el papel del Estado en la economía, o, más general, cómo cambiar las relaciones de propiedad, para evitar que el ciclo económico típico de una economía de mercado genere este tipo de déficit de legitimación. Y mientras ese déficit no se resuelva, no veo cómo será viable el pacto socialdemócrata.

Sunday, July 17, 2011

Epistemología y Sociedad

Desde hace años tengo cierta fascinación por las "teorías conspirativas." No presumo de ser experto en ellas aunque sé que hay estudiosos serios al respecto. Lo mío es más que siempre me ha asaltado la inquietud de que ellas esconden una clave epistemológica o sociológica importante que no alcanzo a entender. Pues bien, creo que en estos días he entendido un poco más el asunto, sin haber llegado al fondo de él. Si esto ya es archisabido por los expertos en la materia, me disculpan.

Durante muchísimo tiempo la filosofía occidental partió de la base de que el conocimiento es algo que el individuo se puede apropiar totalmente mediante el uso de la razón. En el esquema de Platón, que tanto influyó sobre los sucesores, la búsqueda del conocimiento comienza por asegurarse un punto fijo (por ejemplo, la geometría euclideana) y luego aplicar sucesivas operaciones racionales, sancionadas por la lógica, para acrecentar la cantidad de conclusiones que pueden ser sabidas en forma apodíctica. A pesar de las enormes diferencias entre Platón, Aristóteles, Descartes y Kant, todos ellos comparten una noción similar. (Aunque Kant ya empieza a tener sus dudas sobre la posibilidad de que un esquema de ese estilo dé cuenta de todo lo que es necesario saber.)

Pero después de Kant ese paradigma se empieza a resquebrajar. Hegel comienza a considerar la posibilidad de que el conocimiento y la racionalidad son productos colectivos. Para Hegel el conocimiento absoluto no es accesible a un único individuo sino que es, como mínimo, algo que si acaso una formación social en su conjunto, con ciertas condiciones específicas, puede llegar a apropiarse.

De esa noción de Hegel vienen dos tradiciones distintas pero no irreconciliables: la tradición marxista sobre la crítica de las ideologías (incluida la religión) y algunos elementos del pragmatismo americano. No soy experto en pragmatismo pero me llama la atención que Dewey siempre se consideró a sí mismo como un hegeliano de izquierda.

La idea central del pragmatismo (hasta donde se me alcanza por mis pocas lecturas del asunto) es que el conocimiento es, ante todo, una actividad colectiva. Por lo tanto, no existe un árbitro del conocimiento inmanente a la conciencia sino que el conocimiento se valida únicamente por su éxito en llevarnos (colectivamente) de A a B.

Por ejemplo, lo que le da su status de conocimiento a la física contemporánea no es que sea resultado de una serie de operaciones lógicas o de que tenga un cuerpo axiomático cierto. De hecho, es muy probable que el cuerpo axiomático de la física esté equivocado, cosa que admiten los mismos físicos. Lo que hace que la física contemporánea sea conocimiento es su éxito. Es decir, no podemos decir que la física es conocimiento válido o inválido. Podemos simplemente decir que la física es un conocimiento que podemos considerar tan válido como nos es posible considerar algo dadas nuestras limitaciones, por el hecho de que la física contemporánea funciona. En este momento estoy escribiendo estas líneas en Madrid y algunos de Uds. las van a leer en otra parte del mundo en unas pantallas de plástico. Esto constituye evidencia de que los computadores funcionan, de que internet funciona, y por lo tanto, constituye evidencia de que algo de cierto debe haber en todas las teorías sobre ondas electromagnéticas que hemos acumulado durante más de un siglo. Probablemente esas teorías tengan problemas con partículas elementales y cosas de esas. Pero por lo pronto es lo mejor que tenemos.

En el párrafo anterior utilicé muy deliberadamente la primera persona del plural. Yo no soy físico. No tengo ni idea de partículas elementales. Pero mi actividad diaria reposa sobre ese conocimiento y lo valida. Maxwell, Planck, Heisenberg, Uds mis lectores y yo, pertenecemos todos a una colectividad que ha ido acumulando evidencias, teorías y prácticas que las validan. El conocimiento es inherentemente colectivo.

Por lo tanto, el conocimiento, para poderse acumular, para podernos llevar de A a B requiere relaciones sociales, fundamentalmente, relaciones de confianza. Yo tengo que poder confiar en todo el conocimiento previo para poder seguir con mi vida. La división del trabajo nos obliga a todos a confiar en que cada uno ha hecho su parte correctamente. De otro modo yo tendría que estar permanentemente revisando los cómputos de Maxwell, Planck, y tantos otros para poder usar mi computador.

Con esto vuelvo al tema inicial. Lo que le da su carácter fascinante a las teorías conspirativas es que sus proponentes aspiran a tener conocimiento cierto sobre algo pero sin aceptar ningún lazo de confianza con nadie. El proponente de una teoría conspirativa duda de cualquier autoridad que los demás consideramos como legítima. Si le mostramos una autopsia de Elvis Presley va a decir que es falsa y que, obviamente, los falsificadores van a tratar de presentarla como verdadera. Si le mostramos las confesiones de Nuremberg sobre el Holocausto, va a decir que son falsas y que, obviamente, las autoridades Aliadas iban a mentir al respecto. Si le mostramos el video de los aviones estrellándose contra las Torres Gemelas va a decir que es un holograma y que, obviamente, todas las cadenas de televisión van a mentir al respecto.

Generalmente toda teoría conspirativa tiene dos puntos flacos. Primero, no existe evidencia sobre la conspiración misma. Segundo, la supuesta conspiración involucra a miles de personas, a veces muy separadas en el tiempo y el espacio, a tal punto que a los demás nos cuesta trabajo creer que todos esos participantes estén de acuerdo. Pero lo curioso es que nuestro conocimiento es un poco así. Nuestro conocimiento es resultado de la actividad de millones de personas, sin necesidad de un plan maestro. Es como si la teoría conspirativa nos ofrece una imagen de nuestro conocimiento reflejada en uno de aquellos espejos curvos de los parques de atracciones; podemos reconocer los rasgos básicos pero distorsionados grotescamente.

Este es el punto en el que el pragmatismo americano y la crítica marxista resultan ser dos lados de la misma moneda. ¿Por qué podemos confiar en el conocimiento generado por millones de personas? Porque esos millones de personas operan dentro de una comunidad, la comunidad científica, que está sujeta a unas reglas, unas tácitas, otras explícitas, que supuestamente permiten la generación de esa confianza. Se trata de reglas que regulan la interferencia del interés personal, o de los prejuicios colectivos, para garantizar, tanto como sea posible, que la producción de conocimiento funcione.

Pero ninguna comunidad humana, constituida por personas reales, va a satisfacer plenamente las condiciones ideales del pragmatismo. Esto es tanto más cierto cuanto más alejados estemos de la simple producción de conocimiento y más cerca nos encontremos de una comunidad regida por relaciones de poder.

La comunidad científica tiene relaciones de poder. Pero, por lo menos en su ideal, los abusos de poder se encuentran bajo control por el imperativo de encontrar la verdad. Digo imperativo en serio. Supuestamente, la búsqueda de la verdad es el criterio último. A manera de metáfora, pensemos en lo que ocurre en grupos humanos donde haya jerarquías pero también imperativos externos de supervivencia. Por ejemplo, una unidad militar, una flota naval, un grupo de exploradores, en fin. Dentro de ese grupo puede que haya relaciones de poder. Pero el ejercicio del poder está subordinado al fin último de la supervivencia. Por eso puede haber motines contra líderes ineptos que pongan en peligro la supervivencia del grupo. Por eso las insubordinaciones solo ocurren en contextos relativamente inocuos.

La comunidad científica ideal funciona en forma un tanto análoga (supuestamente sin latigazos, pero también los hay...). Es decir, existen relaciones de poder pero el legitimador último del poder es el éxito en la búsqueda del conocimiento.

Pero aún si existiera una comunidad científica ideal así, la sociedad como tal no funciona de esa manera. La sociedad como tal no tiene imperativos externos de éxito. La sociedad como tal no desaparece. Por lo tanto, las relaciones de poder no tienen un factor legitimador externo que mantenga a raya sus abusos. En tanto que las ideologías son formas de entender la sociedad pero sin ninguna de las condiciones de generación de una comunidad científica ideal, son vulnerables a todo tipo de contaminación por parte de los intereses particulares, los prejuicios y cosas de esas.

No se me ocurre una conclusión deslumbrante de todo esto. Pero me gusta que por fin me he logrado aclarar a mí mismo por qué es que me dan tanta curiosidad las teorías conspirativas.

¡Felicitaciones Medófilo!

Hace unos días Medófilo Medina (no, no somos parientes) envió una carta abierta a Alfonso Cano. Es una carta excelente por sí misma pero además hace parte de una idea de más largo plazo que viene desde los tiempos de "Colombian@s por la Paz." En aquel entonces la idea de varios que participamos en el asunto era establecer cierta interlocución ciudadana con las FARC. Hay que recordar el contexto: el gobierno Uribe había cerrado todo tipo de mecanismo de interlocución (ni siquiera hablo de diálogo o negociación) y se empeñaba en calificar a todo disidente de auxiliador del terrorismo. Pero en toda guerra es importante que haya mecanismos políticos. Las "cartas abiertas a las FARC" de aquella época eran un intento por crear un mecanismo de ese estilo. Las cosas se fueron diluyendo, cosa que me decepcionó. Pero ahora veo que Medófilo sigue trabajando en esa idea. Excelente. El es la persona idónea para abrir trocha: tiene los quilates intelectuales, conoce a las FARC como pocos, las entiende a la vez que las critica, es civilista y pacifista intachable, es progresista. Desde acá le envío una felicitación. Si este diálogo crece, es algo en lo que todos debemos aportar algo.

Saturday, July 9, 2011

Ahh, Pensar que Estados Unidos Alguna Vez Tuvo Un Presidente Así...

Lectores de este blog saben lo que pienso de FDR (el gran estadista del siglo XX). Ahora viendo como Obama se va rindiendo cada vez más ante el Peor Partido Político del Mundo, Ronald Dworkin nos recuerda este episodio. Definitivamente eran otros tiempos.

Thursday, July 7, 2011

No Entiendo Qué Es un "Evento Crediticio."

A medida que la crisis griega sigue su curso ineluctable hacia la reestructuración (inserten aquí Uds. su propio símil erudito con su tragedia clásica predilecta), nos vamos enterando de más detalles sobre los mecanismos finos del asunto. Una de las cosas que me han llamado la atención es que, según todos los recuentos, lo que puede ocurrir en cualquier momento es: Grecia toma algún paso que no esté previsto en los contratos de los bonos e inmediatamente las agencias calificadoras declaran un "evento crediticio" y comienza el show.

La pregunta que me hago (y no soy el único) es: ¿por qué diablos a estas alturas del partido todavía las agencias calificadoras tienen el poder de declarar cualquier cosa? ¿Por qué diablos los actores relevantes siguen escuchando lo que dicen las agencias calificadoras? Estas son las mismas agencias calificadoras que hasta hace poco estaban diciendo que hipotecas inmobiliarias titularizadas ¡tenían el mismo riesgo que los bonos del Tesoro de Estados Unidos! Por una fracción de la millonada de dólares que se ganaron diciendo eso yo hubiera podido dar un estimativo mejor. Un chimpancé escogiendo timbres al azar hubiera dado un estimativo mejor.

Si hablamos de responsabilidad institucional, esto es de lo peor que hemos visto. Podemos criticar todo lo que queramos a la Iglesia Católica. Pero por lo menos, cuando se descubrieron los manejos oscuros del Cardenal Law en Boston, en materia de cómo tratar con sacerdotes acusados de pedofilia, el Cardenal Law cesó sus funciones. Nadie volvió a prestar atención a sus opiniones sobre nada. Podemos criticar la Administración de Samuel Moreno todo lo que queramos (y lo que se merece), pero nadie está pensando en nombrar a Samuel Moreno como interventor de ninguna obra. En cambio en este caso, las mismas firmas calificadoras siguen encargadas del mismo trabajo. Y los mercados siguen pendientes de ellas. No entiendo.

La Constitución Colombiana Cumple 20 Años. (IV)

Termina su artículo Daniel García-Peña señalando que hoy en día las dos fuerzas políticas más interesadas en una nueva constituyente son la extrema derecha del uribismo (para poder hacer su restauración bonapartista) y la extrema izquierda de las FARC. Eso me puso a pensar porque yo mismo he defendido en algunas ocasiones la posibilidad de ofrecerle a las FARC algunas reformas constitucionales si es preciso para acabar el conflicto armado.

De pronto me toca cambiar de opinión no lo sé. Se me viene a la cabeza la frase de Keynes tan citada en estos días: "Cuando los hechos cambian, yo cambio de parecer. ¿Ud. qué hace?"

Desde hace años he creído que el conflicto armado con las FARC se puede y se debe acabar mediante una vía política que incluya reformas importantes a la economía política del país. Por ejemplo, si yo pudiera hacer reformas constitucionales con una varita mágica, yo incluiría el principio de renta básica en la constitución, para no dejarlo al arbitrio del gobierno de turno. En mi mundo ideal, cada gobierno podría decidir cuánta renta básica garantizar, cómo recaudarla, cómo redistribuirla, pero no podría simplemente burlar el principio general. Si además uno pudiera convencer a las FARC de que eso, junto con otros cambios en materia de recursos naturales y erradicación de droga y cosas de esas, es el mejor acuerdo que van a obtener en los próximos 50 años y, como resultado, las llevara a dejar las armas y volverse partido político, yo estaría de plácemes.

Pero los procesos políticos no se diseñan en un blog y por lo tanto ahora nos encontramos con que el uribismo también le ha cogido el "gustico" (para usar términos de su jefe) a las reformas constitucionales.  De modo que las opciones han cambiado. A mi me atraía la idea de un paquete muy reducido pero audaz de reformas constitucionales que sirvieran para profundizar la democracia y al mismo tiempo asegurar la paz. Ahora en cambio lo que empieza a proponerse desde el uribismo es un proceso constituyente mucho más ambicioso con unos propósitos distintos.

No se me ocurre una forma más ignominiosa de enterrar la Constitución del 91 que dejándola en el medio de los zarpazos de la izquierda armada y la extrema derecha de origen paramilitar. La Constitución es reformable, como ya lo dije. Pero creo que el punto de partida debería ser que ella tiene la primacía, ella tiene más legitimidad que cualquier otro proyecto político. Quien quiera reformarla tiene primero que mostrarle respeto y aceptar que cualquier proceso de reformas es una concesión y que, por eso mismo, debe ser limitado en sus propósitos y alcances y no debe ir a contramano de los principios cardinales del estado social de derecho. Para decirlo en términos prácticos: reforma constitucional, sí, pero pequeña, asamblea constituyente, no.

De hecho, aunque no soy experto en derecho constitucional, me da la impresión de que muchísimas de las cosas que se le podrían ofrecer a las FARC (como las que mencioné atrás) se pueden hacer sin necesidad de una reforma constitucional. Es más asunto de voluntad política.

Ya metidos a pensar en esto, me queda una pregunta suelta: el régimen semi-parlamentario. A mí desde hace mucho me han gustado los regímenes parlamentarios. La inmensa mayoría de las grandes democracias del mundo son regímenes parlamentarios (la excepción más prominente es Estados Unidos).  Esas democracias son más igualitarias, más prósperas, más respetuosas de los derechos individuales que el resto del mundo. No. No soy tan torpe como para no darme cuenta que la prosperidad, la democracia, la igualdad y todas esas maravillas no son resultado del régimen parlamentario. Pero claramente un régimen parlamentario es compatible con ellas.

Entonces, desde hace mucho, es más desde antes del 91, me he preguntado si no sería buena idea adoptar un régimen parlamentario. Como sé que en Colombia eso es imposible, me he preguntado si no sería buena idea una aproximación: un régimen semi-parlamentario, como el de Francia.

Pues resulta que ahora en Colombia son los uribistas los grandes abanderados del régimen semiparlamentario. Uribe, calculan ellos, sería el perfecto Putin y solo sería cuestión de buscarle un Medvedev que le haga el mandado. (Aunque en la vida real el dúo Putin-Medvedev no funciona en forma tan acompasada.)

No sé qué pensar. Pero creo que si uno cree en unos principios constitucionales debe defenderlos independientemente de que gente en la otra orilla ideológica se pueda beneficiar de ellos. Si uno, como yo, es izquierdista y cree que un régimen semi-parlamentario es deseable (por razones que tengo que pensar mejor) no debería dejar de defender esa idea porque coyunturalmente Uribe y su bando puedan sacarle partido. Los principios constitucionales deben ser neutrales ante esta clase de consideraciones. Por ahora dejo ahí. Claramente tengo que pensar mejor algunos aspectos de este asunto.

La Constitución Colombiana Cumple 20 Años. (III)

Sí ya sé: el cumpleaños ya pasó. Pero tratándose de una constitución, no tiene nada malo seguirlo celebrando después de la fecha exacta.

Cuando comencé esta miniserie sobre la Constitución del 91 lo hice motivado por los artículos de economistas, especialmente de corte neoliberal como Carrasquilla y Montenegro. Aún no me he referido, como me lo proponía, al artículo de Carrasquilla. Pero mientras más lo pienso más difícil me queda porque veo que en él Carrasquilla repite uno de sus argumentos centrales y ese argumento nunca lo he podido entender.

Según Carrasquilla, el problema de la desigualdad en Colombia es ante todo, un problema de informalidad. No está mal como punto de partida. Pero yo en mi ingenuidad pensaría que si ese es el problema, la solución es aumentar el alcance de la formalidad, extendiendo las garantías del empleo formal mediante una agresiva regulación de los mercados laborales, precisamente para obligar a los empleadores a ofrecer empleo formal. Yo en mi ingenuidad pensaría que las fuerzas del mercado por sí mismas no crean empleo formal para todos. Algunas personas tienen suficiente capacidad de negociación en el mercado laboral para obtener condiciones maravillosas: vacaciones pagadas, servicio médico, flexibilidad de horario, en fin. Pero no todas tienen esa capacidad porque no todas tienen acceso a títulos de educación superior y cosas de esas. Entonces, a esas personas el mercado por sí solo no les permite contratos estables y de buena calidad. ¿Cómo lo sé? Porque la legislación laboral en Colombia no le prohibe a ningún empleador ofrecer de su bolsillo toda clase de prebendas. Y sin embargo, los que no están obligados, no lo hacen.

Carrasquilla, en cambio, cree que la solución es liberalizar aún más el mercado laboral. Presuntamente existe algún mecanismo oculto, contraintuitivo, que hace que mientras más libre el mercado laboral, mayor va a ser la cobertura de contratos formales. No entiendo. En mi ingenuidad, me parece como si uno dijera: "la escandalosa desigualdad en la tasa de supervivencia al naufragio del Titanic se debe a que había unos cuantos privilegiados que pudieron acceder a botes salvavidas." Cierto. Pero entonces la solución es crear más botes salvavidas. No abolir su instalación. Ingenuo que soy yo.

Luego Carrasquilla arremete contra el Estado del bienestar para la clase media que se ha ido creando a la sombra de la Constitución. Viejo debate. Pero voy a tratar de enfocarlo desde otro ángulo.

Para neoliberales como Carrasquilla, el ideal normativo es el mercado. El problema es que el mercado genera desigualdades que, con el tiempo, pueden llegar a crear problemas de deslegitimidad política. Para eso hay varias posibles soluciones. Primera, represión. El pinochetismo de Hayek se debía en buena medida a que para él esa era la solución más sensata al "problema" del exceso de socialistas que dejó regados el régimen de Allende. Obviamente esta solución es solo para casos extremos. Segunda, predicación. Es decir, si logramos convencer a las masas de que la igualdad no es importante y que los pobres tienen la culpa de su propia condición, el problema de legitimidad del mercado desaparece. Lo que pasa es que esa solución toma mucho tiempo y casi nunca funciona del todo bien, como para evitar tener que apelar a la primera. Entonces, la tercera opción es: redistribución. Tomar las medidas económicas necesarias para aliviar la desigualdad en la medida que sea necesario para mantener la legitimidad del mercado.

Para socialistas como yo el mercado no es un ideal normativo. Es un mecanismo de asignación de recursos con excelentes propiedades y que, sí, contribuye a la autorealización de muchos individuos. Por lo tanto, una sociedad justa tiene que tener mercados. Pero eso no quiere decir que el mercado sea la estrella polar en el firmamento de la justicia en torno a la cual giran los demás cuerpos celestes. Para nosotros el mercado debe coexistir con otros principios. Uno de esos principios es el de la propiedad colectiva sobre la riqueza de la sociedad. Esto implica que todos los ciudadanos deben ser partícipes de los mecanismos de "redistribución." Uso redistribución entre comillas porque desde este punto de vista, no se trata de que exista una distribución originaria, incontaminada (la del mercado) que luego vamos a ensuciar mediante medidas de política pública. Al contrario, desde este punto de vista, la salud pública, la educación pública, todas esas cosas, son de legítima propiedad de todos. Resulta ser que el Estado es el mecanismo para entregarla pero eso no cambia el hecho de que los propietarios son todos los ciudadanos. Por lo tanto, en este esquema es de esperarse que también la clase media sea beneficiaria de subsidios y cosas de esas. Podemos discutir si el actual sistema le está entregando a la clase media más subsidios de los que debería. Pero eso no impugna el principio básico de universalidad.

Lo curioso de este debate es que ni la posición de Carrasquilla ni la mía son directamente relevantes a la hora de evaluar la Constitución del 91. Como bien lo dice hoy Rodolfo Arango (hace años que no lo veo, si lee esto, le mando un saludo), la Constitución colombiana no es ni socialista ni neoliberal: es un acuerdo político básico que, deliberadamente, deja abiertos estos debates para que sea el proceso político el que los decida. Lo que pasa es que en los últimos 20 años las fuerzas alineadas con Carrasquilla han ganado más batallas políticas que las fuerzas de inspiración socialista o social demócrata.

Curiosamente, no han ganado tanto como para dejar a Carrasquilla satisfecho. Eso es normal. Para Carrasquilla siempre habrá demasiada intervención estatal y para mí, a menos que Colombia se convirtiera en una Suecia tropical, siempre habrá demasiada desigualdad.

Cambiando de tema, pero para ir redondeando esta serie sobre la Constitución del 91, hace mucho he pensado una cosa que le leí en estos días a Daniel García-Peña: esa Constitución es resultado de un pacto político, no de una guerra civil ni de una revolución. Hoy en día procesos similares se han ido volviendo relativamente normales en América Latina. Venezuela, Ecuador y Bolivia han tenido profundas reformas constitucionales en los últimos años. Pero que en 1991, a escasos dos años de acabarse la guerra fría, en medio de una escalada de violencia terrorista sin precedentes, el país le hubiera apostado a un ejercicio constitucional de ese estilo es algo de lo cual los colombianos deberíamos estar orgullosos.