Sunday, July 17, 2011

Epistemología y Sociedad

Desde hace años tengo cierta fascinación por las "teorías conspirativas." No presumo de ser experto en ellas aunque sé que hay estudiosos serios al respecto. Lo mío es más que siempre me ha asaltado la inquietud de que ellas esconden una clave epistemológica o sociológica importante que no alcanzo a entender. Pues bien, creo que en estos días he entendido un poco más el asunto, sin haber llegado al fondo de él. Si esto ya es archisabido por los expertos en la materia, me disculpan.

Durante muchísimo tiempo la filosofía occidental partió de la base de que el conocimiento es algo que el individuo se puede apropiar totalmente mediante el uso de la razón. En el esquema de Platón, que tanto influyó sobre los sucesores, la búsqueda del conocimiento comienza por asegurarse un punto fijo (por ejemplo, la geometría euclideana) y luego aplicar sucesivas operaciones racionales, sancionadas por la lógica, para acrecentar la cantidad de conclusiones que pueden ser sabidas en forma apodíctica. A pesar de las enormes diferencias entre Platón, Aristóteles, Descartes y Kant, todos ellos comparten una noción similar. (Aunque Kant ya empieza a tener sus dudas sobre la posibilidad de que un esquema de ese estilo dé cuenta de todo lo que es necesario saber.)

Pero después de Kant ese paradigma se empieza a resquebrajar. Hegel comienza a considerar la posibilidad de que el conocimiento y la racionalidad son productos colectivos. Para Hegel el conocimiento absoluto no es accesible a un único individuo sino que es, como mínimo, algo que si acaso una formación social en su conjunto, con ciertas condiciones específicas, puede llegar a apropiarse.

De esa noción de Hegel vienen dos tradiciones distintas pero no irreconciliables: la tradición marxista sobre la crítica de las ideologías (incluida la religión) y algunos elementos del pragmatismo americano. No soy experto en pragmatismo pero me llama la atención que Dewey siempre se consideró a sí mismo como un hegeliano de izquierda.

La idea central del pragmatismo (hasta donde se me alcanza por mis pocas lecturas del asunto) es que el conocimiento es, ante todo, una actividad colectiva. Por lo tanto, no existe un árbitro del conocimiento inmanente a la conciencia sino que el conocimiento se valida únicamente por su éxito en llevarnos (colectivamente) de A a B.

Por ejemplo, lo que le da su status de conocimiento a la física contemporánea no es que sea resultado de una serie de operaciones lógicas o de que tenga un cuerpo axiomático cierto. De hecho, es muy probable que el cuerpo axiomático de la física esté equivocado, cosa que admiten los mismos físicos. Lo que hace que la física contemporánea sea conocimiento es su éxito. Es decir, no podemos decir que la física es conocimiento válido o inválido. Podemos simplemente decir que la física es un conocimiento que podemos considerar tan válido como nos es posible considerar algo dadas nuestras limitaciones, por el hecho de que la física contemporánea funciona. En este momento estoy escribiendo estas líneas en Madrid y algunos de Uds. las van a leer en otra parte del mundo en unas pantallas de plástico. Esto constituye evidencia de que los computadores funcionan, de que internet funciona, y por lo tanto, constituye evidencia de que algo de cierto debe haber en todas las teorías sobre ondas electromagnéticas que hemos acumulado durante más de un siglo. Probablemente esas teorías tengan problemas con partículas elementales y cosas de esas. Pero por lo pronto es lo mejor que tenemos.

En el párrafo anterior utilicé muy deliberadamente la primera persona del plural. Yo no soy físico. No tengo ni idea de partículas elementales. Pero mi actividad diaria reposa sobre ese conocimiento y lo valida. Maxwell, Planck, Heisenberg, Uds mis lectores y yo, pertenecemos todos a una colectividad que ha ido acumulando evidencias, teorías y prácticas que las validan. El conocimiento es inherentemente colectivo.

Por lo tanto, el conocimiento, para poderse acumular, para podernos llevar de A a B requiere relaciones sociales, fundamentalmente, relaciones de confianza. Yo tengo que poder confiar en todo el conocimiento previo para poder seguir con mi vida. La división del trabajo nos obliga a todos a confiar en que cada uno ha hecho su parte correctamente. De otro modo yo tendría que estar permanentemente revisando los cómputos de Maxwell, Planck, y tantos otros para poder usar mi computador.

Con esto vuelvo al tema inicial. Lo que le da su carácter fascinante a las teorías conspirativas es que sus proponentes aspiran a tener conocimiento cierto sobre algo pero sin aceptar ningún lazo de confianza con nadie. El proponente de una teoría conspirativa duda de cualquier autoridad que los demás consideramos como legítima. Si le mostramos una autopsia de Elvis Presley va a decir que es falsa y que, obviamente, los falsificadores van a tratar de presentarla como verdadera. Si le mostramos las confesiones de Nuremberg sobre el Holocausto, va a decir que son falsas y que, obviamente, las autoridades Aliadas iban a mentir al respecto. Si le mostramos el video de los aviones estrellándose contra las Torres Gemelas va a decir que es un holograma y que, obviamente, todas las cadenas de televisión van a mentir al respecto.

Generalmente toda teoría conspirativa tiene dos puntos flacos. Primero, no existe evidencia sobre la conspiración misma. Segundo, la supuesta conspiración involucra a miles de personas, a veces muy separadas en el tiempo y el espacio, a tal punto que a los demás nos cuesta trabajo creer que todos esos participantes estén de acuerdo. Pero lo curioso es que nuestro conocimiento es un poco así. Nuestro conocimiento es resultado de la actividad de millones de personas, sin necesidad de un plan maestro. Es como si la teoría conspirativa nos ofrece una imagen de nuestro conocimiento reflejada en uno de aquellos espejos curvos de los parques de atracciones; podemos reconocer los rasgos básicos pero distorsionados grotescamente.

Este es el punto en el que el pragmatismo americano y la crítica marxista resultan ser dos lados de la misma moneda. ¿Por qué podemos confiar en el conocimiento generado por millones de personas? Porque esos millones de personas operan dentro de una comunidad, la comunidad científica, que está sujeta a unas reglas, unas tácitas, otras explícitas, que supuestamente permiten la generación de esa confianza. Se trata de reglas que regulan la interferencia del interés personal, o de los prejuicios colectivos, para garantizar, tanto como sea posible, que la producción de conocimiento funcione.

Pero ninguna comunidad humana, constituida por personas reales, va a satisfacer plenamente las condiciones ideales del pragmatismo. Esto es tanto más cierto cuanto más alejados estemos de la simple producción de conocimiento y más cerca nos encontremos de una comunidad regida por relaciones de poder.

La comunidad científica tiene relaciones de poder. Pero, por lo menos en su ideal, los abusos de poder se encuentran bajo control por el imperativo de encontrar la verdad. Digo imperativo en serio. Supuestamente, la búsqueda de la verdad es el criterio último. A manera de metáfora, pensemos en lo que ocurre en grupos humanos donde haya jerarquías pero también imperativos externos de supervivencia. Por ejemplo, una unidad militar, una flota naval, un grupo de exploradores, en fin. Dentro de ese grupo puede que haya relaciones de poder. Pero el ejercicio del poder está subordinado al fin último de la supervivencia. Por eso puede haber motines contra líderes ineptos que pongan en peligro la supervivencia del grupo. Por eso las insubordinaciones solo ocurren en contextos relativamente inocuos.

La comunidad científica ideal funciona en forma un tanto análoga (supuestamente sin latigazos, pero también los hay...). Es decir, existen relaciones de poder pero el legitimador último del poder es el éxito en la búsqueda del conocimiento.

Pero aún si existiera una comunidad científica ideal así, la sociedad como tal no funciona de esa manera. La sociedad como tal no tiene imperativos externos de éxito. La sociedad como tal no desaparece. Por lo tanto, las relaciones de poder no tienen un factor legitimador externo que mantenga a raya sus abusos. En tanto que las ideologías son formas de entender la sociedad pero sin ninguna de las condiciones de generación de una comunidad científica ideal, son vulnerables a todo tipo de contaminación por parte de los intereses particulares, los prejuicios y cosas de esas.

No se me ocurre una conclusión deslumbrante de todo esto. Pero me gusta que por fin me he logrado aclarar a mí mismo por qué es que me dan tanta curiosidad las teorías conspirativas.

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