Hace tiempos he soñado con escribir un ensayo largo defendiendo mi credo ideológico con el manido título de "¿Por Qué No Soy Socialdemócrata?" Algún día lo haré. Por ahora me detienen dos cosas: 1. falta de tiempo y 2. ya tanta gente ha plagiado el título de Russell que no sé si valga la pena reciclarlo más. Pero bueno, aquí va una de las cosas que incluiré en aquel gran ensayo cuando salga. Es una que no había pensado antes pero que la crisis financiera actual me ha hecho pensar.
Keynes siempre creyó que su objetivo principal era salvar al capitalismo de su autodestrucción. A juicio de los keynesianos, la enseñanza fundamental de la Gran Depresión era que los mercados podían en ocasiones entrar en dinámicas de mal desempeño autoinfligido y que en esos casos ciertas dosis prudentes de acción del Estado podían ser la solución. La fórmula resultaba, en últimas, muy sencilla: superávit fiscal en tiempos de auge y déficit fiscal en tiempos de recesión. De esa manera se podían amortiguar los ciclos económicos preservando el punto central del pacto social capitalista: la propiedad privada sobre los medios de producción. El Estado no entraría a disputar el control de la inversión ni nada por el estilo sino que se limitaría a jugar un papel remedial en tiempos de necesidad, financiado con la prudencia fiscal en las fases expansivas del ciclo.
Hasta ahí, todo bien. Pero en la práctica, el capitalismo keynesiano de la postguerra resultó ser más intervencionista de lo que se hubiera podido creer en sus albores. No estoy seguro de cuál es la causa. Dudo que tuviera que ver con el mismo Keynes quien en realidad no era un entusiasta del "dirigismo económico."
Se me ocurre que parte del asunto tiene que ver con la Segunda Guerra Mundial. Durante la guerra todo el mundo, ganadores y perdedores, se embarcaron, por obvias razones, en una movilización de recursos a cargo del Estado sin precedentes. (Está bien, en la Unión Soviética esto venía desde antes, pero la idea es clara.) En tiempos normales, la fórmula keynesiana del pleno empleo era perfectamente compatible con el mercado. Por ejemplo, un subsidio a los salarios del sector privado podría constituir un programa keynesiano de estímulo a la demanda agregada sin afectar para nada la estructura de propiedad del capital. Pero en tiempos de guerra, el Estado termina por asumir un papel central.
Cuando vuelve la paz resulta que sobre el terreno es difícil reducir el papel del Estado. Me gustaría documentar esto bien, pero por ahora se me ocurren algunos factores. No sé si Europa Occidental hubiera podido encajar el shock de desempleo que hubiera representado suprimir de un plumazo toda la inversión en reconstrucción. Estados Unidos, aunque sin la devastación de la guerra, también atravesaba problemas similares. A eso hay que sumarle el efecto democratizador de la guerra, en la medida en volvión incontrovertible (por lo menos en público) la necesidad de atender las necesidades de los que la pelearon. El caso más claro es cómo, gradualmente, el legado de la guerra fue erosionando las bases legitimadoras del sistema de segregación racial en Estados Unidos. En Inglaterra la guerra sentó las bases políticas para la creación del Sistema Nacional de Salud.
Sea por las razones que sea, tras la Segunda Guerra Mundial, las economías capitalistas de Occidente se orientaron por una mezcla de keynesianismo en asuntos fiscales, una presencia significativa del Estado como gestor de recursos y, como legado de las luchas políticas de la pre-guerra, árbitro de las relaciones entre capital y trabajo. ¿Resultado? Treinta años de oro para la socialdemocracia.
A partir de la primera mitad de los 70s el sistema comienza a resquebrajarse. No voy a entrar en detalles pero lo que me importa señalar es que ya para los 90s se ha establecido un vasto consenso en torno a la necesidad de reducir el papel de Estado como gestor de recursos.
Pero aquí es donde la cosa se pone interesante. La gestión estatal de la economía, aunque no fuera parte del plan original de Keynes, era un excelente complemento político para su doctrina económica. Aunque en teoría suena muy bien la idea de prudencia fiscal en la expansión y déficit fiscal en la recesión, en la práctica es muy difícil implementar esa idea si el Estado es un simple recaudador al que se le puede tomar el pelo sin que pase nada. Es casi imposible crear un pacto político que vuelva sostenible esa doctrina de mitigación del ciclo. En las fases expansivas nadie quiere votar por subir impuestos y acumular superávits.
De ahí el déficit de legitimidad que tiene la actual crisis financiera, un déficit tanto o más grave que los déficits fiscales. Es muy común oír a los voceros de la derecha hacer acto de contrición en estos tiempos diciendo cosas como "Cierto, nos llegó la época de la resaca después de la embriaguez del boom."
¿Nos llegó? ¿A quiénes? ¿Cuál es ese "nosotros"? ¿Todos los ciudadanos se beneficiaron del boom y ahora les toca a todos pagar? Mmmm, no sé. Yo no viví en España en los años del boom, pero mi impresión de observador casual es que para muchas familias el boom no se tradujo en ríos de leche y miel sino simplemente en un contrato un poquito mejor en el sector de la construcción. (Y eso para no hablar de los jóvenes que dejaron de estudiar por eso.) Yo viví en Estados Unidos en los años del boom y nunca tuve la impresión de que los sectores más pobres estaban saliendo definitivamente de la pobreza, acumulando activos, educándose, viajando, dándose gustos. No. Si acaso, pasaban de alquilar una casa a "comprar" otra un poco mejor y ahora sabemos que dicha "compra" era una ficción.
Mientras más subimos en la escala social, más vemos los beneficios del boom. La clase media americana pudo pedir préstamos ofreciendo como garantía su casa (sobrevalorada) para comprar otro carro, unas vacaciones mejores que las del año anterior, de pronto un poquito para la universidad de los hijos, cosas de esas. Nada despreciables, de acuerdo. Pero tampoco una cornucopia inagotable de abundancia. Para ver quiénes sí se beneficiaron en grande del boom, hay que llegar a donde están los más ricos. Allí sí que se hicieron fortunas.
Esto es sabido de todos. Lo que quiero subrayar ahora es que, desde el punto de vista político, tenemos un sistema que hace que la asignación de recursos en tiempos de expansión es fundamentalmente privada pero que, a diferencia del capitalismo victoriano, trata de hacer recaer sobre el sector público el peso de la contracción. Como se ha dicho tantas veces, privatización de las ganancias, socialización de las pérdidas.
Lo que pasa es que eso no es únicamente perversidad de unos políticos (por supuesto que la hay). Es una propiedad inherente a un sistema en el que el Estado juega un papel puramente remedial: mitigar las peores consecuencias del mercado ("gasto social") pero que no tiene nada qué decir ni qué hacer cuando las cosas van bien. Tiene toda la responsabilidad en la época de las vacas flacas, pero no participa en las decisiones durante la época de las vacas gordas. Ese es el déficit democrático. Por eso la gente no entiende ahora que le hablen de ajustes fiscales dizque para "pagar lo que nos comimos." La inmensa maýoría de la población nunca sintió que tuviera ninguna participación en decidir qué hacer con el boom, a dónde se iban los recursos, cómo se invertían, cuáles eran las perspectivas de valorización de los mismos, etc. Y ahora le pasan la factura de un banquete que no pidió y del que acaso probó unos cuantos bocados.
Para cerrar por ahora, creo que esta es una fisura gravísima en los cimientos de cualquier posible socialdemocracia del siglo XXI. No veo a ningún partido político importante hablando ahora de cómo repensar el papel del Estado en la economía, o, más general, cómo cambiar las relaciones de propiedad, para evitar que el ciclo económico típico de una economía de mercado genere este tipo de déficit de legitimación. Y mientras ese déficit no se resuelva, no veo cómo será viable el pacto socialdemócrata.
Tuesday, July 19, 2011
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