Cuando dije hace unos días que sus nietos les preguntarían sobre Agosto del 2011, lo hice en parte en chiste. En realidad las probabilidades de que Estados Unidos declararan impago de la deuda nunca fueron muy altas. Pero aunque se evitó el impago, las consecuencias de la batalla del déficit ya se han hecho sentir y lo que viene parece ser, en el largo plazo, tanto o más grave que el impago.
Las noticias inmediatas no son buenas. Como ya sabrán, hoy las bolsas del mundo tuvieron un día fatal; la recesión en las potencias industrializadas va para largo. Pero eso no es todo. Recesiones vienen y van. Lo que me llama la atención es que esta recesión de ahora, aparte de ser mucho más prolongada y profunda que las que la precedieron, parece ser simultáneamente efecto y causa de un severo traumatismo en la estructura política de Estados Unidos y eso tiene implicaciones en todo el mundo.
Está bien, no hubo impago. Pero ya quedó sentado el precedente de que cada vez será más probable una crisis de deuda de Estados Unidos. El Partido Republicano ya ha dejado claro que de ahora en adelante esa será su forma de operar: creando una crisis de deuda cada que no se le hagan las concesiones que considere necesarias.
Sería fácil decir que esto es simplemente problema del extremismo ideológico del Partido Republicano. Pero la pregunta es a qué se debe ese extremismo y qué nos dice sobre el sistema político norteamericano.
Durante la crisis de la deuda, el Partido Republicano hizo algo muy extraño: puso en peligro los intereses de Wall Street. Los bonos del Tesoro de Estados Unidos son la barra de iridio del sistema financiero mundial; son el activo de riesgo cero que todo inversionista necesita tener a su disposición cuando quiera diversificar riesgos. Hay otros países capaces de emitir bonos de riesgo cero, pero no en las magnitudes necesarios para mantener los mercados mundiales funcionando. Afectar la credibilidad de la deuda estadounidense sería un golpe durísimo a las finanzas del mundo entero. Y sin embargo el Partido Republicano, siempre tan obsecuente con los intereses plutocráticos, estuvo considerando la posibilidad de hacerlo. ¿Por qué?
Se me ocurre una explicación. En su ascenso a superpotencia mundial, los Estados Unidos contaron con motores económicos de altísima propulsión en el sector real. Una economía muy diversificada, con gran riqueza en recursos naturales pero a la vez líder mundial en innovación, el gran productor de manufacturas, el gran exportador y gran importador del mundo y por tanto, el garante del libre comercio global. Al mismo tiempo, el sector financiero cumplía el papel de leal y diligente transportador de capital pero nunca ocupando un papel protagónico. Fiel al estereotipo de los banqueros que viene desde la edad media, el sector financiero operaba lejos del escenario. Se le visitaba de noche, cuando nadie lo viera a uno para no dar la impresión de que se necesitaba.
Las cosas han cambiado en los últimos treinta años y ahora el sector financiero norteamericano es, no solamente el que más ganancias genera, sino que también sus servicios son una de las exportaciones más cuantiosas de Estados Unidos. Ya hemos visto las consecuencias económicas de esa expansión. Pero ahora quiero discutir la economía política de ese proceso.
El sector financiero ha adquirido un enorme peso político en el sistema norteamericano. Cuando vino la crisis del 2008, tanto Paulson como su sucesor Geithner mostraron que su prioridad como Secretarios del Tesoro era cuidar los intereses de la banca, así sus jefes incurrieran en un altísimo costo político. (Buen negocio para Bush que ya estaba de salida, pésimo negocio para Obama que hasta ahora empezaba.)
Pero el poder político del sector financiero tiene una morfología similar a la de su poder económico. Se trata de un sector muchísimo más concentrado, con instituciones de alcance nacional y global que la enorme dispersión de pequeños bancos regionales que tipificó al sector hasta los 80s. Por tanto, el sector financiero tiene aliados políticos muy poderosos, pero todos ellos son actores de alcance nacional. En contraste, los otros sectores de la economía tienen apoyos políticos regionales.
El Presidente (cualquiera que sea), su Secretario del Tesoro (cualquiera que sea), el Presidente de la Reserva Federal, los dirigentes nacionales de ambos partidos, senadores importantes son todos defensores incondicionales de los bancos. En cambio, los dirigentes regionales, por ejemplo, representantes a la Cámara, obtienen enormes réditos políticos atacándolos.
Pero esto genera una escisión en el bloque de poder como lo muestra la división interna del Partido Republicano. Se trata, sin duda, de un partido plutocrático. Pero es que ahora hay varias formas de ser plutócrata. La facción más "provinciana" del Partido se alineó con los intereses de empresarios manufactureros de distintos tamaños en contra de cualquier aumento de impuestos mientras que la dirigencia de alcance nacional trató de mostrarse más conciliadora.
Cuando el sector financiero era pequeño, cuando las empresas dependían mucho más de su ahorro interno para financiarse, el problema de la deuda pública se manejaba dentro de cauces claros. A los empresarios no les gustaba pagar impuestos (obvio) pero reconocían que gracias a esos impuestos podían acceder a la caja fuerte más inexpugnable jamás construida por el ser humano: los bonos del Tesoro de los Estados Unidos. Pero ahora los beneficiarios y los que corren los costos son distintos y esto genera conflicto.
Las repercusiones políticas de este nuevo conflicto amenazan con tornarse muy serias. Estados Unidos dio muestras de ser una democracia disfuncional donde no hay ningún actor político capaz de inducir cohesión entre su clase dirigente. La facción del Tea Party fue capaz de imponer un ajuste fiscal violentamente procíclico, en el peor momento posible, sin tener más del 25% de la Cámara de Representantes: no se me vienen a la mente muchos casos similares en la historia política de Estados Unidos en que una minoría obtenga tanto. La última vez que pasó algo similar fue cuando los segregacionistas blancos del Sur bloquearon los avances en derechos civiles durante los 50s, cosa que resulta particularmente curiosa si tenemos en cuenta que el Tea Party deriva buena parte de su apoyo político de, precisamente, los blancos del Sur.
Es probable que la democracia norteamericana no vuelva a ser la misma después de estas fracturas. Pero hay un elemento muy curioso, de enormes consecuencias globales. Históricamente, la democracia norteamericana ha funcionado, como toda democracia, otorgándole poder desproporcionado a ciertos grupos económicos. En los albores de la República, Hamilton hizo lo posible por crear una clase de acreedores del gobierno que fuera la encargada de garantizar el orden fiscal. A finales del siglo XIX el gran capital del Noreste fue capaz de imponer su agenda de moneda firme, oligopolización ferroviaria y disciplina capitalista en el mercado laboral, por encima de las objeciones del resto. Así se consolidaron los grandes capitales que luego proyectarían la influencia de Estados Unidos en el mundo.
Pero lo que estamos viendo ahora es que los grupos minoritarios que están adquiriendo poder de veto en la política norteamericana son económicamente retrógrados. Los sectores de derecha que más ganaron en la batalla del déficit representan generalmente sectores en declive, como las manufacturas o las empresas medianas y pequeñas. Su dichosa enmienda de presupuesto balanceado es el tipo de proyecto político que proponen grupos que tienen miedo del proceso político. Las élites de antes eran capaces de tolerar, e incluso alentar, expansiones del Estado porque tenían la cohesión interna necesaria para financiar la producción de bienes públicos y controlar el proceso político de asignación de los mismos. En cambio estos sectores de ahora tienen pavor del Estado porque saben que ellos mismos, dada su creciente debilidad, no van a poder influir sobre él.
Es la primera vez en mi vida que veo que la derecha de Estados Unidos acepta implícitamente que ya no puede financiar aventuras de política externa, como quedó claro cuando aceptaron recortes en defensa para reducir el déficit. Para gente de mi edad esto es inconcebible.
Los imperios en expansión no entran en pánico por sus deudas. Saben que las deudas financian la expansión que luego permite pagarlas. La deuda de Estados Unidos no era la excepción: un estado fuerte, capaz de gravar a la economía más grande del mundo era el fulcro perfecto donde apoyar cualquier portafolio de inversión.
Pero lo que estamos viendo ahora es, al parecer, la decadencia. Una élite política que ya no es capaz ni siquiera de imaginar la expansión de su imperio sino que vive temerosa de su propia sombra, que se despierta por la noche pensando en que las deudas la carcomen cuando en realidad tiene cantidades de recursos ociosos (millones de desempleados, por ejemplo).
No es para alegrarse. Nosotros los izquierdistas somos, casi por definición, antiimperialistas. Pero la caída de un imperio suele ser un espectáculo desagradable, grotesco e incluso criminal. La decadencia del imperio británico lo indujo a comportarse con saña brutal en la India y en Africa, por ejemplo. (Y estamos hablando de un imperio que tenía normas de comportamiento mejores que otros.)
A nivel doméstico, las élites que presiden estas fases de decadencia suelen ser ellas mismas decadentes, incluso en lo personal. En ese sentido, el Partido Republicano parece no querernos decepcionar. Muy seguramente no va a ganar las elecciones, ni siquiera la nominación del partido. Pero el solo hecho de que Michelle Bachmann sea considerada una seria precandidata presidencial ya es una señal. En sus momentos de gloria, el sistema político norteamericano nunca le hubiera concedido la más mínima oportunidad a una oscurantista religiosa que desprecia todo tipo de análisis racional. Políticos de baja calaña ha habido siempre en Estados Unidos. Pero no se les tomaba en serio a nivel nacional. Si Bachmann es candidata republicana, los libros de historia tendrán otro ejemplo más de decadencia de un imperio. Algo así como las frivolidades de María Antonieta, la corte de pacotilla de la emperatriz Cixi de la China, o el caballo procónsul de Calígula. Aunque sospecho que el caballo de Calígula entendía más de economía que Michelle Bachmann.
Friday, August 5, 2011
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