El título de esta entrada es uno de los slogans que más sonaron en Madrid durante los días álgidos del 15-M. Hoy nos encontramos con un nuevo ejemplo de lo mismo.
Yo no tengo particular entusiasmo por Ollanta Humala, el presidente electo del Perú. Tal vez si yo fuera peruano hubiera votado por él pero con muchas reservas. No por las razones que se suelen dar sino porque me da la impresión de que es alguien demasiado veleidoso, alguien que, como no se ha articulado con movimientos sociales y políticos de base (cosa típica en este Perú sin partidos desde los años 90), simplemente anuncia el producto de moda. En el 2006 el producto de moda era Chávez. No le funcionó, entonces ahora es Lula. Me recuerda a un presidente del Perú que fue elegido dizque porque iba a plantarle cara al FMI y no se iba a dejar hacer ajustes ortodoxos y que además era la alternativa al candidato ultra-neoliberal de las élites. ¿Su nombre? Alberto Fujimori.
En fin, por ahora dejemos el tema de Humala en eso. El tiempo dirá. Pero lo que me llama la atención es la noticia del día respecto a su elección. Otra vez "los mercados" están nerviosos con el resultado de la elección. En el 2000, cuando Lula ganó la primera vuelta, el real se desplomó ocasionándole todo tipo de dificultades al gobierno que comenzaba. "Los mercados" se han vuelto la nueva Cámara Alta de las democracias, una cámara alta con poder de veto. Ya no basta con tener elecciones, es necesario que el resultado sea aprobado por estas instancias superiores.
Mirando las cosas con frialdad científica, uno diría que al fin de cuentas, este argumento está fijándose únicamente en el costo y no en el beneficio. El beneficio, supuestamente, ha sido las ganancias en eficiencia que resultan de la mayor movilidad de capital. Los países que se han conectado a la globalización, diría el argumento, han accedido a flujos de inversión que de otro modo nunca hubieran podido obtener, lo cual se ha traducido en aumentos en sus niveles de vida. Si tanto les gustan esos beneficios, no pueden quejarse del costo: tener que mantener satisfechos a los mercados de capital, así sea sacrificando cierta autonomía política.
Este argumento tiene varios problemas. Primero, no siempre los flujos de capital han ido hacia los países en desarrollo. México sufrió una enorme fuga de capitales en los 90s al poco tiempo de entrar NAFTA en vigor. Segundo, los famosos aumentos en el nivel de vida no siempre se han visto. El crecimiento de muchos países tras abrir sus mercados de capitales ha sido decepcionante además de estar tan concentrado que no llega a la mayoría. (El caso de Colombia.)
El balance preciso entre costos y beneficios no se va a discutir en una sala de seminarios con tableros blancos y marcadores multicolores en un debate entre técnicos. El balance se va a determinar en el pulso político entre distintos actores. Y resulta que muchos actores se están cansando de la actual fórmula. (Ayer una encuesta en España reportaba un nivel de aprobación del 81% hacia el 15-M.) De modo que no tiene sentido seguir tratando de esquivar este debate con argumentos que convencen en teoría pero que en la práctica cada vez son menos capaces de generar legitimidad.
Por ejemplo, ahora que se habla tanto de la regulación financiera, los pontífices de los mercados de capitales insisten en que es un tema muy complejo y que por eso las masas deben abstenerse de pronunciarse al respecto. Pero resulta que hubo una serie de burbujas especulativas que, al estallar, sumieron a los países más ricos del mundo en la peor recesión económica de los últimos setenta años. Resulta que, simultáneamente, el sector financiero se enriqueció sin límites. Ante esos dos hechos palmarios, ¿qué sentido tiene insistir en la delicadeza de las filigranas de los mercados financieros?
Yo no sé si manejar derivadas financieras es difícil. Pero en una sociedad de mercado a nadie se le paga simplemente porque su trabajo es difícil sino por lo que genera. Y lo que la gente ve es que el capital financiero no está generando tanto valor como para justificar sus enormes excedentes. Para eso no es necesario entender todas las ecuaciones diferenciales estocásticas que se usan para valorar una derivada.
Esa es una de las cosas que me parecen más saludables de los últimos acontecimientos. En una sociedad democrática los mercados también deben ser capaces de legitimarse en función del lenguaje común que se utiliza en el discurso público. Nada de escudarse detrás de jerga técnica incomprensible: si determinado aspecto del funcionamiento del mercado no puede justificarse así, es necesario cambiarlo. Antes de que me acusen de ser un dinosaurio bolchevique, déjenme elaborar un poco volviendo a la idea de Hayek sobre los precios a la que me referí en días pasados.
Una de las cosas geniales del artículo de Hayek es que ofrece una justificación de los mercados precisamente en los términos que acabo de describir: cualquiera que siga el argumento de Hayek, sin necesidad de tener un Ph.D en física o estadística, es capaz de entender que los mercados permiten diseminar y aprovechar el conocimiento disperso por toda la sociedad acerca del uso de los recursos. Simple, claro y, si se me permite (aunque a Hayek no le gustaría), democrático.
Del mismo modo, muchas de las actividades del sector financiero pasan esa prueba. Es fácil defender en el discurso público la noción de que los bancos nos permiten convertir activos ilíquidos en activos líquidos para que podamos dirigirlos a su mejor uso. Es fácil defender en el discurso público la noción de que ciertos seguros financieros le pueden permitir a, por ejemplo, los agricultores defenderse de las incertidumbres en el precio.
Pero cuando la sociedad ve que todos estos servicios están costándole a la economía cada vez más. Cuando la sociedad ve que, durante la época de la peor crisis económica en muchos años, los proveedores de estos servicios se llenaron los bolsillos (en EEUU las ganancias promedio del sector financiero son 17%, en el resto de las industrias 3%), no hay necesidad de entrar en finuras técnicas: algo anda mal y es legítimo que la sociedad, sin necesidad de conocer todos los detalles, exija unas nuevas reglas del juego.
Ya que elogié a Hayek, ahora termino criticándolo: uno de los temores de los libertarios como él ha sido siempre el de la "politización de los mercados." Pero es que los mercados no se politizan, los mercados son, por su misma esencia, políticos.
Tuesday, June 7, 2011
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