Me entero por internet de que el mundo intelectual americano está conmocionado por un nuevo caso de conversión: el de David Mamet. Mamet es un dramaturgo y libretista muy importante en Estados Unidos. No conozco mucho su trabajo, pero vi una versión en teatro de su Glengarry Glen Ross (y me gustó). Ahora resulta que se convirtió a la facción más estridente del Tea Party, lo cual no deja de causar cierta consternación entre el centro-izquierda norteamericano.
Es un espectáculo familiar. En el mundo hispanoparlante tuvimos el shock de la conversión de Vargas Llosa, por ejemplo. Lo que me sorprende es que a estas conversiones todo el mundo, tanto el converso, como el bando abandonado, como el bando receptor, les concede una enorme importancia estratégica. Como si la validez de las ideas de izquierda o de derecha dependieran de los pergaminos de Vargas Llosa, o de Mamet, o de cualquier otro.
Este es un fenómeno que a mí me llama mucho la atención y hoy solo atinaré a escribir un poco sobre él. En parte debe ser porque veo algo de relevancia autobiográfica. En la universidad muchos compañeros míos se autodefinían como de izquierda. Con el tiempo varios han ido desplazándose al centro (o a la derecha) mientras que yo he seguido en la misma intemperie de siempre. Me moderé a finales de los 90s y me volví a radicalizar (un poquito no más) en los 2000. Varias veces me he preguntado por qué.
Las razones difieren en cada caso. Yo estoy convencido de que muchos de mis amigos cambiaron su visión de mundo por razones totalmente respetables. No por oportunismo, ni por ascensos ni cosas de ese estilo, sino porque al examinar los asuntos de su ideología consideraron que era lo mejor. Los felicito. Pero las conversiones de ellos, o las de notables como Vargas Llosa o Mamet no quieren decir que yo tenga que acompañarlos en ese viaje. Tal vez lo haga más adelante. No tengo ni idea. Pero será por mis propias razones.
Por todo eso me molesta cuando los conversos expresan que "ahora sí son libres." Es un tema muy manido. Mamet no es el primero. Vargas Llosa y tantos otros lo hacen a menudo: salen a decir que su filiación política de izquierda era fruto del dogmatismo hasta que un día se pusieron a reevaluar sus ideas y cayeron en cuenta de su error.
Probablemente si uno es dramaturgo, o novelista (o contratista de Naciones Unidas y chuzador de teléfonos como José Obdulio) esté muy ocupado en su trabajo como para estar evaluando su ideología y tal vez termine aceptando ciegamente planteamientos que le podrían llegar a parecer absurdos. Vargas Llosa o Mamet, supongo, están tan ocupados creando personajes, buscando la palabra adecuada para describir una escena o para captar la emoción precisa, que no tienen tiempo de pensar en tonterías como el funcionamiento del mercado, los determinantes de las relaciones de poder en el sistema político, el proceso histórico de Viet Nam, o de Corea o cosas de ese estilo.
Pero resulta que ese es mi oficio. A mí me pagan por estar informado y estar pensando sobre esas cosas. De modo que yo no puedo darme el lujo de dejar esos temas sin analizar. Así que cuando Vargas Llosa o Mamet se sienten liberados yo no puedo hacer otra cosa que encogerme de hombros. Bien por ellos. Por fin tuvieron tiempo de leer a Hayek. Pero no vengan con el cuento de que todos los izquierdistas somos unos dogmáticos enceguecidos que estamos siempre repitiendo las enseñanzas de nuestra teología. Sí. Tendremos nuestros puntos ciegos, como todo ser humano. Tendremos nuestras "verdades confortables" que rara vez cuestionamos. Pero en lo que a mí respecta, me declaro inocente de esa acusación. No sé a qué clase de sectas pertenecían Vargas Llosa o Mamet o tantos otros. Lo siento por ellos. Yo nunca he pertenecido a sectas y la paso muy bien. A la izquierda, pero muy bien.
Tuesday, June 21, 2011
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