Hace mucho vengo pensando en el origen de los precios en general. Pero hoy me voy a limitar a un aspecto del problema, el de los precios de cosas que no son transadas en el mercado, por ejemplo, el medio ambiente. El problema es viejo y las reacciones son predecibles. Por eso, hoy, un poco cansado con la forma como se discuten estos asuntos siempre, cuando vi que George Monbiot escribía sobre el asunto lo leí esperando encontrar algo nuevo. Y sí. Realmente Monbiot si aporta un ingrediente que yo no había pensado antes. Claro, lo hace al final, casi como un colofón y después de reproducir los argumentos manidos de siempre, pero lo hace, y muy bien.
El viejo problema es este: para cualquier proyecto que utilice recursos naturales es rutinario tratar de hacer una evaluación económica y social de su impacto. Para esto hay que asignarle valor a muchísimos "bienes" y "servicios" para los que no existen mercados, por ejemplo, el disfrute de la naturaleza, o cosas de ese estilo. La reacción predecible es gritar indignado que no a todo se le puede poner precio en esta vida. Pero a mí como economista ese argumento no me termina de convencer.
Me explico. A nadie le gusta la idea de ponerle precio a la naturaleza, a la vida humana, al tiempo con los seres queridos, en fin todas esas bellezas. Pero esta crítica ignora el hecho de que en la vida real siempre estamos poniéndole precio a las cosas. No lo llamamos así, pero lo hacemos. Lo hacemos cada vez que tomamos alguna decisión. Si la familia de un enfermo terminal decide suspenderle la droga, está tomando una decisión sobre el "precio relativo" entre cantidad y calidad de vida. Si un alto ejecutivo decide que este Jueves no se va a quedar en la oficina hasta las 11 de la noche porque prefiere ver una película con sus hijos, está tomando una decisión sobre el "precio relativo" entre sus productividad en el trabajo y el tiempo con su familia. Puede que el lenguaje que usamos los economistas no sea muy eufónico, pero es la verdad: la gente, cuando toma decisiones, asigna implícitamente precios relativos. Entonces, ¿qué tiene de malo hacerlo explícito?
Lo que tiene de malo, y este es el argumento interesante de Monbiot, es que la asignación de dichos precios es un ejercicio de poder político (más exactamente, tecnocrático). Los ejemplos del párrafo anterior se referían a decisiones que toman las personas directamente involucradas. En cambio, a la hora de asignar precios a, por ejemplo, "la calidad del tiempo libre," se trata de decisiones que toman unos cuantos individuos en nombre de toda la sociedad y resulta que esos individuos tienen sus supuestos, sus agendas ideológicas y sus intereses.
Por ejemplo, cuando se le asignan costos de oportunidad al tiempo de los individuos (para extender el raciocinio de Monbiot sobre movilidad), estos costos dependen del precio imputado al trabajo. Pero el precio imputado al trabajo depende de muchísimos factores. En una sociedad de mercado altamente desigual, el precio relativo entre mano de obra calificada y mano de obra no calificada (otro fetiche al que en algún momento me referiré), es distinto al precio relativo que existiría en un estado del bienestar sólido que garantice mínimos de subsistencia y que, por lo tanto, permita "desmercantilizar" el trabajo no calificado.
Resumiendo: el problema con estos ejercicios de asignación de precios no es que estén tratando de cuantificar lo incuantificable. Todos hacemos eso todo el tiempo sin darnos cuenta. El problema es que aquí se hace partiendo de la base de aceptar toda la estructura de relaciones de poder que subyace al sistema de precios en general. Y eso termina dándole un barniz técnico a lo que no es más que ideología.
Monday, June 6, 2011
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No se si estoy perdido en lo que voy a decir, pero empecemos (por ahora me centro en la primera parte del argumento: los individuos construimos precios relativos en cada decisión).
ReplyDeleteAunque parezca un poco constructivista, yo podría decir que la idea de 'precios', en contextos como los de los ejemplos mencionados, es simplemente la percepción que el economista tiene de una decisión independiente de un individuo. Es decir, yo decido si trabajar o irme a la casa con mi familia y el economista ve un precio relativo de trabajo respecto a ocio.
En aras de ser más preciso en el lenguaje, creo que lo que el individuo decide es una valoración subjetiva a la que no se si sea indicado llamarle 'precio'.
Siguiendo con esta duda, creería que la idea de precio -al menos como la entienden los economistas- debe estar asociada a un mercado: consumidores, productores, etc. En casos como los de los ejemplos es claro que hay valoraciones relativas, pero, insisto, es correcto hablar de precios?
El paso de esas valoraciones subjetivas a precios, creo, ocurre cuando, como sociedad, coincidimos en definir un bien o servicio como una mercancía. En ese momento nuestras valoraciones y las de todos los demás entran a definir el sistema de precios. Sin embargo, si no hay acuerdo entre las partes en lo que es una mercancía -o imposición por parte de al menos una de ellas-, entonces las valoraciones relativas individuales siguen siendo sólo eso, y no se vuelven precios. (Por ejemplo, frases como 'no vendo mi dignidad' o cosas por el estilo).
Insisto, no se si es correcto lo que estoy pensando pero creo que un punto importante está en lo que acordamos llamar mercancía y lo que decidimos dejar fuera del alcance del mercado. El intento de ponerle precios al medio ambiente, salud, etc. es el intento de convencer al resto de la sociedad de que estos bienes también pueden ser parte del mercado; desde luego, los intereses y estructuras de poder que se mencionan al final del escrito son trascendentales para dar el salto de valoraciones a precios.
Saludos,
Julián Arévalo