Wednesday, December 28, 2011

El Socialismo en la Gran Recesión (3)

No quiero extenderme demasiado en esto de modo que no voy a ponerme a hacer todo el inventario de los aspectos políticos y económicos de la "ola neoliberal" de los últimos 30 años. Me limitaré más bien a discutir por qué, como resultado de dicha ola, la Gran Recesión no ha generado ninguna reactivación significativa en el movimiento socialista, que era el tema inicial.

Primero, pareciera como que la Gran Recesión, a pesar de ser profunda y prolongada, no es el tipo de evento que sacude el consenso social hasta los cimientos. Para empezar, es mucho menos seria que la Gran Depresión. Pero además, viendo las cosas más de cerca, si algo nos enseñó la Gran Depresión es que las crisis económicas del capitalismo no necesariamente se traducen en una movilización política en contra del capitalismo.

En este punto hay una discrepancia entre ambos lados del Atlántico. En Estados Unidos la Gran Depresión llevó al poder al Partido Demócrata liderado por FDR con sus propuestas del "New Deal." En Europa, en cambio, la Gran Depresión benefició a los partidos fascistas. Mi conjetura es que en ambos casos la secuencia temporal es mucho más compleja de lo que parece.

Creo que para entender los devastadores efectos políticos de la Gran Depresión en Europa hay que entender el impacto de la Primera Guerra Mundial. Fue una guerra mucho más devastadora que la que cualquier europeo vivo pudiera recordar. Además, fue una guerra a la que todos los bandos se lanzaron en medio de una exaltada movilización nacionalista propiciada por cada uno de los gobiernos. El espectáculo de millones de muertos en tierras europeas en una guerra que, después de los hechos, es percibida como irresponsable, aventurerista y, en últimas, fracasada, deslegitima buena parte del establecimiento político. Además, la postguerra desencadena la movilización de fuerzas rebeldes (socialistas, anarquistas y comunistas) en buena parte del continente que los gobiernos pueden contener pero no erradicar. De modo que cuando viene la Gran Depresión, las clases medias centro-europeas sienten que sus dirigentes no solo no han sido capaces de garantizarles la paz, sino que tampoco pueden garantizarles la continuidad del orden social en el que habían prosperado hasta 1913, los privilegios que habían obtenido en la edad de oro del capitalismo. No es tanto la crisis económica la que deslegitima a los gobiernos a los ojos de las clases medias. (Crisis ya había habido antes.) Es la combinación de la crisis con el colapso de todas las certezas políticas de las décadas anteriores.

Nada similar parece estar ocurriendo con la Gran Recesión. Puede que haya cierto escepticismo ante la competencia de los gobiernos de turno para manejar la crisis, pero las clases medias no ven que la Recesión amenace con destruir el orden sobre el que habían prosperado antes. Será cuestión de cinco años, una década de poco crecimiento y ya. Al final la economía se recuperará y todo seguirá bien. Es cuestión de apretarse el cinturón, cuidar el puesto, no hacer nada estúpido ni irresponsable y listo. Esa parece ser la actitud de las clases medias europeas.

¿Por qué insisto tanto en las clases medias? Porque son los pilares de estabilidad del orden político. Las crisis pueden tener efectos devastadores sobre los sectores populares. (Así fue la Gran Depresión.) Pero esos sectores rara vez tienen, por sí solos, la capacidad de movilizar opinión hasta el punto de liderar grandes transformaciones. Lo logran solo cuando los sectores "respetables" han perdido el control, como pasó en la Rusia menchevique, o antes, en la Francia girondina. De modo que mientras las clases medias mantengan su lealtad, o por lo menos su pasividad, ante el orden político existente, veo muy difícil que haya un terremoto político de grandes magnitudes.

Uno de los rasgos distintivos del capitalismo moderno es su capacidad para fragmentar los sectores políticos y económicos que podrían oponérsele. El proletariado de los tiempos clásicos del marxismo es hoy una mano de obra globalizada, deslocalizada y atravesada por todo tipo de divisiones en términos de nivel de cualificación, prospectos de carrera laboral, capacidad de atraer rentas en el mercado, en fin. Es difícil pensar en los trabajadores de hoy como un grupo coherente.

Por otro lado, es probable que estemos asistiendo a un cambio de época en la medida en que pareciera que estuviéramos entrando en la era de la "post-política." Es decir, la movilidad del capital ha redefinido en forma tan profunda el papel del Estado y de las instituciones democráticas que ya ni siquiera está claro que la victoria electoral o la captura de los aparatos del Estado sean el vehículo privilegiado de transformación social. Cada que la izquierda obtiene alguna victoria electoral (el Partido Laborista inglés en el 97, el Partido Socialista español en el 2004, el Partido Demócrata norteamericano en el 2008) una vez en el gobierno se ve obligada a tomar decisiones que más parecieran venidas de la derecha ideológica.

En parte esto es resultado del viejo proceso de transformación de los partidos políticos que, a medida que maduran, dejan de ser movilizadores de masas para convertirse en captadores de votos, en esencia, empresas de mercadeo político que en lugar de ofrecer visiones nuevas para la sociedad se dedican a mantener satisfechos a sus votantes reciclando las políticas que ya se han probado. Pero parte también se debe a la vulnerabilidad de los Estados ante los movimientos del capital financiero mundial. En la postguerra era claro que el capital se debía al Estado. Sin Estado no hay capital, punto. Como fruto del reconocimiento de esta realidad, el capital tenía que aceptar ciertas condiciones. Pero ahora el capital es el que impone las condiciones.

¿Por qué el capital ha sido tan exitoso en corroer el pacto político y social que lo constreñía? En buena medida porque la movilidad, la globalización, la financialización y demás innovaciones han creado un estrato bastante grande de ganadores que, dispersos en varios países del mundo, son capaces de impedir una reacción política global en contra del neoliberalismo con todo y la crisis descomunal que ha generado.

Como resultado de todo esto, el Estado-nación es cada vez menos eficaz como posible contrapeso del neoliberalismo. A veces pareciera que estuviéramos volviendo al modelo de gobernanza de la Liga Hanseática: una serie de ciudades-estado vinculadas por estrechos lazos comerciales. El Tercer Mundo es un ejemplo claro: Bogotá, Sao Paulo, México, Bombay, Kuala Lumpur, incluso Lagos, son ciudades que ofrecen excelentes plataformas de servicios para empresas y ciudadanos globales. (Aeropuertos de primer nivel, excelente conexión a internet, restaurantes de élite, comercio suntuario, en fin, todo lo necesario para ese mundo de los negocios globalizados.) ¿Qué ocurre en sus alrededores? Eso es otra historia. Pero ¿qué importa? ¿a quién le importa?

En parte por eso yo no logro angustiarme tanto como otros comentaristas acerca del espectro del resurgimiento de la ultra-derecha, especialmente en Europa. El tema de la inmigración, que es la bandera de esos movimientos, es un problema para los perdedores, para los que no pueden irse a ninguna parte y les toca quedarse a vivir en barrios que se vuelven cada vez más "oscuros." Pero los sectores influyentes, los que forman opinión y crean riqueza, no tienen ese problema. La inmigración les da acceso a mano de obra barata y comida étnica de gran calidad. Dicho más seriamente, la ultra-derecha neo-fascista tiene un problema similar al de la izquierda: en el nuevo orden político el control del Estado-nación ya no es lo que era antes. El tipo de movilización colectiva que hizo posible tanto al movimiento obrero de comienzos del siglo XX como su contraparte, los fascismos de distinto signo, ya no tiene la viabilidad que tenía en décadas anteriores.

Además, ya que estoy hablando de la ultra-derecha, en Europa en los años 30 el fascismo creció como respuesta a la izquierda anti-capitalista. Mientras esa izquierda fuera marginal, el fascismo era una cosa para veteranos de guerra borrachos. Es cuando crece la izquierda que las clases medias "respetables" optan por el fascismo. Y hoy no existe tal izquierda anti-capitalista. Mientras esto siga así, la ultra-derecha seguirá siendo lo que ha sido hasta ahora y lo que era en Europa en los 20s, un movimiento de perdedores, de estratos medios-bajos "resentidos" que sienten que el sistema de privilegios existente no les da ninguna oportunidad pero que tampoco están dispuestos a destruirlo porque eso implicaría aliarse con aquellos que están aún más abajo. Esa clase de movimiento no se vuelve "respetable" no es capaz de adquirir tribunas de formación de opinión o influir en círculos empresariales.

Me tengo que ir. Sigo después.

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