Si el movimiento del 15-M resulta ser el heraldo de la "Revolución Española" ya podré decir que "yo estuve allí." Anteayer y ayer estuve en Sol, es impresionante. Nadie sabe qué pasará ahora. Al momento de escribir estas líneas las elecciones le dan una enorme victoria al Partido Popular, según mis cálculos el tercer o cuarto Peor Partido Político del Mundo. (Ya he dicho que el primer puesto es para el Partido Republicano de Estados Unidos y el segundo tal vez para el Popolo de la Libertá de Berlusconi.) De modo que en pocos días España ha dado señales opuestas. En fin, es normal. Ya habrá tiempo de ver qué pasa con miras a las generales.
Por ahora quiero escribir sobre algo que anuncié hace rato y que me da vueltas en la cabeza a propósito de la crisis financiera que es, en últimas, lo que está a la base de todos estos movimientos. Me refiero a la forma en que se entrecruzan política y economía aún en el ADN del capitalismo: el sistema de precios.
A mi juicio, Friedrich Hayek escribió algunas de las páginas más estúpidas, falaces y fanáticas que uno pueda escribir al tiempo que se gana un Premio Nobel de Economía. (Bueno, recientemente Prescott parece empeñado en quitarle el título...) Su famoso ensayo "El Espejismo de la Justicia Social" es un ejemplo claro. (Ya me ocuparé de esto en algún momento.) Pero también tuvo un enorme, colosal, impresionante triunfo intelectual con su artículo "El Uso del Conocimiento en la Economía."
Es una pieza maestra sobre el papel de los precios como agregadores de información en un sistema descentralizado. Lo digo como alguien que por algún tiempo en su juventud llegó a creer que los mecanismos de planificación central eran mejores asignadores de recursos. Esa polémica la ganó Hayek de lejos.
¿O sí? Desde que el artículo de Hayek ingresó a la ortodoxia de la economía, todos los economistas creemos que los precios reflejan los posibles usos alternativos de los recursos. Es decir, que los precios son la quintaesencia de la información económicamente relevante, incontaminados por cualquier otra consideración.
Pero de un tiempo para acá vengo pensando en un problema con esta visión, un problema que la crisis financiera actual ha puesto de relieve: hay algunos precios, de hecho algunos de los precios más importantes de una economía, que dependen en últimas de factores políticos, de conflictos de poder.
No me refiero únicamente al caso relativamente trivial de precios oligopólicos. Incluso en mercados competitivos puede ocurrir este fenómeno. Consideremos el precio del trabajo, por ejemplo. ¿De qué depende? De la oferta y la demanda, obvio. Pero la oferta y la demanda de trabajo a su vez, ¿de qué dependen? Aquí se vuelve interesante el asunto porque la oferta de trabajo depende de las opciones que tenga la gente en caso de que opte por no ir al mercado laboral. Esto a su vez depende de si existe o no un seguro de desempleo, de si existe o no un sistema de salud con beneficios portátiles, de si existen o no guarderías públicas para niños, en fin. La demanda también depende de cosas como por ejemplo cuán largas son las vacaciones legales, cómo se pagan las horas extras, cuáles son los causales justos de despido, en fin. Lo que llamamos "mercado laboral" no es sino la punta competitiva de un iceberg en cuyo fondo hay infinidad de detalles legales y, por ende, políticos. El precio del trabajo en cualquier país es el resultado de toda la historia de luchas políticas y sociales y los resultados que éstas han tenido.
Pasemos ahora al caso del precio de la deuda pública que esta en el centro de la tormenta política actual. Yo soy de los que creo que las deudas mediterráneas de este momento deberían ser reestructuradas sin necesidad de someter a estos países al látigo de una austeridad sin fin. (Ese es uno de los temas cruciales del 15-M.)
Cuando yo compro un bono de cualquier entidad, soy beneficiario de su prima de riesgo. Estoy, por ejemplo, dando $80 con la perspectiva de recibir $100 más adelante. Si no hubiera ningún riesgo, simplemente hubiera tenido que pagar $98 (por decir algo). Esos $18 de diferencia, que se quedan en mi bolsillo para mi disfrute, son el reconocimiento que me hace el deudor de que existe un riesgo de impago. Pero el tal impago puede llegar a pasar. El deudor puede quedar insolvente. En ese caso, ¿qué debo hacer? En condiciones normales, tengo dos opciones: o voy a la corte de quiebras a que me pongan en la fila de acreedores para tratar de salvar algo, o busco un arreglo amigable con el deudor. En todo caso, no puedo hacer que me pongan de primero en la fila y me den mis $100 como si fuera un "derecho natural."
Entonces, ¿por qué en el caso de Europa (o antes, de América Latina) resulta impensable una reestructuración? Supuestamente porque entonces no volverá el capital a estos países. Pero ¡ojo! Esto es una especulación nuestra. Se trata de una decisión que puede afectar a millones de personas, basada únicamente en lo que algunos creen que va a ocurrir dentro de algunos años. Más exactamente, es una creencia sobre lo que los "inversionistas" (cualesquiera que sean) van a creer dentro de un tiempo acerca de las actuales causas del impago. Eso no tiene nada que ver con eficiencia en la asignación de recursos, ni con escaseces relativas, ni nada por el estilo. Es, en el mejor de los casos, resultado de conjeturas sobre conjeturas o, en el peor de los casos, resultado de juegos retóricos de algunos intereses políticos poderosos.
La crisis financiera ha puesto esto de relieve pero no hay razón para creer que es excepcional. Bonos de deuda es algo que se transa todos los días; es uno de los precios más importantes de la economía. Entonces, resulta que ese precio tampoco es "puramente económico." Pero, si ni el precio del trabajo ni el precio de la deuda lo son, entonces ¿cuál precio sí lo es?
Sunday, May 22, 2011
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