Ya antes he escrito un poco sobre esto pero igual hoy volvió a surgir el tema en una conversación con unos colegas sobre asuntos de filosofía de la justicia. Resulta que hoy tuvimos una charla de Michael Sandel donde se preguntaba acerca de las intuiciones morales que sustentan nuestra tendencia a privilegiar el mercado. El argumento obvio suele ser el de privilegiar las libertades de los individuos. Pero hay otro argumento suplementario que apuntala al anterior: supuestamente las transacciones de mercado permiten llegar a resultados que son mutuamente aceptables para todas las partes lo cual nos evita el tener que indagar sobre sus principios últimos y sus proyectos de vida. Si alguien acepta una transacción, ya con eso nos contó todo lo que nos interesaba saber sobre sus metas, sus concepciones éticas, sus creencias, etc. La ventaja es que, supuestamente, de este modo nos evitamos el tener que entrar en discusiones deontológicas sobre cuáles son los valores últimos de una persona y esto es bueno porque así estamos a salvo de las arbitrariedades que pueden surgir en ese tipo de discusiones. Lo que para mi puede ser un valor deontológico para otra persona puede ser una pamplina.
Lo que me llama la atención de esta postura es hasta qué punto está ligada a la noción de racionalidad propia de la economía moderna. Es decir, según esta visión, la racionalidad es un atributo de los actos individuales. Un acto racional es un acto optimizador.
Esta es una visión muy limitada de la racionalidad y me sorprende cómo ha adquirido tanta aceptación, incluso por gente que no es economista. (Recuerdo, y así lo escribí hace un tiempo, que lo noté entre estudiantes míos en un curso en el cual casi ninguno era economista.) Si yo le digo a alguien que "Todo hombre es mortal" y que "Sócrates es un hombre" y esa persona es capaz de responderme: "Ah! Entonces Sócrates es mortal" esa persona está dando allí una muestra de racionalidad. No está optimizando nada. De pronto yo podría inventarme una descripción suficientemente enrevesada de esta situación para representarla como un proceso de optimización. Pero sería ridículo. Lo obvio sería decir que esta persona ha demostrado ser racional por el hecho de que ha sido capaz de seguir un raciocinio correcto desde dos premisas hasta una conclusión. ¿Cuál es el misterio?
La racionalidad no es solo un atributo de los actos. También hay argumentos racionales, hay creencias racionales. En ese sentido, no veo por qué ese temor a que tan pronto entremos en el terreno de argumentaciones deontológicas no se puede decir nada racional. En la vida diaria vemos esto en los tribunales, sobre todo tribunales constitucionales que, por la naturaleza misma de su oficio, tienen que elaborar argumentos sobre principios abstractos y su aplicabilidad. Hay magistrados más inteligentes que otros. Generalmente somos capaces de reconocer cuando un magistrado ha seguido un raciocinio "elegante," "innovador," "incisivo," o cualquier otro calificativo que queramos, para llegar a una conclusión. Se trata de un ejercicio racional.
Creo que si se toma en serio este punto, se tendría que reconocer que no siempre el mercado es la única forma (ni siquiera la mejor) de preservar la racionalidad del orden social. Si, si, ya sé: todo esto estaba en Habermas y en Rawls. Pero estaba con ganas de escribir algo y además, han de reconocérmelo, estos párrafos son más cortos que la parte final de La Teoría de la Justicia y más fáciles que Teoría de la Acción Comunicativa.
Thursday, February 24, 2011
Sunday, February 20, 2011
¿Tenemos Derecho a Salvar el Mundo?
En estos días se ha armado un minidebate bastante divertido en internet en torno a los fundamentos de la doctrina libertaria. Resulta que Sasha Volokh, uno de los autores de un blog libertario tuvo el coraje de decir que a su juicio no hay ninguna justificación para recaudar impuestos en el hipotético caso de que fueran necesarios para salvar al planeta de un impacto de un asteroide. El argumento de él es que la única justificación para coartar algunos derechos es la necesidad de proteger otros y que salvar el planeta no es un derecho. Es decir, no tenemos el "derecho" de que no nos destruya un asteroide.
Mi primera reacción fue similar a la de Brad de Long quien considera esto un ejemplo de lo que ocurre cuando se sale de madre el raciocinio deontológico. Es decir, cuando se parte de una serie de principios indubitables y luego se procede a extraer las consecuencias necesarias, así nos parezcan absurdas.
Ahora no estoy seguro de estar 100% de acuerdo. En principio sí veo que hay algo raro con este tipo de raciocinio deontológico, pero no sé si el problema sea con la deontología como tal. (De Long hace rato se declaró un consecuncialista así que a él esto no le quita el sueño.) Al fin y al cabo, yo sí quiero dejar cierto espacio para argumentos deontológicos como los de Rawls y Habermas.
Para mí el problema en este caso, y que si estoy en lo cierto es un problema para todo el libertarianismo, es que erigir los derechos individuales como categoría deontológica última es imposible. Supongamos que Volokh tiene razón en que no existe tal cosa como el "derecho a evitar la destrucción del planeta." En cierto modo no le falta razón. En principio todos estamos de acuerdo en que no existe el derecho a no morir de modo que, por extensión, tampoco existe el derecho a no morir como consecuencia del impacto de un asteroide. Pero si un asteroide golpeara a la tierra, el mismo concepto de "derechos" perdería todo significado.
Solemos hablar de derechos "inalienables" pero cuando lo hacemos es más como una exhortación, una declaración de principios. En realidad todo derecho es alienable por la fuerza. En la práctica, los derechos son resultado de una construcción social de consensos y mutuo reconocimiento. Si no existen las condiciones para tal consenso y tal reconocimiento, los derechos, todos ellos, desaparecen.
Por eso es que los derechos son un mal punto de partida para una doctrina deontológica: no tienen existencia propia, no son esencias supérstites que existan por encima de los seres humanos a quienes se aplican. En cierto modo esta es la vieja objeción de gente como Marx contra el iusnaturalismo liberal estilo Locke: uno no puede crear una teoría normativa de la sociedad partiendo de la base de que los seres humanos son (siempre y en todo lugar) ciudadanos burgueses dotados de derechos de propiedad, que a su vez están garantizados por el sistema de leyes propias del derecho privado. Tales derechos de propiedad, tales leyes son en realidad un producto de circunstancias históricas. (Lo que Marx llamaba las "robinsonadas de la economía política clásica.")
Hace rato tengo el propósito de extenderme sobre este punto pero por ahora tendré que dejarlo ahí. (Está hablando en vivo el hijo de Gaddafi en la BBC y Libia se está calentando.) Pero por ahora me limito a consignarlo: buena parte de nuestras doctrinas sobre la justicia (y el caso del libertarianismo es el más claro) están basadas sobre la noción de que es posible explicar y fundamentar las instituciones sociales sobre la base del intercambio privado entre individuos pero en realidad las cosas ocurren al contrario: las instituciones sociales, basadas en relaciones de poder y coordinación son las que posibilitan el intercambio privado entre individuos.
Mi primera reacción fue similar a la de Brad de Long quien considera esto un ejemplo de lo que ocurre cuando se sale de madre el raciocinio deontológico. Es decir, cuando se parte de una serie de principios indubitables y luego se procede a extraer las consecuencias necesarias, así nos parezcan absurdas.
Ahora no estoy seguro de estar 100% de acuerdo. En principio sí veo que hay algo raro con este tipo de raciocinio deontológico, pero no sé si el problema sea con la deontología como tal. (De Long hace rato se declaró un consecuncialista así que a él esto no le quita el sueño.) Al fin y al cabo, yo sí quiero dejar cierto espacio para argumentos deontológicos como los de Rawls y Habermas.
Para mí el problema en este caso, y que si estoy en lo cierto es un problema para todo el libertarianismo, es que erigir los derechos individuales como categoría deontológica última es imposible. Supongamos que Volokh tiene razón en que no existe tal cosa como el "derecho a evitar la destrucción del planeta." En cierto modo no le falta razón. En principio todos estamos de acuerdo en que no existe el derecho a no morir de modo que, por extensión, tampoco existe el derecho a no morir como consecuencia del impacto de un asteroide. Pero si un asteroide golpeara a la tierra, el mismo concepto de "derechos" perdería todo significado.
Solemos hablar de derechos "inalienables" pero cuando lo hacemos es más como una exhortación, una declaración de principios. En realidad todo derecho es alienable por la fuerza. En la práctica, los derechos son resultado de una construcción social de consensos y mutuo reconocimiento. Si no existen las condiciones para tal consenso y tal reconocimiento, los derechos, todos ellos, desaparecen.
Por eso es que los derechos son un mal punto de partida para una doctrina deontológica: no tienen existencia propia, no son esencias supérstites que existan por encima de los seres humanos a quienes se aplican. En cierto modo esta es la vieja objeción de gente como Marx contra el iusnaturalismo liberal estilo Locke: uno no puede crear una teoría normativa de la sociedad partiendo de la base de que los seres humanos son (siempre y en todo lugar) ciudadanos burgueses dotados de derechos de propiedad, que a su vez están garantizados por el sistema de leyes propias del derecho privado. Tales derechos de propiedad, tales leyes son en realidad un producto de circunstancias históricas. (Lo que Marx llamaba las "robinsonadas de la economía política clásica.")
Hace rato tengo el propósito de extenderme sobre este punto pero por ahora tendré que dejarlo ahí. (Está hablando en vivo el hijo de Gaddafi en la BBC y Libia se está calentando.) Pero por ahora me limito a consignarlo: buena parte de nuestras doctrinas sobre la justicia (y el caso del libertarianismo es el más claro) están basadas sobre la noción de que es posible explicar y fundamentar las instituciones sociales sobre la base del intercambio privado entre individuos pero en realidad las cosas ocurren al contrario: las instituciones sociales, basadas en relaciones de poder y coordinación son las que posibilitan el intercambio privado entre individuos.
Wednesday, February 16, 2011
Uds. Lo Leyeron Primero...
Mi anterior escrito en el blog se ha convertido en un artículo que, según me dicen, va a aparecer mañana (Jueves) en versión en inglés en Politico.com. Allí hay un ingrediente más que no puse aquí. (Hay que mantener la clientela a la expectativa...)
Actualización: ... y aquí está. El título no es culpa mía (yo propuse uno mejor). Nótese también la feliz coincidencia de que haya salido casi al lado del artículo de un Representante (Demócrata) llamado Albio Sires y que representa exactamente el tipo de raciocinio que yo quería prevenir. En fin, el establecimiento político norteamericano parece incapaz de pensar fríamente sobre Israel.
Actualización: ... y aquí está. El título no es culpa mía (yo propuse uno mejor). Nótese también la feliz coincidencia de que haya salido casi al lado del artículo de un Representante (Demócrata) llamado Albio Sires y que representa exactamente el tipo de raciocinio que yo quería prevenir. En fin, el establecimiento político norteamericano parece incapaz de pensar fríamente sobre Israel.
Wednesday, February 9, 2011
Más Sobre Revoluciones (A Propósito de Egipto)
¡Qué extraño! Yo estoy acostumbrado a que a mi me obsesionan algunos temas sociales y políticos que a la mayoría le tienen sin cuidado. (No les cuento cuánto tiempo le gasté en mi juventud a informarme sobre Enver Hoxha porque me daría vergüenza.) Un ejemplo es el tema de las revoluciones. No hace mucho estaba yo comentando sobre el asunto y notando el hecho de que al parecer ya las revoluciones no interesaban a nadie. Pués bien, ahora resulta que las revoluciones están otra vez de moda en especial gracias a Egipto.
David Bell publicó ahora un artículo intentando establecer una tipología de las revoluciones para tratar de explicar la posible trayectoria de los eventos en Egipto. A su juicio, un factor clave que determina si la revolución se convierte en una sangría espeluznante es si se trata de una revolución con fines delimitados claramente en el tiempo. Revoluciones, digamos "cortas", pueden llegar rápidamente a una situación de normalidad evitando los peores excesos mientras que revoluciones "largas" tienden a convertirse en dramas históricos mortíferos.
El problema del argumento es obvio, y el mismo David Bell parece reconocerlo: es imposible saber de antemano si una revolución es "corta" o "larga" en parte porque si algo caracteriza a una revolución es que se abre el espacio para todo tipo de coaliciones, con todo tipo de reglas y repertorios de acción. Entonces, por ejemplo, la Revolución Francesa (que Bell conoce muy bien y cataloga como "larga") comenzó como una revolución relativamente modesta, a tal punto que para 1790 se había llegado a lo que parecía ser un modus vivendi entre la Asamblea Nacional y el Rey.
Bell quiere a veces buscar la explicación en las metas de la revolución, o más precisamente, en las metas de los revolucionarios. Pero otra vez, el problema es que una revolución no tiene metas predecibles. Es posible que la lancen algunos sectores con unas metas específicas para luego ver que el liderazgo recae en otros sectores distintos con metas distintas. Además, en cualquier país en cualquier momento siempre habrá individuos que tengan objetivos políticos maximalistas, de transformación total de la sociedad. La pregunta es por qué son ellos y no otros los que obtienen el liderazgo en determinado momento.
Un factor que radicaliza muchísimo a las revoluciones es si las élites del antiguo régimen son capaces de lanzar una ofensiva contrarevolucionaria, y mucho más aún si lo hacen en alianza con potencias extranjeras. Un punto de quiebre en la Revolución Francesa fue precisamente el intento de Luis XVI de huír de Francia para ponerse al frente de los ejércitos contrarevolucionarios de la Santa Alianza. (Alguien podría decir que parecía que el Rey había perdido la cabeza... y en efecto así fue.) La guerra civil que estalló en la Unión Soviética después de la Revolución de Octubre, con presencia de tropas francesas, inglesas y americanas, tuvo un efecto similar. El intento de desembarco de exiliados cubanos en Bahía Cochinos es otro ejemplo, como también lo es la financiación de la "contra" nicaragüense por parte de Estados Unidos.
La razón es muy simple: este tipo de agresiones ayudan a que el movimiento revolucionario adquiera también el carácter de movimiento de liberación nacional. Al mismo tiempo, militarizan el proceso político de modo que el liderazgo revolucionario se vuelve más intolerante del disenso, más dependiente del carisma, por lo mismo, menos institucionalizado. En ese contexto, los números de las encuestas son lo de menos. Puede que las facciones "girondinas" (moderadas, de clase media) tengan el apoyo de la mayoría, o por lo menos de una pluralidad. Pero si no son capaces de ofrecer garantías de orden y resistencia ante la agresión, terminan por caer. En cierto modo ese fue el golpe maestro de Lenin: entender que en una situación revolucionaria las mayorías son fluidas precisamente porque el juego está cambiando permanentemente. Si la mayoría de hoy se queda quieta y no responde a los retos del momento, se puede diluír muy rápido.
La revolución iraní da otro ejemplo que ilustra este mecanismo pero que es particularmente instructivo porque la agresión no vino de sectores restauracionistas. La revolución iraní comenzó como una revolución pluralista pero la guerra contra el Irak de Saddam Hussein creó las condiciones para que se fortaleciera la Guardia Revolucionaria y para que se cerrara el debate político.
En contraste, en las revoluciones de Europa Oriental de 1989 el liderazgo político del viejo orden se quedó sin aliado externo y no tenía forma de montar una ofensiva contrarevolucionaria. Por eso cuando se llegó a cierta normalidad del proceso político ya podía decirse que la revolución había terminado. Algo similar parece estar pasando en Nepal donde, aún con enormes dificultades, parece que ya se llegó a la aceptación del nuevo orden político, con presencia de los grupos maoístas. ¿Y mi ejemplo favorito, Venezuela? Parece ser un híbrido pero eso mismo lo convierte en una excelente ilustración. Antes del 2002 el gobierno de Chávez a duras penas si ulitzaba el lenguaje revolucionario. Con el intento de golpe se radicaliza y comienzan los ataques a las libertades de expresión (no tan graves como en otros casos, por cierto). Desde entonces se ha mantenido en una especie de "guerra fría" con la oposición. Será interesante ver ahora qué ocurre cuando, como resultado de las elecciones, tal parece que la oposición ve posible su llegada al poder dentro del orden político vigente lo cual reduce la presión que empujaba hacia una ofensiva contrarevolucionaria total.
Si tengo razón, aparentemente Egipto va a salir relativamente bien librado. Mubarak está perdiendo el patronazgo de Estados Unidos y no se ve qué sectores de su gobierno puedan (o quieran) lanzar la contrarevolución. Pareciera que los intereses económicos que se han beneficiado de Mubarak pueden seguir existiendo en un nuevo régimen así que no tendrán incentivos para buscar la restauración.
Claro, mucho de esto es endógeno. La Gironda francesa parecía tener todo el viento a su favor durante un tiempo pero las crisis económicas a que se vio sometida la debilitaron abriéndole paso a los jacobinos.
Por lo mismo, yo diría que los dos grandes riesgos de radicalización del proceso egipcio vendrían (si de algo sirve los precedentes históricos) de una crisis económica y/o una agresión externa en nombre del antiguo régimen. Paradógicamente, esa clase de agresiones externas son más comunes cuando más temor suscitan los sectores radicales. Es decir, a veces el temor de las élites a la radicalización es en sí mismo un factor de radicalización.
David Bell publicó ahora un artículo intentando establecer una tipología de las revoluciones para tratar de explicar la posible trayectoria de los eventos en Egipto. A su juicio, un factor clave que determina si la revolución se convierte en una sangría espeluznante es si se trata de una revolución con fines delimitados claramente en el tiempo. Revoluciones, digamos "cortas", pueden llegar rápidamente a una situación de normalidad evitando los peores excesos mientras que revoluciones "largas" tienden a convertirse en dramas históricos mortíferos.
El problema del argumento es obvio, y el mismo David Bell parece reconocerlo: es imposible saber de antemano si una revolución es "corta" o "larga" en parte porque si algo caracteriza a una revolución es que se abre el espacio para todo tipo de coaliciones, con todo tipo de reglas y repertorios de acción. Entonces, por ejemplo, la Revolución Francesa (que Bell conoce muy bien y cataloga como "larga") comenzó como una revolución relativamente modesta, a tal punto que para 1790 se había llegado a lo que parecía ser un modus vivendi entre la Asamblea Nacional y el Rey.
Bell quiere a veces buscar la explicación en las metas de la revolución, o más precisamente, en las metas de los revolucionarios. Pero otra vez, el problema es que una revolución no tiene metas predecibles. Es posible que la lancen algunos sectores con unas metas específicas para luego ver que el liderazgo recae en otros sectores distintos con metas distintas. Además, en cualquier país en cualquier momento siempre habrá individuos que tengan objetivos políticos maximalistas, de transformación total de la sociedad. La pregunta es por qué son ellos y no otros los que obtienen el liderazgo en determinado momento.
Un factor que radicaliza muchísimo a las revoluciones es si las élites del antiguo régimen son capaces de lanzar una ofensiva contrarevolucionaria, y mucho más aún si lo hacen en alianza con potencias extranjeras. Un punto de quiebre en la Revolución Francesa fue precisamente el intento de Luis XVI de huír de Francia para ponerse al frente de los ejércitos contrarevolucionarios de la Santa Alianza. (Alguien podría decir que parecía que el Rey había perdido la cabeza... y en efecto así fue.) La guerra civil que estalló en la Unión Soviética después de la Revolución de Octubre, con presencia de tropas francesas, inglesas y americanas, tuvo un efecto similar. El intento de desembarco de exiliados cubanos en Bahía Cochinos es otro ejemplo, como también lo es la financiación de la "contra" nicaragüense por parte de Estados Unidos.
La razón es muy simple: este tipo de agresiones ayudan a que el movimiento revolucionario adquiera también el carácter de movimiento de liberación nacional. Al mismo tiempo, militarizan el proceso político de modo que el liderazgo revolucionario se vuelve más intolerante del disenso, más dependiente del carisma, por lo mismo, menos institucionalizado. En ese contexto, los números de las encuestas son lo de menos. Puede que las facciones "girondinas" (moderadas, de clase media) tengan el apoyo de la mayoría, o por lo menos de una pluralidad. Pero si no son capaces de ofrecer garantías de orden y resistencia ante la agresión, terminan por caer. En cierto modo ese fue el golpe maestro de Lenin: entender que en una situación revolucionaria las mayorías son fluidas precisamente porque el juego está cambiando permanentemente. Si la mayoría de hoy se queda quieta y no responde a los retos del momento, se puede diluír muy rápido.
La revolución iraní da otro ejemplo que ilustra este mecanismo pero que es particularmente instructivo porque la agresión no vino de sectores restauracionistas. La revolución iraní comenzó como una revolución pluralista pero la guerra contra el Irak de Saddam Hussein creó las condiciones para que se fortaleciera la Guardia Revolucionaria y para que se cerrara el debate político.
En contraste, en las revoluciones de Europa Oriental de 1989 el liderazgo político del viejo orden se quedó sin aliado externo y no tenía forma de montar una ofensiva contrarevolucionaria. Por eso cuando se llegó a cierta normalidad del proceso político ya podía decirse que la revolución había terminado. Algo similar parece estar pasando en Nepal donde, aún con enormes dificultades, parece que ya se llegó a la aceptación del nuevo orden político, con presencia de los grupos maoístas. ¿Y mi ejemplo favorito, Venezuela? Parece ser un híbrido pero eso mismo lo convierte en una excelente ilustración. Antes del 2002 el gobierno de Chávez a duras penas si ulitzaba el lenguaje revolucionario. Con el intento de golpe se radicaliza y comienzan los ataques a las libertades de expresión (no tan graves como en otros casos, por cierto). Desde entonces se ha mantenido en una especie de "guerra fría" con la oposición. Será interesante ver ahora qué ocurre cuando, como resultado de las elecciones, tal parece que la oposición ve posible su llegada al poder dentro del orden político vigente lo cual reduce la presión que empujaba hacia una ofensiva contrarevolucionaria total.
Si tengo razón, aparentemente Egipto va a salir relativamente bien librado. Mubarak está perdiendo el patronazgo de Estados Unidos y no se ve qué sectores de su gobierno puedan (o quieran) lanzar la contrarevolución. Pareciera que los intereses económicos que se han beneficiado de Mubarak pueden seguir existiendo en un nuevo régimen así que no tendrán incentivos para buscar la restauración.
Claro, mucho de esto es endógeno. La Gironda francesa parecía tener todo el viento a su favor durante un tiempo pero las crisis económicas a que se vio sometida la debilitaron abriéndole paso a los jacobinos.
Por lo mismo, yo diría que los dos grandes riesgos de radicalización del proceso egipcio vendrían (si de algo sirve los precedentes históricos) de una crisis económica y/o una agresión externa en nombre del antiguo régimen. Paradógicamente, esa clase de agresiones externas son más comunes cuando más temor suscitan los sectores radicales. Es decir, a veces el temor de las élites a la radicalización es en sí mismo un factor de radicalización.
Monday, February 7, 2011
¿Puede Existir un "Socialismo Científico"?
Como ya saben mis lectores, el blog de Brad de Long es uno de los mejores blogs de economía que hay. Léanlo. Hace unos días descubrí que de Long ya se formó su opinión sobre un tema que a mi hace mucho me confunde. Lo envidio porque yo sí quisiera ya tener claridad al respecto. Pero no. Sigo confundido.
Como es sabido, Marx denominó a su teoría "socialismo científico" para diferenciarlo de lo que él consideraba el "socialismo utópico" de su tiempo. Es decir, Marx creyó haber ofrecido una demostración "científica" de cómo el socialismo era el resultado de la lógica misma del sistema capitalista.
Por eso, Marx se mofaba constantemente de los panfletistas de su tiempo que trataban de ofrecer un argumento moral en favor del socialismo. Para él, esas intenciones piadosas, esa compasión por los oprimidos, esa indignación ante las injusticias, venían sobrando en un análisis científico de la sociedad.
Lo curioso es que la obra de Marx está llena también de tonos morales de condena al capitalismo. Incluso El Capital, su obra más "científica" tiene pasajes que rebosan indignación ante la opresiva legislación laboral de su tiempo.
¿Cómo reconciliar la postura del científico con la del activista? De Long ya decidió que, por lo menos en el caso de Marx, no valía la pena intentarlo. El ya optó por considerar que Marx es inconsistente y prefiere dejar el asunto así.
Yo no creo que el asunto sea tan fácil. Creo que de Long está pasando por alto ciertas consideraciones que Marx tenía en mente. Si entendemos mejor los extremos que Marx quería evitar, entenderemos mejor por qué era tan propenso a caer en este tipo de inconsistencias. No se trata de defender la solución que dio Marx, o, para ser más exactos, su incuria respecto a la necesidad de dar una solución. A mi siempre me ha parecido que ese es uno de los puntos que Marx nunca abordó satisfactoriametne. Pero sí se trata de entender por qué el problema es difícil y por tanto, por qué no es muy probable que un intento de solución se quede corto.
Desde el punto de vista de la ortodoxia reinante en las ciencias sociales, uno puede establecer una dicotomía entre descripción y juicio de valor. Pero el problema es que, precisamente, Marx rechazaba esa ortodoxia.
Marx fue de los primeros pensadores en hacer una observación bastante sugestiva: lo que solemos llamar el punto de vista científico, desapasionado, neutral, etc. suele estar contaminado por juicios normativos que operan a espaldas del científico y que van guiando sus conclusiones a veces sin que él mismo se dé cuenta. Para Marx, esto era particularmente claro en la economía política clásica. A su juicio, la ciencia económica comenzaba por suponer la existencia de agentes económicos autónomos que entran en relaciones de intercambio libres sin darse cuenta de que tal imagen ya estaba metiendo de contrabando todas las premisas normativas sobre la economía capitalista.
Marx creía (y a mi juicio ese es uno de sus rasgos más distintivos) que la sociedad se constituye, ante todo, de relaciones de poder y dominación. Es decir, si en algún momento creemos estar analizando algo que parece ser un intercambio entre iguales, es porque se nos está olvidando lo esencial, a saber: que dicha igualdad es aparente, es el producto de una relación de poder, que posiblemente no involucre a los participantes en cuestión, pero que no por eso es menos relevante.
Lo interesante de esto es que una relación de poder involucra los juicios normativos tanto de los participantes como del observador en una forma mucho más directa y radical que una relación de intercambio. Pero recordemos que Marx, al fin y al cabo un hegeliano de izquierda, sospechaba de cualquier presunción normativa que estuviera justificada sobre la base del derecho privado burgués. Entonces cuando los socialistas de su época lanzaban diatribas contra el capitalismo, por ejemplo al criticar la pobreza de la clase obrera, Marx considera que esa crítica se mantiene dentro de los confines del discurso burgués porque no es capaz de volver su mirada crítica contra el sistema de propiedad privada subyacente y se limita a buscar paliativos.
Yo creo que en lo esencial no le faltaba razón a Marx en ambas apreciaciones. El problema es que, cuando se yuxtaponen, se genera un serio dilema. Resulta que tanto nuestras categorías descriptivas como nuestras categorías valorativas están ya aceptando las premisas de la sociedad que supuestamente buscamos describir y evaluar.
Marx echa mano de un recurso que a muchos les puede parecer dudoso, incluso tramposo: su interpretación de la dialéctica hegeliana. Para Marx, el conflicto que acabo de esbozar desaparece en la medida en que tomamos en cuenta que el capitalismo lleva en sí mismo las contradicciones intrínsecas que lo van a destruir. Es decir, al dar cuenta de cómo evoluciona la sociedad capitalista se puede ver que el capitalismo se va a destruir a sí mismo y que, simultáneamente, en dicho proceso se va a destruir el lenguaje normativo que usamos para evaluarlo. Entonces, para Marx se puede entrar a la tarea de describir el capitalismo sin necesidad de adoptar una pose de indignación moral, a sabiendas de que dicha descripción ya va a mostrar cómo, por una parte el capitalismo se va a destruir ante el empuje del proletariado y, por otra, que ese mismo empuje va a poner en evidencia, con base en categorías normativas nuevas, las injusticias propias del sistema. Es decir, Marx cree que puede ser científico y activista al tiempo, que las dos perspectivas no están en contradicción sino que por el contrario, la una lleva a la otra. Por eso critica tanto a los socialistas anteriores que, a su juicio, ignoran que el sujeto último del proceso de destrucción del capitalismo es el proletariado, como respuesta a una dinámica interna del sistema. Ignorar este punto, cree él, lleva a los teóricos del socialismo a adoptar posturas reformistas superficiales o a intelectualizar excesivamente el movimiento revolucionario, quitándole el protagonismo que le corresponde a las clases sociales, en especial al proletariado.
Obviamente, en el siglo XXI es muy difícil suscribir todo esto. La solución de Marx suena a nuestros oídos contemporáneos en últimas descabellada. Pero si la solución no sirve, el problema no ha desaparecido. ¿Es posible armonizar "teoría" y "crítica" si sospechamos, como Marx y tantos otros depués de él, de la base misma de las categorías de ambas? (Y lo digo con plena consciencia de que "teoría crítica" es el slogan de la Escuela de Frankfurt). Afortunadamente para Brad de Long, él no comparte esas sospechas iniciales y puede desdeñar todo esto como un laberinto pseudo-filosófico. Por eso lo envidio. Ya quisiera yo tener la misma certeza.
Como es sabido, Marx denominó a su teoría "socialismo científico" para diferenciarlo de lo que él consideraba el "socialismo utópico" de su tiempo. Es decir, Marx creyó haber ofrecido una demostración "científica" de cómo el socialismo era el resultado de la lógica misma del sistema capitalista.
Por eso, Marx se mofaba constantemente de los panfletistas de su tiempo que trataban de ofrecer un argumento moral en favor del socialismo. Para él, esas intenciones piadosas, esa compasión por los oprimidos, esa indignación ante las injusticias, venían sobrando en un análisis científico de la sociedad.
Lo curioso es que la obra de Marx está llena también de tonos morales de condena al capitalismo. Incluso El Capital, su obra más "científica" tiene pasajes que rebosan indignación ante la opresiva legislación laboral de su tiempo.
¿Cómo reconciliar la postura del científico con la del activista? De Long ya decidió que, por lo menos en el caso de Marx, no valía la pena intentarlo. El ya optó por considerar que Marx es inconsistente y prefiere dejar el asunto así.
Yo no creo que el asunto sea tan fácil. Creo que de Long está pasando por alto ciertas consideraciones que Marx tenía en mente. Si entendemos mejor los extremos que Marx quería evitar, entenderemos mejor por qué era tan propenso a caer en este tipo de inconsistencias. No se trata de defender la solución que dio Marx, o, para ser más exactos, su incuria respecto a la necesidad de dar una solución. A mi siempre me ha parecido que ese es uno de los puntos que Marx nunca abordó satisfactoriametne. Pero sí se trata de entender por qué el problema es difícil y por tanto, por qué no es muy probable que un intento de solución se quede corto.
Desde el punto de vista de la ortodoxia reinante en las ciencias sociales, uno puede establecer una dicotomía entre descripción y juicio de valor. Pero el problema es que, precisamente, Marx rechazaba esa ortodoxia.
Marx fue de los primeros pensadores en hacer una observación bastante sugestiva: lo que solemos llamar el punto de vista científico, desapasionado, neutral, etc. suele estar contaminado por juicios normativos que operan a espaldas del científico y que van guiando sus conclusiones a veces sin que él mismo se dé cuenta. Para Marx, esto era particularmente claro en la economía política clásica. A su juicio, la ciencia económica comenzaba por suponer la existencia de agentes económicos autónomos que entran en relaciones de intercambio libres sin darse cuenta de que tal imagen ya estaba metiendo de contrabando todas las premisas normativas sobre la economía capitalista.
Marx creía (y a mi juicio ese es uno de sus rasgos más distintivos) que la sociedad se constituye, ante todo, de relaciones de poder y dominación. Es decir, si en algún momento creemos estar analizando algo que parece ser un intercambio entre iguales, es porque se nos está olvidando lo esencial, a saber: que dicha igualdad es aparente, es el producto de una relación de poder, que posiblemente no involucre a los participantes en cuestión, pero que no por eso es menos relevante.
Lo interesante de esto es que una relación de poder involucra los juicios normativos tanto de los participantes como del observador en una forma mucho más directa y radical que una relación de intercambio. Pero recordemos que Marx, al fin y al cabo un hegeliano de izquierda, sospechaba de cualquier presunción normativa que estuviera justificada sobre la base del derecho privado burgués. Entonces cuando los socialistas de su época lanzaban diatribas contra el capitalismo, por ejemplo al criticar la pobreza de la clase obrera, Marx considera que esa crítica se mantiene dentro de los confines del discurso burgués porque no es capaz de volver su mirada crítica contra el sistema de propiedad privada subyacente y se limita a buscar paliativos.
Yo creo que en lo esencial no le faltaba razón a Marx en ambas apreciaciones. El problema es que, cuando se yuxtaponen, se genera un serio dilema. Resulta que tanto nuestras categorías descriptivas como nuestras categorías valorativas están ya aceptando las premisas de la sociedad que supuestamente buscamos describir y evaluar.
Marx echa mano de un recurso que a muchos les puede parecer dudoso, incluso tramposo: su interpretación de la dialéctica hegeliana. Para Marx, el conflicto que acabo de esbozar desaparece en la medida en que tomamos en cuenta que el capitalismo lleva en sí mismo las contradicciones intrínsecas que lo van a destruir. Es decir, al dar cuenta de cómo evoluciona la sociedad capitalista se puede ver que el capitalismo se va a destruir a sí mismo y que, simultáneamente, en dicho proceso se va a destruir el lenguaje normativo que usamos para evaluarlo. Entonces, para Marx se puede entrar a la tarea de describir el capitalismo sin necesidad de adoptar una pose de indignación moral, a sabiendas de que dicha descripción ya va a mostrar cómo, por una parte el capitalismo se va a destruir ante el empuje del proletariado y, por otra, que ese mismo empuje va a poner en evidencia, con base en categorías normativas nuevas, las injusticias propias del sistema. Es decir, Marx cree que puede ser científico y activista al tiempo, que las dos perspectivas no están en contradicción sino que por el contrario, la una lleva a la otra. Por eso critica tanto a los socialistas anteriores que, a su juicio, ignoran que el sujeto último del proceso de destrucción del capitalismo es el proletariado, como respuesta a una dinámica interna del sistema. Ignorar este punto, cree él, lleva a los teóricos del socialismo a adoptar posturas reformistas superficiales o a intelectualizar excesivamente el movimiento revolucionario, quitándole el protagonismo que le corresponde a las clases sociales, en especial al proletariado.
Obviamente, en el siglo XXI es muy difícil suscribir todo esto. La solución de Marx suena a nuestros oídos contemporáneos en últimas descabellada. Pero si la solución no sirve, el problema no ha desaparecido. ¿Es posible armonizar "teoría" y "crítica" si sospechamos, como Marx y tantos otros depués de él, de la base misma de las categorías de ambas? (Y lo digo con plena consciencia de que "teoría crítica" es el slogan de la Escuela de Frankfurt). Afortunadamente para Brad de Long, él no comparte esas sospechas iniciales y puede desdeñar todo esto como un laberinto pseudo-filosófico. Por eso lo envidio. Ya quisiera yo tener la misma certeza.
Sunday, February 6, 2011
Identidad Nacional: Mucho Ruido y Pocas Nueces
Como no soy europeo y solo hasta ahora he empezado a pasar un tiempo sustancial en Europa, nunca me ha quedado fácil entender los debates sobre el "multiculturalismo." Siempre he tenido la sospecha de que, en el fondo, se trata de una pamplina pero no me he atrevido a decirlo precisamente por mi ignorancia al respecto. Pero ahora el tema se está poniendo de moda. O mejor dicho, se está poniendo de moda que los primeros ministros de centro-derecha de Europa salen a decir sin más ni más que el multiculturalismo es un fracaso. Primero fue Merkel y ahora Cameron.
Es curioso. En ambos casos se trata de pronunciamientos que son tanto más gratuitos cuanto más categóricos. Merkel y Cameron, sin que medie ninguna crisis que le dé urgencia al tema, deciden un buen día salir a anunciarnos sus conclusiones respecto a un debate que lleva muchísimo tiempo pero sin ofrecernos ninguna evidencia para sustanciar sus conclusiones.
Pero el asunto se vuelve un poco más fatuo, si cabe, a la luz de los comentarios que hace hoy Madelaine Bunting en el Guardian. Ella hace la pregunta que yo me venía haciendo hace mucho pero que atribuía a mi ignorancia. Supongamos que el jefe de Estado de un país concluye que el multiculturalismo ha fracasado. ¿Entonces qué? ¿Qué relevancia tiene eso para el diseño de políticas públicas?
A menos que uno esté dispuesto a deportar los inmigrantes que ya están y a cerrar la admisión de los que puedan venir, cosa que ni Cameron ni Merkel están dispuestos a hacer, las minorías étnicas van a seguir representando un desafío de política social que hay que atender. Hay que ofrecer colegios a los niños, hay que asegurarse de que las trabajadoras sociales puedan atender los casos que les lleguen, hay que conseguir médicos que se puedan entender con estos pacientes y así sucesivamente. Cada uno de estos frentes requiere que el Estado trate de llegarle a las minorías en formas que sean eficaces. Por lo tanto, cada uno de estos frentes requiere que el Estado se vuelva más "multicultural."
La opción no es entre atender las necesidades de esa población en forma "multicultural" o en forma "británica" (o "germánica"). La opción es entre atenderlas y no atenderlas.
Claro, Cameron y Merkel expresan, como muchos de sus conciudadanos, la molestia que les produce el hecho de que muchas de las minorías traigan consigo prácticas familiares y comunitarias distintas. En muchos casos se trata de prácticas que no tienen cabida en una sociedad moderna y que, sí, de acuerdo, deberían desaparecer. Por ejemplo, la mutilación genital femenina (que, por cierto, no tiene origen religioso).
Pero, otra vez, ¿tiene el Estado británico, o alemán, algún botón que pueda oprimir para erradicar esas prácticas y que no ha oprimido hasta ahora por pura obcecación multicultural? La historia muestra que esa clase de cambios culturales se logran es trabajando con las comunidades mismas en vez de sermonearlas. Entonces, si a Cameron o a Merkel les preocupa tanto la opresión de la mujer en algunas minorías étnicas, la solución no es salir a gritar a los cuatro vientos que se viene un cataclismo social debido a los inmigrantes, sino tratar de buscar interlocutores legítimos dentro de las comunidades que contribuyan a producir el cambio. Ese proceso es gradual, toma tiempo, tiene retrocesos, es difícil, en fin... Pero ¿cuál es la alternativa?
Claro, hay una alternativa, la que mencioné antes: expulsar a los inmigrantes como lo quieren los partidos extremistas. Pero hay que tener en cuenta dos cosas. Primero, eso podría incendiar a Europa en formas no vistas por décadas. Segundo, no hay que olvidar que buena parte de la inmigración cumple una función económica: el capitalismo necesita mano de obra barata. Pero entre meterse con los grandes capitalistas y meterse con las minorías empobrecidas, ya sabemos Cameron y Merkel a quién escogen.
Thursday, February 3, 2011
Está bien, si Toca Hablar sobre Israel ...
Hace un par de días me hice el extrañado por el hecho de que tanto comentario sobre los hechos en Egipto, un país con más de 80 millones de personas, estuviera enfocándose en las consecuencias para Israel, un país de 6 millones de personas. Pero mientras más leo la prensa, más veo que esto va a seguir siendo así.
Para mí, en lo que hace a Israel, lo que está ocurriendo ahora en Egipto es un paso más en una tendencia que se viene agudizando hace varios años y que tendrá consecuencias muy importantes. Debido a su alianza con Estados Unidos, Israel desde hace años, a más tardar desde el 67 si no antes, ha disfrutado de una situación un poco excepcional en relaciones internacionales. En general, todo país del mundo tiene que amoldarse a su entorno y aprender a vivir con cosas que no le gustan de sus vecinos. Por ejemplo, al gobierno colombiano puede que no le gusten muchísimas cosas del gobierno venezolano, pero eso es algo con lo que hay que vivir. (Claro, hay sectores extremistas, sobre todo en el pasado no muy reciente, que soñaban con meter a Colombia en algún complot contra el gobierno de Chávez. Pero el cálculo racional está prevaleciendo más y esas nociones cada vez pierden más peso.)
En cambio, Israel se dio el lujo de poder amoldar su entorno o, por lo menos, de tratar de hacerlo más que casi cualquier otro país. Por ejemplo, aunque ya no se oye tanto, hace unos años hacía carrera la noción de "fronteras defendibles" según la cual Israel debía tener control sobre todo territorio que fuera de importancia militar estratégica en una hipótesis de guerra con sus vecinos. Ningún otro país del mundo se da ese lujo. Probablemente San Diego sería un excelente punto para lanzar un ataque de Estados Unidos contra México pero eso es algo con lo que México tiene que vivir. Lo normal es que un país amolde su política de defensa al territorio que tiene y no lo contrario. Si tiene un territorio fácil de atacar, entonces o se arma hasta los dientes o se mantiene en buenos términos con los vecinos.
Ese proyecto de tener "fronteras defendibles" ya no tiene viento a su favor y el Estado de Israel ha tenido que ir aceptando poco a poco que el territorio que tiene es el que es (obviamente exceptuando el problema gordo de la Banca Occidental y la Franja de Gaza). Pero un aspecto en el cual Israel hasta ahora sí que había tenido éxito a la hora de amoldar su entorno a sus decisiones políticas era en el de sus vecinos.
No voy a entrar a aventurar hipótesis sobre cómo se gestó ese alineamiento tan firme entre Israel y Estados Unidos. Hay demasiados factores que lo explican. Pero el hecho es que, gracias a dicha confluencia de intereses, Egipto y Jordania han estado por décadas gobernados por regímenes favorables a Israel y en cambio bastante recelosos, cuando no hostiles, hacia los movimientos de liberación palestinos.
A todos nos ha tomado por sorpresa el alzamiento popular en Egipto. Pero algunos de sus ingredientes se veían venir hace mucho tiempo. Hace mucho es bastante claro que el gobierno de Mubarak estaba perdiendo legitimad. Hace mucho es bastante claro que la economía egipcia no estaba llevando prosperidad o por lo menos esperanzas a amplios sectores de la población. Hace mucho es bastante claro que la política exterior de Mubarak no gozaba de total aceptación entre los egipcios. Entonces, lo que uno no entiende es por qué ahora el sentimiento de alarma. Israel y Estados Unidos sabían que esto que está pasando ahora era hace tiempo una posibilidad. Sabían que el régimen de Mubarak no iba a durar para toda la vida. Pero al parecer no hicieron nada para cambiar de curso o por lo menos para preparar contingencias.
Yo creo que lo que está pasando es que Estados Unidos ya no puede ser, como era antes, el garante del orden para Israel. Ya no puede patrullarle el vecindario como lo hacía antes, premiando a sus aliados y castigando a sus adversarios, mientras fingía interés en la paz con los palestinos.
Hay múltiples razones. Económicamente, Estados Unidos ya no tiene el peso relativo que tenía antes. Eso se nota en los famosos bloqueos. Estados Unidos ha tenido dificultades para bloquear económicamente a Irán, en parte porque hay otros posibles socios comerciales dispuestos a comprarle el petróleo, desafiando a Estados Unidos. El caso de Siria también es interesante. Supuestamente es un país al que Estados Unidos quisiera estrangular económicamente. Y la verdad es que las relaciones económicas entre ambos son casi inexistentes. Pero Siria ha logrado crear redes comerciales en la región, redes que han enriquecido a todo un sector privilegiado que es capaz de generar lealtades políticas domésticas importantes.
Políticamente, Estados Unidos está viendo ahora que, como se ha venido advirtiendo desde hace mucho, apoyar dictaduras impopulares no es la mejor forma de ganarse a la opinión pública. Además, el poco capital político de Estados Unidos en la zona se destruyó con la invasión a Iraq (y, previamente, con las sanciones económicas a ese país).
Entonces, lo que hay detrás de todo el alarmismo que rodea el actual debate sobre Israel-Egipto puede ser visto más bien como un retorno a la normalidad. Es probable que a Israel le toque hacer ahora lo que casi todos los países del mundo hacen: aprender a vivir con las cosas desagradables de sus vecinos.
No sé casi nada sobre la zona, pero me da la impresión de que el temor de que triunfe en Egipto un gobierno "eliminacionista" que quiera "echar a los judíos al mar" es infundado. Esa clase de posturas bélicas casi nunca son populares en ningún país. Los egipcios ahora parecen más interesados en sus problemas domésticos que en librar una guerra costosísima contra Israel.
Pero sí hay otras cosas que pueden pasar. Por ejemplo, parece que la complicidad de Mubarak en el bloqueo económico a Gaza es tremendamente impopular en Egipto. Podría uno pensar que casi cualquier gobierno que surja de la actual transición va a abrir la frontera con Gaza. De pronto va a reconocer el parlamento palestino, donde Hamas cuenta con significativa presencia. Ahora, preguntémonos, ¿qué hay de malo en esto?
Muchos sectores, incluso en Israel, creen que el bloqueo a Gaza debe terminar. Muchos sectores, incluso en Israel, creen que es necesario reconocer la presencia política de Hamas e incluso dialogar con ese movimiento. Son cosas que probablemente Israel ha debido hacer hace mucho tiempo pero que no hacía porque sabía que, cualesquiera que fueran los problemas que su obstinación causara, Estados Unidos iba a estar allí para sacarle las castañas del fuego. Entonces, de pronto el resultado de todo esto, en vez de las fantasías sobre el Armagedón que rondan la mente febril de la derecha estadounidense, va a ser más bien una política exterior israelí más "normal." Y eso no es algo para temer.
Para mí, en lo que hace a Israel, lo que está ocurriendo ahora en Egipto es un paso más en una tendencia que se viene agudizando hace varios años y que tendrá consecuencias muy importantes. Debido a su alianza con Estados Unidos, Israel desde hace años, a más tardar desde el 67 si no antes, ha disfrutado de una situación un poco excepcional en relaciones internacionales. En general, todo país del mundo tiene que amoldarse a su entorno y aprender a vivir con cosas que no le gustan de sus vecinos. Por ejemplo, al gobierno colombiano puede que no le gusten muchísimas cosas del gobierno venezolano, pero eso es algo con lo que hay que vivir. (Claro, hay sectores extremistas, sobre todo en el pasado no muy reciente, que soñaban con meter a Colombia en algún complot contra el gobierno de Chávez. Pero el cálculo racional está prevaleciendo más y esas nociones cada vez pierden más peso.)
En cambio, Israel se dio el lujo de poder amoldar su entorno o, por lo menos, de tratar de hacerlo más que casi cualquier otro país. Por ejemplo, aunque ya no se oye tanto, hace unos años hacía carrera la noción de "fronteras defendibles" según la cual Israel debía tener control sobre todo territorio que fuera de importancia militar estratégica en una hipótesis de guerra con sus vecinos. Ningún otro país del mundo se da ese lujo. Probablemente San Diego sería un excelente punto para lanzar un ataque de Estados Unidos contra México pero eso es algo con lo que México tiene que vivir. Lo normal es que un país amolde su política de defensa al territorio que tiene y no lo contrario. Si tiene un territorio fácil de atacar, entonces o se arma hasta los dientes o se mantiene en buenos términos con los vecinos.
Ese proyecto de tener "fronteras defendibles" ya no tiene viento a su favor y el Estado de Israel ha tenido que ir aceptando poco a poco que el territorio que tiene es el que es (obviamente exceptuando el problema gordo de la Banca Occidental y la Franja de Gaza). Pero un aspecto en el cual Israel hasta ahora sí que había tenido éxito a la hora de amoldar su entorno a sus decisiones políticas era en el de sus vecinos.
No voy a entrar a aventurar hipótesis sobre cómo se gestó ese alineamiento tan firme entre Israel y Estados Unidos. Hay demasiados factores que lo explican. Pero el hecho es que, gracias a dicha confluencia de intereses, Egipto y Jordania han estado por décadas gobernados por regímenes favorables a Israel y en cambio bastante recelosos, cuando no hostiles, hacia los movimientos de liberación palestinos.
A todos nos ha tomado por sorpresa el alzamiento popular en Egipto. Pero algunos de sus ingredientes se veían venir hace mucho tiempo. Hace mucho es bastante claro que el gobierno de Mubarak estaba perdiendo legitimad. Hace mucho es bastante claro que la economía egipcia no estaba llevando prosperidad o por lo menos esperanzas a amplios sectores de la población. Hace mucho es bastante claro que la política exterior de Mubarak no gozaba de total aceptación entre los egipcios. Entonces, lo que uno no entiende es por qué ahora el sentimiento de alarma. Israel y Estados Unidos sabían que esto que está pasando ahora era hace tiempo una posibilidad. Sabían que el régimen de Mubarak no iba a durar para toda la vida. Pero al parecer no hicieron nada para cambiar de curso o por lo menos para preparar contingencias.
Yo creo que lo que está pasando es que Estados Unidos ya no puede ser, como era antes, el garante del orden para Israel. Ya no puede patrullarle el vecindario como lo hacía antes, premiando a sus aliados y castigando a sus adversarios, mientras fingía interés en la paz con los palestinos.
Hay múltiples razones. Económicamente, Estados Unidos ya no tiene el peso relativo que tenía antes. Eso se nota en los famosos bloqueos. Estados Unidos ha tenido dificultades para bloquear económicamente a Irán, en parte porque hay otros posibles socios comerciales dispuestos a comprarle el petróleo, desafiando a Estados Unidos. El caso de Siria también es interesante. Supuestamente es un país al que Estados Unidos quisiera estrangular económicamente. Y la verdad es que las relaciones económicas entre ambos son casi inexistentes. Pero Siria ha logrado crear redes comerciales en la región, redes que han enriquecido a todo un sector privilegiado que es capaz de generar lealtades políticas domésticas importantes.
Políticamente, Estados Unidos está viendo ahora que, como se ha venido advirtiendo desde hace mucho, apoyar dictaduras impopulares no es la mejor forma de ganarse a la opinión pública. Además, el poco capital político de Estados Unidos en la zona se destruyó con la invasión a Iraq (y, previamente, con las sanciones económicas a ese país).
Entonces, lo que hay detrás de todo el alarmismo que rodea el actual debate sobre Israel-Egipto puede ser visto más bien como un retorno a la normalidad. Es probable que a Israel le toque hacer ahora lo que casi todos los países del mundo hacen: aprender a vivir con las cosas desagradables de sus vecinos.
No sé casi nada sobre la zona, pero me da la impresión de que el temor de que triunfe en Egipto un gobierno "eliminacionista" que quiera "echar a los judíos al mar" es infundado. Esa clase de posturas bélicas casi nunca son populares en ningún país. Los egipcios ahora parecen más interesados en sus problemas domésticos que en librar una guerra costosísima contra Israel.
Pero sí hay otras cosas que pueden pasar. Por ejemplo, parece que la complicidad de Mubarak en el bloqueo económico a Gaza es tremendamente impopular en Egipto. Podría uno pensar que casi cualquier gobierno que surja de la actual transición va a abrir la frontera con Gaza. De pronto va a reconocer el parlamento palestino, donde Hamas cuenta con significativa presencia. Ahora, preguntémonos, ¿qué hay de malo en esto?
Muchos sectores, incluso en Israel, creen que el bloqueo a Gaza debe terminar. Muchos sectores, incluso en Israel, creen que es necesario reconocer la presencia política de Hamas e incluso dialogar con ese movimiento. Son cosas que probablemente Israel ha debido hacer hace mucho tiempo pero que no hacía porque sabía que, cualesquiera que fueran los problemas que su obstinación causara, Estados Unidos iba a estar allí para sacarle las castañas del fuego. Entonces, de pronto el resultado de todo esto, en vez de las fantasías sobre el Armagedón que rondan la mente febril de la derecha estadounidense, va a ser más bien una política exterior israelí más "normal." Y eso no es algo para temer.
Tuesday, February 1, 2011
El Fundamentalismo Islámico Visto por un Náufrago del Siglo XX.
No soy experto en el Medio Oriente. Pero ahora que los eventos en Túnez y en Egipto han vuelto a poner sobre el tapete el tema de una posible toma del poder por parte de los sectores fundamentalistas islámicos, se me vienen a la cabeza varias cosas.
Primero, hasta ahora los temores de las élites de opinión en Washington no se han cumplido. Las insurgencias populares en Túnez y en Egipto han sido marcadamente seculares.
En segundo lugar, los sectores islámicos más poderosos en ambos casos no son exactamente los teócratas con que nos quieren aterrorizar. Por ejemplo, vale la pena leer este artículo de Helena Cobban sobre la Hermandad Musulmana de Egipto.
Pero el tercer punto es el que más me molesta y me viene dando vueltas en la cabeza desde hace mucho. Los actuales movimientos fundamentalistas islámicos surgieron en gran medida como una alternativa, fomentada por Occidente, para socavar las bases de los movimientos populares de izquierda, socialistas y comunistas en el Medio Oriente.
La Casa Real Saud gozó del apoyo de las petroleras que veían dichosas como ésta reprimía la movilización obrera en los yacimientos, creando incluso un régimed de apartheid entre la mano de obra. Que impusieran el velo a las mujeres, que amputaran las manos de los ladrones, que adoptaran una interpretación retardataria del Islam procedente del siglo XVIII en pleno siglo XX, nada de eso era problema mientras el petróleo siguiera fluyendo.
Uno de los primeros financiadores de Hamas fue el gobierno de Israel, al que le pareció buenísima idea quitarle apoyo a la izquierdista OLP. Ahora, cuando Hamas está obteniendo legitimidad política propia (que, dicho sea de paso, los hace mucho más razonables de lo que se suele pintar en nuestro medio), entonces Occidente pone el grito en el cielo.
Si alguien inundó Afghanistán de armas y de militantes islámicos fue Ronald Reagan en asociación con el Rey Fahd de Arabia Saudita para repeler a los soviéticos quienes a su vez estaban apuntalando al gobierno comunista afghano, fruto de un movimiento comunista secular doméstico. Cualquier cosa era preferible a permitir que Afghanistán fuera comunista, inclusive los fundamentalistas que después formaron la Alianza Norte, algunos de los cuales ahora pelean contra Estados Unidos.
Si alguien trató de islamizar la política pakistaní (un país mayoritariamente secular) fue Zia ul Haq, el dictador militar de los años 80s que se ganó las gracias de Estados Unidos por derrocar al izquierdista Zulfiqar Bhutto (padre de Benazir). Después del golpe, ul Haq se dedicó a crear, con financiación saudí, la famosa red de madrassas y mezquitas radicales que forman la base popular del islamismo en la región. (Aunque, para ser francos, las madrassas no producen terroristas, contrario a lo que se suele decir en la prensa.)
Lo primero que hizo Saddam Hussein cuando el Partido Ba'ath llegó al poder en el 69 fue matar a quinientos dirigentes del Partido Comunista de Iraq. ¿Cómo sabía quiénes eran y dónde estaban? La CIA le dio los datos.
Obviamente, no siempre es porque Estados Unidos esté detrás de los hechos. El choque entre islamistas e izquierdistas va mucho más allá. El caso de Irán es un ejemplo. La Revolución Iraní del 79 contaba con apoyo de sectores seculares de izquierda (incluídos los comunistas). Cuando Khomeini se consolidó, dicho sea de paso, en medio de la militarización creada por el ataque de Saddam Hussein, aprovechó para destruir a estos sectores, en medio de una violenta represión.
Ahora los neo-cons y los islamófobos de turno nos vienen a decir que es que en aquellos "pueblos bárbaros" el fanatismo religioso es algo eterno, que viene desde los tiempos de Mahoma y que por eso lo único que se puede hacer es mantener a la región controlada por la fuerza. El presunto fanatismo religioso (que ni siquiera es tanto como dicen) tiene una historia mucho más breve, una historia en cuyos orígenes están los mismísimos personajes que ahora lo deploran.
Primero, hasta ahora los temores de las élites de opinión en Washington no se han cumplido. Las insurgencias populares en Túnez y en Egipto han sido marcadamente seculares.
En segundo lugar, los sectores islámicos más poderosos en ambos casos no son exactamente los teócratas con que nos quieren aterrorizar. Por ejemplo, vale la pena leer este artículo de Helena Cobban sobre la Hermandad Musulmana de Egipto.
Pero el tercer punto es el que más me molesta y me viene dando vueltas en la cabeza desde hace mucho. Los actuales movimientos fundamentalistas islámicos surgieron en gran medida como una alternativa, fomentada por Occidente, para socavar las bases de los movimientos populares de izquierda, socialistas y comunistas en el Medio Oriente.
La Casa Real Saud gozó del apoyo de las petroleras que veían dichosas como ésta reprimía la movilización obrera en los yacimientos, creando incluso un régimed de apartheid entre la mano de obra. Que impusieran el velo a las mujeres, que amputaran las manos de los ladrones, que adoptaran una interpretación retardataria del Islam procedente del siglo XVIII en pleno siglo XX, nada de eso era problema mientras el petróleo siguiera fluyendo.
Uno de los primeros financiadores de Hamas fue el gobierno de Israel, al que le pareció buenísima idea quitarle apoyo a la izquierdista OLP. Ahora, cuando Hamas está obteniendo legitimidad política propia (que, dicho sea de paso, los hace mucho más razonables de lo que se suele pintar en nuestro medio), entonces Occidente pone el grito en el cielo.
Si alguien inundó Afghanistán de armas y de militantes islámicos fue Ronald Reagan en asociación con el Rey Fahd de Arabia Saudita para repeler a los soviéticos quienes a su vez estaban apuntalando al gobierno comunista afghano, fruto de un movimiento comunista secular doméstico. Cualquier cosa era preferible a permitir que Afghanistán fuera comunista, inclusive los fundamentalistas que después formaron la Alianza Norte, algunos de los cuales ahora pelean contra Estados Unidos.
Si alguien trató de islamizar la política pakistaní (un país mayoritariamente secular) fue Zia ul Haq, el dictador militar de los años 80s que se ganó las gracias de Estados Unidos por derrocar al izquierdista Zulfiqar Bhutto (padre de Benazir). Después del golpe, ul Haq se dedicó a crear, con financiación saudí, la famosa red de madrassas y mezquitas radicales que forman la base popular del islamismo en la región. (Aunque, para ser francos, las madrassas no producen terroristas, contrario a lo que se suele decir en la prensa.)
Lo primero que hizo Saddam Hussein cuando el Partido Ba'ath llegó al poder en el 69 fue matar a quinientos dirigentes del Partido Comunista de Iraq. ¿Cómo sabía quiénes eran y dónde estaban? La CIA le dio los datos.
Obviamente, no siempre es porque Estados Unidos esté detrás de los hechos. El choque entre islamistas e izquierdistas va mucho más allá. El caso de Irán es un ejemplo. La Revolución Iraní del 79 contaba con apoyo de sectores seculares de izquierda (incluídos los comunistas). Cuando Khomeini se consolidó, dicho sea de paso, en medio de la militarización creada por el ataque de Saddam Hussein, aprovechó para destruir a estos sectores, en medio de una violenta represión.
Ahora los neo-cons y los islamófobos de turno nos vienen a decir que es que en aquellos "pueblos bárbaros" el fanatismo religioso es algo eterno, que viene desde los tiempos de Mahoma y que por eso lo único que se puede hacer es mantener a la región controlada por la fuerza. El presunto fanatismo religioso (que ni siquiera es tanto como dicen) tiene una historia mucho más breve, una historia en cuyos orígenes están los mismísimos personajes que ahora lo deploran.
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