Sunday, August 1, 2010

¿Son las Revoluciones Todavía un Tema Interesante? (1)

Debo confesar que el silencio de la semana pasada fue, en parte, fruto de un "bloqueo de escritor." No pensé que me pasara con el blog pero pasó. Debe ser que empiezo a sentirme cada vez más responsable para con mis lectores y entonces me da pena escribir bobadas. Pero eso no quiere decir que no haya estado pensando en nada para escribir. Al contrario, he estado pensando mucho. Lo que pasa es que el tema que me ha ocupado es uno en el que no logro sacar nada en limpio. Creo que pasará mucho tiempo (años tal vez) antes de que logre organizar mis ideas. Pero ahora me doy cuenta, al fin y al cabo, para eso es este blog: para consignar impresiones preliminares e invitar a la gente a que me ayude a refinarlas. Así que aquí va: mi tema de los últimos días han sido las revoluciones.

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La culpa es de una serie de coincidencias. Primero, cayó en mis manos un viejo ejemplar del libro de Lenin contra Kautsky. (A decir verdad, un gran amigo me lo prestó recomendándome la parte de Kautsky pero, perverso que soy yo, terminé leyéndome la de Lenin.) Segundo, Venezuela ha estado de moda en las noticias. (Sí. Estoy convencido de que Venezuela está en medio de una revolución.) Tercero, estuve leyendo también The Age of Empire de Hobsbawm. Hay más factores que discutiré después. Por ahora, voy a hacer un poquito de calentamiento.

Es fácil de explicar por qué no puedo poner mis ideas en orden. Al fin y al cabo, es un tema complejo como el que más. Lo que es un poco más interesante de explicar es por qué, a pesar de que no organizo mis ideas, me queda difícil dejar de pensar en él. Comienzo con razones biográficas.

Yo nací en las postrimerías de 1968. Para quienes fueron adultos durante la segunda mitad del siglo XX, el número lo dice todo. Está considerado como uno de los años más convulsos de las últimas décadas. Obviamente, hay mucho de exageración en la rememoración de esa época. Ese año Nixon ganó cómodamente las elecciones presidenciales y el actor Ronald Reagan ocupaba la gobernación de California (el supuesto epicentro de la contra-cultura gringa). Los famosos evennements de Paris a duras penas le causaron algunas dificultades a la V República (y un poquito más al alcalde de París que tuvo que readoquinar algunas calles y repintar algunas paredes).

El resultado de este accidente cronológico es que los primeros veinte años de mi vida transcurrieron en un mundo muy distinto del que me ha tocado vivir en los segundos veinte. Durante aquellos primeros veinte años, no es exagerado decir que en buena parte del mundo era de esperarse que se llegara a presentar una situación revolucionaria. De hecho, lo notable del 68 es que es tal vez el último año en el que el prospecto de una revolución se plantea con alguna (muy limitada) plausibilidad en el centro mismo del mundo desarrollado. (Bueno, está la Revolución de los Claveles en Portugal en 1974 pero en el mundo desarrollado Portugal es, por decir lo menos, un tanto periférico.)

Si en Europa había algunas cuantas reverberaciones revolucionarias, el Tercer Mundo estaba en ebullición. Obviamente, las revoluciones son eventos muy raros de modo que no debe sorprendernos ahora, en retrospectiva, que desde 1968 hasta 1988 solo haya habido unas pocas revoluciones (solo se me vienen a la cabeza Nicaragua e Irán, coincidencialmente ambas en 1979). Pero lo importante para estos efectos es que en casi cualquier sociedad del Tercer Mundo se consideraba seriamente la posibilidad de que hubiera una revolución.

Hoy en día acostumbramos a referirnos a los jóvenes radicalizados de aquella época como "románticos." En sentido estricto, nada hay más equivocado. El socialismo y el comunismo, como buenos herederos de la Ilustración y el racionalismo, nunca se consideraron a sí mismos románticos. Los jóvenes latinoamericanos que dejaban sus comodidades burguesas para unirse a los movimientos revolucionarios no lo hacían con la "consciencia desgraciada" del poeta romántico. Al contrario, eran partícipes de eventos mundiales que parecían darles la razón.

Aunque en ese momento tal vez no me lo planteé en estos términos, ahora que vuelvo a pensar en mi percepción de los eventos en Colombia en los años 80 me atrevo a decir que en aquel entonces yo, al igual que muchos otros jóvenes, teníamos casi la certeza de que, independientemente de lo que nosotros quisiéramos, durante nuestra vida nos íbamos a ver envueltos en medio de un proceso revolucionario.

Sí, ya sé que no se le puede dar mucha credibilidad a los cálculos políticos de un jovencito aburguesado de menos de veinte años. Pero repasemos: A comienzos de los 80s el M-19 se encuentra en el punto más alto de su popularidad. Aún en reuniones familiares entre "gente respetable" se podía encontrar alguien que tuviera palabras generosas para el M-19. (Me consta.) Cuando surge la Unión Patriótica obtiene votaciones que son aproximadamente el doble de las que obtenían los partidos de izquierda anteriores y parecía crecer como espuma.

Claro está que en aquel entonces el gobierno colombiano estaba intentando dialogar con las guerrillas pero, a decir verdad, era muy probable que esos diálogos no llevaran a nada. En los tiempos que corren es común culpar a las guerrillas de cualquier ruptura. Permítanme recordarles que el establecimiento colombiano no dudó en acusar a Betancur de entregarle el país a los comunistas por el simple hecho de iniciar los diálogos. Permítanme recordarles que Ardila Lulle ofreció un "homenaje" a las Fuerzas Militares donde se le trataron de dar los últimos toques a un posible golpe de Estado para acabar con los diálogos. (Podría hablar del genocidio de la Unión Patriótica, pero ya lo he hecho muchas veces.) En fin, no es relevante aquí saber por qué se rompieron los diálogos. El hecho es que era muy probable que, con o sin diálogos, en Colombia se entrara en una fase de transformaciones "revolucionarias." La pregunta era si esto era posible hacerlo sin violencia, como un escenario optimista de negociación sugería, o si la ruptura de las negociaciones llevaría a que el proceso se volviera violento. (Incluso un pacifista de tiempo completo como el maestro Gerardo Molina se preguntaba esto en 1984; me lo dijo en una entrevista que le hice por aquella época.)

El contraste con los tiempos actuales no puede ser mayor. Hoy en día casi en ningún país del mundo parece haber una situación que pueda considerarse revolucionaria. Como me decía un colega en Virginia, probablemente la de Nepal fue la primera y la última revolución campesina del siglo XXI. Aparte de Nepal, un país remoto cuyo proceso político tiene muy pocas posibilidades de irradiar hacia el resto del mundo (aunque hay que tener cuidado con el Norte de la India), probablemente el único país del mundo donde podemos decir que está en marcha una revolución es Venezuela. Aún en ese caso hay lugar para la controversia.

Ya tendré ocasión de hablar más de Venezuela. Pero por ahora lo que me llama la atención es que hoy en día aún en el Tercer Mundo se toma como un hecho la estabilidad política que hace cuarenta años era posible solo en los países más ricos del mundo. En Colombia no hay casi nadie que crea que va a haber una revolución pronto.

¿Cuándo cambió todo? La respuesta más fácil es 1989. En parte por eso decidí iniciar este blog el 9 de Noviembre del 2009, a los veinte años de la caída del Muro de Berlín. Pero esa respuesta es bastante inexacta.

Mi impresión es que en Colombia ya para 1989 la posibilidad de una revolución era ínfima. Ahora que lo pienso, esto es en sí mismo notable. Bastaron entre cinco y diez años para darle un vuelco radical al proceso político colombiano. ¿Cómo se dio ese vuelco? Pienso en varios factores. Primero, la virulencia de la guerra sucia. Esto es un tanto curioso porque en algunos países la represión contrainsurgente es en sí misma un factor que precipita las revoluciones. En Colombia, en cambio, la guerra sucia tuvo el efecto de destruir las bases que le habrían permitido a la insurgencia tener una cabeza de puente en el sistema político, es decir, las mismas que habrían adelantado la revolución.

En otras condiciones es probable que esas bases se hubieran regenerado aunque pocos partidos políticos del mundo podrían reponerse al asesinato de sus dos candidatos presidenciales (para no hablar de miembros de su bancada parlamentaria y de ahí para abajo). Pero, aparte de su magnitud, la sangría de los 80s cercena los lazos entre las FARC y el mundo urbano, desde entonces el más dinámico de la política colombiana. Obviamente, a las FARC les cabe mucha responsabilidad en esto. Su creciente militarización y sus aún incipientes lazos con el narcotráfico las lleva a marginarse del proceso político justo cuando más promisorio parecía.

Solo para dar un dato que hace mucho me da vueltas en la cabeza: en las elecciones de 1986 Luis Carlos Galán, el que hacía vibrar a las clases medias urbanas, saca un poco más de 400 mil votos (una derrota seria para él) mientras que (en lo que se interpretó como un excelente resultado), Jaime Pardo Leal, el candidato de la Unión Patriótica, saca 320 mil votos. Es decir, los dos sectores inconformes con el Frente Nacional, la clase media urbana vinculada al sector privado y la izquierda, están casi empatados. Nunca más se repetiría esa situación. Habría que esperar veinte años para que la izquierda, ahora como el Polo Democrático, recuperara (con creces) el espacio político que tuvo entre finales de los 80 y comienzos de los 90.

No me interesa entrar ahora en detalles de todo esto. Ya habrá oportunidad. Lo menciono simplemente para reiterar lo que dije más arriba: la revolución como prospecto político desapareció en Colombia (y estoy seguro que en muchos otros sitios) por procesos que venían en marcha desde antes de 1989. En Chile, por ejemplo, desde el atentado fallido a Pinochet en 1986, los sectores "putschistas" de la izquierda quedaron aislados y se impuso la estrategia de concertar con la Democracia Cristiana (de ahí el nombre de Concertación). En Argentina el trauma de la guerra sucia le quitó todo posible ímpetu a cualquier revolución; cuando cayó la dictadura, el consenso abrumador fue por la restauración de la democracia y el reformismo y, a su debido momento, el neoliberalismo extremo. Algo similar ocurrió en los otros países del Cono Sur. Me atrevo a decir que en el hemisferio occidental en 1988, salvo Centroamérica, nadie creería que había algún país en el que pudiera darse una revolución.

Con esto llego a uno de los puntos más enigmáticos de todo esto. En 1989, el año en el que cae el Muro, se da también el Caracazo que es, en retrospectiva, el comienzo del fin de la Cuarta República de Venezuela. Esto nos muestra algo que hemos debido tener claro desde siempre: las revoluciones son, en esencia, impredecibles. A ese punto me dedicaré más adelante.

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