A mi juicio, el tema de la negociación con las FARC es conceptualmente sencillo (aunque, obviamente, procedimentalmente complicadísimo): si existe algún acuerdo satisfactorio para las FARC y para el gobierno, un acuerdo que ambas partes consideren preferible a seguir peleando, se firma la paz y punto. Si no existe dicho acuerdo, el proceso fracasa y punto.
Pero en Colombia hay una tendencia muy difundida que busca complicar el problema postulando una serie de "precondiciones metafísicas" necesarias y suficientes. Los exponentes de esta tendencia puede que tengan posiciones contradictorias entre ellos (normal, es una tendencia, no una iglesia) pero el patrón es más o menos el mismo: buscar una lista de circunstancias, constatar que no se cumplen y luego decir que, por lo tanto, no se debe negociar.
Un ejemplo muy claro (que se encuentra en el artículo de Hoyos) se refiere a la fuerza militar de las FARC. Se parte de la creencia de que existe algún nivel de poderío militar, que nunca se especifica, que sí hace posible la negociación, pero que en otros niveles es imposible. Entonces, a veces no se puede negociar porque las FARC están muy fuertes (posición palpable en los 80s) a veces, como ahora, no se puede negociar porque las FARC están muy débiles.
Esto es una falacia. Parte de un argumento plausible pero saca una conclusión que no lo es. Obviamente, el resultado final de la negociación depende del poderío militar de las FARC. Pero de ahí no se desprende que la posibilidad de la negociación misma dependa de dicho poderío. Si las FARC tuvieran cercada a Bogotá y pudieran (como el FMLN salvadoreño) dejarla sin luz por una semana y además tuvieran miles de cuadros políticos en las ciudades listos para encender un alzamiento civil, cualquier negociación con las FARC tendría que darles un poder político enorme. Si fueran un grupo de 80 combatientes famélicos, la negociación se reduciría a darles primeros auxilios. Pero en ambos casos hay una negociación posible.
Otra cosa es que a nosotros no nos guste el resultado final. Por eso es que se combate: para debilitar al enemigo y obligarlo a aceptar unos términos aceptables para uno, no para alcanzar un fantasmagórico nivel de fuerza en el que sí se pueda negociar.
Algo similar ocurre con el desprestigio político de las FARC. Supuestamente no se puede negociar ahora porque las FARC ya tocaron fondo en este campo. Curiosamente, antes se decía que no se podía negociar porque las FARC tenían un peligroso apoyo político que llevaría al país al comunismo.
Una vez más, el prestigio político de una insurgencia afecta el tipo de acuerdos a los que se puede llegar, pero no impide buscar el acuerdo. A la gente se le olvida que en Colombia negociamos con el más grande criminal de la historia de este país (Pablo Escobar). No solo negociamos sino que le ofrecimos la bicoca de una reforma constitucional (la no extradición) a cambio de que parara su ofensiva terrorista. Luego negociamos con los paramilitares, culpables de cantidades de desplazamientos, masacres, torturas y, si señor, secuestros y narcotráfico.
Para reiterar: si hay un acuerdo bueno para ambas partes, se negocia. Si no, no. Si ese acuerdo implica cierto nivel de amnistías, indultos, rebaja de penas, etc. se hace. Se ha hecho, se sigue haciendo en muchas partes del mundo. Otra cosa es que nos parezca inaceptable ese precio. Pues bien, entonces no se llega a un acuerdo y punto.
Otra "precondición" típica es la "voluntad de paz." Se dice que no se puede negociar en este momento porque las FARC todavía no tienen voluntad de paz (generalmente dicho por personas que no tienen ninguna información sobre qué piensan las FARC). Falso. Toda guerrilla del mundo tiene voluntad de paz y voluntad de guerra. Es decir, para toda guerrilla del mundo existe algún acuerdo político que sería aceptable. Si mañana el gobierno colombiano le ofrece a las FARC la rendición incondicional de todo el Ejército y le entrega el poder al Secretariado General, las FARC aceptan esa paz. A muchos nos parecería inaceptable (enfáticamente me incluyo entre esos) pero ante esos términos tan generosos estoy seguro que las FARC sí tendrían la famosa "voluntad de paz."
Por andar en este tipo de falacias metafísicas, Hoyos incurre en frases como esta:
Tampoco les gustará en lo más mínimo un proceso de negociación que los debilite en vez de fortalecerlos, pero ésta es otra condición sine qua non para que ella se dé.
Absurdo. Si un proceso de negociación comienza con la condición de que las FARC salgan debilitadas, simplemente no lo van a aceptar y se acabó. Pero ahí está la consecuencia de la actitud "metafísica" de Hoyos. El debilitamiento de las FARC no es una "condición sine qua non" para negociar. La única condición sine qua non para negociar es que haya alguna alternativa mutuamente benéfica. Otra cosa es que Hoyos considere que es inaceptable una negociación en la que las FARC salgan fortalecidas. Perfecto. Eso es una posición internamente consistente y respetable.
En general, yo estoy cansado de que la gente defina su postura frente a la negociación en términos de "Sí. Sería buenísima pero es que no se ha cumplido con la condición metafísica x y entonces yo no creo que se pueda dar." Lo que yo quiero oír es: "Yo sólo estoy de acuerdo con una negociación siempre y cuando el Estado no vaya a hacer las concesiones x, y, z o w. Si se trata de hacer esas concesiones, yo prefiero que sigamos la guerra." Ese es el tipo de postura que clarificaría el debate. Lo demás es escudarnos detrás de sofismas para ser "políticamente correctos" pero sin contribuir a adelantar el proceso.
Si empezamos a discutir en los términos que yo propongo, entonces es más claro todo. En especial, cada que alguien vaya a decir "no acepto las concesiones x, y, z o w y más bien prefiero que sigamos en guerra" entonces es posible discutir sobre bases concretas. En Colombia tenemos bastante claro el costo de la guerra hasta ahora y no es difícil estimar el costo hacia futuro.
Hagamos cuentas. Según la Administración Uribe, en el año 2002 las guerrillas tenían más de 20 mil efectivos y hoy tienen 10 mil. Si esa reducción de 10 mil tomó ocho años, es razonable pensar que eliminar los diez mil restantes va a tomar unos cinco años yéndonos bien. (Recientemente un general del Ejército dijo que faltaban cuatro años.)
Durante estos ocho años han muerto en combate más o menos 20 mil personas, incluyendo probablemente 1000 "falsos positivos" (para ser cautos), se ha aumentado el pie de fuerza del Ejército en casi 200 mil hombres y se ha gastado, un año con otro, un promedio de un 6% del PIB en defensa. Ese 6% es el doble del ingreso que recibe el 20% más pobre de los colombianos. Extrapolando nos podemos dar cuenta de cuanto, más o menos, va a costar acabar con las FARC, si es que se cumplen los escenarios más optimistas.
Conste que no estoy incluyendo en el cálculo (como debería) el costo en el que se ha incurrido para combatir a las FARC desde antes del 2002. Es decir, no estoy hablando de los más de 40 mil muertos de los "paras," no estoy contando el costo en desplazamiento y así sucesivamente. (No nos digamos mentiras, los "paras" fueron funcionales al esfuerzo contrainsurgente.)
Entonces, cada que alguien diga que no quiere negociar, en efecto lo que está diciendo es que prefiere incurrir en los costos extrapolados que acabo de estimar antes de hacer determinada concesión. Cada uno es libre de decidir qué concesiones acepta y cuáles no y qué costo prefiere pagar para no hacerlas. Pero entonces debatamos así y no parapetados detrás de alguna teoría metafísica de la negociación.
Excelente post. Estoy de acuerdo en diferenciar entre condiciones para que la negociación inicie y condiciones para que se llegue a un acuerdo. Y estoy de acuerdo en que así se pueden empezar a debatir mejor los términos de un posible acuerdo. Pero me da la impresión de que en la discusión se mezclan dos puntos de vista. Esto me salió un poco largo, qué pena con usted. El primer punto de vista es el de un evaluador que aspira a ser objetivo y trata de determinar si para los actores en juego, es decir, las Farc y el gobierno (y la sociedad civil, idealmente representada por el gobierno en la negociación) resulta objetivamente deseable llegar a un acuerdo y a cuál. Me da la impresión de que desde este punto de vista ud. considera que en las circunstancias actuales hay un acuerdo posible que resultaría bueno alcanzar. Yo tiendo a pensar lo mismo. Evidentemente, nada impide que entre evaluadores que aspiran a ser objetivos haya disensos, parte de los cuales unos y otros atribuirán a la falta de objetividad del contrario. Pero creo que aún así se puede distinguir un segundo punto de vista que uno podría llamar menos ideal (esto no es un juicio de valor). Es el de quien evalúa la posibilidad de negociación y acuerdo teniendo en cuenta circunstancias que para el evaluador obstaculizan la objetividad de los actores. En otras palabras, desde el punto de vista del evaluador, los actores no son idealmente objetivos, y teniendo esto en cuenta el evaluador trata de establecer si aún así para ellos resultaría posible llegar a un acuerdo. Tanto el primer evaluador como el segundo quieren determinar si para los actores es posible un acuerdo y cuál sería. La diferencia es que el primer evaluador calcula asumiendo la ideal objetividad de los actores, el segundo incluye en el cálculo aspectos que desde su punto de vista reducen dicha objetividad. Por ejemplo, desde el segundo punto de vista yo creo que es muy difícil una negociación ahora porque para el gobierno cualquier concesión política más o menos significativa (reformas importantes o espacios políticos formales) sería demasiado costosa políticamente, ya que tanto los partidos mayoritarios como buena parte de la opinión pública se opondrían, aunque muchas de las razones tras esta oposición sean malas. Por su parte es difícil que las Farc estén dispuestas a conformarse con concesiones políticas menores, y puede que piensen erróneamente que en un futuro cercano tendrán opción de tomarse el poder. Si es que tengo razón en hacer esta distinción, no es para criticar ninguno de los tipos de evaluación, ambas son completamente necesarias. Mi punto es que la posición de Hoyos y otras a las que usted alude parecen surgir de asumir el segundo tipo de evaluación y pueden expresar, aunque confusamente, la creencia de que en las actuales circunstancias políticas, militares, de opinión pública, de influencias de intereses particulares, etc. para ninguno de los dos actores hay un acuerdo posible a la vista lo cual reduce bastante los incentivos para emprender la negociación. Y en este caso parece natural suponer que la situación todavía tiene que cambiar para que dé para una negociación, y aquí el debate es acerca de cómo debe cambiar.
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