Desde hace un tiempo el tema me viene dando vueltas en la cabeza por razones distintas a las que aduce Bhagwati. A mi juicio, el tema de la industrialización tiene un ángulo de economía política que no se suele discutir.
Mi ex-colega Carles Boix ha insistido repetidas veces en que la clave de la democratización es la combinación de igualdad y movilidad de activos. La idea es intuitivamente sencilla: en una economía muy desigual, las élites serán muy reacias a permitir la democratización porque anticipan que el resultado será un aumento en la progresividad tributaria lo cual las perjudica. (Sus pérdidas serían menores si la economía fuera más igualitaria antes de la democratización.) Por otro lado, mientras más móviles sean los activos de las élites, menos será el aumento en la progresividad de los impuestos ya que las élites pueden amenazar con sacar sus activos del país. En ese sentido, la movilidad de activos hace que las élites estén más dispuestas a aceptar la democratización porque tienen menos que perder con ella.
Se trata de un modelo muy elegante aunque yo tengo mis discrepancias. Mi principal objeción tiene que ver con la noción de movilidad y esto a su vez tiene que ver con la industrialización.
Si yo soy dueño de un activo y quiero sacarlo del país, tengo que venderlo. Pero el valor de mercado del activo depende del precio de sus componentes. Si tengo una fábrica y la quiero liquidar porque tengo que sacar la plata de prisa, tengo que estar dispuesto a vender la fábrica a pedazos, perdiendo así el valor de las complementariedades entre las distintas piezas. El edificio, las máquinas, las materias primas tienen un valor de mercado distinto si se venden por separado que si se venden juntas. Los posibles compradores sacan ventaja de mi prisa y me cobran las complementariedades. Entonces, si yo tengo razón, mientras mayor sea la complejidad de un activo, mientras más tecnología incorpore, mientras más complementariedades tenga, menos fácil será liquidarlo. Por lo tanto, el dueño de ese activo estará más dispuesto a aceptar niveles altos de tributación antes de decidir liquidar e irse.
Un punto a favor de este argumento es que los estados del bienestar más generosos y mejor financiados suelen estar en economías industrializadas o en economías que han logrado construir en torno a su explotación de recursos naturales una base manufacturera y tecnológica avanzada. Por ejemplo, Finlandia (antes de Nokia) no era un simple exportador de maderas sino también un líder mundial en tecnología para el procesamiento de madera, pulpa y papel. Dinamarca ha construido una industria de maquinaria lechera en torno a sus exportaciones de lácteos.
Creo que eso explica porque a los socialistas del Tercer Mundo, por más que estemos dispuestos a aceptar el libre cambio, nos queda difícil abandonar nuestra preferencia por la industrialización. La redistribución en serio necesita impuestos y para poder cobrar impuestos altos es necesario que los activos de la economía no se puedan volar al más mínimo asomo de tributación. Y para eso se necesitan activos que incorporen tecnología. Yo no tengo problemas con la noción de Bhagwati de que los servicios pueden ser fuente de cambio tecnológico. Es más, a juzgar por los ejemplos que he dado, incluso el sector agropecuario o los recursos naturales pueden hacer la tarea. En esa medida, no creo que sea necesario volver a la industrialización un fin en sí mismo. Hay industrias que un país no tiene por qué desarrollar. (Alguna vez oí que en el auge de la sustitución de importaciones, Uruguay, un país con tres millones de habitantes, producía sus propias bicicletas: eso no tiene ningún sentido.)
Resumiendo, aunque no le falta razón a Bhagwati en tanto que el libre comercio puede generar ganancias de eficiencia, es probable que las ganancias duraderas en materia de equidad necesiten desarrollar sectores económicos que el libre comercio por sí solo no desarrollaría. Un dilema que no se resuelve con fundamentalismos.
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