Sunday, July 18, 2010

Agricultura, Industria y Estado (Con Perdón de Santiago Montenegro)

Santiago Montenegro es uno de los intelectuales valiosos que hay en Colombia. Además, a juzgar por una breve interacción que tuvimos hace varios años, un tipo excelente. Pero se ha empeñado en defender una ortodoxia que a mi juicio causa más mal que bien. Dos de sus columnas recientes resumen su postura. Esta, en la que se pronuncia contra todo intento de política industrial y esta, en la que se manifiesta a favor del modelo agroexportador de los años 20.

Su defensa del modelo agroexportador es un poco rara. Es inexacto decir que Argentina "construyó una buena infraestructura de carreteras y puertos" a comienzos de siglo ya que la parte congrua de dicha inversión fue en realidad capital inglés. Argentina, con su patrón de estaciones invertidas respecto al Hemisferio Norte, era un candidato ideal para ser granero de Europa en épocas de invierno. En esa columna Montenegro escribe como si la orientación agroexportadora de Argentina hubiera sido un golpe de genio de alguien y no el resultado de circunstancias históricas y geográficas muy específicas. Para completar, acto seguido sugiere que en Colombia no han operado similares fuerzas. Por eso dice cosas como:

Salvo el café, y después el banano, las flores y otros pocos productos, en Colombia se ha pensado casi exclusivamente en el mercado interno. Si en Argentina hubiesen pensado así, en lugar de los 31 millones, tendría sembradas quizás alrededor de cinco millones de hectáreas y sería un país pobre.

Lo de "salvo el café... en Colombia se ha pensado en el mercado interno" es como decir que "salvo la Segunda Guerra Mundial, Europa tuvo un periodo de paz en los años 40s." Lo típico del modelo agroexportador era, precisamente, que uno o dos productos eran suficientemente rentables para exportar mientras el resto de la agricultura servía el mercado interno. En Colombia el café era la exportación por excelencia. Y a diferencia de Argentina, los gobiernos colombianos se dedicaron, sobre todo a partir de los 60s, a defender como fuera el poder adquisitivo de los cafeteros. No conozco los datos pero estoy seguro de que en Argentina buena parte de los alimentos se cultivan domésticamente. Me sorprendería muchísimo que sólo produjeran soya.  El resto del párrafo es una mezcla de sofística (¿de dónde sale la cifra de cinco millones de hectáreas?) y aquella teoría de la historia del siglo XIX que atribuía a las ideas de unos cuantos hombres efectos descomunales (¿era Argentina exportadora porque a alguien se le ocurrió? ¿a quién?).

Colombia avanza hacia una restauración del modelo agroexportador. Es una de las líneas maestras del proceso político y económico de los últimos años. Digo "restauración" porque ese fue precisamente el modelo dominante durante buena parte del siglo XX. No es una idea novísima que debemos "importar" de otra parte. Entonces, una defensa de ese modelo debe evaluar los resultados de la primera vez que se aplicó y considerar las nuevas circunstancias. La Colombia de los años 20s creció muchísimo, fue una de las "décadas de oro" de la economía colombiana. (La otra fue, paradoja, el periodo de 1965-1975 cuando se combinó la sustitución de importaciones con la promoción de exportaciones. Pero eso no se puede decir ahora.) En ese sentido no es de extrañar que economistas como Montenegro quieran volver a esa época. Pero de ese entonces nos quedaron tensiones políticas y sociales que sería necio ignorar.

Con un agravante: aquel modelo agroexportador estaba basado en la pequeña y mediana propiedad cafetera mientras que las nuevas exportaciones van a ser mucho más intensivas en capital, con grandes concentraciones de tierra y con mercados laborales mucho más desregulados. Es decir, será un modelo más inequitativo, más conflictivo, menos generador de empleo y más volátil.

El otro pilar de la visión de Montenegro es su ataque a la política industrial. Dada la curiosa defensa decimonónica que hace del modelo agroexportador, Montenegro parece incurrir en una inconsistencia: resulta que la agricultura se puede beneficiar de "visionarios" como los misteriosos argentinos del párrafo anterior, pero la industria no.

La verdad es que, para ser justos, no hay tal inconsistencia. Si Montenegro no se hubiera dejado seducir por la retórica sobre "las ideas de país," habría dejado aflorar en ambas columnas su instinto librecambista y habría dicho lo que seguramente piensa: que en ningún caso el Estado debe incidir sobre la asignación de recursos, ni para la agricultura, ni para la industria.

Pero aún libre de esa inconsistencia autoinfligida, el raciocinio de Montenegro tiene problemas. Primero, se refiere a los supuestos horrores de la política industrial colombiana (me da la impresión que exagerando) pero pasa por alto los problemas de asignación de recursos que el sector privado genera. En Estados Unidos la burbuja de finca raíz acaba de dejar más metros cuadrados de construcción ociosos que los que cualquier gobernador tropical hubiera podido soñar en el más grande de los "elefantes blancos." No es para nada claro que el ahorro colombiano deba irse, en las proporciones en las que se va, a la construcción de vivienda de "estrato 8." No es para nada claro que el cuello de botella en el crecimiento colombiano, para el que se necesitaba la inversión extranjera, fuera la falta de periódicos, emisoras de radio y bancos.

El segundo problema es un poco más difícil de identificar. Pero lo podemos apreciar en esta cita:

Segundo, y relacionado con lo anterior, en tanto grandes economistas, como Stiglitz, nos han enseñado por qué muchas veces fallan los mercados, aún no tenemos una buena teoría sobre las fallas de los gobiernos, los mismos que crean e implementan las políticas industriales. La calidad, transparencia y probidad de los gobiernos, de los congresos, de los sistemas de justicia y de los organismos de control varía muchísimo de país a país y también a lo largo del tiempo.

Estas dos frases encierran un pequeño sofisma (¿otro, Santiago?). No es que no sepamos en qué consisten las fallas del gobierno. La segunda frase de la cita ofrece una lista parcial de ellas: falta de "calidad, transparencia y probidad." Eso es obvio. Lo que no sabemos es cuáles son las fuerzas profundas que llevan a que algunos gobiernos sean más eficientes que otros.

Eso es un interesantísimo acertijo de las ciencias sociales. Pero para efectos de diseñar políticas no es tan misterioso. Subsidios diseñados por administraciones pulcras y altamente cualificadas van a ser más exitosos que subsidios diseñados por administraciones corruptas y de bajo nivel técnico. Así de sencillo. Es más, a renglón seguido Montenegro sugiere que el gobierno se dedique a:

producir buenos bienes públicos, como seguridad, infraestructura, educación de excelencia, regulación eficiente y predecible.

Pues bien, cada una de estas cosas es tan difícil de producir como una buena política industrial. Un gobierno corrupto e ineficaz también va a fracasar en cada una de estas cosas. ¿No estamos acaso cundidos de "paras"? ¿No hay acaso robos en los contratos de infraestructura? ¿No estamos acaso rezagados en educación, en parte por culpa de la mala ejecución de políticas? ¿No vemos a cada rato como las regulaciones son escritas por los mismos que deberían ser regulados, como en el intento de reforma de la salud? No se explica uno por qué Montenegro cree que es posible tener un Estado que cumpla bien esas funciones, pero que sea incapaz para las otras.

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