Está bien, voy a hablar del bicentenario. Al fin y al cabo, no voy a estar por acá para el tricentenario así que, o hablo ahora o no lo hago nunca. Lo hago con cierta reticencia porque, como es fácil inferir para quienes me conocen, por razones ideológicas y biográficas a mí las celebraciones patrióticas no se me dan fácilmente.
Comencemos por las razones ideológicas. Los socialistas siempre hemos tenido relaciones llenas de contradicciones con el nacionalismo. Por un lado, nos sentimos descendientes de la Revolución Francesa y ésta, independientemente de lo que quisieran sus ideologues, terminó echando raíces en la sociedad francesa a partir de la resistencia a la agresión externa (las Cortes ètrangers que tanto escandalizaban al autor de la Marsellesa). Durante el siglo XX, la izquierda en el Tercer Mundo debía su avance en gran medida a su liderazgo en los "movimientos de liberación nacional." Pero por otro lado el nacionalismo ha sido muchas veces un arma política de los sectores de derecha. En mi adolescencia el Ejército colombiano, a veces incluso en comunicados oficiales, denunciaba a los izquierdistas que querían "imponer en nuestro país ideas foráneas" (como si la School of the Americas donde ellos estudiaban quedara en Melgar o como si el Fondo Monetario Internacional funcionara en la Avenida Jiménez).
Pero si las razones ideológicas son un poco idiosincráticas, después de todo, el tipo de socialismo que yo profeso es una corriente muy minoritaria y tal vez en retroceso en los tiempos que corren, las razones biográficas pueden ser de más interés para una audiencia más amplia. Tengo suficiente edad para recordar una época en la que no se había introducido el terminacho engañoso de "globalización" pero aún en aquel entonces mi vida ya estaba enmarcada en un mundo menos provinciano y parroquial que el de la generación anterior. Aprendí inglés desde pequeño, viajé a Europa por primera vez a los doce años (cosa muy rara en aquella época, mucho menos hoy en día), tengo familiares que viven en Estados Unidos desde los años 60 y 70. De modo que si bien ideológicamente yo puedo parecerle a muchos una reliquia del siglo pasado, biográficamente he estado más acorde con los tiempos que corren.
Desde ese punto de vista, no es del todo claro qué pueda significar el Bicentenario. Las propagandas que veo por televisión me hacen pensar que no soy el único que tiene dificultades. Al parecer el gobierno mismo tiene problemas para generar una narrativa convincente. Veo propagandas del Ejército que resultan históricamente inexactas: el 20 de Julio de 1810 fue un alzamiento civil, no militar. Como si fuera poco, su intento de fusionar al Ejército libertador con el moderno Ejército de Colombia sale un poco raro. Al fin y al cabo, si algo nos enseñaron en el colegio era que el Goliath de aquella época, el que, si existieran, habría tenido los helicópteros que nos muestran en las propagandas, era el ejército español mientras que los "desarrapados" eran los patriotas. Obviamente, uno de los subtextos de las propagandas es que las FARC son el equivalente contemporáneo del Imperio Español; que la "gesta libertadora" es la misma solo que el enemigo ha cambiado. Pero, gústenos o no, las FARC son colombianas y ni ellas mismas se creen militarmente capaces de una Reconquista a la Murillo. Todo esto para no hablar de los intentos de jugar lingüísticamente con los términos para establecer un hilo conductor entre la Independencia de 1810 y la libertad de los secuestrados. En fin...
Parte de las dificultades de la propaganda oficial es que, por su definición, el uribismo no es "independentista." Al contrario, si un gobierno ha subordinado su política exterior a la de Estados Unidos es el actual. La ansiedad por atraer a la inversión extranjera domina toda consideración de política social y de orden público (y, como pude ver el otro día en el teatro, incluso las propagandas de Cine Colombia).
Toda conmemoración es un ejercicio de memoria selectiva. Son tantos los cambios históricos que nos separan de los eventos de 1810 que a todos nos es imposible acceder a ellos en forma incontaminada. Al contrario, lo único que podemos hacer es apropiarnos de algunos aspectos, echando otros al olvido.
Tal vez tenga razón Benedict Anderson al decir que son las revoluciones independentistas suramericanas las que crean las primeras "comunidades imaginadas" que hoy en día llamamos naciones. Pero los detalles de dichas comunidades estaban en permanente fluctuación en 1810. Dudo que alguno de los protagonistas de aquellos eventos tuviera ya claro el resultado final. De una parte, muchas de ellas son revoluciones "fueristas" con un énfasis en el gobierno local que a nosotros nos resultaría exótico. De ahí la Declaración de Independencia de Cartagena (hoy reducida ignominiosamente a ocasión para coronar reinas de belleza) o la aún más olvidada Declaración de Independencia de Mompox. Pero por otro lado, también fue un "dominó" de revoluciones de un alcance continental que hoy escandalizaría a cualquier gobierno. Han pasado a la memoria como alzamientos contra un Imperio pero no hay que olvidar que se trataba de un Imperio enfermo, empobrecido y bajo ocupación militar. Es más, gracias a la "Doctrina Monroe" y a esa trinchera líquida que llamamos el Océano Atlántico, los imperios rivales no pudieron hacer lo que era normal en estas circunstancias: repartirse las posesiones del imperio muerto.
De modo que, aunque así lo pida la línea oficial, a mí me queda difícil rastrear hasta 1810 el "origen de la nacionalidad." Los hechos históricos nos invitan a ser más ambivalentes ya que no queda para nada claro que en aquellos eventos se gestó la nacionalidad o que la nacionalidad que se gestó entonces coincida aunque sea territorialmente con la que se nos invita a celebrar hoy (¿se acuerdan de la Gran Colombia?).
Pero doscientos años no se cumplen todos los días. Así que voy a cerrar con mi conmemoración particular.
Contra lo que dice la retórica oficial, la Independencia no fue una causa de toda la Nación. Los indios de Nariño (con Agualongo a la cabeza) eran Realistas, al igual que, en un principio, los llaneros de Oriente liderados por Boves. Muchos estratos populares desconfiaban de estos señoritos criollos, tan blancos, tan estudiados y tan viajados. Pero tengo entendido que no siempre fue así. Por lo poco que sé, por ejemplo, la población negra de Cartagena sí se identificó a fondo con la Independencia. Así que, sin caer en la retórica oficial, tal vez sea erróneo el otro extremo que considera a la Independencia una intriga de unas élites excluyentes. Con todas sus limitaciones, los eventos de 1810 constituyeron una serie de experiencias de gobierno autónomo, soberano e incluso popular que, como mínimo, nos han ofrecido un nivel de aspiraciones válido hasta nuestros días.
Para izquierdistas como yo vale la pena recordar que el proceso independentista trae a nuestras tierras los ímpetus de las Revoluciones (la Americana de 1776, la Francesa de 1789 y, mucho más temida por las élites, la Haitiana de 1804). ¿No es el Sabio Caldas el primero en la larga lista de académicos y estudiosos colombianos a los que les costó la vida el meterse a la política real? Cada que tratamos de adivinar si la juventud tendrá los ánimos para empujar las causas progresistas, ¿no es acaso conmovedor pensar en que el último "Presidente" de Colombia antes de la Reconquista, Liborio Mejía, fue un estudiante de filosofía de 24 años que se le midió a asumir el mando del Ejército y murió fusilado? ¿O que Santander se hizo cargo de la Presidencia y del abastecimiento de las tropas de Bolívar en el Sur a los 27 años?
La historia de Colombia no siempre ha sido ni feliz, ni ejemplar y ni siquiera original. Pero del espíritu de 1810 nos vienen muchas cosas que conmemorar. Cuando dictaba clase en Estados Unidos nunca me cansaba de recordarle a mis estudiantes gringos que en Colombia se abolió la esclavitud diez años antes que en el Sur de los Estados Unidos, sin necesidad de una guerra civil y a pesar de tener hacendados esclavistas. Ese brote libertario, que además declaraba libre a todo esclavo que pisara tierra colombiana, es descendiente directo de 1810. Como también lo es la efímera y olvidada Constitución de Vélez que le dio el voto a la mujer en 1857, sesenta años antes que en Estados Unidos (y, está bien, cien años antes que su implantación definitiva en Colombia). Nuestra historia republicana es imperfecta. Pero no es para olvidar que el gobierno de Alfonso López Pumarejo (nuestro Franklin Delano Roosevelt) fue contemporáneo del de Hitler, Stalin, Chiang Kai Shek, Petain, Franco, Mussolini, Antonescu, Quisling y otros más de similar catadura.
Así que, sí señor: tenemos razones para celebrar, a pesar de todo.
Sunday, July 18, 2010
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