Hasta que se acabó la Administración Uribe. Desde hace rato se ve en los medios una obsesión con el "juicio de la historia" incluido, claro está, el slogan sobre "el mejor presidente de los últimos 200 años." Se supone que debemos tomar en serio un slogan propagado en vallas publicitarias por contratistas del gobierno y repetido por gente que no sería capaz de decir si Manuel Murillo Toro gobernó antes o después de Rafael Nuñez.
No me interesa perder tiempo en decidir si Uribe fue mejor presidente que Alfonso López Pumarejo (obviamente yo creo que no) o si trabajó más duro que Manuel Antonio Sanclemente (seguramente sí). En cambio sí me interesa el fenómeno mismo de ese incipiente culto a la personalidad que se ha formado a su alrededor. Yo siempre creí que Colombia era inmune a esa clase de cosas. De hecho, hace mucho existía (¿o existe todavía?, no estoy seguro) una prohibición legal a poner el nombre de personas vivas a monumentos y obras públicas. Los colombianos siempre habíamos sido escépticos, burlones e irreverentes con nuestros gobernantes.
Por eso mismo, siempre me ha producido una fascinación distante el fenómeno del culto a la personalidad. Como nunca he vivido en sociedades donde se practique extensivamente, me intriga cantidades cuando veo el culto a gente como Kim Il Sung, Hafez el Assad, Nicolae Ceaucescu, etc. Colombia en estos días ofrece una muestra en pequeño de cómo puede comenzar ese proceso. Obviamente, Uribe nunca ocupará el lugar de ninguno de estos personajes, pero la dinámica que se ha formado a su alrededor es interesante.
Yo ya había llegado a una conjetura y los eventos en Colombia me lo confirman: por más que cuando ya estén consolidados esta clase de cultos proyecten una imagen de homogeneidad a prueba de bala, en su etapa formativa son más bien resultado de un juego político dentro de una coalición bastante heterogénea que necesita del líder para mantenerse. No sé si los casos de los líderes que he mencionado encajan en esta tesis, pero el de Colombia creo que sí.
La ceremonia de posesión presidencial de ayer nos ofrece una pequeña rendija para apreciar este fenómeno. Los dos discursos centrales (el del Presidente del Senado, Benedetti y el del Presidente Santos) resultaron curiosamente esquizofrénicos: una parte dedicada a criticar el actual estado de cosas y otra parte dedicada a alabar desenfrenadamente al responsable. Ambos se referían a los inocultables problemas que dejó la Administración Uribe, pero acto seguido pasaban a hablar de Uribe como un "fenómeno político sin paralelos en el mundo" (cito casi de memoria a Benedetti). Las cámaras no nos mostraron la reacción de Lula (que lleva ocho años de presidente con porcentajes de aprobación superiores a los de Uribe) o la del embajador gringo, paisano de Franklin Delano Roosevelt (ese sí, el mayor estadista del siglo XX, como ya lo he dicho) que barrió en cuatro elecciones consecutivas, mientras enfrentaba la Gran Depresión y ganaba la Segunda Guerra Mundial.
El culto a Uribe es una pieza funcional de la coalición de gobierno. En condiciones normales es muy poco probable que la opinión pública hubiera apoyado a Uribe en muchas de sus políticas de la manera que lo hizo. Era necesario mantener la imagen de una "amenaza existencial" para el país (las FARC) y, por contraposición, la imagen de un "líder excepcional" dispuesto a enfrentarla (Uribe). La verdad, obviamente es más prosaica. Primero, las FARC nunca han sido una "amenaza existencial"; han sido, claro está, un factor perturbador pero nunca han representado un peligro para los pilares del sistema económico y político del país. Segundo, dadas las circunstancias en las que Uribe llegó al poder, cualquier otro presidente en su lugar hubiera lanzado una ofensiva militar importante contra las FARC. El presupuesto de defensa ya venía creciendo desde antes, todos los candidatos presidenciales del 2002 (con la posible excepción de Lucho Garzón) insistían en la necesidad de aumentar el gasto militar.
Las inconsistencias resultantes son visibles. Probablemente las FARC atraviesan hoy en día la etapa de más debilidad política y militar desde los años 70. Sin embargo, hasta sus últimos días en el gobierno, Uribe hablaba como si hubiera un peligro inminente de que las FARC se tomaran el poder. No solo se trata de una falsedad palmaria sino que también, de ser cierta, habría sido evidencia de un pésimo desempeño del gobierno. Después de todo, su función es precisamente evitar el fortalecimiento de la subversión.
Todo esto es, en cierto modo, de esperarse. Un culto a la personalidad no puede ser racional. De hecho, una de las cosas más fascinantes de este fenómeno es como los medios masivos de comunicación se encargan de propagar afirmaciones absurdas, mientras más absurdas mejor. Así, por ejemplo la esposa de Ceaucescu era, supuestamente, una de las biólogas más eminentes de Rumania, Kim Jong Il supuestamente hizo un juego casi perfecto de golf (falló un golpe) porque, obviamente solo su padre Kim Il Sung hubiera podido hacer el juego perfecto.
Si las inconsistencias lógicas son parte del juego, la repetición también juega un papel determinante. El líder tiene que estar en primera página todo el tiempo así sea para cosas insustanciales. En todo país moderno, la jefatura del Estado es una burocracia con muchísimos funcionarios (con visiones encontradas) que opera las veinticuatro horas al día. Pero la propaganda en torno a Uribe repetía constantemente lo del "trabajar, trabajar y trabajar" como si toda la rama ejecutiva dependiera de una persona.
Después sigo.
Sunday, August 8, 2010
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buen post.
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