Friday, October 7, 2011

Está Bien, Sí He Estado Leyendo Franceses Ultimamente...

Entre racionalistas ceñudos, de los que hacemos ecuaciones y regresiones y cosas de esas, está muy mal visto leer franceses. Todos ellos. Desde Rousseau y Voltaire hasta Foucault y Bourdieu. (Hay una pequeña cláusula de excepción para De Tocqueville, pero porque le encantaba Estados Unidos.) Pero resulta que yo tengo gustos eclécticos y me encanta leer cosas prohibidas. Entonces, lo confieso, sí. Ultimamente estuve leyendo cosas de Foucault. No. No los trabajos importantes, porque estoy ocupadísimo, sino cosas breves.

¿A qué viene todo esto? A que una de las cosas que me parecen fascinantes de Foucault y de Bourdieu, cada uno a su manera, es que colocan la noción de poder en el centro mismo del análisis social. La tradición de la economía política anglosajona comienza con la noción de individuos, luego pasa a teorizar el intercambio mutuamente benéfico, y después trata (con muy poco éxito) de explicar cómo de ese intercambio surgen relaciones de poder. Bourdieu y Foucault hacen lo contrario. Para ellos primero existen las relaciones de poder y luego, con base en esas relaciones, se definen los individuos que luego van a participar en intercambios.

Siempre he creído que el segundo enfoque tiene la intuición correcta, pero que el primero ha logrado ser más riguroso. Mi sueño de años ha sido fusionar lo mejor de ambos. Pero para eso falta muchísimo. Entre tanto, dos reflexiones totalmente inconexas.

Primera: Creo que parte de la razón por la cual los economistas odian a gente como Bourdieu es porque, por su naturaleza, el poder no se puede definir atomísticamente. Yo puedo imaginarme que quiere decir un individuo con cierta dotación de factores que entra libremente a intercambios con otros. (Lo que Marx llamaba las "robinsonadas de la economía política.") Pero no tiene ningún sentido decir que alguien es "poderoso" o "débil" por fuera de una estructura social. El concepto de poder es siempre relacional: poder sobre alguien. Entonces, si uno quiere una teoría que convierta al poder en el punto de partida, tiene que renunciar al atomismo racionalista.

Segunda: Después de mi última entrada caí en cuenta de algo que es viejo tema entre quienes se toman en serio el tema del poder. Toda relación de poder necesita un lenguaje legitimador. Pero para ser legitimador, para que genere aceptación por parte de aquellos sobre quienes se ejerce el poder, es necesario que ese lenguaje tenga nociones de igualdad. Pero aquí el camino se bifurca.

El ramal "habermasiano" del camino considera que, por eso mismo, el lenguaje puede ser un elemento liberador. Es decir, el lenguaje, así sea el lenguaje del poder, obliga a todos a tomarlo en serio de modo que sus nociones de igualdad terminan por subvertir (o por lo menos erosionar) el poder.

El ramal "bourdieuano" diría que, al contrario, las nociones de igualdad sirven precisamente para consolidar las relaciones de poder. Es decir, el lenguaje igualitario lo que logra es ocultar aún más el poder y termina por silenciar a quienes están sometidos a él.

Sospecho que en los últimos días hemos visto un ejemplo en el que Bourdieu tiene razón y Habermas no. (No se imaginan cuánto me ha costado escribir una frase reconociendo que Habermas puede estar equivocado...)

Me explico. Retomando lo que dije en mi última entrada, lo que noto en la reacción de los medios a las manifestaciones de "indignados" es un intento de volver contra ellos el lenguaje democrático, precisamente como una herramienta para silenciarlos.

Cuando uno le dice a una manifestación de indignados que hagan propuestas, está tratándolos como ciudadanos de una democracia, dotados de iguales potestades que cualquier otra persona. Está reafirmando el principio igualitario de toda democracia. Pero resulta que ese principio en las democracias actuales es simplemente formal. Los verdaderos mecanismos de poder, los centros de toma de decisiones están aislados de cualquier proceso democrático. De eso se trata precisamente la globalización y la financialización del capital: de eximir al capital de cualquier pacto social.

Entonces, en ese contexto, tratar a los subordinados como iguales no genera igualdad sino estupor y silencio. Es decir, es una forma de reafirmar el poder. ¿Por qué tienen los indignados que hacer propuestas? ¿Acaso alguien les consultó los cambios en el modelo económico que ahora resienten? ¿Acaso alguien les dio herramientas para formar su propia opinión? Al contrario, la premisa era que el sistema era demasiado complejo y que solo los técnicos sabían de regulación financiera.

Dadas esas condiciones, centrarse en la falta de propuestas de los indignados es una trampa finamente calibrada para silenciarlos. Se les da momentáneamente el tratamiento de ciudadanos participantes en una democracia auténtica, imponiéndoles estándares imposibles de cumplir, para luego decir que fallaron en la tarea y proceder a silenciarlos.

Lo curioso es que es un mecanismo muy sútil que se encuentra en varias esferas de la sociedad. Uno podría pensar que todo "El Capital" de Marx es precisamente su intento por tratar de entender cómo el lenguaje de la igualdad en la relación laboral, el lenguaje de la libre compra y venta de servicios laborales, no solo encubre relaciones de poder asimétricas sino que también sirve para silenciar a aquellos sobre los que el poder se ejerce y para legitimar dichas relaciones.

En fin, tocará seguir leyendo a los franceses...

1 comment:

  1. Estimado Luis Fernando:

    A ese mismo recurre Mr. Santos cuando descalifica las marchas de los estudiantes universitarios a raíz de la reforma de la Ley 30 de 1992. Nadie les consultó un modelo medocre en cobertura y en calidad educativa. Ver: http://www.elespectador.com/noticias/nacional/articulo-304436-pese-protestas-santos-defendio-reforma-educacion-superior

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