Adolfo Meisel es uno de los historiadores y economistas más serios y respetables del país. (Además de muy buen tipo a juzgar por mis pocas interacciones con él.) Hoy escribió una columna sobre Raymond Aron donde hace unas observaciones que me dan la oportunidad de decir algo que nunca puedo decir en recintos profesionales, pero que me da vueltas en la cabeza hace mucho. Dice Meisel, citando a Aron:
Aron señaló en alguna ocasión: “Los intelectuales (…) no buscan entender el mundo ni transformarlo, sino denunciarlo”. La razón para ello es que prefieren moverse en el terreno de las ideologías y las generalidades de los problemas de las sociedades, donde se encuentran con una perfección casi poética. En contraste, quien baje al terreno de los hechos concretos se encontrará en el mundo de la prosa, de los matices, de las fronteras difusas y de las elecciones difíciles. El coro de muchos intelectuales parecería ser: “Criticar, criticar, criticar, aunque no contribuya a nada”.
Muchas veces me he preguntado para qué sirven las ciencias sociales y no encuentro una respuesta satisfactoria. Mejor dicho, no creo que haya una única respuesta; probablemente hay muchas y tendremos que aceptar que distintos científicos sociales adopten distintas respuestas.
Pero resulta que la respuesta que a mí me gusta es muy parecida a la que tanto desdén provoca en Aron y en Meisel. Hoy en día la posición dominante en ciencias sociales enfatiza la capacidad predictiva, la verificación empírica, ojalá estadística, de proposiciones falseables. En cierto modo se parte de la base de que el objetivo central de las ciencias sociales es explicar fenómenos. Es decir, tenemos a la mano una teoría, con sus principios, axiomas, mecanismos y tratamos de ver si con ella podemos entender conjuntos de eventos, regularidades, aparentes anomalías, etc.
Pero, por dominante que sea esta posición, no es la única y aquí quiero articular un poco cuál sería una alternativa. Mi puerta de entrada a las ciencias sociales fue precisamente la tradición de la llamada "Teoría Crítica," es decir, la escuela de Frankfurt de la cual surgió Habermas. Pocas veces he tenido oportunidad de hacer una reflexión sistemática sobre qué quiere decir "teoría crítica" pero voy a aprovechar este blog para empezar.
De entrada, fíjense que en el nombre ya está la intención de la que Aron se burla: criticar. Pero esto parece inconsistente: el científico no es un predicador, ni un reformador, ni un político. Su objetivo debe ser entender, explicar desapasionadamente y dejarle la crítica a otros. (Bueno, puede criticar en cuanto político, o ciudadano, pero eso ya no debe ser parte de su labor científica). Según esa postura, teoría crítica es una contradicción en los términos. O es teoría, o es crítica. Pero no las dos. ¿Cómo conciliar estos dos extremos?
A mi juicio teoría y crítica no son necesariamente contradictorias. La razón es que lo que solemos llamar fenómenos en ciencias sociales, o eventos, en fin, nuestro explanandum son contingentes en el sentido aristotélico del término, es decir, bien hubieran podido ser de otra manera. Las sociedades que observamos, los procesos que observamos, son solo unos de los posibles resultados. Hasta aquí todo bien. Pero quienes creemos en algo como "teoría crítica" creemos que una de las condiciones de posibilidad de los fenómenos que observamos es la serie de estructuras de poder que permanecen ocultas a los miembros de una sociedad. Es decir, en todos los procesos sociales somos agentes, pero también productos de estructuras de poder que no podemos tematizar mientras actuamos. Esto no es por pereza o miopía sino porque las estructuras de poder son necesarias para que la realidad social sea lo que es y dichas estructuras, a su vez, dependen de su ocultamiento.
Entonces, el teórico se puede dar el lujo que no se pueden dar los demás: volver explícitas las estructuras de poder, señalar su existencia, su funcionamiento, sus beneficiarios. En esa medida, teoría y crítica no son dos cosas aparte: hacer teoría de la sociedad es hacer una crítica de la sociedad. Recíprocamente, para hacer una crítica de la sociedad es necesario comenzar por hacer una teoría de la misma.
Si yo tengo razón, el objetivo del científico social es un poco similar al del psiquiatra (a la antigua). Con el auge de las drogas para manipular la química cerebral, se ha puesto en boga el psiquiatra moderno que busca administrar medicamentos que mantengan al individuo funcionando. El psiquiatra de antes se limitaba con hacerle ver al individuo el origen de sus conductas, la forma en la que su historia personal lo había llevado a ser quien es, con la esperanza de que, habiendo entendido mejor su origen el individuo mismo pudiera cambiar.
Del mismo modo, es probable que la tarea del científico social sea exponer las estructuras de poder para que la sociedad entienda mejor por qué es como es y, de ese modo, cambiar ella misma. Es un modelo caído en desuso, ya lo sé. Pero para mí no es obvio que sea ridículo. Si yo tengo razón, no hay tal de que "criticar no contribuya a nada." Al contrario, criticar sería en sí misma una contribución ya que nos permitiría entendernos mejor, le daría voz a muchos sectores que no la tienen.
Una adenda metodólogica. Otra consecuencia de lo anterior es que tal vez las teorías no deben medirse únicamente por su capacidad de verificación empírica. Hace mucho quiero pensar con más calma este punto para no decir ridiculeces. Pero no he tenido tiempo. Por ahora lo pongo aquí para que no se me olvide. Hagan de cuenta que he estado pensando en voz alta.
Saturday, October 1, 2011
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