No sé quién hizo el comentario a propósito de la "década perdida" de América Latina, pero tiene toda la razón. Los niveles de endeudamiento de la región en aquella época eran menores que los de Europa del Sur hoy. La crisis se desencadenó por la acometida antiinflacionaria de Volcker.
Muy buen punto. Muchas gracias! A propósito, no todas las deudas son creadas iguales. Cuando Argentina colapsó en el 2001, su endeudamiento estaba un poco por encima del 50% del PIB. Bélgica e Italia tuvieron deudas de más del 120% del PIB y nunca les pasó nada.
Saturday, June 25, 2011
Friday, June 24, 2011
Sus Nietos les Preguntarán sobre Agosto del 2011.
Si Uds. no saben la fecha exacta de la caída de Roma (455), o la de Constantinopla (1453), o la Batalla de Waterloo (1815), o no tienen muy claros los detalles de la Crisis de Suez (1956), o estaban muy jóvenes cuando se disolvió la Unión Soviética (1991), no se preocupen: tienen la oportunidad de presenciar el próximo mes de Agosto para cuando el profesor de historia de sus nietos (seguramente por video chat desde Bangalore) les asigne a ellos una tarea sobre la decadencia del Imperio Americano.
Debido a tecnicismos jurídicos extraños, el gobierno de Estados Unidos tiene hasta Agosto para negociar con el Congreso un aumento de su límite de endeudamiento. Si no se llega a ningún acuerdo, Estados Unidos va a tener que declarar impago de algunas de sus obligaciones.
La idea de que la más grande superpotencia de la historia se quede sin cómo pagarle a sus acreedores es tan ridícula que hasta ahora esas negociaciones nunca habían tenido problema. Rutinariamente, con algo de teatro, el Congreso terminaba por elevar el nivel de endeudamiento del gobierno.
Pero eso era cuando el sistema político de Estados Unidos estaba dominado por partidos que entendían las obligaciones de manejar una superpotencia mundial. Ahora es distinto. Ahora uno de los partidos, el Partido Republicano, es una mezcla de plutócratas y fundamentalistas, los primeros demasiado obsesionados con enriquecer a sus amos y los segundos demasiado ignorantes para saber qué es lo que pasa, de manera que las negociaciones se están complicando. El Partido Republicano insiste en que es necesario reducir más los impuestos de los millonarios para elevar el nivel de endeudamiento.
Exagero un poco. Aún es probable que se llegue a un acuerdo. Además, si no se llega a un acuerdo, esto no va a significar el colapso de Estados Unidos. Pero sí nos va a ofrecer un espectáculo histórico: la deuda más segura del mundo, el estándar contra el cual se miden todas las demás deudas que existen, el pilar de la confianza de los mercados mundiales, la piedra angular de la prosperidad de la mayor economía del mundo, se va a ver súbitamente golpeada, resquebrajada. Y no por algún desastre natural, ni ninguna guerra mundial sino simplemente por las disfunciones del sistema político norteamericano.
No sé a Uds. pero a mí eso me suena como el principio del fin de una era.
Debido a tecnicismos jurídicos extraños, el gobierno de Estados Unidos tiene hasta Agosto para negociar con el Congreso un aumento de su límite de endeudamiento. Si no se llega a ningún acuerdo, Estados Unidos va a tener que declarar impago de algunas de sus obligaciones.
La idea de que la más grande superpotencia de la historia se quede sin cómo pagarle a sus acreedores es tan ridícula que hasta ahora esas negociaciones nunca habían tenido problema. Rutinariamente, con algo de teatro, el Congreso terminaba por elevar el nivel de endeudamiento del gobierno.
Pero eso era cuando el sistema político de Estados Unidos estaba dominado por partidos que entendían las obligaciones de manejar una superpotencia mundial. Ahora es distinto. Ahora uno de los partidos, el Partido Republicano, es una mezcla de plutócratas y fundamentalistas, los primeros demasiado obsesionados con enriquecer a sus amos y los segundos demasiado ignorantes para saber qué es lo que pasa, de manera que las negociaciones se están complicando. El Partido Republicano insiste en que es necesario reducir más los impuestos de los millonarios para elevar el nivel de endeudamiento.
Exagero un poco. Aún es probable que se llegue a un acuerdo. Además, si no se llega a un acuerdo, esto no va a significar el colapso de Estados Unidos. Pero sí nos va a ofrecer un espectáculo histórico: la deuda más segura del mundo, el estándar contra el cual se miden todas las demás deudas que existen, el pilar de la confianza de los mercados mundiales, la piedra angular de la prosperidad de la mayor economía del mundo, se va a ver súbitamente golpeada, resquebrajada. Y no por algún desastre natural, ni ninguna guerra mundial sino simplemente por las disfunciones del sistema político norteamericano.
No sé a Uds. pero a mí eso me suena como el principio del fin de una era.
Me La He Guardado Muchos Años: Acerca de la Famosa "Década Perdida"
Por allá a comienzos de los 90s (y esta entrada bien podría ser parte de mi serie sobre la Constitución), uno de los pilares retóricos de las reformas neoliberales era el de la famosa "década perdida" de América Latina. Discurso tras discurso, conferencia tras conferencia, los pontífices de la nueva ortodoxia nos decían que era necesario cambiar de rumbo porque Colombia se estaba rezagando respecto a, por ejemplo, Corea del Sur. En aquella época mi reacción era: "Corea del Sur en sus años de crecimiento vertiginoso era más proteccionista, más intervencionista que Colombia." Pero bien, eso son detalles.
Después, cuando me tocó dictar clases sobre América Latina y tenía que explicarle rápidamente a mis estudiantes el asunto de la década perdida, me di cuenta de que había una forma muy sencilla de entender por qué América Latina dejó de crecer en los 80s. Era un fantástico despliegue de la "cuchilla de Occam." Nada de complejidades teóricas acerca de modelos de crecimiento, residuos de Solow, no convexidades en la función de producción, fallas en la eficiencia asignativa, nada de eso. La explicación más sencilla era:
América Latina dejó de crecer en los años 80 porque sus políticas económicas no estaban dirigidas a crecer sino más bien a pagar la deuda externa. Punto.
Súbitamente todo encaja: ajustes fiscales para reducir la demanda interna y así aumentar el excedente disponible para exportar sumado a maxidevaluaciones para poder transformar ese excedente exportable en la mayor cantidad posible de dólares. Lo curioso es que esa tijera (demanda interna reprimida, tipo de cambio devaluado) ¡era similar (con instrumentos diferentes) a la de Corea del Sur! La diferencia es que Corea del Sur podía utilizó esos instrumentos, y el excedente que generaban, para industrializarse. En cambio, América Latina tenía que pagar sus deudas. Cuando uno está endeudado no le queda plata para invertir. Eso lo entiende cualquier estudiante de pregrado.
Ahora, esta respuesta lleva a otra pregunta: ¿por qué América Latina tenía que pagar tanta deuda externa? Fácil: porque se endeudó, muchas veces con bancos privados y el Fondo Monetario Internacional, en lugar de dejar que los bancos privados sufrieran las consecuencias de sus préstamos irresponsables, salió a "rescatar" a América Latina con paquetes que en realidad eran un rescate a los bancos. Las virtudes del libre mercado se aprecian mucho más cuando alguien lo protege a uno de sus consecuencias.
Listo. Ya lo dije. Me saqué esta piedra que tenía atragantada. ¿Por qué la saco ahora? Por dos razones simples. Una, porque la historia se está repitiendo, ahora en Europa del Sur. Dos, porque hoy me encontré con un artículo de Krugman que le dedica unos rengloncitos a lo mismo. Así que ya comparto mi piedra con un Premio Nobel.
Después, cuando me tocó dictar clases sobre América Latina y tenía que explicarle rápidamente a mis estudiantes el asunto de la década perdida, me di cuenta de que había una forma muy sencilla de entender por qué América Latina dejó de crecer en los 80s. Era un fantástico despliegue de la "cuchilla de Occam." Nada de complejidades teóricas acerca de modelos de crecimiento, residuos de Solow, no convexidades en la función de producción, fallas en la eficiencia asignativa, nada de eso. La explicación más sencilla era:
América Latina dejó de crecer en los años 80 porque sus políticas económicas no estaban dirigidas a crecer sino más bien a pagar la deuda externa. Punto.
Súbitamente todo encaja: ajustes fiscales para reducir la demanda interna y así aumentar el excedente disponible para exportar sumado a maxidevaluaciones para poder transformar ese excedente exportable en la mayor cantidad posible de dólares. Lo curioso es que esa tijera (demanda interna reprimida, tipo de cambio devaluado) ¡era similar (con instrumentos diferentes) a la de Corea del Sur! La diferencia es que Corea del Sur podía utilizó esos instrumentos, y el excedente que generaban, para industrializarse. En cambio, América Latina tenía que pagar sus deudas. Cuando uno está endeudado no le queda plata para invertir. Eso lo entiende cualquier estudiante de pregrado.
Ahora, esta respuesta lleva a otra pregunta: ¿por qué América Latina tenía que pagar tanta deuda externa? Fácil: porque se endeudó, muchas veces con bancos privados y el Fondo Monetario Internacional, en lugar de dejar que los bancos privados sufrieran las consecuencias de sus préstamos irresponsables, salió a "rescatar" a América Latina con paquetes que en realidad eran un rescate a los bancos. Las virtudes del libre mercado se aprecian mucho más cuando alguien lo protege a uno de sus consecuencias.
Listo. Ya lo dije. Me saqué esta piedra que tenía atragantada. ¿Por qué la saco ahora? Por dos razones simples. Una, porque la historia se está repitiendo, ahora en Europa del Sur. Dos, porque hoy me encontré con un artículo de Krugman que le dedica unos rengloncitos a lo mismo. Así que ya comparto mi piedra con un Premio Nobel.
Wednesday, June 22, 2011
La Constitución Colombiana Cumple 20 Años. (II)
Hacer un balance de los 20 años de la Constitución colombiana es muy difícil porque, aparte de la Constitución, también por aquella época de finales de los 80 y comienzo de los 90 el país experimentó muchísimos otros cambios tanto o más profundos. Algunos en su momento no fueron muy visibles y por eso no generaron titulares, pero terminaron teniendo enormes consecuencias.
Aunque en esta columna Santiago Montenegro no se refiere explícitamente a la Constitución, sí es claro que trata de hacer un ajuste de cuentas con todo el proceso de reformas que se inició por aquel entonces, reformas en cuyo diseño él participó y que siempre ha defendido con firmeza. En la columna Montenegro vuelve a adoptar la postura retórica que caracterizó a los reformistas de entonces: la de considerar que sus opositores eran todos ellos unos retrógrados con miedo al futuro y con un apego indebido al modelo económico del pasado. De ahí que termine por decir que en Colombia hasta la izquierda es conservadora.
Comencemos por el final cuando Montenegro trata de explicar el "conservadurismo" de Colombia. Como él es un historiador muy competente, el párrafo en cuestión comienza con atisbos interesantes:
"¿Por qué Colombia es un país tan conservador? Según algunos, por su configuración geográfica, por el hecho de tener su capital y varios centros urbanos lejos de las costas y conectados con pésimos sistemas de transporte, lo que nos aisló de las grandes transformaciones del mundo y obstaculizó la llegada de inmigrantes y de ideas liberales y revolucionarias. Según otros, por la debilidad histórica del Estado, por su carencia de rentas que le hubiesen permitido realizar las reformas liberales, que sí se lograron en otras latitudes. Pero, quizá, el conservadurismo del país se explique mejor por la guerrilla marxista, la cual derechizó al país y eliminó la posibilidad de la consolidación de una izquierda democrática, progresista y cosmopolita."
Lo de la geografía colombiana y la debilidad de su Estado son ideas ya bastante conocidas. No estoy seguro de que Montenegro tenga toda la razón, pero son puntos de debate fructíferos. La última frase, en cambio, no parece escrita por un historiador y economista de la categoría de Montenegro.
Primero, es un poco extraña la yuxtaposición. Los dos primeros factores son de vieja data, parte de la historia de Colombia desde sus orígenes mientras que la guerrilla data de comienzos de los 60. El problema es que Montenegro no nos dice bien cuál es el fenómeno que quiere explicar. Si su objeto de análisis es algún difuso "conservadurismo" de largo plazo, entonces su apelación a la historia del Estado y a la geografía son pertinentes y en cambio lo de la guerrilla sale sobrando por la sencilla razón de que la guerrilla de los 60s no puede ser la causa del conservadurismo de Laureano Gómez en los 40s o de Miguel Antonio Caro hacia 1890. En cambio, si su objeto de análisis es el "conservadurismo" que lleva a muchos a oponerse a las reformas neoliberales, habría que explicar por qué factores perennes como la geografía o la debilidad del Estado son agentes eficaces en los 90s pero no en otros periodos reformistas (como la Revolución en Marcha). Además, resulta un poco rebuscado echarle la culpa a la guerrilla de la oposición de muchas personas que no tuvieron nada que ver con ella.
Obviamente, las FARC son responsables de muchísimos desastres en el país. Además ya se ha vuelto moneda corriente decir que las FARC son las culpables de que no haya en Colombia una izquierda democrática. Pero ya es hora de controvertir esto.
Las FARC sí han derechizado a la opinión pública. Eso es indudable. Pero ese es un fenómeno relativamente reciente. Montenegro es mayor que yo así que él seguramente se acuerda de que incluso en los 90s la idea de incorporar a la guerrilla a la vida pública mediante un proceso de paz gozaba de cierta aceptación entre la opinión. La retórica eliminacionista anti-FARC solo vino a echar raíces en tiempos de Uribe.
Es más, la izquierda democrática en Colombia, con todos sus tropiezos, dificultades y errores, existe y está más o menos consolidada. En los últimos años, uno podría decir que la izquierda democrática en Colombia está gravitando alrededor del 12-15% de la votación. Cuando le va relativamente mal, como en el 2010, saca el 10%. Cuando le va bien, como en el 2006, saca el 25%. Eso se parece un poquito a una consolidación. En España, sin FARC, Izquierda Unida se mueve en niveles similares. ¿Qué espera Montenegro? ¿Que la izquierda democrática saque el 40% de la votación? A mi me encantaría, por supuesto. Y sigo creyendo que en algún futuro puede llegar a pasar. Pero dudo que a Montenegro le gustaría tanto.
¿Estaría mejor la izquierda democrática sin las FARC? Muy probablemente. Pero el nivel en el que está ahora no me parece despreciable, como para decir que en Colombia no existe una izquierda "democrática, progresista y cosmopolita."
Pero además, el argumento de Montenegro (y no es solo de él) omite dos cosas. Primero, para saber si la izquierda colombiana es débil o no hay que tener un punto de referencia plausible. Segundo, hay que tener en cuenta otros factores.
En cuanto al punto de referencia, no hay que olvidar que partidos de izquierda de dos dígitos son relativamente nuevos en Colombia. El Partido Comunista histórico rara vez pasaba del 5%, incluso antes de las FARC. Para encontrar en la historia de Colombia partidos de izquierda que hayan superado esos umbrales hay que remontarse a los tiempos de la UNIR gaitanista o hacer contabilidad creativa con el MRL. Regionalmente pasa lo mismo. A veces la izquierda da el salto cualitativo, como el PT brasilero o la coalición que vino a formar el PSUV venezolano o el MAS boliviano. Pero lo normal es que antes de esos saltos la izquierda se mantenga en niveles entre el 10% y el 20% de la votación. O sea que lo de Colombia tampoco es tan atípico. Ya mencioné a España, pero hubiera podido mencionar a Francia, o incluso (oh, dolor!) a la decadencia del otrora glorioso Partido Comunista Italiano, tal vez el mejor Partido Comunista del mundo en sus tiempos de apogeo.
Por otro lado, pasemos a las razones que el argumento de Montenegro olvida. Yo no sé a Uds. pero a mí me da la impresión de que si uno está considerando la posibilidad de hacer activismo político en una organización y luego se entera de que a los miembros de dicha organización los amenazan, los persiguen y los matan, uno empieza a reconsiderar la cosa. No entiendo cómo puede uno pontificar sobre la debilidad de la izquierda democrática en Colombia sin tener en cuenta el exterminio de la Unión Patriótica y todas las persecuciones, tanto oficiales como paramilitares, de las que han sido objeto en los últimos años muchísimas figuras políticas progresistas. Debe ser que resulta más cómodo culpar a las FARC.
Pero bueno, todo esto era apenas la introducción. Ganas mías de divertirme un poco a costa de una frase aislada de Montenegro. El fondo del asunto es el balance de las reformas de los últimos veinte años.
Como ya dije, a Montenegro le extraña que muchos que se declaran de izquierda y progresistas en Colombia se hayan opuesto al neoliberalismo. A él le sorprende porque le parece que en esa actitud estos sectores de izquierda estaban actuando con una inexplicable nostalgia por el pasado, un conservadurismo estrambótico que solo puede explicarse apelando a causas extrañas (la historia, la geografía). Creo que puedo ayudarle a Montenegro un poquito.
Aunque, como dije, Montenegro es mayor que yo, por la época de las primeras reformas neoliberales en Colombia yo estaba mejor ubicado que él para entender este acertijo porque yo estaba más cercano a aquellos izquierdistas cuya conducta él no logra entender. Así que le puedo contar a Montenegro el secreto del asunto. La izquierda colombiana nunca estuvo enamorada de la industrialización por sustitución de importaciones (ISI). Le pareció que era un arreglo entre la oligarquía cafetera y los intereses manufactureros para repartirse rentas a expensas del dolor del pueblo colombiano. La izquierda no se cansaba de criticar a Lleras Restrepo como un agente de la burguesía colombiana y cosas de esas.
Lo que pasa es que cuando vienen las reformas neoliberales la izquierda se percata de lo que viene. Si uno es un socialista rabioso como yo, la ISI, con todos sus defectos, tiene una gran ventaja: canaliza las rentas oligopólicas del país a sectores como la industria donde el proletariado puede, mediante su heroica lucha, obligar a la burguesía a compartirlas mediante, digamos, buenos puestos de trabajo, algo de seguridad social, cierto estado del bienestar, etc, etc. No es lo ideal porque uno quiere la abolición de la propiedad privada sobre los medios de producción, "de cada quien según sus capacidades, a cada quien según sus necesidades" y cosas de esas. Pero si es lo que se puede, no está mal.
Siendo así las cosas, la actitud racional es obvia: no perder la ocasión de criticar a los defensores de la ISI como lacayos de los grandes intereses y tratar de sacar la mayor tajada posible de los excedentes que la ISI está concentrando, mientras que tácitamente uno reconoce que, en realidad, todo el esquema es posible gracias a la mismísima ISI. Seguramente Montenegro no estaba intoxicándose con la jerga izquierdista de la época pero yo le puedo contar que eso tenía un nombre: "la burguesía nacional."
El cuento de la "burguesía nacional" tenía mucha trayectoria en América Latina. Era, por ejemplo, pieza fundamental del peronismo de izquierda en Argentina. En pocas palabras, era el reconocimiento de que resultaba mucho más fácil pelear por las rentas oligopólicas con industriales nacionales, que mal que bien tenían que dejar algo de su capital en el país, en vez de pelear con multinacionales que podían mandar "marines" al primer intento de agitación. (Estoy simplificando muchísimo, la cosa era más complicada.)
Por eso la izquierda atacaba vociferantemente a la "burguesía nacional" pero sotto voce reconocía que Lleras Restrepo era uno de los estadistas más lúcidos de la segunda mitad del siglo XX y que, en últimas, resultaba mejor tener que vérselas con él y con sus seguidores en vez de lidiar con, por ejemplo, los economistas chilenos y sus secuaces pinochetistas. ¿Ven? ¡No es tan raro!
Luego en los 90s llegan al poder reformistas neoliberales (como Montenegro) que lo primero que hacen es adoptar la postura retórica de la izquierda contra la ISI para luego proponer desmantelarla. Entonces comienzan hablando de privilegios, oligopolios, intereses cerrados y cosas por el estilo para endulzarle el oído a la izquierda. Luego dicen que la solución para acabar con todas esas iniquidades es la liberalización de los mercados.
Pero ahí está el problema: los izquierdistas nunca hemos creído que el capitalismo de mercado vaya a ser plenamente competitivo. Para nosotros el capitalismo siempre termina concentrando rentas, excedentes, privilegios, poder político y cosas de esas en algunas pocas manos. La pregunta es contra cuáles se puede luchar mejor, a cuáles se las puede presionar más para obligarlas a compartir el poder con los sectores populares. Para los izquierdistas el dilema no es entre una ISI concentradora y un neoliberalismo igualitario sino entre unas élites industriales contra las que se puede luchar en el campo sindical y unas élites cuyo perfil no era para nada claro a comienzo de los 90s por la sencilla razón de que nadie sabía cuáles iban a ser los triunfadores de la apertura comercial.
A pesar de las incertidumbres, había algunas cosas claras. Primero, se sabía que, a pesar de su retórica igualitaria, el paquete neoliberal iba a debilitar mecanismos de redistribución como las negociaciones salariales (entre otras cosas porque esa retórica atacaba también a la "oligarquía obrera" de los sindicatos), o los impuestos al capital porque se nos decía todo el tiempo que ahora el capital es móvil y se va en cuestión de minutos. Entonces, aún sin saber muy bien qué sectores iban a liderar el nuevo orden económico, era claro que había señales preocupantes para la izquierda. A eso súmenle el hecho de que el café estaba en franco declive como exportación, especialmente a partir de la ruptura del Pacto Cafetero, súmenle el hecho de que Colombia empezaba a volverse cada vez más un exportador de recursos naturales, súmenle el hecho de que la industria colombiana no prometía mucho en cuanto a innovación tecnológica como para que reemplazara las rentas oligopóicas por rentas "schumpeterianas" y verán por qué si uno es un izquierdista en los 90s no va a estar para nada entusiasmado con las reformas neoliberales. Fíjense que esta explicación no acude a factores geográficos, ni históricos ni cosas por el estilo. Es simple cálculo estratégico que, mal que bien, estaba al alcance de cualquier izquierdista con un pequeño grado de sofisticación. Me consta que, por ejemplo, alguien con un simple pregrado de economía de la Universidad de los Andes ya era capaz de ver por dónde iba el agua al molino.
Si los neoliberales de los 90s de verdad hubieran querido hacer alianzas con la izquierda (buen chiste, ya sé, ya sé) en vez de manifestarse perplejos por el rechazo que generaron, habrían incluido otras cosas en su paquete de reformas. Por ejemplo, un acuerdo de renta básica, o un impuesto negativo como el invento del mismísimo Milton Friedman. En fin, algo que indicara que iban a poner en marcha algún mecanismo capaz de distribuir las nuevas rentas oligopólicas de la misma manera como la ISI tenía mecanismos para distribuir las de antes (con todo y sus defectos). Pero no lo hicieron.
Tuesday, June 21, 2011
Los Conversos
Me entero por internet de que el mundo intelectual americano está conmocionado por un nuevo caso de conversión: el de David Mamet. Mamet es un dramaturgo y libretista muy importante en Estados Unidos. No conozco mucho su trabajo, pero vi una versión en teatro de su Glengarry Glen Ross (y me gustó). Ahora resulta que se convirtió a la facción más estridente del Tea Party, lo cual no deja de causar cierta consternación entre el centro-izquierda norteamericano.
Es un espectáculo familiar. En el mundo hispanoparlante tuvimos el shock de la conversión de Vargas Llosa, por ejemplo. Lo que me sorprende es que a estas conversiones todo el mundo, tanto el converso, como el bando abandonado, como el bando receptor, les concede una enorme importancia estratégica. Como si la validez de las ideas de izquierda o de derecha dependieran de los pergaminos de Vargas Llosa, o de Mamet, o de cualquier otro.
Este es un fenómeno que a mí me llama mucho la atención y hoy solo atinaré a escribir un poco sobre él. En parte debe ser porque veo algo de relevancia autobiográfica. En la universidad muchos compañeros míos se autodefinían como de izquierda. Con el tiempo varios han ido desplazándose al centro (o a la derecha) mientras que yo he seguido en la misma intemperie de siempre. Me moderé a finales de los 90s y me volví a radicalizar (un poquito no más) en los 2000. Varias veces me he preguntado por qué.
Las razones difieren en cada caso. Yo estoy convencido de que muchos de mis amigos cambiaron su visión de mundo por razones totalmente respetables. No por oportunismo, ni por ascensos ni cosas de ese estilo, sino porque al examinar los asuntos de su ideología consideraron que era lo mejor. Los felicito. Pero las conversiones de ellos, o las de notables como Vargas Llosa o Mamet no quieren decir que yo tenga que acompañarlos en ese viaje. Tal vez lo haga más adelante. No tengo ni idea. Pero será por mis propias razones.
Por todo eso me molesta cuando los conversos expresan que "ahora sí son libres." Es un tema muy manido. Mamet no es el primero. Vargas Llosa y tantos otros lo hacen a menudo: salen a decir que su filiación política de izquierda era fruto del dogmatismo hasta que un día se pusieron a reevaluar sus ideas y cayeron en cuenta de su error.
Probablemente si uno es dramaturgo, o novelista (o contratista de Naciones Unidas y chuzador de teléfonos como José Obdulio) esté muy ocupado en su trabajo como para estar evaluando su ideología y tal vez termine aceptando ciegamente planteamientos que le podrían llegar a parecer absurdos. Vargas Llosa o Mamet, supongo, están tan ocupados creando personajes, buscando la palabra adecuada para describir una escena o para captar la emoción precisa, que no tienen tiempo de pensar en tonterías como el funcionamiento del mercado, los determinantes de las relaciones de poder en el sistema político, el proceso histórico de Viet Nam, o de Corea o cosas de ese estilo.
Pero resulta que ese es mi oficio. A mí me pagan por estar informado y estar pensando sobre esas cosas. De modo que yo no puedo darme el lujo de dejar esos temas sin analizar. Así que cuando Vargas Llosa o Mamet se sienten liberados yo no puedo hacer otra cosa que encogerme de hombros. Bien por ellos. Por fin tuvieron tiempo de leer a Hayek. Pero no vengan con el cuento de que todos los izquierdistas somos unos dogmáticos enceguecidos que estamos siempre repitiendo las enseñanzas de nuestra teología. Sí. Tendremos nuestros puntos ciegos, como todo ser humano. Tendremos nuestras "verdades confortables" que rara vez cuestionamos. Pero en lo que a mí respecta, me declaro inocente de esa acusación. No sé a qué clase de sectas pertenecían Vargas Llosa o Mamet o tantos otros. Lo siento por ellos. Yo nunca he pertenecido a sectas y la paso muy bien. A la izquierda, pero muy bien.
Es un espectáculo familiar. En el mundo hispanoparlante tuvimos el shock de la conversión de Vargas Llosa, por ejemplo. Lo que me sorprende es que a estas conversiones todo el mundo, tanto el converso, como el bando abandonado, como el bando receptor, les concede una enorme importancia estratégica. Como si la validez de las ideas de izquierda o de derecha dependieran de los pergaminos de Vargas Llosa, o de Mamet, o de cualquier otro.
Este es un fenómeno que a mí me llama mucho la atención y hoy solo atinaré a escribir un poco sobre él. En parte debe ser porque veo algo de relevancia autobiográfica. En la universidad muchos compañeros míos se autodefinían como de izquierda. Con el tiempo varios han ido desplazándose al centro (o a la derecha) mientras que yo he seguido en la misma intemperie de siempre. Me moderé a finales de los 90s y me volví a radicalizar (un poquito no más) en los 2000. Varias veces me he preguntado por qué.
Las razones difieren en cada caso. Yo estoy convencido de que muchos de mis amigos cambiaron su visión de mundo por razones totalmente respetables. No por oportunismo, ni por ascensos ni cosas de ese estilo, sino porque al examinar los asuntos de su ideología consideraron que era lo mejor. Los felicito. Pero las conversiones de ellos, o las de notables como Vargas Llosa o Mamet no quieren decir que yo tenga que acompañarlos en ese viaje. Tal vez lo haga más adelante. No tengo ni idea. Pero será por mis propias razones.
Por todo eso me molesta cuando los conversos expresan que "ahora sí son libres." Es un tema muy manido. Mamet no es el primero. Vargas Llosa y tantos otros lo hacen a menudo: salen a decir que su filiación política de izquierda era fruto del dogmatismo hasta que un día se pusieron a reevaluar sus ideas y cayeron en cuenta de su error.
Probablemente si uno es dramaturgo, o novelista (o contratista de Naciones Unidas y chuzador de teléfonos como José Obdulio) esté muy ocupado en su trabajo como para estar evaluando su ideología y tal vez termine aceptando ciegamente planteamientos que le podrían llegar a parecer absurdos. Vargas Llosa o Mamet, supongo, están tan ocupados creando personajes, buscando la palabra adecuada para describir una escena o para captar la emoción precisa, que no tienen tiempo de pensar en tonterías como el funcionamiento del mercado, los determinantes de las relaciones de poder en el sistema político, el proceso histórico de Viet Nam, o de Corea o cosas de ese estilo.
Pero resulta que ese es mi oficio. A mí me pagan por estar informado y estar pensando sobre esas cosas. De modo que yo no puedo darme el lujo de dejar esos temas sin analizar. Así que cuando Vargas Llosa o Mamet se sienten liberados yo no puedo hacer otra cosa que encogerme de hombros. Bien por ellos. Por fin tuvieron tiempo de leer a Hayek. Pero no vengan con el cuento de que todos los izquierdistas somos unos dogmáticos enceguecidos que estamos siempre repitiendo las enseñanzas de nuestra teología. Sí. Tendremos nuestros puntos ciegos, como todo ser humano. Tendremos nuestras "verdades confortables" que rara vez cuestionamos. Pero en lo que a mí respecta, me declaro inocente de esa acusación. No sé a qué clase de sectas pertenecían Vargas Llosa o Mamet o tantos otros. Lo siento por ellos. Yo nunca he pertenecido a sectas y la paso muy bien. A la izquierda, pero muy bien.
Ya Sabemos: Los Fundadores de la Teoría de la Decisión Racional Eran Halcones de la Guerra Fría. Ahora, ¿Podemos Cambiar de Tema?
El New York Times está publicando una serie de artículos sobre filosofía muy valiosos en una serie llamada The Stone. No los leo siempre, pero cuando los leo encuentro algo que vale la pena. Pero el de hoy me molestó. Se trata de una historia intelectual de la teoría de la decisión racional donde se repite por enésima vez que en sus orígenes esta teoría fue un producto de la derecha americana en su intento por ganar la batalla ideológica de la Guerra Fría.
Hasta donde yo sé, pero no voy a tratar de competir con el autor de la columna en conocimiento sobre los hechos ya que él parece estar bien informado, la historia es un poco más compleja. Sí. La teoría de la decisión racional surgió en buena medida en la RAND Corporation. Sí. La RAND Corporation era un bastión de la guerra fría. Pero no todos sus miembros pertenecían a la derecha americana. Kenneth Arrow ha sido toda su vida simpatizante del Partido Demócrata y trabajó en la Administración Kennedy. Veo en Wikipedia la lista de miembros ilustres de la RAND y encuentro criminales de guerra de la derecha americana como Henry Kissinger o Donald Rumsfeld, ex-neoconservadores como Francis Fukuyama, economistas relativamente conservadores como Edmund Phelps, economistas liberal-keynesianos como Paul Samuelson o con algunas simpatías Demócratas como Herbert Simon. No encuentro en esa lista marxistas. (El Paul Baran que aparece ahí no es el de Sweezy-Baran.) En cambio hay ultra-sionistas como Robert Aumann o, sí, anticomunistas rabiosos como John von Neumann.
Hay dos posibles explicaciones a este patrón un tanto caprichoso. Primera: la RAND es un centro visceralmente derechista que a veces contrata a liberales como los que ya mencioné para legitimarse. Segunda: en ocasiones la RAND ha estado involucrada en proyectos científicos que requieren tener a la mejor persona posible en su campo, independientemente de su filiación política. Me inclino por la segunda teoría. Estoy casi seguro que la RAND tenía a von Neumann no para escucharle diatribas anticomunistas y para que fantaseara sobre la posibilidad de bombardear a toda Europa Oriental, sino porque era uno de los grandes matemáticos del siglo XX y los proyectos de la RAND necesitaban grandes matemáticos. De ese modo encaja también la presencia de George Dantzig o de Richard Bellman. (No tengo ni idea sobre la filiación política de estos hombres, pero estoy seguro de que su presencia en la RAND tenía más que ver con sus contribuciones matemáticas que con cualquier otra cosa.)
Pero el punto es que todo esto es irrelevante para entender el papel de la teoría de la decisión racional hoy por hoy. Ya estoy cansado de que la gente me espete anécdotas como estas para mostrar que la teoría de la decisión racional realmente es una herramienta de la derecha. Quienes así piensan se les olvida que una teoría, tan pronto sale de la mente de sus creadores, puede ser apropiada para cualquier fin. Cuando murió en 1831, Hegel era el filósofo más importante de Alemania y se había vuelto significativamente más conservador que en su juventud. Pero eso no impidió que surgiera un grupo que quería apropiarse de las ideas de Hegel para la izquierda: los famosos "hegelianos de izquierda" de donde salió Marx. ¿Qué tal que Marx se hubiera dejado intimidar por quienes le dijeran que Hegel era un filósofo de derecha?
La teoría de juegos fue fundada por matemáticos con convicciones políticas bastante de derecha. Ya mencioné a von Neumann, pero no hay que olvidar que muchos de los episodios esquizoides de Nash tenían que ver con fantasías sobre los comunistas. John Harsanyi salió de Hungría cuando los comunistas llegaron al poder y fue toda su vida un firme anticomunista. ¿Y qué? ¿Por qué eso debe importarle a alguien que quiera utilizar la teoría de juegos como parte de un programa de investigación científica influido por Marx (por ejemplo, el marxismo analítico)?
El marxismo analítico de los 80s está prácticamente muerto. Ninguno de sus fundadores hoy en día está haciendo cosas que empalmen con la tradición intelectual de Marx. A mi juicio esto es lamentable porque me gustaría que muchas de las inquietudes de Marx se siguieran desarrollando con las herramientas de la teoría de juegos. (Esperen que termine el artículo que estoy escribiendo y verán, je, je, je....) Podemos criticar muchas cosas del marxismo analítico. A mí, con el correr del tiempo me parece que sufrió de excesivo antihegelianismo. Algún día les explicaré por qué digo eso. Pero no se puede negar que era un movimiento intelectual que ideológicamente se ubicaba a la izquierda, con objetivos opuestos a los de los fundadores de la teoría de juegos, sin que esto les impidiera apropiarse de dichas herramientas.
Es importante conocer la historia de las corrientes intelectuales porque nos ofrece luces sobre la sociología del conocimiento. Pero no se debe pasar de allí a convertir esa historia en una camisa de fuerza para el pensamiento.
Hasta donde yo sé, pero no voy a tratar de competir con el autor de la columna en conocimiento sobre los hechos ya que él parece estar bien informado, la historia es un poco más compleja. Sí. La teoría de la decisión racional surgió en buena medida en la RAND Corporation. Sí. La RAND Corporation era un bastión de la guerra fría. Pero no todos sus miembros pertenecían a la derecha americana. Kenneth Arrow ha sido toda su vida simpatizante del Partido Demócrata y trabajó en la Administración Kennedy. Veo en Wikipedia la lista de miembros ilustres de la RAND y encuentro criminales de guerra de la derecha americana como Henry Kissinger o Donald Rumsfeld, ex-neoconservadores como Francis Fukuyama, economistas relativamente conservadores como Edmund Phelps, economistas liberal-keynesianos como Paul Samuelson o con algunas simpatías Demócratas como Herbert Simon. No encuentro en esa lista marxistas. (El Paul Baran que aparece ahí no es el de Sweezy-Baran.) En cambio hay ultra-sionistas como Robert Aumann o, sí, anticomunistas rabiosos como John von Neumann.
Hay dos posibles explicaciones a este patrón un tanto caprichoso. Primera: la RAND es un centro visceralmente derechista que a veces contrata a liberales como los que ya mencioné para legitimarse. Segunda: en ocasiones la RAND ha estado involucrada en proyectos científicos que requieren tener a la mejor persona posible en su campo, independientemente de su filiación política. Me inclino por la segunda teoría. Estoy casi seguro que la RAND tenía a von Neumann no para escucharle diatribas anticomunistas y para que fantaseara sobre la posibilidad de bombardear a toda Europa Oriental, sino porque era uno de los grandes matemáticos del siglo XX y los proyectos de la RAND necesitaban grandes matemáticos. De ese modo encaja también la presencia de George Dantzig o de Richard Bellman. (No tengo ni idea sobre la filiación política de estos hombres, pero estoy seguro de que su presencia en la RAND tenía más que ver con sus contribuciones matemáticas que con cualquier otra cosa.)
Pero el punto es que todo esto es irrelevante para entender el papel de la teoría de la decisión racional hoy por hoy. Ya estoy cansado de que la gente me espete anécdotas como estas para mostrar que la teoría de la decisión racional realmente es una herramienta de la derecha. Quienes así piensan se les olvida que una teoría, tan pronto sale de la mente de sus creadores, puede ser apropiada para cualquier fin. Cuando murió en 1831, Hegel era el filósofo más importante de Alemania y se había vuelto significativamente más conservador que en su juventud. Pero eso no impidió que surgiera un grupo que quería apropiarse de las ideas de Hegel para la izquierda: los famosos "hegelianos de izquierda" de donde salió Marx. ¿Qué tal que Marx se hubiera dejado intimidar por quienes le dijeran que Hegel era un filósofo de derecha?
La teoría de juegos fue fundada por matemáticos con convicciones políticas bastante de derecha. Ya mencioné a von Neumann, pero no hay que olvidar que muchos de los episodios esquizoides de Nash tenían que ver con fantasías sobre los comunistas. John Harsanyi salió de Hungría cuando los comunistas llegaron al poder y fue toda su vida un firme anticomunista. ¿Y qué? ¿Por qué eso debe importarle a alguien que quiera utilizar la teoría de juegos como parte de un programa de investigación científica influido por Marx (por ejemplo, el marxismo analítico)?
El marxismo analítico de los 80s está prácticamente muerto. Ninguno de sus fundadores hoy en día está haciendo cosas que empalmen con la tradición intelectual de Marx. A mi juicio esto es lamentable porque me gustaría que muchas de las inquietudes de Marx se siguieran desarrollando con las herramientas de la teoría de juegos. (Esperen que termine el artículo que estoy escribiendo y verán, je, je, je....) Podemos criticar muchas cosas del marxismo analítico. A mí, con el correr del tiempo me parece que sufrió de excesivo antihegelianismo. Algún día les explicaré por qué digo eso. Pero no se puede negar que era un movimiento intelectual que ideológicamente se ubicaba a la izquierda, con objetivos opuestos a los de los fundadores de la teoría de juegos, sin que esto les impidiera apropiarse de dichas herramientas.
Es importante conocer la historia de las corrientes intelectuales porque nos ofrece luces sobre la sociología del conocimiento. Pero no se debe pasar de allí a convertir esa historia en una camisa de fuerza para el pensamiento.
La Constitución Colombiana Cumple 20 Años. (I)
Si en Colombia numeráramos las "repúblicas" como hacen los franceses (o ahora los venezolanos, por lo menos los chavistas), podríamos decir que estamos en vísperas del vigésimo aniversario de una nueva república. Tendríamos que discutir qué número es porque la Constitución del 86 sufrió cambios importantes que tal vez ameritaban un nuevo número. (Por ejemplo, las reformas del 36.) Pero sea como sea, la efemérides del próximo 4 de Julio es muy importante, digna de más realce que el que se le ha dado.
Por eso me parece una saludable coincidencia que tres de los economistas más distinguidos de El Espectador le hayan dedicado su columna a hacer un balance de la nueva constitución (Carrasquilla, Montenegro y Kalmanovitz). Así que me pienso unir a la fiesta; para mí los eventos del 91 fueron una parte muy importante de mi formación política.
Yo era estudiante universitario en aquellos tiempos y puedo decir que presencié relativamente de cerca algunos de los eventos en torno a la "séptima papeleta." Mi intervención no fue importante; fui poco más que un espectador con boletas de platea (no siempre en primera fila). Era, como tantos otros de mi medio, simpatizante acérrimo de la "séptima papeleta" y de alguna manera sentía que ese era "nuestro" momento en la política.
Sin embargo, a diferencia de muchos de mis compañeros de universidad, yo tenía cierta predisposición a ser un poco más escéptico respecto a papel de los estudiantes. Cuando miro hacia atrás veo que mi escepticismo estaba más o menos en lo correcto aunque no siempre por las razones correctas.
Para entender mi escepticismo, con sus aciertos y errores, hay que ubicarnos en el contexto. Yo sé que hay quienes hoy en día asocian el ímpetu inicial de la Constitución con el asesinato de Galán. Al fin y al cabo, la séptima papeleta fue una idea surgida pocos días del magnicidio. Pero esa versión ignora varios hechos.
Desde mediados de los 80, Colombia había entrado en algo que podríamos llamar un "momento constitucional." Desde los tiempos de los diálogos de paz de Betancur con las guerrillas echó raíces en buena parte de la opinión la idea de que el fin del conflicto pasaba por un conjunto de reformas constitucionales. Intentos de reforma había habido antes. López Michelsen siendo presidente propuso algunas reformas aunque de ello no salió mayor cosa. Pero la diferencia era que esta vez las reformas (cualesquiera que fueran) se veían, como lo vino a decir después Gaviria siendo presidente, como un nuevo "tratado de paz." Es decir, un proceso constituyente, bien fuera de reformas o de total refundación, era visto ahora como la oportunidad de acabar con el conflicto armado. (Esto le debe sonar muy extraño a los lectores de menos de 25 años, pero era así.) El primer slogan de la Unión Patriótica era, por ejemplo, "paso a la paz, paso a las reformas."
Aunque la Administración Barco no creía en la estrategia de diálogo de Betancur, sí que creía en la necesidad de un proceso constituyente como paso esencial hacia la paz. Hoy en día se olvida que, antes de la séptima papeleta, el gobierno de Virgilio Barco ya estaba estudiando y proponiendo fórmulas para hacer reformas constitucionales que no pasaran por el Congreso. Es más, ya había pasado una especie de cuota inicial de las reformas: la elección popular de alcaldes.
Cuando comenzó la agitación de la séptima papeleta, yo no me asociaba con los hechos como estudiante de universidad privada de élite (que lo era) sino con la "identidad optativa" que ya para ese entonces había adquirido: simpatizante de los partidos de izquierda. Entonces, para mí la séptima papeleta no era más que una innovación logística que venía a romper el nudo gordiano en el que se había estancado la política desde hacía varios años: la imposibilidad de hacer reformas constitucionales sin pasar por el Congreso, unida a la certeza (acertada o no) de que el Congreso nunca haría las reformas que aquellos en la izquierda queríamos. Es decir, para mí la séptima papeleta no estaba iniciando nada nuevo. Simplemente estaba ayudando a superar un escollo de un proceso que venía de atrás, un proceso que la izquierda veía cada vez más como su única posible tabla de salvación. No hay que olvidar que el exterminio de la Unión Patriótica ya se había desencadenado con toda su furia desde hacía varios años.
En eso creo que los años han terminado por darme la razón: los estudiantes no pudieron conservar ningún liderazgo significativo en el proceso constituyente. Una vez desencadenado el proceso, los actores políticos más convencionales adquirieron de nuevo su protagonismo, para bien y para mal.
En otras cosas me equivoqué. Yo pensaba en aquella época que la Constituyente iba a marcar un giro del país hacia la izquierda; ahora sabemos que la realidad fue mucho más compleja. ¿Por qué creía yo eso? Fácil: porque hasta ese momento las reformas que se habían hecho, y las que se habían propuesto, habían emanado de negociaciones entre el "establecimiento" y los grupos insurgentes.
Obviamente, la reforma menos controversial, la elección popular de alcaldes, fue la primera que pasó. La izquierda la acogió entusiasta; la Unión Patriótica ganó varias alcaldías. Pero en verdad era una idea que venía de tiempo atrás con apoyo del Partido Liberal y de conservadores como Alvaro Gómez. Esto no cambiaba mi cálculo inicial: el proceso constituyente terminaría por abrir espacio a nuevas fuerzas políticas y esas fuerzas eran de izquierda.
Al comienzo mis cuentas parecían estar saliendo bien. Hoy se ha olvidado casi por completo que las primeras encuestas le daban al M-19 casi la mitad de los escaños de la Constituyente. Claro, podemos discutir hasta qué punto el M-19 tenía una ubicación ideológica clara, pero no hay duda de que aglutinaba varios sectores de izquierda. Si a eso le sumamos que otros grupos de izquierda podían acceder por su cuenta y que posiblemente las guerrillas obtendrían escaños adicionales, no era descabellado pensar que la Constituyente iba a ser dominada por la izquierda.
¿Qué pasó? Primero los partidos tradicionales reaccionaron relativamente rápido y bien al batacazo de las encuestas. El Tiempo hizo su parte usando todas sus primeras páginas para titulares alarmistas y escandalosos reviviendo la hecatombe del Palacio de Justicia porque, claro, nada más relevante para los lectores bien informados que cubrir detalle a detalle eventos que habían ocurrido hacía ya seis años... Por su parte, las FARC terminaron por no unirse al proceso. (En algo debió contribuir el hecho de que les bombardearon su principal campamento el día de las votaciones...)
A pesar de esos elementos circunstanciales, las elecciones de la Constituyente fueron tal vez el mejor momento de las fuerzas de izquierda en Colombia. El M-19 obtuvo casi el 30% de los escaños. Si a eso le sumamos los escaños obtenidos por liberales de izquierda (como Horacio Serpa, a la postre co-presidente de la Asamblea junto con Antonio Navarro) y otros escaños tales como el que obtuvo el EPL, uno hubiera podido creer que la Asamblea elegida era el cuerpo representativo más progresista elegido en Colombia en muchísimos años.
Pero la realidad no es fácil de encasillar en categorías tan simples y el proceso constituyente fluyó por cauces muy distintos a los que mis cálculos simplistas preveían. Para empezar, yo subestimé la fuerza de los partidos tradicionales. Por aquella época era común entre algunos izquierdistas hablar del inminente "realinderamiento" de los partidos (tema al cual ya me referí aquí). Los partidos colombianos sí estaban debilitados pero no tanto como para no poder salir a pelear en forma la que podía ser la elección más importante de las últimas décadas. Al final de cuentas, el Partido Liberal quedó con 20 escaños, el ala conservadora de Alvaro Gómez (el "Movimiento de Salvación Nacional") quedó con 12 y el Partido Conservador oficialista con 7.
Por otro lado, mi ingenuidad de aquella época me impidió ver lo que debía ser obvio: un proceso constituyente casi nunca es un proceso revolucionario. Las revoluciones escriben constituciones, pero las constituyentes no hacen revoluciones. Es más, la Asamblea Constituyente colombiana se convocó precisamente porque iba a ser un sustituto a cualquier posible revolución. Es decir, de la Constitución no podían esperarse demasiados cambios. Era una apuesta reformista. Eso no está mal. Los procesos reformistas muchas veces dejan cosas muy buenas y, adelantándome al final, yo creo que el proceso constituyente le hizo mucho bien al país. Pero, por su naturaleza, un paquete de reformas pactadas entre tantos sectores tiene que terminar siendo algo muy complejo que va a dejar insatisfechos a todos en algún aspecto importante.
La Constitución del 91 es tal vez la más legítima de la historia de Colombia. No es perfecta porque nada humano lo es. Pero representa un momento ilustrado de la política colombiana. Pocos países buscan salir de una crisis como la de Colombia en aquella época mediante un ejercicio constituyente. Claro, hay algunos aspectos poco comprensibles en retrospectiva. Por ejemplo, para muchos colombianos en aquella época la Constituyente era percibida como la respuesta a la crisis desencadenada por el asesinato de Galán. Pero, claro está, la Constitución de 1886 también prohibía asesinar candidatos presidenciales... En cierto modo sí hubo algo de fetichismo constitucional, de creer que por cambiar las leyes la sociedad iba a cambiar. En eso no le falta razón a Carrasquilla. Pero a mí ese fetichismo no parece motivo de sorna y burla como le parece a Carraquilla. (Hay que recordar que Carrasquilla fue ministro del presidente que más ha hecho por acabar con la Constitución del 91...) El país no se arregló. Pero de ese gran ejercicio democrático quedaron varias cosas.
Por ejemplo, quedó la noción de "estado social de derecho." Es decir, Colombia se declara una comunidad que busca la justicia social, cosa que le parece horrible a libertarios estilo Carrasquilla, pero guiándose siempre por los principios de la legalidad y el libre examen. Quedaron consagrados principios de acceso a la justicia, como la tutela, que han mejorado muchísimo la vida de los colombianos. Es una constitución que afirma una gama esencial de derechos humanos y ofrece herramientas para defenderlos.
Todavía tengo cosas qué decir, en especial acerca de los aspectos económicos comentados por Carrasquilla, Montenegro y Kalmanovitz. Pero como esto se está alargando mucho, voy a parar aquí de momento.
Por eso me parece una saludable coincidencia que tres de los economistas más distinguidos de El Espectador le hayan dedicado su columna a hacer un balance de la nueva constitución (Carrasquilla, Montenegro y Kalmanovitz). Así que me pienso unir a la fiesta; para mí los eventos del 91 fueron una parte muy importante de mi formación política.
Yo era estudiante universitario en aquellos tiempos y puedo decir que presencié relativamente de cerca algunos de los eventos en torno a la "séptima papeleta." Mi intervención no fue importante; fui poco más que un espectador con boletas de platea (no siempre en primera fila). Era, como tantos otros de mi medio, simpatizante acérrimo de la "séptima papeleta" y de alguna manera sentía que ese era "nuestro" momento en la política.
Sin embargo, a diferencia de muchos de mis compañeros de universidad, yo tenía cierta predisposición a ser un poco más escéptico respecto a papel de los estudiantes. Cuando miro hacia atrás veo que mi escepticismo estaba más o menos en lo correcto aunque no siempre por las razones correctas.
Para entender mi escepticismo, con sus aciertos y errores, hay que ubicarnos en el contexto. Yo sé que hay quienes hoy en día asocian el ímpetu inicial de la Constitución con el asesinato de Galán. Al fin y al cabo, la séptima papeleta fue una idea surgida pocos días del magnicidio. Pero esa versión ignora varios hechos.
Desde mediados de los 80, Colombia había entrado en algo que podríamos llamar un "momento constitucional." Desde los tiempos de los diálogos de paz de Betancur con las guerrillas echó raíces en buena parte de la opinión la idea de que el fin del conflicto pasaba por un conjunto de reformas constitucionales. Intentos de reforma había habido antes. López Michelsen siendo presidente propuso algunas reformas aunque de ello no salió mayor cosa. Pero la diferencia era que esta vez las reformas (cualesquiera que fueran) se veían, como lo vino a decir después Gaviria siendo presidente, como un nuevo "tratado de paz." Es decir, un proceso constituyente, bien fuera de reformas o de total refundación, era visto ahora como la oportunidad de acabar con el conflicto armado. (Esto le debe sonar muy extraño a los lectores de menos de 25 años, pero era así.) El primer slogan de la Unión Patriótica era, por ejemplo, "paso a la paz, paso a las reformas."
Aunque la Administración Barco no creía en la estrategia de diálogo de Betancur, sí que creía en la necesidad de un proceso constituyente como paso esencial hacia la paz. Hoy en día se olvida que, antes de la séptima papeleta, el gobierno de Virgilio Barco ya estaba estudiando y proponiendo fórmulas para hacer reformas constitucionales que no pasaran por el Congreso. Es más, ya había pasado una especie de cuota inicial de las reformas: la elección popular de alcaldes.
Cuando comenzó la agitación de la séptima papeleta, yo no me asociaba con los hechos como estudiante de universidad privada de élite (que lo era) sino con la "identidad optativa" que ya para ese entonces había adquirido: simpatizante de los partidos de izquierda. Entonces, para mí la séptima papeleta no era más que una innovación logística que venía a romper el nudo gordiano en el que se había estancado la política desde hacía varios años: la imposibilidad de hacer reformas constitucionales sin pasar por el Congreso, unida a la certeza (acertada o no) de que el Congreso nunca haría las reformas que aquellos en la izquierda queríamos. Es decir, para mí la séptima papeleta no estaba iniciando nada nuevo. Simplemente estaba ayudando a superar un escollo de un proceso que venía de atrás, un proceso que la izquierda veía cada vez más como su única posible tabla de salvación. No hay que olvidar que el exterminio de la Unión Patriótica ya se había desencadenado con toda su furia desde hacía varios años.
En eso creo que los años han terminado por darme la razón: los estudiantes no pudieron conservar ningún liderazgo significativo en el proceso constituyente. Una vez desencadenado el proceso, los actores políticos más convencionales adquirieron de nuevo su protagonismo, para bien y para mal.
En otras cosas me equivoqué. Yo pensaba en aquella época que la Constituyente iba a marcar un giro del país hacia la izquierda; ahora sabemos que la realidad fue mucho más compleja. ¿Por qué creía yo eso? Fácil: porque hasta ese momento las reformas que se habían hecho, y las que se habían propuesto, habían emanado de negociaciones entre el "establecimiento" y los grupos insurgentes.
Obviamente, la reforma menos controversial, la elección popular de alcaldes, fue la primera que pasó. La izquierda la acogió entusiasta; la Unión Patriótica ganó varias alcaldías. Pero en verdad era una idea que venía de tiempo atrás con apoyo del Partido Liberal y de conservadores como Alvaro Gómez. Esto no cambiaba mi cálculo inicial: el proceso constituyente terminaría por abrir espacio a nuevas fuerzas políticas y esas fuerzas eran de izquierda.
Al comienzo mis cuentas parecían estar saliendo bien. Hoy se ha olvidado casi por completo que las primeras encuestas le daban al M-19 casi la mitad de los escaños de la Constituyente. Claro, podemos discutir hasta qué punto el M-19 tenía una ubicación ideológica clara, pero no hay duda de que aglutinaba varios sectores de izquierda. Si a eso le sumamos que otros grupos de izquierda podían acceder por su cuenta y que posiblemente las guerrillas obtendrían escaños adicionales, no era descabellado pensar que la Constituyente iba a ser dominada por la izquierda.
¿Qué pasó? Primero los partidos tradicionales reaccionaron relativamente rápido y bien al batacazo de las encuestas. El Tiempo hizo su parte usando todas sus primeras páginas para titulares alarmistas y escandalosos reviviendo la hecatombe del Palacio de Justicia porque, claro, nada más relevante para los lectores bien informados que cubrir detalle a detalle eventos que habían ocurrido hacía ya seis años... Por su parte, las FARC terminaron por no unirse al proceso. (En algo debió contribuir el hecho de que les bombardearon su principal campamento el día de las votaciones...)
A pesar de esos elementos circunstanciales, las elecciones de la Constituyente fueron tal vez el mejor momento de las fuerzas de izquierda en Colombia. El M-19 obtuvo casi el 30% de los escaños. Si a eso le sumamos los escaños obtenidos por liberales de izquierda (como Horacio Serpa, a la postre co-presidente de la Asamblea junto con Antonio Navarro) y otros escaños tales como el que obtuvo el EPL, uno hubiera podido creer que la Asamblea elegida era el cuerpo representativo más progresista elegido en Colombia en muchísimos años.
Pero la realidad no es fácil de encasillar en categorías tan simples y el proceso constituyente fluyó por cauces muy distintos a los que mis cálculos simplistas preveían. Para empezar, yo subestimé la fuerza de los partidos tradicionales. Por aquella época era común entre algunos izquierdistas hablar del inminente "realinderamiento" de los partidos (tema al cual ya me referí aquí). Los partidos colombianos sí estaban debilitados pero no tanto como para no poder salir a pelear en forma la que podía ser la elección más importante de las últimas décadas. Al final de cuentas, el Partido Liberal quedó con 20 escaños, el ala conservadora de Alvaro Gómez (el "Movimiento de Salvación Nacional") quedó con 12 y el Partido Conservador oficialista con 7.
Por otro lado, mi ingenuidad de aquella época me impidió ver lo que debía ser obvio: un proceso constituyente casi nunca es un proceso revolucionario. Las revoluciones escriben constituciones, pero las constituyentes no hacen revoluciones. Es más, la Asamblea Constituyente colombiana se convocó precisamente porque iba a ser un sustituto a cualquier posible revolución. Es decir, de la Constitución no podían esperarse demasiados cambios. Era una apuesta reformista. Eso no está mal. Los procesos reformistas muchas veces dejan cosas muy buenas y, adelantándome al final, yo creo que el proceso constituyente le hizo mucho bien al país. Pero, por su naturaleza, un paquete de reformas pactadas entre tantos sectores tiene que terminar siendo algo muy complejo que va a dejar insatisfechos a todos en algún aspecto importante.
La Constitución del 91 es tal vez la más legítima de la historia de Colombia. No es perfecta porque nada humano lo es. Pero representa un momento ilustrado de la política colombiana. Pocos países buscan salir de una crisis como la de Colombia en aquella época mediante un ejercicio constituyente. Claro, hay algunos aspectos poco comprensibles en retrospectiva. Por ejemplo, para muchos colombianos en aquella época la Constituyente era percibida como la respuesta a la crisis desencadenada por el asesinato de Galán. Pero, claro está, la Constitución de 1886 también prohibía asesinar candidatos presidenciales... En cierto modo sí hubo algo de fetichismo constitucional, de creer que por cambiar las leyes la sociedad iba a cambiar. En eso no le falta razón a Carrasquilla. Pero a mí ese fetichismo no parece motivo de sorna y burla como le parece a Carraquilla. (Hay que recordar que Carrasquilla fue ministro del presidente que más ha hecho por acabar con la Constitución del 91...) El país no se arregló. Pero de ese gran ejercicio democrático quedaron varias cosas.
Por ejemplo, quedó la noción de "estado social de derecho." Es decir, Colombia se declara una comunidad que busca la justicia social, cosa que le parece horrible a libertarios estilo Carrasquilla, pero guiándose siempre por los principios de la legalidad y el libre examen. Quedaron consagrados principios de acceso a la justicia, como la tutela, que han mejorado muchísimo la vida de los colombianos. Es una constitución que afirma una gama esencial de derechos humanos y ofrece herramientas para defenderlos.
Todavía tengo cosas qué decir, en especial acerca de los aspectos económicos comentados por Carrasquilla, Montenegro y Kalmanovitz. Pero como esto se está alargando mucho, voy a parar aquí de momento.
Sunday, June 19, 2011
Los Peores Periódicos del Mundo
Ya he dicho muchas veces que si uno quiere tener un blog de humor político no necesita hacer nada en estos días: basta con copiar vínculos al Partido Republicano de los Estados Unidos, el peor partido político del mundo.
Pero ahora veo que hay otro título mundial que merece ser destacado: la peor prensa política del mundo. Afortunadamente no coincide en país con el peor partido: la peor prensa política del mundo es la prensa de la derecha española. Por razones que aún no entiendo, en España hay varios periódicos que ocupan el espacio de la derecha: ABC, La Razón, La Gaceta y, a su manera, El Mundo. Hay espacio para todos. Pero todos son espantosos.
No encuentro en este momento los vínculos de internet, pero hoy salí a dar un paseo y me encontré con que La Gaceta gritaba a ocho columnas en su titular de primera página que los "sediciosos ilegales indignados" se iban a tomar Madrid. Naturalmente se referían a la marcha de hoy del movimiento 15-M. Pocos pasos después, en quiosco siguiente, ABC, supuestamente la derecha más cerebral, nos informa que "Bildu enseña las armas" para explicarnos que Bildu ha contactado asesores políticos de Batasuna. Pensaría uno que España está al borde de una nueva Guerra Civil o algo por el estilo. En días pasados El Mundo y La Gaceta también salieron con titulares estridentes sobre la inminente disolución de España o el alzamiento armado de ETA (seguramente con armas de Al Qaeda) o algo así.
Obviamente es saludable que la opinión sea libre y que las tendencias políticas se expresen con firmeza. Pero esa mezcla de sensacionalismo y demonización del disenso político le hace mucho daño a la democracia de cualquier país. Por hoy solamente quería quejarme. Ya tendré ocasión de decir más al respecto. La derecha española.... en fin,.... con semejante ancestro, era de esperarse..... ¿cierto?
Pero ahora veo que hay otro título mundial que merece ser destacado: la peor prensa política del mundo. Afortunadamente no coincide en país con el peor partido: la peor prensa política del mundo es la prensa de la derecha española. Por razones que aún no entiendo, en España hay varios periódicos que ocupan el espacio de la derecha: ABC, La Razón, La Gaceta y, a su manera, El Mundo. Hay espacio para todos. Pero todos son espantosos.
No encuentro en este momento los vínculos de internet, pero hoy salí a dar un paseo y me encontré con que La Gaceta gritaba a ocho columnas en su titular de primera página que los "sediciosos ilegales indignados" se iban a tomar Madrid. Naturalmente se referían a la marcha de hoy del movimiento 15-M. Pocos pasos después, en quiosco siguiente, ABC, supuestamente la derecha más cerebral, nos informa que "Bildu enseña las armas" para explicarnos que Bildu ha contactado asesores políticos de Batasuna. Pensaría uno que España está al borde de una nueva Guerra Civil o algo por el estilo. En días pasados El Mundo y La Gaceta también salieron con titulares estridentes sobre la inminente disolución de España o el alzamiento armado de ETA (seguramente con armas de Al Qaeda) o algo así.
Obviamente es saludable que la opinión sea libre y que las tendencias políticas se expresen con firmeza. Pero esa mezcla de sensacionalismo y demonización del disenso político le hace mucho daño a la democracia de cualquier país. Por hoy solamente quería quejarme. Ya tendré ocasión de decir más al respecto. La derecha española.... en fin,.... con semejante ancestro, era de esperarse..... ¿cierto?
¿Qué Pasó con la Estabilidad y la Multiplicidad?
Como todo académico, yo también tengo una colección privada de comentarios hostiles, hechos por evaluadores anónimos que me sorprenden por su combinación de estupidez y arrogancia (las dos cosas suelen ir de la mano en estos asuntos). Uno que recuerdo particularmente fue cuando en una revista rechazaron el que resultó ser mi primer artículo sobre conjuntos de estabilidad. Un evaluador dijo que "no necesito ver el diagrama de fase de un juego de equilibrios múltiples." No. Yo tampoco entendí por qué esa era considerada una objeción seria. Pero en fin, me sirvió para darme cuenta de que muchos politólogos nunca han hecho un intento serio de pensar en problemas de estabilidad y multiplicidad de equilibrios, a pesar de que supuestamente toda la teoría de la acción colectiva depende de ellos.
Siempre he tenido sospechas de que la situación no es mucho mejor en la ciencia económica pero no he tenido suficiente experiencia de primera mano para decirlo. Sí que recuerdo que cuando yo estaba haciendo mi doctorado no se le gastaba casi nada de tiempo a problemas de estabilidad y multiplicidad de equilibrios (excepto un poquito en teoría de juegos). Esto me extrañaba ya que en tiempos de Hicks (y hasta los 60s) era casi como si hubiera una trinidad indisoluble de temáticas sobre el equilibrio: "existencia, estabilidad y unicidad." Para los 90s ya no era así.
Desde que estalló la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos (y en varios países de Europa) con catastróficas consecuencias, he pensado en que esta es tal vez la demostración más palmaria que pueda tenerse en tiempos modernos sobre la importancia de los equilibrios múltiples y en lo pertinente que sería un análisis detallado del asunto a la luz de criterios de estabilidad. Ahora veo que no soy el único que lamenta el actual estado de cosas de la ciencia al respecto. Nadie menos que Brad de Long expresa el mismo lamento, haciendo eco de Alejandro Nadal.
Siempre he tenido sospechas de que la situación no es mucho mejor en la ciencia económica pero no he tenido suficiente experiencia de primera mano para decirlo. Sí que recuerdo que cuando yo estaba haciendo mi doctorado no se le gastaba casi nada de tiempo a problemas de estabilidad y multiplicidad de equilibrios (excepto un poquito en teoría de juegos). Esto me extrañaba ya que en tiempos de Hicks (y hasta los 60s) era casi como si hubiera una trinidad indisoluble de temáticas sobre el equilibrio: "existencia, estabilidad y unicidad." Para los 90s ya no era así.
Desde que estalló la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos (y en varios países de Europa) con catastróficas consecuencias, he pensado en que esta es tal vez la demostración más palmaria que pueda tenerse en tiempos modernos sobre la importancia de los equilibrios múltiples y en lo pertinente que sería un análisis detallado del asunto a la luz de criterios de estabilidad. Ahora veo que no soy el único que lamenta el actual estado de cosas de la ciencia al respecto. Nadie menos que Brad de Long expresa el mismo lamento, haciendo eco de Alejandro Nadal.
Wednesday, June 15, 2011
Dos Problemas con la "Igualdad de Oportunidades"
La igualdad de oportunidades es el igualitarismo "respetable." Es la forma de tener "sensibilidad social" sin que lo acusen a uno de comunista. Cuando uno está a favor de la igualdad de oportunidades, está a favor de la salud y la educación y ¿quién puede estar en contra de ambas?
En cambio, si uno cree en la igualdad de resultados tiene que andar a la defensiva. Es más, la igualdad de resultados se considera un término sospechoso; quien lo agite supuestamente es, en el mejor de los casos, un ignorante que no se ha enterado de que en la sociedad existen incentivos individuales que hacen que cualquier intento de buscar la igualdad de resultados sea contraproducente al generar monstruosas ineficiencias. Si uno quiere mantenerse dentro de los confines de lo respetable, hablar de igualdad de resultados es la forma garantizada de que lo terminen asociando con los overoles grises de la Revolución Cultural, o los comedores comunales del Khmer Rojo o cosas por el estilo.
En cambio, la igualdad de oportunidades puede ser un principio absoluto, puro: más y mejor salud y educación para cada vez más miembros de la sociedad. Es una virtud que nunca se puede llevar al extremo.
Pero veo dos problemas en esto. Primero, la genuina igualdad de oportunidades tiene límites que difícilmente sus defensores estarían dispuestos a transgredir llegado el momento de la verdad. En una sociedad moderna, el principal determinante de las diferencias en ingreso es el acceso a la educación superior. Entonces, si de verdad vamos a hablar de igualdad de oportunidades, habría que hacer la educación superior universalmente accesible. A eso hay que sumarle el hecho de que un factor decisivo en todo esto viene del "capital humano heredado" de la familia. Familias con más alto nivel educativo están en mejores condiciones para asegurar que sus hijos superen el escalón definitivo del ingreso a la universidad. Siendo así, tal vez no bastaría con universidad pública para todo el que quiera, sino también tutores particulares gratuitos para todos, acceso a enseñanza bilingüe para todos, y así sucesivamente hasta que el estado pudiera ofrecer un sustituto a todas las intervenciones que las familias hacen para garantizarle ventajas a sus hijos. No sé hasta qué punto eso fuera eficiente (o incluso justo). Ante esa alternativa, un poco de igualdad de resultados no suena tan mal.
El otro problema es que la noción de igualdad de oportunidades está asociada normativamente a una noción de "esfuerzo." La justificación para el principio de igualdad de oportunidades supuestamente es la necesidad de premiar el esfuerzo individual. Pero, en una sociedad moderna, compleja, plural, ¿qué significa esfuerzo?
¿Representa más esfuerzo ser analista financiero que recolector de fresas? Sabemos que el mercado recompensa mejor una hora del analista financiero que una hora del recolector de fresas. Pero no tiene ningún sentido decir que uno hace "más esfuerzo" que el otro. Es más, probablemente sea mayor el esfuerzo del segundo. La sociedad no asigna valores en función de ninguna métrica objetiva de esfuerzo sino, y en esto tiene razón Hayek, en función de un sinnúmero de factores que llevan a que un servicio tenga más demanda que otro. Hablar de esfuerzo en ese contexto es una quimera.
Entonces, si los múltiples esfuerzos son incomensurables, es decir, no tiene sentido compararlos con una sola métrica, ¿por qué no optar por principios de propiedad común? Vemos algo de ese estilo en organizaciones pequeñas donde este problema es bastante pronunciado. En una orquesta no tiene sentido decir que el clarinetista hace "menos esfuerzo" que el violinista. Ambos son necesarios. En un equipo de fútbol se necesitan arqueros, defensas, volantes y delanteros. Cierto, en ambos casos vemos diferenciales de remuneración, en parte por el valor de mercado de los distintos integrantes. Pero en ambos casos hay un "subsidio implícito" entre todos los integrantes que reconoce que todos ellos contribuyen al esfuerzo común.
Ese es el punto de partida de muchas de las variantes de socialismo: el hecho de que la riqueza de la sociedad es producto del esfuerzo de todos, es decir, que el famoso "esfuerzo individual" requiere de la colaboración de todos. Esto no quiere decir que se deba buscar a toda costa la igualdad de resultados. Ese extremo es un "hombre de paja" que históricamente muy pocos grupos han buscado y que muy pocos socialistas han defendido. Pero sí quiere decir que la igualdad social no es solo igualdad de oportunidades.
A propósito, en estos días The Nation tiene un foro muy interesante sobre "Reimagining Capitalism." Mírenlo.
En cambio, si uno cree en la igualdad de resultados tiene que andar a la defensiva. Es más, la igualdad de resultados se considera un término sospechoso; quien lo agite supuestamente es, en el mejor de los casos, un ignorante que no se ha enterado de que en la sociedad existen incentivos individuales que hacen que cualquier intento de buscar la igualdad de resultados sea contraproducente al generar monstruosas ineficiencias. Si uno quiere mantenerse dentro de los confines de lo respetable, hablar de igualdad de resultados es la forma garantizada de que lo terminen asociando con los overoles grises de la Revolución Cultural, o los comedores comunales del Khmer Rojo o cosas por el estilo.
En cambio, la igualdad de oportunidades puede ser un principio absoluto, puro: más y mejor salud y educación para cada vez más miembros de la sociedad. Es una virtud que nunca se puede llevar al extremo.
Pero veo dos problemas en esto. Primero, la genuina igualdad de oportunidades tiene límites que difícilmente sus defensores estarían dispuestos a transgredir llegado el momento de la verdad. En una sociedad moderna, el principal determinante de las diferencias en ingreso es el acceso a la educación superior. Entonces, si de verdad vamos a hablar de igualdad de oportunidades, habría que hacer la educación superior universalmente accesible. A eso hay que sumarle el hecho de que un factor decisivo en todo esto viene del "capital humano heredado" de la familia. Familias con más alto nivel educativo están en mejores condiciones para asegurar que sus hijos superen el escalón definitivo del ingreso a la universidad. Siendo así, tal vez no bastaría con universidad pública para todo el que quiera, sino también tutores particulares gratuitos para todos, acceso a enseñanza bilingüe para todos, y así sucesivamente hasta que el estado pudiera ofrecer un sustituto a todas las intervenciones que las familias hacen para garantizarle ventajas a sus hijos. No sé hasta qué punto eso fuera eficiente (o incluso justo). Ante esa alternativa, un poco de igualdad de resultados no suena tan mal.
El otro problema es que la noción de igualdad de oportunidades está asociada normativamente a una noción de "esfuerzo." La justificación para el principio de igualdad de oportunidades supuestamente es la necesidad de premiar el esfuerzo individual. Pero, en una sociedad moderna, compleja, plural, ¿qué significa esfuerzo?
¿Representa más esfuerzo ser analista financiero que recolector de fresas? Sabemos que el mercado recompensa mejor una hora del analista financiero que una hora del recolector de fresas. Pero no tiene ningún sentido decir que uno hace "más esfuerzo" que el otro. Es más, probablemente sea mayor el esfuerzo del segundo. La sociedad no asigna valores en función de ninguna métrica objetiva de esfuerzo sino, y en esto tiene razón Hayek, en función de un sinnúmero de factores que llevan a que un servicio tenga más demanda que otro. Hablar de esfuerzo en ese contexto es una quimera.
Entonces, si los múltiples esfuerzos son incomensurables, es decir, no tiene sentido compararlos con una sola métrica, ¿por qué no optar por principios de propiedad común? Vemos algo de ese estilo en organizaciones pequeñas donde este problema es bastante pronunciado. En una orquesta no tiene sentido decir que el clarinetista hace "menos esfuerzo" que el violinista. Ambos son necesarios. En un equipo de fútbol se necesitan arqueros, defensas, volantes y delanteros. Cierto, en ambos casos vemos diferenciales de remuneración, en parte por el valor de mercado de los distintos integrantes. Pero en ambos casos hay un "subsidio implícito" entre todos los integrantes que reconoce que todos ellos contribuyen al esfuerzo común.
Ese es el punto de partida de muchas de las variantes de socialismo: el hecho de que la riqueza de la sociedad es producto del esfuerzo de todos, es decir, que el famoso "esfuerzo individual" requiere de la colaboración de todos. Esto no quiere decir que se deba buscar a toda costa la igualdad de resultados. Ese extremo es un "hombre de paja" que históricamente muy pocos grupos han buscado y que muy pocos socialistas han defendido. Pero sí quiere decir que la igualdad social no es solo igualdad de oportunidades.
A propósito, en estos días The Nation tiene un foro muy interesante sobre "Reimagining Capitalism." Mírenlo.
Wednesday, June 8, 2011
¿Cuántas Divisones Comanda Christina Romer?
En estos días se debate en blogs en Estados Unidos cuáles fueron las causas de que la Administración Obama optara por dar el giro hacia la austeridad fiscal antes de que la recesión hubiera amainado. (Ahora que lo pienso, ya van dos Administraciones seguidas que deciden cambiar de prioridades sin terminar la tarea. Bush estaba aún enredado en Afghanistán y decidió dedicarse a Iraq. Obama estaba aún enredado con el desempleo y decidió dedicarse al déficit.)
Al parecer, según los cronistas informados, parte del asunto fue una división ideológica dentro del equipo económico de la Casa Blanca. Por un lado estaba Christina Romer y Peter Orszag (entre otros) a favor de seguir atacando el desempleo y de otro Tim Geithner defendiendo más austeridad. Lo que me llama la atención en estos recuentos es que se presenta como un enigma el por qué Obama optó por la visión de Geithner y no la de Romer/Orszag.
Esto me recuerda la anécdota que se le atribuye a Stalin cuando alguien le dijo que había que contar con el Papa y Stalin preguntó "¿Cuántas divisiones comanda el Papa?" Veamos: Christina Romer es una economista muy respetada, profesora de larga trayectoria en Berkeley y, en el momento de la discusión, presidenta del Consejo de Asesores Económicos de la Presidencia. Pero Tim Geithner era (¡y es!) el Secretario del Tesoro.
Es decir, los dos famosos campos de esta discusión están formados por: por un lado, una profesora y otros tantos académicos de excelentes credenciales y de muy buenas intenciones, por el otro lado, el Secretario del Tesoro, con la tecnocracia que él dirige y, por supuesto, todas las excelentes conexiones de Tim Geithner con el mundo financiero desde cuando era presidente de la Reserva Federal de Nueva York. ¿Cuál pesa más? ¿Cuál creen Uds. que va a ser más escuchado por Obama?
A propósito, ¿saben quiénes se perjudican si el gobierno adopta una política de austeridad en medio de altos niveles de desempleo? Los desempleados, por supuesto, y aquellos que podrían serlo pronto. En cambio, ¿quiénes se beneficia? Pista: ¿a quién le conviene que la inflación se mantenga baja para defender el tipo de interés real? A los acreedores, especialmente los tenedores de bonos. ¡Qué raro que no escuchen a Christina Romer! ¿Cierto?
Al parecer, según los cronistas informados, parte del asunto fue una división ideológica dentro del equipo económico de la Casa Blanca. Por un lado estaba Christina Romer y Peter Orszag (entre otros) a favor de seguir atacando el desempleo y de otro Tim Geithner defendiendo más austeridad. Lo que me llama la atención en estos recuentos es que se presenta como un enigma el por qué Obama optó por la visión de Geithner y no la de Romer/Orszag.
Esto me recuerda la anécdota que se le atribuye a Stalin cuando alguien le dijo que había que contar con el Papa y Stalin preguntó "¿Cuántas divisiones comanda el Papa?" Veamos: Christina Romer es una economista muy respetada, profesora de larga trayectoria en Berkeley y, en el momento de la discusión, presidenta del Consejo de Asesores Económicos de la Presidencia. Pero Tim Geithner era (¡y es!) el Secretario del Tesoro.
Es decir, los dos famosos campos de esta discusión están formados por: por un lado, una profesora y otros tantos académicos de excelentes credenciales y de muy buenas intenciones, por el otro lado, el Secretario del Tesoro, con la tecnocracia que él dirige y, por supuesto, todas las excelentes conexiones de Tim Geithner con el mundo financiero desde cuando era presidente de la Reserva Federal de Nueva York. ¿Cuál pesa más? ¿Cuál creen Uds. que va a ser más escuchado por Obama?
A propósito, ¿saben quiénes se perjudican si el gobierno adopta una política de austeridad en medio de altos niveles de desempleo? Los desempleados, por supuesto, y aquellos que podrían serlo pronto. En cambio, ¿quiénes se beneficia? Pista: ¿a quién le conviene que la inflación se mantenga baja para defender el tipo de interés real? A los acreedores, especialmente los tenedores de bonos. ¡Qué raro que no escuchen a Christina Romer! ¿Cierto?
Tuesday, June 7, 2011
"Lo LLaman Democracia y No lo Es"
El título de esta entrada es uno de los slogans que más sonaron en Madrid durante los días álgidos del 15-M. Hoy nos encontramos con un nuevo ejemplo de lo mismo.
Yo no tengo particular entusiasmo por Ollanta Humala, el presidente electo del Perú. Tal vez si yo fuera peruano hubiera votado por él pero con muchas reservas. No por las razones que se suelen dar sino porque me da la impresión de que es alguien demasiado veleidoso, alguien que, como no se ha articulado con movimientos sociales y políticos de base (cosa típica en este Perú sin partidos desde los años 90), simplemente anuncia el producto de moda. En el 2006 el producto de moda era Chávez. No le funcionó, entonces ahora es Lula. Me recuerda a un presidente del Perú que fue elegido dizque porque iba a plantarle cara al FMI y no se iba a dejar hacer ajustes ortodoxos y que además era la alternativa al candidato ultra-neoliberal de las élites. ¿Su nombre? Alberto Fujimori.
En fin, por ahora dejemos el tema de Humala en eso. El tiempo dirá. Pero lo que me llama la atención es la noticia del día respecto a su elección. Otra vez "los mercados" están nerviosos con el resultado de la elección. En el 2000, cuando Lula ganó la primera vuelta, el real se desplomó ocasionándole todo tipo de dificultades al gobierno que comenzaba. "Los mercados" se han vuelto la nueva Cámara Alta de las democracias, una cámara alta con poder de veto. Ya no basta con tener elecciones, es necesario que el resultado sea aprobado por estas instancias superiores.
Mirando las cosas con frialdad científica, uno diría que al fin de cuentas, este argumento está fijándose únicamente en el costo y no en el beneficio. El beneficio, supuestamente, ha sido las ganancias en eficiencia que resultan de la mayor movilidad de capital. Los países que se han conectado a la globalización, diría el argumento, han accedido a flujos de inversión que de otro modo nunca hubieran podido obtener, lo cual se ha traducido en aumentos en sus niveles de vida. Si tanto les gustan esos beneficios, no pueden quejarse del costo: tener que mantener satisfechos a los mercados de capital, así sea sacrificando cierta autonomía política.
Este argumento tiene varios problemas. Primero, no siempre los flujos de capital han ido hacia los países en desarrollo. México sufrió una enorme fuga de capitales en los 90s al poco tiempo de entrar NAFTA en vigor. Segundo, los famosos aumentos en el nivel de vida no siempre se han visto. El crecimiento de muchos países tras abrir sus mercados de capitales ha sido decepcionante además de estar tan concentrado que no llega a la mayoría. (El caso de Colombia.)
El balance preciso entre costos y beneficios no se va a discutir en una sala de seminarios con tableros blancos y marcadores multicolores en un debate entre técnicos. El balance se va a determinar en el pulso político entre distintos actores. Y resulta que muchos actores se están cansando de la actual fórmula. (Ayer una encuesta en España reportaba un nivel de aprobación del 81% hacia el 15-M.) De modo que no tiene sentido seguir tratando de esquivar este debate con argumentos que convencen en teoría pero que en la práctica cada vez son menos capaces de generar legitimidad.
Por ejemplo, ahora que se habla tanto de la regulación financiera, los pontífices de los mercados de capitales insisten en que es un tema muy complejo y que por eso las masas deben abstenerse de pronunciarse al respecto. Pero resulta que hubo una serie de burbujas especulativas que, al estallar, sumieron a los países más ricos del mundo en la peor recesión económica de los últimos setenta años. Resulta que, simultáneamente, el sector financiero se enriqueció sin límites. Ante esos dos hechos palmarios, ¿qué sentido tiene insistir en la delicadeza de las filigranas de los mercados financieros?
Yo no sé si manejar derivadas financieras es difícil. Pero en una sociedad de mercado a nadie se le paga simplemente porque su trabajo es difícil sino por lo que genera. Y lo que la gente ve es que el capital financiero no está generando tanto valor como para justificar sus enormes excedentes. Para eso no es necesario entender todas las ecuaciones diferenciales estocásticas que se usan para valorar una derivada.
Esa es una de las cosas que me parecen más saludables de los últimos acontecimientos. En una sociedad democrática los mercados también deben ser capaces de legitimarse en función del lenguaje común que se utiliza en el discurso público. Nada de escudarse detrás de jerga técnica incomprensible: si determinado aspecto del funcionamiento del mercado no puede justificarse así, es necesario cambiarlo. Antes de que me acusen de ser un dinosaurio bolchevique, déjenme elaborar un poco volviendo a la idea de Hayek sobre los precios a la que me referí en días pasados.
Una de las cosas geniales del artículo de Hayek es que ofrece una justificación de los mercados precisamente en los términos que acabo de describir: cualquiera que siga el argumento de Hayek, sin necesidad de tener un Ph.D en física o estadística, es capaz de entender que los mercados permiten diseminar y aprovechar el conocimiento disperso por toda la sociedad acerca del uso de los recursos. Simple, claro y, si se me permite (aunque a Hayek no le gustaría), democrático.
Del mismo modo, muchas de las actividades del sector financiero pasan esa prueba. Es fácil defender en el discurso público la noción de que los bancos nos permiten convertir activos ilíquidos en activos líquidos para que podamos dirigirlos a su mejor uso. Es fácil defender en el discurso público la noción de que ciertos seguros financieros le pueden permitir a, por ejemplo, los agricultores defenderse de las incertidumbres en el precio.
Pero cuando la sociedad ve que todos estos servicios están costándole a la economía cada vez más. Cuando la sociedad ve que, durante la época de la peor crisis económica en muchos años, los proveedores de estos servicios se llenaron los bolsillos (en EEUU las ganancias promedio del sector financiero son 17%, en el resto de las industrias 3%), no hay necesidad de entrar en finuras técnicas: algo anda mal y es legítimo que la sociedad, sin necesidad de conocer todos los detalles, exija unas nuevas reglas del juego.
Ya que elogié a Hayek, ahora termino criticándolo: uno de los temores de los libertarios como él ha sido siempre el de la "politización de los mercados." Pero es que los mercados no se politizan, los mercados son, por su misma esencia, políticos.
Yo no tengo particular entusiasmo por Ollanta Humala, el presidente electo del Perú. Tal vez si yo fuera peruano hubiera votado por él pero con muchas reservas. No por las razones que se suelen dar sino porque me da la impresión de que es alguien demasiado veleidoso, alguien que, como no se ha articulado con movimientos sociales y políticos de base (cosa típica en este Perú sin partidos desde los años 90), simplemente anuncia el producto de moda. En el 2006 el producto de moda era Chávez. No le funcionó, entonces ahora es Lula. Me recuerda a un presidente del Perú que fue elegido dizque porque iba a plantarle cara al FMI y no se iba a dejar hacer ajustes ortodoxos y que además era la alternativa al candidato ultra-neoliberal de las élites. ¿Su nombre? Alberto Fujimori.
En fin, por ahora dejemos el tema de Humala en eso. El tiempo dirá. Pero lo que me llama la atención es la noticia del día respecto a su elección. Otra vez "los mercados" están nerviosos con el resultado de la elección. En el 2000, cuando Lula ganó la primera vuelta, el real se desplomó ocasionándole todo tipo de dificultades al gobierno que comenzaba. "Los mercados" se han vuelto la nueva Cámara Alta de las democracias, una cámara alta con poder de veto. Ya no basta con tener elecciones, es necesario que el resultado sea aprobado por estas instancias superiores.
Mirando las cosas con frialdad científica, uno diría que al fin de cuentas, este argumento está fijándose únicamente en el costo y no en el beneficio. El beneficio, supuestamente, ha sido las ganancias en eficiencia que resultan de la mayor movilidad de capital. Los países que se han conectado a la globalización, diría el argumento, han accedido a flujos de inversión que de otro modo nunca hubieran podido obtener, lo cual se ha traducido en aumentos en sus niveles de vida. Si tanto les gustan esos beneficios, no pueden quejarse del costo: tener que mantener satisfechos a los mercados de capital, así sea sacrificando cierta autonomía política.
Este argumento tiene varios problemas. Primero, no siempre los flujos de capital han ido hacia los países en desarrollo. México sufrió una enorme fuga de capitales en los 90s al poco tiempo de entrar NAFTA en vigor. Segundo, los famosos aumentos en el nivel de vida no siempre se han visto. El crecimiento de muchos países tras abrir sus mercados de capitales ha sido decepcionante además de estar tan concentrado que no llega a la mayoría. (El caso de Colombia.)
El balance preciso entre costos y beneficios no se va a discutir en una sala de seminarios con tableros blancos y marcadores multicolores en un debate entre técnicos. El balance se va a determinar en el pulso político entre distintos actores. Y resulta que muchos actores se están cansando de la actual fórmula. (Ayer una encuesta en España reportaba un nivel de aprobación del 81% hacia el 15-M.) De modo que no tiene sentido seguir tratando de esquivar este debate con argumentos que convencen en teoría pero que en la práctica cada vez son menos capaces de generar legitimidad.
Por ejemplo, ahora que se habla tanto de la regulación financiera, los pontífices de los mercados de capitales insisten en que es un tema muy complejo y que por eso las masas deben abstenerse de pronunciarse al respecto. Pero resulta que hubo una serie de burbujas especulativas que, al estallar, sumieron a los países más ricos del mundo en la peor recesión económica de los últimos setenta años. Resulta que, simultáneamente, el sector financiero se enriqueció sin límites. Ante esos dos hechos palmarios, ¿qué sentido tiene insistir en la delicadeza de las filigranas de los mercados financieros?
Yo no sé si manejar derivadas financieras es difícil. Pero en una sociedad de mercado a nadie se le paga simplemente porque su trabajo es difícil sino por lo que genera. Y lo que la gente ve es que el capital financiero no está generando tanto valor como para justificar sus enormes excedentes. Para eso no es necesario entender todas las ecuaciones diferenciales estocásticas que se usan para valorar una derivada.
Esa es una de las cosas que me parecen más saludables de los últimos acontecimientos. En una sociedad democrática los mercados también deben ser capaces de legitimarse en función del lenguaje común que se utiliza en el discurso público. Nada de escudarse detrás de jerga técnica incomprensible: si determinado aspecto del funcionamiento del mercado no puede justificarse así, es necesario cambiarlo. Antes de que me acusen de ser un dinosaurio bolchevique, déjenme elaborar un poco volviendo a la idea de Hayek sobre los precios a la que me referí en días pasados.
Una de las cosas geniales del artículo de Hayek es que ofrece una justificación de los mercados precisamente en los términos que acabo de describir: cualquiera que siga el argumento de Hayek, sin necesidad de tener un Ph.D en física o estadística, es capaz de entender que los mercados permiten diseminar y aprovechar el conocimiento disperso por toda la sociedad acerca del uso de los recursos. Simple, claro y, si se me permite (aunque a Hayek no le gustaría), democrático.
Del mismo modo, muchas de las actividades del sector financiero pasan esa prueba. Es fácil defender en el discurso público la noción de que los bancos nos permiten convertir activos ilíquidos en activos líquidos para que podamos dirigirlos a su mejor uso. Es fácil defender en el discurso público la noción de que ciertos seguros financieros le pueden permitir a, por ejemplo, los agricultores defenderse de las incertidumbres en el precio.
Pero cuando la sociedad ve que todos estos servicios están costándole a la economía cada vez más. Cuando la sociedad ve que, durante la época de la peor crisis económica en muchos años, los proveedores de estos servicios se llenaron los bolsillos (en EEUU las ganancias promedio del sector financiero son 17%, en el resto de las industrias 3%), no hay necesidad de entrar en finuras técnicas: algo anda mal y es legítimo que la sociedad, sin necesidad de conocer todos los detalles, exija unas nuevas reglas del juego.
Ya que elogié a Hayek, ahora termino criticándolo: uno de los temores de los libertarios como él ha sido siempre el de la "politización de los mercados." Pero es que los mercados no se politizan, los mercados son, por su misma esencia, políticos.
Respuesta a Julián (Acerca de los Precios)
Julián tiene razón en que mi escrito anterior no es del todo preciso ya que para pasar de valoraciones subjetivas a precios se necesita todo un andamiaje institucional (en particular, un mercado) que yo simplemente pasé por alto. Lo que ocurre es que yo simplemente quería señalar con los ejemplos triviales que puse el hecho de que los individuos (y, por supuesto, los grupos humanos) nos pasamos todo el tiempo tomando decisiones entre distintos cursos de acción, decisiones que llevan implícita una noción muy similar a la que los economistas llaman "precios." La forma en que Julián lo expresa me parece acertada: "precio" es algo que solo le asignamos a mercancías, es decir, bienes que existen dentro del entorno institucional de lo que llamamos un mercado, mientras que "valoración subjetiva" es algo que se le puede asignar a cualquier cosa.
Pero el punto que yo quería enfatizar es, en cierto modo, independiente de esta distinción. Los críticos del análisis económico a los que yo estaba tratando de controvertir dicen que el problema de ponerle un precio a, digamos, el medio ambiente, es que lo convierte en algo que puede ser intercambiado por otras cosas. Pero, precisamente, ese intercambio es el que hacemos todo el tiempo, así no exista un mercado propiamente dicho.
Resumiendo, gente como Monbiot parece estar confundiendo dos argumentos que son distintos entre sí. Una cosa es decir "yo objeto a que se trate el medio ambiente (o la vida humana, o el tiempo libre, o lo que sea) como algo que puede ser intercambiado por otros bienes" y otra muy distinta es decir "está bien, tenemos que hacer intercambios, los hacemos todo el tiempo, pero yo objeto a que esos intercambios se hagan a 'precios' determinados por un simulacro de mercado a cuya base se encuentra toda una estructura de relaciones de poder que no se deja ver ni mucho menos cuestionar." A mi juicio el primer argumento es ingenuo, el segundo en cambio sí que me parece muy perspicaz.
Pero el punto que yo quería enfatizar es, en cierto modo, independiente de esta distinción. Los críticos del análisis económico a los que yo estaba tratando de controvertir dicen que el problema de ponerle un precio a, digamos, el medio ambiente, es que lo convierte en algo que puede ser intercambiado por otras cosas. Pero, precisamente, ese intercambio es el que hacemos todo el tiempo, así no exista un mercado propiamente dicho.
Resumiendo, gente como Monbiot parece estar confundiendo dos argumentos que son distintos entre sí. Una cosa es decir "yo objeto a que se trate el medio ambiente (o la vida humana, o el tiempo libre, o lo que sea) como algo que puede ser intercambiado por otros bienes" y otra muy distinta es decir "está bien, tenemos que hacer intercambios, los hacemos todo el tiempo, pero yo objeto a que esos intercambios se hagan a 'precios' determinados por un simulacro de mercado a cuya base se encuentra toda una estructura de relaciones de poder que no se deja ver ni mucho menos cuestionar." A mi juicio el primer argumento es ingenuo, el segundo en cambio sí que me parece muy perspicaz.
Monday, June 6, 2011
¿Qué Son los Precios?
Hace mucho vengo pensando en el origen de los precios en general. Pero hoy me voy a limitar a un aspecto del problema, el de los precios de cosas que no son transadas en el mercado, por ejemplo, el medio ambiente. El problema es viejo y las reacciones son predecibles. Por eso, hoy, un poco cansado con la forma como se discuten estos asuntos siempre, cuando vi que George Monbiot escribía sobre el asunto lo leí esperando encontrar algo nuevo. Y sí. Realmente Monbiot si aporta un ingrediente que yo no había pensado antes. Claro, lo hace al final, casi como un colofón y después de reproducir los argumentos manidos de siempre, pero lo hace, y muy bien.
El viejo problema es este: para cualquier proyecto que utilice recursos naturales es rutinario tratar de hacer una evaluación económica y social de su impacto. Para esto hay que asignarle valor a muchísimos "bienes" y "servicios" para los que no existen mercados, por ejemplo, el disfrute de la naturaleza, o cosas de ese estilo. La reacción predecible es gritar indignado que no a todo se le puede poner precio en esta vida. Pero a mí como economista ese argumento no me termina de convencer.
Me explico. A nadie le gusta la idea de ponerle precio a la naturaleza, a la vida humana, al tiempo con los seres queridos, en fin todas esas bellezas. Pero esta crítica ignora el hecho de que en la vida real siempre estamos poniéndole precio a las cosas. No lo llamamos así, pero lo hacemos. Lo hacemos cada vez que tomamos alguna decisión. Si la familia de un enfermo terminal decide suspenderle la droga, está tomando una decisión sobre el "precio relativo" entre cantidad y calidad de vida. Si un alto ejecutivo decide que este Jueves no se va a quedar en la oficina hasta las 11 de la noche porque prefiere ver una película con sus hijos, está tomando una decisión sobre el "precio relativo" entre sus productividad en el trabajo y el tiempo con su familia. Puede que el lenguaje que usamos los economistas no sea muy eufónico, pero es la verdad: la gente, cuando toma decisiones, asigna implícitamente precios relativos. Entonces, ¿qué tiene de malo hacerlo explícito?
Lo que tiene de malo, y este es el argumento interesante de Monbiot, es que la asignación de dichos precios es un ejercicio de poder político (más exactamente, tecnocrático). Los ejemplos del párrafo anterior se referían a decisiones que toman las personas directamente involucradas. En cambio, a la hora de asignar precios a, por ejemplo, "la calidad del tiempo libre," se trata de decisiones que toman unos cuantos individuos en nombre de toda la sociedad y resulta que esos individuos tienen sus supuestos, sus agendas ideológicas y sus intereses.
Por ejemplo, cuando se le asignan costos de oportunidad al tiempo de los individuos (para extender el raciocinio de Monbiot sobre movilidad), estos costos dependen del precio imputado al trabajo. Pero el precio imputado al trabajo depende de muchísimos factores. En una sociedad de mercado altamente desigual, el precio relativo entre mano de obra calificada y mano de obra no calificada (otro fetiche al que en algún momento me referiré), es distinto al precio relativo que existiría en un estado del bienestar sólido que garantice mínimos de subsistencia y que, por lo tanto, permita "desmercantilizar" el trabajo no calificado.
Resumiendo: el problema con estos ejercicios de asignación de precios no es que estén tratando de cuantificar lo incuantificable. Todos hacemos eso todo el tiempo sin darnos cuenta. El problema es que aquí se hace partiendo de la base de aceptar toda la estructura de relaciones de poder que subyace al sistema de precios en general. Y eso termina dándole un barniz técnico a lo que no es más que ideología.
El viejo problema es este: para cualquier proyecto que utilice recursos naturales es rutinario tratar de hacer una evaluación económica y social de su impacto. Para esto hay que asignarle valor a muchísimos "bienes" y "servicios" para los que no existen mercados, por ejemplo, el disfrute de la naturaleza, o cosas de ese estilo. La reacción predecible es gritar indignado que no a todo se le puede poner precio en esta vida. Pero a mí como economista ese argumento no me termina de convencer.
Me explico. A nadie le gusta la idea de ponerle precio a la naturaleza, a la vida humana, al tiempo con los seres queridos, en fin todas esas bellezas. Pero esta crítica ignora el hecho de que en la vida real siempre estamos poniéndole precio a las cosas. No lo llamamos así, pero lo hacemos. Lo hacemos cada vez que tomamos alguna decisión. Si la familia de un enfermo terminal decide suspenderle la droga, está tomando una decisión sobre el "precio relativo" entre cantidad y calidad de vida. Si un alto ejecutivo decide que este Jueves no se va a quedar en la oficina hasta las 11 de la noche porque prefiere ver una película con sus hijos, está tomando una decisión sobre el "precio relativo" entre sus productividad en el trabajo y el tiempo con su familia. Puede que el lenguaje que usamos los economistas no sea muy eufónico, pero es la verdad: la gente, cuando toma decisiones, asigna implícitamente precios relativos. Entonces, ¿qué tiene de malo hacerlo explícito?
Lo que tiene de malo, y este es el argumento interesante de Monbiot, es que la asignación de dichos precios es un ejercicio de poder político (más exactamente, tecnocrático). Los ejemplos del párrafo anterior se referían a decisiones que toman las personas directamente involucradas. En cambio, a la hora de asignar precios a, por ejemplo, "la calidad del tiempo libre," se trata de decisiones que toman unos cuantos individuos en nombre de toda la sociedad y resulta que esos individuos tienen sus supuestos, sus agendas ideológicas y sus intereses.
Por ejemplo, cuando se le asignan costos de oportunidad al tiempo de los individuos (para extender el raciocinio de Monbiot sobre movilidad), estos costos dependen del precio imputado al trabajo. Pero el precio imputado al trabajo depende de muchísimos factores. En una sociedad de mercado altamente desigual, el precio relativo entre mano de obra calificada y mano de obra no calificada (otro fetiche al que en algún momento me referiré), es distinto al precio relativo que existiría en un estado del bienestar sólido que garantice mínimos de subsistencia y que, por lo tanto, permita "desmercantilizar" el trabajo no calificado.
Resumiendo: el problema con estos ejercicios de asignación de precios no es que estén tratando de cuantificar lo incuantificable. Todos hacemos eso todo el tiempo sin darnos cuenta. El problema es que aquí se hace partiendo de la base de aceptar toda la estructura de relaciones de poder que subyace al sistema de precios en general. Y eso termina dándole un barniz técnico a lo que no es más que ideología.
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