Esto es una queja recalentada, pero más vale tarde que nunca. En Colombia, desde los 90s, con el cuento del "consenso de Washington" se puso de moda el tema de los derechos de propiedad, las reglas del juego estables, la confianza inversionista y los ríos de leche y miel que fluirían de todo eso. Toda una casta de intelectuales, entre ellos, naturalmente, muchos economistas, se dedicaron a cantar el coro correspondiente. "Ven, ven, ven, ven a nuestras almas" le decían al capital, especialmente extranjero, con toda clase de rebajas de impuestos, de promesas de que no se les iban a cambiar las regalías, de que se les pagaría cualquier disrupción que resultara de huelgas o protestas, cosas de ese estilo, todo en nombre de la santidad de los derechos de propiedad, sin la cual no puede haber inversión, crecimiento, prosperidad y salvación eterna.
Uno puede estar de acuerdo o no con ese diagnóstico. Hay gente respetable que piensa así. Lo que me enfurece es que, durante ese mismo periodo, se perpetró una de las mayores violaciones a los derechos de propiedad que se hayan registrado en la historia de Colombia: el despojo de millones de hectáreas de tierra que estaban en manos de millones de desplazados, todo esto a cargo de milicias armadas, con mucho dinero narco, consolidando una concentración de tierras que parece salida del capítulo 26 de "El Capital" sobre la "acumulación originaria." (Aquel capítulo donde Marx dice que "el capital viene al mundo chorreando sangre y barro por cada uno de sus poros.")
¿Dónde estaba la ira de los neoliberales fundamentalistas en ese entonces? ¿Cuántas renuncias indignadas vimos durante, por ejemplo, la Administración Uribe en protesta por este fenómeno? Y no me vengan con el cuento de la Ley de Justicia y Paz: el despojo de tierras siguió durante la Administración Uribe, así como los asesinatos de quienes las reclaman. ¿Es que ahí si no importan los derechos de propiedad?
Existe una respuesta sofisticada a estas preguntas retóricas: sabido es que en Colombia hay un caos enorme con los derechos de propiedad de la tierra, caos que viene de atrás, del desgreño de los catastros, las notarías y las registradurías de instrumentos públicos.Todo ese caos es el que ha hecho posible el despojo. Pero, ¿por qué ese caos? Ah! porque si se arreglara, tocaría pagar impuestos y muchos terratenientes no quieren. Entonces, vuelve la pregunta: si de verdad queremos ser neoliberales, entonces ¿por qué no meterle el diente a ese asuntico? ¿Hay acaso algún fragmento de Friedman, de Buchanan, de Hayek o de von Mises donde diga que el orden libertario incluye la libertad de escamotear impuestos y de robar tierras? O ¿no será más bien que el neoliberalismo criollo conoce las obras de esos clásicos, pero conoce mejor sus propias fuentes de financiación?
Friday, April 29, 2011
El Peor Partido Político del Mundo Sigue Empeorando
Con todas las críticas que uno pueda tener de la Administración Obama, yo quiero que gane la reelección en el 2012. Por eso no sé si alegrarme o preocuparme sobre los últimos eventos en el Partido Republicano, el Peor Partido Político del Mundo.
Hasta ahora, todo apunta a que de los posibles candidatos para el 2012, el único que tiene algo de empaque de estadista, con cierta experiencia, con logros de política doméstica etc. es Mitt Romney, ex gobernador de Massacussets. Pero, como lo dice The Onion, el periódico más serio de Estados Unidos, Mitt Romney tiene un problema gravísimo, una sombra que lo acompañará durante toda su campaña: siendo gobernador cometió el imperdonable error de expandir la cobertura de salud de su estado.
Quitando a Mitt Romney, lo que queda es un conjunto de payasos, oscurantistas, lambones, analfabetas (y a veces las cuatro cosas al tiempo) que ningún partido serio del mundo se atrevería a nominar candidato (o candidata) en una murga de colegio (con perdón de las murgas de colegio de verdad). Sarah Palin y Michelle Bachmann son unas fanáticas macartistas que ni siquiera se han tomado la molestia de averiguar datos básicos sobre la historia de Estados Unidos o su Constitución. Tim Pawlenty, de quien uno hubiera esperado algo de seriedad por haber sido gobernador de Minnesotta, decidió que para ser presidente basta con memorizarse libretos de película estilo "Independence Day." El mismo Mitt Romney, tratando de hacerse perdonar su error, ahora se la pasa diciendo lo que el Tea Party le pida que diga. Ya declinó Haley Barbour, aunque bueno, de algo le sirvió la experiencia: aprendió que en Estados Unidos los negros ahora resulta que son legalmente iguales al resto (y dizque es así desde hace cuarenta años....) Como para acabar de completar, ahora el líder de las encuestas es Donald Trump que se empeña en captar el voto de los blancos semi-analfabetas a quienes les parece infame que haya un negro más inteligente que ellos.
Por tanto, si aún queda algo de sanidad mental en el sistema político norteamericano, Obama va a ganar la reelección de lejos contra cualquiera de esos personajillos de poca monta. Esto a pesar de que la economía, históricamente el gran predictor de las elecciones gringas, va a seguir postrada.
Por ese lado, no está mal. Como decía Napoleón Bonaparte, uno no debe distraer al enemigo cuando se está equivocando. Si el Partido Republicano decide no ponerse en el trabajo de buscar un candidato presidencial digno de tal nombre, es culpa suya.
Pero por otro lado, ¿qué implicaciones tiene para la democracia norteamericana que uno de sus dos partidos históricos lance a la presidencia un candidato así? Hay dos versiones: una optimista (que se la oí a un colega mío hace poco) y otra pesimista (que es la que me inquieta).
La versión optimista: un candidato de estos lleva al Partido Republicano a un ridículo electoral que termina por destruir sus facciones más fanáticas. Tras la debacle del 2012, los republicanos cerebrales pueden decir "mire lo que pasó por andar Uds. en esas," retoman el control y el partido vuelve a ser un partido normal. Digamos algo como lo era en tiempos de Bush padre.
La versión pesimista: en Estados Unidos casi nunca un presidente saca más del 55% de los votos. O sea que un candidato republicano, cualquiera que sea, puede sacar entre el 40% y el 45% de los votos. Sobre todo porque una vez nominado, el establecimiento, la parte seria del partido, no va a salirse asqueado sino que va a trabajar para darle respetabilidad. (¿Han visto como Greg Mankiw, o mi exprofesor John Taylor, o mi ex jefe Michael Boskin, se dedican a justificar los absurdos del Tea Party sabiendo, como deben saberlo, que son absurdos?) Los formadores de opinión del establecimiento conservador van a salir a defender el remedo de candidato que les pongan a defender. (Si acaso David Frum va a mostrarse incómodo, pero Kristol, Krauthammer, solo para hablar de los columnistas "cultivados" nos van a regalar páginas y páginas sobre los paralelos entre Michelle Bachmann y Margaret Thatcher o sobre las dotes churchillianas de Donald Trump.)
Entonces, vamos a tener que en la mayor democracia del mundo un 40% del electorado va a votar por un candidato que será una burla, incluso un insulto, a los mismos principios de la democracia liberal tales como el papel de la razón y el conocimiento en la formación de opiniones y políticas, la importancia del libre examen, y cosas de ese estilo. Es para preocuparse.
Hasta ahora, todo apunta a que de los posibles candidatos para el 2012, el único que tiene algo de empaque de estadista, con cierta experiencia, con logros de política doméstica etc. es Mitt Romney, ex gobernador de Massacussets. Pero, como lo dice The Onion, el periódico más serio de Estados Unidos, Mitt Romney tiene un problema gravísimo, una sombra que lo acompañará durante toda su campaña: siendo gobernador cometió el imperdonable error de expandir la cobertura de salud de su estado.
Quitando a Mitt Romney, lo que queda es un conjunto de payasos, oscurantistas, lambones, analfabetas (y a veces las cuatro cosas al tiempo) que ningún partido serio del mundo se atrevería a nominar candidato (o candidata) en una murga de colegio (con perdón de las murgas de colegio de verdad). Sarah Palin y Michelle Bachmann son unas fanáticas macartistas que ni siquiera se han tomado la molestia de averiguar datos básicos sobre la historia de Estados Unidos o su Constitución. Tim Pawlenty, de quien uno hubiera esperado algo de seriedad por haber sido gobernador de Minnesotta, decidió que para ser presidente basta con memorizarse libretos de película estilo "Independence Day." El mismo Mitt Romney, tratando de hacerse perdonar su error, ahora se la pasa diciendo lo que el Tea Party le pida que diga. Ya declinó Haley Barbour, aunque bueno, de algo le sirvió la experiencia: aprendió que en Estados Unidos los negros ahora resulta que son legalmente iguales al resto (y dizque es así desde hace cuarenta años....) Como para acabar de completar, ahora el líder de las encuestas es Donald Trump que se empeña en captar el voto de los blancos semi-analfabetas a quienes les parece infame que haya un negro más inteligente que ellos.
Por tanto, si aún queda algo de sanidad mental en el sistema político norteamericano, Obama va a ganar la reelección de lejos contra cualquiera de esos personajillos de poca monta. Esto a pesar de que la economía, históricamente el gran predictor de las elecciones gringas, va a seguir postrada.
Por ese lado, no está mal. Como decía Napoleón Bonaparte, uno no debe distraer al enemigo cuando se está equivocando. Si el Partido Republicano decide no ponerse en el trabajo de buscar un candidato presidencial digno de tal nombre, es culpa suya.
Pero por otro lado, ¿qué implicaciones tiene para la democracia norteamericana que uno de sus dos partidos históricos lance a la presidencia un candidato así? Hay dos versiones: una optimista (que se la oí a un colega mío hace poco) y otra pesimista (que es la que me inquieta).
La versión optimista: un candidato de estos lleva al Partido Republicano a un ridículo electoral que termina por destruir sus facciones más fanáticas. Tras la debacle del 2012, los republicanos cerebrales pueden decir "mire lo que pasó por andar Uds. en esas," retoman el control y el partido vuelve a ser un partido normal. Digamos algo como lo era en tiempos de Bush padre.
La versión pesimista: en Estados Unidos casi nunca un presidente saca más del 55% de los votos. O sea que un candidato republicano, cualquiera que sea, puede sacar entre el 40% y el 45% de los votos. Sobre todo porque una vez nominado, el establecimiento, la parte seria del partido, no va a salirse asqueado sino que va a trabajar para darle respetabilidad. (¿Han visto como Greg Mankiw, o mi exprofesor John Taylor, o mi ex jefe Michael Boskin, se dedican a justificar los absurdos del Tea Party sabiendo, como deben saberlo, que son absurdos?) Los formadores de opinión del establecimiento conservador van a salir a defender el remedo de candidato que les pongan a defender. (Si acaso David Frum va a mostrarse incómodo, pero Kristol, Krauthammer, solo para hablar de los columnistas "cultivados" nos van a regalar páginas y páginas sobre los paralelos entre Michelle Bachmann y Margaret Thatcher o sobre las dotes churchillianas de Donald Trump.)
Entonces, vamos a tener que en la mayor democracia del mundo un 40% del electorado va a votar por un candidato que será una burla, incluso un insulto, a los mismos principios de la democracia liberal tales como el papel de la razón y el conocimiento en la formación de opiniones y políticas, la importancia del libre examen, y cosas de ese estilo. Es para preocuparse.
Nunca He Creído en Mis Pronósticos, Pero a Veces Pasan Cosas...
Repito lo que he dicho muchas veces: yo soy pésimo para pronósticos sobre el futuro. Si no más me complico con el presente y el pasado... Pero por eso me llaman la atención las últimas noticias de la Autonomía Palestina.
Cuando cayó Mubarak yo expresé mis inquietudes sobre qué impacto tendría sobre el clima político el hecho de tener un gobierno egipcio más afín a Palestina. En particular, me preguntaba qué pasaría si el nuevo gobierno egipcio abría la frontera con Gaza. Ahora parece que se va a abrir la frontera, en el marco de una reconciliación entre Fatah y Hamas. Mi temor de aquella época era que el gobierno de Israel reaccionara con tal beligerancia que terminara por radicalizar los sectores pro-palestinos en Egipto. La beligerancia no se hizo esperar. O sea que en mi cadena de tres eslabones ya se alinearon dos. Muy seguramente el tercero no se va a cumplir. Y, como de costumbre, mi pronóstico va a fracasar. Pero ya me empiezo a inquietar.
Cuando cayó Mubarak yo expresé mis inquietudes sobre qué impacto tendría sobre el clima político el hecho de tener un gobierno egipcio más afín a Palestina. En particular, me preguntaba qué pasaría si el nuevo gobierno egipcio abría la frontera con Gaza. Ahora parece que se va a abrir la frontera, en el marco de una reconciliación entre Fatah y Hamas. Mi temor de aquella época era que el gobierno de Israel reaccionara con tal beligerancia que terminara por radicalizar los sectores pro-palestinos en Egipto. La beligerancia no se hizo esperar. O sea que en mi cadena de tres eslabones ya se alinearon dos. Muy seguramente el tercero no se va a cumplir. Y, como de costumbre, mi pronóstico va a fracasar. Pero ya me empiezo a inquietar.
No Entiendo a Carlos Vicente de Roux.
Carlos Vicente de Roux ha sido desde hace mucho una de mis figuras predilectas del Polo Democrático. Si de mí dependiera, él estaría ocupando un lugar mucho más prominente del que ahora ocupa. Una vez hasta llegué a sugerir calladamente que se lanzara, en forma un tanto quijotesca, como precandidato presidencial a pesar de nunca haber pasado de concejal. Era una locura, ya sé, y lo sabía en aquel momento. Pero es que a veces en política hay que hacer locuras. (Como dije en aquel entonces, Obama pasó de ser miembro del Senado Estatal de Illinois, que es como ser diputado a la Asamblea de Santander, a presidente de la República en cuestión de cinco años.)
En fin. Todo esto lo digo para que no quede duda de que mis comentarios ahora son los de un firme simpatizante.
El hecho es que me desconcierta su salida de ahora dicendo que no se lanza como precandidato a la alcaldía de Bogotá porque el partido no se ha deslindado de la Administración Moreno. No entiendo. Yo no sé mucho de política activa y de pronto alguien me lo puede explicar.
Si yo soy un simpatizante raso de un partido, puedo decidir salirme o quitarle mi apoyo cuando tome posiciones que a mí no me gustan. Pero si yo tengo cierta posición de liderazgo dentro de un partido, no me puedo quedar esperando a que el partido tome las posiciones que me gustan para luego sí decidir si asumo responsabilidades dentro de él. Si tengo una posición de liderazgo, me corresponde influír sobre el partido precisamente para que tome las posiciones que sí me gustan. Y una forma muy eficaz de lograr eso es haciéndome contar, es decir, por ejemplo, lanzándome de precandidato a cargos de elección popular.
Si Carlos Vicente se opone a la Administración Moreno (con toda la razón, creo yo), lo lógico hubiera sido que se lanzara como la alternativa dentro del Polo Democrático. Casi me atrevería a decir que era su deber hacerlo. Si uno es miembro activo de una colectividad, que ha ocupado cargos de elección popular, que tiene imagen, que genera optimismo entre muchísimos militantes, en fin, uno tiene dos opciones: o trata de incidir sobre el partido desde adentro (lanzándose como precandidato cuando sea el momento) o se va.
Pero la opción que escogió, de mandar una carta muy dura y seca, no sirve para nada. Perfecto, ya sabemos que el ciudadano privado Carlos Vicente de Roux está en desacuerdo con la Administración Moreno. Pero la pregunta no era esa, en parte porque ya lo sabíamos desde hace rato. La pregunta era: ¿cuántos bogotanos se identifican con la izquierda que representa el Polo y quieren defender una alternativa distinta a la de Moreno? Esa era la pregunta fundamental, la que hubiera podido incidir sobre la marcha del Polo. La única forma de responder esa pregunta era con un precandidato que surgiera del mismo partido y que se opusiera a la Administración Moreno. Y ese precandidato tenía un nombre que, por casualidad, es el mismo que el nombre del ciudadano privado Carlos Vicente de Roux. Pero ese ciudadano privado ahora nos privó de la posibilidad de conocer la respuesta a esa pregunta.
De pronto Carlos Vicente está haciendo un cálculo estratégico más sofisticado que el que yo, pobre lego a la distancia, puedo hacer. Pero si es así, me encantaría conocerlo. Entre tanto, me parece que la salida de Carlos Vicente le ha hecho un flaco favor al partido.
Como siempre me gusta buscarle el lado positivo a las peores noticias, me gustaría creer que de esto lo que nos queda es que Carlos Vicente, al no medirse en el pulso de la Alcaldía, nos queda como reserva para el 2014... Pero, ¿qué es este ruido que oigo? Ah! Es mi reloj despertador, hora de levantarme...
En fin. Todo esto lo digo para que no quede duda de que mis comentarios ahora son los de un firme simpatizante.
El hecho es que me desconcierta su salida de ahora dicendo que no se lanza como precandidato a la alcaldía de Bogotá porque el partido no se ha deslindado de la Administración Moreno. No entiendo. Yo no sé mucho de política activa y de pronto alguien me lo puede explicar.
Si yo soy un simpatizante raso de un partido, puedo decidir salirme o quitarle mi apoyo cuando tome posiciones que a mí no me gustan. Pero si yo tengo cierta posición de liderazgo dentro de un partido, no me puedo quedar esperando a que el partido tome las posiciones que me gustan para luego sí decidir si asumo responsabilidades dentro de él. Si tengo una posición de liderazgo, me corresponde influír sobre el partido precisamente para que tome las posiciones que sí me gustan. Y una forma muy eficaz de lograr eso es haciéndome contar, es decir, por ejemplo, lanzándome de precandidato a cargos de elección popular.
Si Carlos Vicente se opone a la Administración Moreno (con toda la razón, creo yo), lo lógico hubiera sido que se lanzara como la alternativa dentro del Polo Democrático. Casi me atrevería a decir que era su deber hacerlo. Si uno es miembro activo de una colectividad, que ha ocupado cargos de elección popular, que tiene imagen, que genera optimismo entre muchísimos militantes, en fin, uno tiene dos opciones: o trata de incidir sobre el partido desde adentro (lanzándose como precandidato cuando sea el momento) o se va.
Pero la opción que escogió, de mandar una carta muy dura y seca, no sirve para nada. Perfecto, ya sabemos que el ciudadano privado Carlos Vicente de Roux está en desacuerdo con la Administración Moreno. Pero la pregunta no era esa, en parte porque ya lo sabíamos desde hace rato. La pregunta era: ¿cuántos bogotanos se identifican con la izquierda que representa el Polo y quieren defender una alternativa distinta a la de Moreno? Esa era la pregunta fundamental, la que hubiera podido incidir sobre la marcha del Polo. La única forma de responder esa pregunta era con un precandidato que surgiera del mismo partido y que se opusiera a la Administración Moreno. Y ese precandidato tenía un nombre que, por casualidad, es el mismo que el nombre del ciudadano privado Carlos Vicente de Roux. Pero ese ciudadano privado ahora nos privó de la posibilidad de conocer la respuesta a esa pregunta.
De pronto Carlos Vicente está haciendo un cálculo estratégico más sofisticado que el que yo, pobre lego a la distancia, puedo hacer. Pero si es así, me encantaría conocerlo. Entre tanto, me parece que la salida de Carlos Vicente le ha hecho un flaco favor al partido.
Como siempre me gusta buscarle el lado positivo a las peores noticias, me gustaría creer que de esto lo que nos queda es que Carlos Vicente, al no medirse en el pulso de la Alcaldía, nos queda como reserva para el 2014... Pero, ¿qué es este ruido que oigo? Ah! Es mi reloj despertador, hora de levantarme...
Wednesday, April 27, 2011
A Veces Detesto a Colombia (A Propósito del Caso Soacha)
Los lectores habituales de este blog saben que a mí el asunto del patriotismo no me va muy bien. Yo le hago fuerza a la Selección Colombia cuando juega y canto el Himno Nacional cuando toca (aunque me parece ripiosísimo y la música tampoco es que me impresione tanto como se supone que debe). Nunca renuciaré a la nacionalidad colombiana aunque llevo muchos años viviendo por fuera. Todos los días cuando comienzo mi rutina de prensa por internet, el primer periódico que veo es colombiano. Cuido con primor las inflexiones bogotanas de mi español y quiero creer, por lo menos así me lo dicen, que cuando hablo con algún viejo conocido se me oye exactamente igual al día en que me fui. Aquí ya he consignado mucho de lo que siento por mi segundo país (Estados Unidos) pero tengo claro que nunca seré "gringo." Soy colombiano y punto.
A diferencia de la famosa canción, no estoy seguro de que esté orgulloso de ser colombiano. Pero es por la sencilla razón de que yo no hice nada para serlo. Pero si no estoy seguro de sentir orgullo, sí estoy seguro de que nunca he sentido ni sentiré vergüenza al respecto.
Me encantan muchas cosas de Colombia, voy todos los años, casi siempre más de una vez. Es, para usar el cliché, el único sitio donde me siento en casa. Si refunfuño y critico es porque esa es mi forma de expresar cariño. Como decía mi nuevo paisano y antiguo vecino (de no ser por dos siglos de diferencia) Thomas Jefferson, "dissent is the highest form of patriotism" ("el disenso es la forma más elevada del patriotismo").
Pero hay días que todo esto se viene abajo. Recientemente he estado leyendo y escribiendo sobre el caso de los "falsos positivos" y, debo confesarlo, todo esto es tan grotesco, tan monstruoso que por momentos siento que no puedo querer al país donde ocurren esas cosas.
Comencemos por el principio. Según cifras cautas, puede haber hasta 1500 muertos por cuenta de este caso. Mil quinientos! Entre ellos hay menores de edad. Uno de los asesinados de Soacha tenía 16 años.
En el inventario de atrocidades de América Latina hay de todo. Genocidios, como el de Maximiliano Hernández contra los indígenas en El Salvador (30 000 muertos) o el de Trujillo contra los haitianos en la "Masacre del Perejil" (otras 30 000 víctimas). Masacres sistemáticas, cercanas al genocidio, como las del ejército guatemalteco en los 80s. Aniquilación de aldeas, incluyendo mujeres, ancianos y niños, como la del El Mozote en El Salvador (más de mil muertos). Desapariciones (20 mil argentinos, por ejemplo), torturas, fosas comunes, en fin, la lista es larga. Muchas de esas cosas han pasado también en Colombia.
Pero aún en ese contexto, este caso de los "falsos positivos" se destaca. Colombia no se inventó esta modalidad. En Guatemala era muy común durante la guerra. Pero lo que hemos visto acá es el "perfeccionamiento" de esta práctica, elevada a una operación sistemática, comercial, eficiente, una empresa que incluía al reclutador, a los del transporte, a los del retén falso donde arrestaban a las víctimas, a los miembros del ejército que los ejecutaban, y así sucesivamente. Incluso, según testimonio de las madres, hubo toda clase de trabas para reportar las desapariciones ¿será que el operativo tenía tentáculos en las fiscalías y oficinas de Medicina Legal? Es solo una pregunta. No sé. Me atrevería a decir que es la peor atrocidad perpetrada por el Ejército de Colombia en los últimos treinta o cuarenta años (después de acabada La Violencia de los 50s) y una de las peores atrocidades de cualquier ejército latinoamericano; una mácula que ensombrecerá por años el nombre del país.
Pero más deprimente que los hechos, es pensar en las condiciones que los posibilitaron. En primer lugar, un ejército que desde hace años mantiene nexos con grupos paramilitares. A eso se añaden ocho años de políticas deliberadas para estrechar aún más esos nexos (las "redes de informantes", las "recompensas"). Encima, un presidente para el que todo el que hable de derechos humanos es un terrorista y para el cual mientras más oscura sea la trayectoria de un oficial, más le gusta.
Luego la marginalidad. Desde hace años vengo oyendo de los bogotanos cómo ha mejorado la ciudad. Sí. De acuerdo. Muchas cosas han mejorado. Pero llevo 17 años de no vivir en Bogotá y cada que voy veo que el Parque de la 93 está más bonito, la Zona T tiene nuevos restaurantes, y así sucesivamente, pero que en cambio Soacha, Ciudad Bolívar y otras zonas similares están exactamente igual o peor a como estaban cuando me fuí, solo que ahora con internet. (Al mejoramiento de las condiciones de vida de allí ha contribuído más Silicon Valley que todos los gobiernos colombianos.) Si. Ya sé. No todo es malo. Cada alcaldía ha tratado de hacer cosas. Pero es que el problema va más allá de las alcaldías. En un país que produce marginales, desempleados y desplazados por millares, no hay nada que una buena alcaldía pueda hacer.
Mil quinientos muertos. En Cuba, una dictadura de puño de hierro inaceptable, hay algo así como 200 prisioneros de conciencia. Es un país cuyo gobierno mantiene a su población con niveles de vida muy por debajo de los que podría alcanzar con un poquito de sensatez. Es un régimen bajo el que muchísimos colombianos no quisieran vivir. (Me incluyo.) Pero me atrevo a apostar que las señoras cubanas de los barrios más pobres no tienen miedo de que un día venga un reclutador a llevarse a sus hijos para que el Ejército los mate como parte de un negocio.
Mil quinientos muertos. La Semana Santa estuve de paseo por varios pueblos en Colombia. Vi las patrullas del Ejército saludando a los viajeros. Muchachos uniformados, de buen semblante y buena disposición. Me siento mal por lo que voy a decir pero no puedo evitarlo: en más de una ocasión me pregunté "¿y si alguno de estos participó en un 'falso positivo'?" Me siento mal porque estoy seguro de que la inmensa mayoría del Ejército es inocente y está avergonzada por lo que ocurrió. Muchos de ellos arriesgan la vida honorablemente, para defender a un país que no les devuelve el favor. Pero es que cuando uno empieza a pensar en los "falsos positivos" no puede parar.
Cerca al Salitre hay una glorieta con una estatua que representa un ave (un condor, supongo) sobre una columna. Nunca me he detenido a ver qué es. Pero la ubico como el primer sitio por el que pasé después de haberlo visto en el periódico asociado a una noticia de alcance nacional: allí fue donde apareció el cadáver de José Raquel Mercado, asesinado por el M-19. Después vinieron otros hechos de impacto, casi todos asociados al M-19 y sus tácticas mediáticas (y relativamente incruentas): el robo de armas del Cantón Norte, la toma de la Embajada Dominicana, cosas así. (Claro, había combates también, como en Corinto.) Pero aún contra ese telón de fondo, el asesinato de Lara Bonilla lo recuerdo como un sacudón sin precedentes. (Yo estaba muy pequeño cuando mataron al General Rincón Quiñones.) Ahora también mataban ministros (para acabar de completar yo, como tantos adolescentes bogotanos de la época, era galanista). Algo había cambiado en el país, para siempre. Por lo menos eso creía yo con algo de ingenuidad.
Luego se vino el alud. Estudié con el hijo de Hernando Baquero Borda (a quien, si lee estas líneas, le envío un saludo) y todavía recuerdo el estupor que sentí cuando oí la confirmación de que era él, con nombre y dos apellidos, el asesinado. Estaba solo en Atenas cuando me enteré por azar del asesinato de Guillermo Cano. (No sé por qué me acerqué a ver titulares de prensa a un kiosco ese día, de camino a la Acrópolis.) Por eso no me tocó toda la conmoción que el caso generó (y que merecía). Pero sí me acuerdo del asesinato de Jaime Pardo Leal. Estaba en Villavicencio el día que mataron al senador Pedro Nel Jiménez. Volví a Villavicencio pocos días después del asesinato de Carlos Kovacs, presidente de la Asamblea del Meta. (El Meta era un bastión de la UP.) Las masacres: Segovia, La Mejor Esquina, La Rochela entre otras muchas. El redoble macabro de las muertes de la UP, una a una. Hoy un concejal en el Tolima, mañana un activista en Antioquia, pasado mañana un congresista... Hector Abad Gómez. Si mataron a Hector Abad Gómez, pensaba yo, prohombre del Partido Liberal de Antioquia ¿a quién no van a matar? ¿quién está seguro? Los candidatos presidenciales: Galán, Jaramillo (mi favorito), Pizarro. Las bombas narcoterroristas: Bulevar Niza un Día de la Madre (difícil imaginar mayor atrocidad), el DAS, el Espectador, el avión de Avianca.
En fin, paro la lista porque se me podría ir todo el día. (Aunque debo incluír a Antonio Roldán Betancur, gobernador de Antioquia, a Carlos Mauro Hoyos, Procurador, y a los líderes campesinos de Cimitarra, encabezados por Josué López, que cayeron abatidos cuando estaban en compañía de Silvia Duzán.) Al fin y al cabo, solo quería mencionar los de finales de los 80s y comienzo de los 90s. La razón por la que la empecé es porque en cada uno de esos eventos, siempre oía lo mismo: "este país no puede seguir así," "ahora sí que tocamos fondo," "tiene que venir un cambio," cosas de esas.
Pues bien, ya estoy más viejo, ya han pasado más de veinte años y constato que el país siguió así. Por eso, ahora cuando ocurre lo de Soacha ya ni digo ni oigo a nadie decir que "ahora sí tocamos fondo." Muy seguramente el país va a seguir así después de Soacha. Ya casi nadie habla de Soacha. Ahora el tema son los Nule. Como aprendió Pinochet en su vejez, la gente perdona los asesinatos pero no la corrupción. Matar tres mil disidentes en Chile no tiene problema. Abrir una cuenta en Suiza sí. Mil quinientas ejecuciones extrajudiciales por cuenta del ejército, como parte de un operativo de "recompensas," no son mayor cosa. Unos fondos malversados sí pueden tumbar gobiernos.
Eso es lo que a veces me hace detestar a Colombia. La sensación de que a la historia de Soacha le va a pasar lo que a sus víctimas: va a terminar en una fosa común. Esa fosa común donde están las demás atrocidades del país, muchas sin nombre, que la abrimos para echar la próxima atrocidad y luego la cubrimos mal y a prisa. ¿Y si la podredumbre ya no cabe? ¿Y si hiede ya hasta de lejos? Pués para eso está el aguardiente bien anisado. ¿No ve que Colombia es una verraquera?
A diferencia de la famosa canción, no estoy seguro de que esté orgulloso de ser colombiano. Pero es por la sencilla razón de que yo no hice nada para serlo. Pero si no estoy seguro de sentir orgullo, sí estoy seguro de que nunca he sentido ni sentiré vergüenza al respecto.
Me encantan muchas cosas de Colombia, voy todos los años, casi siempre más de una vez. Es, para usar el cliché, el único sitio donde me siento en casa. Si refunfuño y critico es porque esa es mi forma de expresar cariño. Como decía mi nuevo paisano y antiguo vecino (de no ser por dos siglos de diferencia) Thomas Jefferson, "dissent is the highest form of patriotism" ("el disenso es la forma más elevada del patriotismo").
Pero hay días que todo esto se viene abajo. Recientemente he estado leyendo y escribiendo sobre el caso de los "falsos positivos" y, debo confesarlo, todo esto es tan grotesco, tan monstruoso que por momentos siento que no puedo querer al país donde ocurren esas cosas.
Comencemos por el principio. Según cifras cautas, puede haber hasta 1500 muertos por cuenta de este caso. Mil quinientos! Entre ellos hay menores de edad. Uno de los asesinados de Soacha tenía 16 años.
En el inventario de atrocidades de América Latina hay de todo. Genocidios, como el de Maximiliano Hernández contra los indígenas en El Salvador (30 000 muertos) o el de Trujillo contra los haitianos en la "Masacre del Perejil" (otras 30 000 víctimas). Masacres sistemáticas, cercanas al genocidio, como las del ejército guatemalteco en los 80s. Aniquilación de aldeas, incluyendo mujeres, ancianos y niños, como la del El Mozote en El Salvador (más de mil muertos). Desapariciones (20 mil argentinos, por ejemplo), torturas, fosas comunes, en fin, la lista es larga. Muchas de esas cosas han pasado también en Colombia.
Pero aún en ese contexto, este caso de los "falsos positivos" se destaca. Colombia no se inventó esta modalidad. En Guatemala era muy común durante la guerra. Pero lo que hemos visto acá es el "perfeccionamiento" de esta práctica, elevada a una operación sistemática, comercial, eficiente, una empresa que incluía al reclutador, a los del transporte, a los del retén falso donde arrestaban a las víctimas, a los miembros del ejército que los ejecutaban, y así sucesivamente. Incluso, según testimonio de las madres, hubo toda clase de trabas para reportar las desapariciones ¿será que el operativo tenía tentáculos en las fiscalías y oficinas de Medicina Legal? Es solo una pregunta. No sé. Me atrevería a decir que es la peor atrocidad perpetrada por el Ejército de Colombia en los últimos treinta o cuarenta años (después de acabada La Violencia de los 50s) y una de las peores atrocidades de cualquier ejército latinoamericano; una mácula que ensombrecerá por años el nombre del país.
Pero más deprimente que los hechos, es pensar en las condiciones que los posibilitaron. En primer lugar, un ejército que desde hace años mantiene nexos con grupos paramilitares. A eso se añaden ocho años de políticas deliberadas para estrechar aún más esos nexos (las "redes de informantes", las "recompensas"). Encima, un presidente para el que todo el que hable de derechos humanos es un terrorista y para el cual mientras más oscura sea la trayectoria de un oficial, más le gusta.
Luego la marginalidad. Desde hace años vengo oyendo de los bogotanos cómo ha mejorado la ciudad. Sí. De acuerdo. Muchas cosas han mejorado. Pero llevo 17 años de no vivir en Bogotá y cada que voy veo que el Parque de la 93 está más bonito, la Zona T tiene nuevos restaurantes, y así sucesivamente, pero que en cambio Soacha, Ciudad Bolívar y otras zonas similares están exactamente igual o peor a como estaban cuando me fuí, solo que ahora con internet. (Al mejoramiento de las condiciones de vida de allí ha contribuído más Silicon Valley que todos los gobiernos colombianos.) Si. Ya sé. No todo es malo. Cada alcaldía ha tratado de hacer cosas. Pero es que el problema va más allá de las alcaldías. En un país que produce marginales, desempleados y desplazados por millares, no hay nada que una buena alcaldía pueda hacer.
Mil quinientos muertos. En Cuba, una dictadura de puño de hierro inaceptable, hay algo así como 200 prisioneros de conciencia. Es un país cuyo gobierno mantiene a su población con niveles de vida muy por debajo de los que podría alcanzar con un poquito de sensatez. Es un régimen bajo el que muchísimos colombianos no quisieran vivir. (Me incluyo.) Pero me atrevo a apostar que las señoras cubanas de los barrios más pobres no tienen miedo de que un día venga un reclutador a llevarse a sus hijos para que el Ejército los mate como parte de un negocio.
Mil quinientos muertos. La Semana Santa estuve de paseo por varios pueblos en Colombia. Vi las patrullas del Ejército saludando a los viajeros. Muchachos uniformados, de buen semblante y buena disposición. Me siento mal por lo que voy a decir pero no puedo evitarlo: en más de una ocasión me pregunté "¿y si alguno de estos participó en un 'falso positivo'?" Me siento mal porque estoy seguro de que la inmensa mayoría del Ejército es inocente y está avergonzada por lo que ocurrió. Muchos de ellos arriesgan la vida honorablemente, para defender a un país que no les devuelve el favor. Pero es que cuando uno empieza a pensar en los "falsos positivos" no puede parar.
Cerca al Salitre hay una glorieta con una estatua que representa un ave (un condor, supongo) sobre una columna. Nunca me he detenido a ver qué es. Pero la ubico como el primer sitio por el que pasé después de haberlo visto en el periódico asociado a una noticia de alcance nacional: allí fue donde apareció el cadáver de José Raquel Mercado, asesinado por el M-19. Después vinieron otros hechos de impacto, casi todos asociados al M-19 y sus tácticas mediáticas (y relativamente incruentas): el robo de armas del Cantón Norte, la toma de la Embajada Dominicana, cosas así. (Claro, había combates también, como en Corinto.) Pero aún contra ese telón de fondo, el asesinato de Lara Bonilla lo recuerdo como un sacudón sin precedentes. (Yo estaba muy pequeño cuando mataron al General Rincón Quiñones.) Ahora también mataban ministros (para acabar de completar yo, como tantos adolescentes bogotanos de la época, era galanista). Algo había cambiado en el país, para siempre. Por lo menos eso creía yo con algo de ingenuidad.
Luego se vino el alud. Estudié con el hijo de Hernando Baquero Borda (a quien, si lee estas líneas, le envío un saludo) y todavía recuerdo el estupor que sentí cuando oí la confirmación de que era él, con nombre y dos apellidos, el asesinado. Estaba solo en Atenas cuando me enteré por azar del asesinato de Guillermo Cano. (No sé por qué me acerqué a ver titulares de prensa a un kiosco ese día, de camino a la Acrópolis.) Por eso no me tocó toda la conmoción que el caso generó (y que merecía). Pero sí me acuerdo del asesinato de Jaime Pardo Leal. Estaba en Villavicencio el día que mataron al senador Pedro Nel Jiménez. Volví a Villavicencio pocos días después del asesinato de Carlos Kovacs, presidente de la Asamblea del Meta. (El Meta era un bastión de la UP.) Las masacres: Segovia, La Mejor Esquina, La Rochela entre otras muchas. El redoble macabro de las muertes de la UP, una a una. Hoy un concejal en el Tolima, mañana un activista en Antioquia, pasado mañana un congresista... Hector Abad Gómez. Si mataron a Hector Abad Gómez, pensaba yo, prohombre del Partido Liberal de Antioquia ¿a quién no van a matar? ¿quién está seguro? Los candidatos presidenciales: Galán, Jaramillo (mi favorito), Pizarro. Las bombas narcoterroristas: Bulevar Niza un Día de la Madre (difícil imaginar mayor atrocidad), el DAS, el Espectador, el avión de Avianca.
En fin, paro la lista porque se me podría ir todo el día. (Aunque debo incluír a Antonio Roldán Betancur, gobernador de Antioquia, a Carlos Mauro Hoyos, Procurador, y a los líderes campesinos de Cimitarra, encabezados por Josué López, que cayeron abatidos cuando estaban en compañía de Silvia Duzán.) Al fin y al cabo, solo quería mencionar los de finales de los 80s y comienzo de los 90s. La razón por la que la empecé es porque en cada uno de esos eventos, siempre oía lo mismo: "este país no puede seguir así," "ahora sí que tocamos fondo," "tiene que venir un cambio," cosas de esas.
Pues bien, ya estoy más viejo, ya han pasado más de veinte años y constato que el país siguió así. Por eso, ahora cuando ocurre lo de Soacha ya ni digo ni oigo a nadie decir que "ahora sí tocamos fondo." Muy seguramente el país va a seguir así después de Soacha. Ya casi nadie habla de Soacha. Ahora el tema son los Nule. Como aprendió Pinochet en su vejez, la gente perdona los asesinatos pero no la corrupción. Matar tres mil disidentes en Chile no tiene problema. Abrir una cuenta en Suiza sí. Mil quinientas ejecuciones extrajudiciales por cuenta del ejército, como parte de un operativo de "recompensas," no son mayor cosa. Unos fondos malversados sí pueden tumbar gobiernos.
Eso es lo que a veces me hace detestar a Colombia. La sensación de que a la historia de Soacha le va a pasar lo que a sus víctimas: va a terminar en una fosa común. Esa fosa común donde están las demás atrocidades del país, muchas sin nombre, que la abrimos para echar la próxima atrocidad y luego la cubrimos mal y a prisa. ¿Y si la podredumbre ya no cabe? ¿Y si hiede ya hasta de lejos? Pués para eso está el aguardiente bien anisado. ¿No ve que Colombia es una verraquera?
Thursday, April 14, 2011
Hacia una Teoría General del Post-Uribismo
Algún día tendré que desarrollar una noción satisfactoria sobre el poder, sobre, como decía Maquiavelo, cómo se obtiene, se conserva y se pierde. Tengo muchos baches en mis ideas al respecto. Por eso, entre tanto tengo que pensar en borrador. Así que aquí va:
Mal que bien, la democracia colombiana sobrevivió a ocho años de Uribe. En lo que yo llevo de vida, ningún presidente había hecho tanto por atacar las instituciones democráticas del país. Comenzó tratando de cerrar el Congreso. Luego arremetió contra las Cortes. Retorció la Constitución cada que pudo, haciéndose reelegir con mecanismos oscuros y luego trató de hacerse reelegir una segunda vez, con mecanismos aún más oscuros. Desconoció la legitimidad de la oposición, acusando a sus adversarios de cómplices con el terrorismo. Vivió de crear una atmósfera de "emergencia nacional" que justificaba cualquier abuso de poder. Se rodeó de una casta de áulicos en la prensa que trataban de formarle su propio culto a la personalidad. En fin, la lista es larga. El gobierno de Uribe fue, para usar la expresión de Mitterrand, un "golpe de Estado permanente."
Pero lo raro es esto: muchos dictadores intentan todo esto y les funciona mejor en menos tiempo. Según mis cuentas, las dictaduras serias más o menos en cinco años ya logran amarrar todas las cuerdas. Franco ya tenía su propio culto a la personalidad antes de ganar la guerra. Fidel Castro ya había consolidado el régimen de partido único cuando solo llevaba menos de cinco años. Ejemplo tras ejemplo en otras latitudes ratifica lo mismo: una dictadura se suele consolidar en menos tiempo.
¿Por qué? La respuesta obvia, por lo menos cuando discuto esto con amigos, es que las élites urbanas, especialmente de Bogotá, son aversas a los caudillos, especialmente los de provincia. Hasta ahí todo bien. Pero si uno se hubiera pasado los últimos años leyendo la literatura reciente sobre democratización (por ejemplo Acemoglu-Robinson o Boix) creería que, en general, las élites le tienen miedo a la democracia. Yo hace rato tengo discrepancias con esa literatura. Pero por lo mismo, la pregunta que surge es: ¿Por qué las élites colombianas son tan "democráticas"?
Históricamente, a diferencia de lo que la literatura dice, las élites colombianas han tenido muy poco que temer de las elecciones. Pocos movimientos políticos radicales, anti-establecimiento, han estado siquiera cerca de ganar las elecciones. Gaitán parecía fijo ganador para 1950, pero acuérdense que quedó tercero en 1946. En una de esas podemos contar a Rojas, modelo 1970 (por favor, ahórrense comentarios sobre su nieto...). Sí. Ya sé lo que van a decir: a Gaitán lo mataron, a Rojas le robaron las elecciones. Pero, primero, no sabemos quién mató a Gaitán. Segundo, son casos excepcionales. Lo normal es que, durante el siglo XX, especialmente en la segunda mitad, las élites económicas y políticas del país han tenido casi absoluta certeza de que las elecciones no iban a producir grandes sobresaltos.
Esto puede sonar raro para quienes nos hemos acostumbrado, por gracia de los modelos canónicos de economía política, a pensar en las elecciones como "luchas de clases democráticas." Pero hay varios factores a tener en cuenta. Voy a tratar de elucidar algunos.
Primero, la combinación de clientelismo y represión. El clientelismo, rompe las coaliciones redistributivas porque hace que muchos sectores populares dependan de las élites. La represión, obviamente, también contribuye a destruir las alternativas políticas progresistas. Hasta acá todo es relativamente obvio.
Pero hay algo que vale la pena señalar: el patrón de represión en Colombia ha sido bastante atípico. Los números son aterradores. Colombia en democracia produce más muertes políticas y más desapariciones que Argentina o Chile en dictadura. En estos días he estado leyendo y escribiendo sobre los "falsos positivos" (ya les contaré). Solo en ese episodio, uno de tantos, ya estamos hablando de más de 1500 ejecuciones extrajudiciales.
Lo curioso es que estos niveles de represión son muy descentralizados. No hay una autoridad nacional orquestando todo esto, sino, más que todo, grupos regionales que instalan microdictaduras en algunas zonas del país que, si ajustáramos por población, podríamos decir que son peores que las dictaduras del Cono Sur.
Esto sugiere una hipótesis: de pronto las dictaduras regionales y la democracia nacional son dos caras de una misma moneda. La segunda es posible gracias a las primeras. De no ser por los niveles de control político y social que las élites locales logran sobre sus respectivos movimientos populares, no se sentirían tan cómodas a la hora de ir a elecciones. Si esto es cierto, las dictaduras nacionales de otros países son el resultado de conflictos distributivos que se "nacionalizan" cuando movimientos populares locales terminan por enlazarse en una insurgencia política de gran alcance. En cambio, en Colombia los movimientos populares locales no han logrado entrar en resonancia unos con otros a nivel nacional.
Esta primera hipótesis lleva a un corolario: de pronto una de las razones por las que la represión en Colombia ha sido tan letal es, precisamente porque, las microdictaduras locales acuden a más represión de la que sería necesario en un esquema centralizado. Cuando los militares argentinos o chilenos desaparecían y mataban disidentes, su mensaje resonaba en todo el país. En cambio, los asesinatos y desapariciones en una región de Colombia no necesariamente tienen repercusiones en el resto del país ya que los perpetradores bien pueden ser una organización con alcances puramente locales. En cierto modo, es como si el modelo descentralizado de represión a la colombiana fuera "ineficiente" en el sentido de que, para lograr un nivel dado de aquiescencia política necesita acudir a más violencia que la que usaría un modelo centralizado.
No tengo ni idea de si esto es plausible o no. Tendré que pensarlo mejor. Por ahora tengo que parar aquí.
Monday, April 11, 2011
Estado, Democracia y Derechos de Propiedad (Variaciones Sobre un Tema)
Como ya dije hace algún tiempo, me hace sentir muy incómodo la nueva ortodoxia que se está generando entre politólogos según la cual los derechos de propiedad están más seguros en una democracia que en una dictadura. De hecho, mientras más lo pienso, más me convenzo de que tengo que escribir algo serio al respecto. Mientras llega el momento de escribir ese artículo serio, aquí van algunas de las razones de mi discrepancia.
Un argumento que se suele dar en defensa de esta tesis (por ejemplo en el trabajo de Witold Henisz) es que, supuestamente, las dictaduras tienen menos "puntos de veto" que las democracias. Pamplinas. Muchas dictaduras tienen muchísimos puntos de veto. Tal vez no son vetos formales como los que existen en una democracia. Pero ahí están.
Para creer ese cuento uno tendría que creer que las dictaduras son actores unitarios. Casi nunca lo son. Comencemos por el caso obvio: muchas dictaduras son ejercidas por juntas militares o por partidos únicos. Dentro de una junta militar suele suceder que una cosa opina la Marina, otra el Ejército, otra la Fuerza Aérea. Casi siempre tienen extracciones sociales distintas, procesos de socialización distintos, nexos diferentes con las élites económicas y sociales, ideologías distintas, en fin... No son para nada actores unitarios. De hecho suele haber muchas contradicciones en una junta militar, al punto de que hay golpes de estado dentro de golpes de estado. Lo mismo ocurre con regímenes de partido único.
Ni siquiera las dictaduras más unipersonales del mundo están exentas de este tipo de cosas. El régimen de Kim Jong Il tiene que cuidar los intereses de los directivos de las grandes empresas del Estado a la hora de tomar decisiones sobre apertura de la economía. Son muy raros los casos de países gobernados por un individuo como si fuera una finca. Trujillo en República Dominicana, si acaso. Pero era una excepción con toda clase de anomalías, además era un país muy pequeño.
Seguiré escribiendo sobre esto. Pero por ahora dejo consignada mi protesta: no me creo en lo más mínimo el cuento de que las dictaduras no tienen puntos de veto.
Un argumento que se suele dar en defensa de esta tesis (por ejemplo en el trabajo de Witold Henisz) es que, supuestamente, las dictaduras tienen menos "puntos de veto" que las democracias. Pamplinas. Muchas dictaduras tienen muchísimos puntos de veto. Tal vez no son vetos formales como los que existen en una democracia. Pero ahí están.
Para creer ese cuento uno tendría que creer que las dictaduras son actores unitarios. Casi nunca lo son. Comencemos por el caso obvio: muchas dictaduras son ejercidas por juntas militares o por partidos únicos. Dentro de una junta militar suele suceder que una cosa opina la Marina, otra el Ejército, otra la Fuerza Aérea. Casi siempre tienen extracciones sociales distintas, procesos de socialización distintos, nexos diferentes con las élites económicas y sociales, ideologías distintas, en fin... No son para nada actores unitarios. De hecho suele haber muchas contradicciones en una junta militar, al punto de que hay golpes de estado dentro de golpes de estado. Lo mismo ocurre con regímenes de partido único.
Ni siquiera las dictaduras más unipersonales del mundo están exentas de este tipo de cosas. El régimen de Kim Jong Il tiene que cuidar los intereses de los directivos de las grandes empresas del Estado a la hora de tomar decisiones sobre apertura de la economía. Son muy raros los casos de países gobernados por un individuo como si fuera una finca. Trujillo en República Dominicana, si acaso. Pero era una excepción con toda clase de anomalías, además era un país muy pequeño.
Seguiré escribiendo sobre esto. Pero por ahora dejo consignada mi protesta: no me creo en lo más mínimo el cuento de que las dictaduras no tienen puntos de veto.
Lamentos de un Bogotano Raizal
Siempre me ha gustado Bogotá. Desde antes de que se pusiera de moda gustarle a uno Bogotá. Desde cuando todos odiaban a Bogotá. Desde antes del apagón del 92 (y durante, y después). Pero una cosa que ahora aprecio más en Bogotá, algo que he venido a valorar más desde que vivo por fuera, son los cerros. Conste que no soy de largas caminatas al aire libre. Pero aún sin serlo, no me dejan de admirar. No son cerros, eso es exceso de modestia de los bogotanos. Son unas verdaderas montañas, unas moles imponentes. Los bogotanos parecen no darse cuenta de que es una de las pocas grandes metrópolis del mundo que tiene ahí al lado, como pared oriental semejante vista maravillosa. Bogotá tiene muchas cosas muy buenas, pero de entre tantas cosas buenas, una de las más exclusivas, únicas, son sus cerros.
Bien, todo esto lo digo porque cada vez se nota más cómo en Bogotá se está dilapidando ese patrimonio. Si, todos hemos sido cómplices. Estoy escribiendo esto desde un apartamento en Chapinero Alto. Pero en mi defensa puedo decir que Chapinero Alto se pobló hace décadas y que la altura de sus edificios mal que bien preserva algo de estética. En cambio los torreones que se han construido en los últimos años son un atropello.
¿Es que acaso el gran problema de Bogotá era la escasez de vivienda de estratos 6,7 y 8? Habiendo tantos problemas de vivienda en la ciudad, habiendo tantas zonas con un parque inmobiliario horrible que podría desarrollarse y, si, permitiéndole ganancias a los constructores, ¿por qué había que dar esas licencias de construcción justo en los cerros para hacer edificios gigantescos, carísimos, generalmente al lado de tugurios por lo que nadie se preocupó? Estamos regalándole un tesoro de la ciudad a unos cuantos constructores y a los privilegiados inquilinos de ahí que van a tener "una vista del carajo" a expensas de los demás.
Ay! Si Bogotá estuviera gobernada por el Polo Democrático, nada de esto sucedería!
No Sé Nada Sobre Biodiversidad
Pero para eso es este blog: para decir barbaridades sobre temas que no conozco. Resulta que en estos días terminé hablando con unos amigos que saben más sobre el asunto y sobre las peleas que se vienen en torno al TLC y sus apartes sobre biodiversidad.
En fin, todo esto para decir una herejía. En Colombia decimos que el país tiene que aprender a sacarle partido a su biodiversidad a la hora de negociar en el mundo. Yo tiendo a estar de acuerdo pero el problema que veo es que, desde un punto de vista normativo, no queda claro por qué un país deba considerarse dueño de determinados recursos naturales. Si mañana aparece la planta que va a curar el cáncer en el Amazonas colombiano, hay que reconocer que se trata de un accidente el hecho de que esa planta se encontrara en Colombia y no en Brasil, o Ecuador, o Perú.
Por tanto, en principio yo estaría de acuerdo con las propuestas de internacionalizar los recursos naturales. Al fin y al cabo, cuando se produjeron las mutaciones genéticas de esas plantas, o cuando los dinosaurios se convirtieron en petróleo en los desiertos de Arabia Saudita (o de Estados Unidos), ni Colombia, ni Arabia Saudita ni Estados Unidos existían.
Yo sé que muchos latinoamericanos se oponen a la idea de internacionalizar estos recursos en principio porque se corre el riesgo de perder mucho poder de negociación. Pero no estoy seguro de que todo sea pérdida. Si, por ejemplo, los países de la Amazonia aceptaran crear un fondo global a donde van a dar los beneficios de la biodiversidad, podrían crear una coalición del Tercer Mundo más poderosa ante las farmacéuticas que la que actualmente existe. No estaría mal tener, por ejemplo, a India, del mismo lado de América Latina en esas negociaciones. Claro, tocaría repartir algunos beneficios con otros países. Pero se podrían extraer más recursos al quitarle poder relativo al capital de las grandes empresas privadas.
No sé. Lo digo simplemente porque de pronto el dogma actual puede no ser tan bueno como creemos.
En fin, todo esto para decir una herejía. En Colombia decimos que el país tiene que aprender a sacarle partido a su biodiversidad a la hora de negociar en el mundo. Yo tiendo a estar de acuerdo pero el problema que veo es que, desde un punto de vista normativo, no queda claro por qué un país deba considerarse dueño de determinados recursos naturales. Si mañana aparece la planta que va a curar el cáncer en el Amazonas colombiano, hay que reconocer que se trata de un accidente el hecho de que esa planta se encontrara en Colombia y no en Brasil, o Ecuador, o Perú.
Por tanto, en principio yo estaría de acuerdo con las propuestas de internacionalizar los recursos naturales. Al fin y al cabo, cuando se produjeron las mutaciones genéticas de esas plantas, o cuando los dinosaurios se convirtieron en petróleo en los desiertos de Arabia Saudita (o de Estados Unidos), ni Colombia, ni Arabia Saudita ni Estados Unidos existían.
Yo sé que muchos latinoamericanos se oponen a la idea de internacionalizar estos recursos en principio porque se corre el riesgo de perder mucho poder de negociación. Pero no estoy seguro de que todo sea pérdida. Si, por ejemplo, los países de la Amazonia aceptaran crear un fondo global a donde van a dar los beneficios de la biodiversidad, podrían crear una coalición del Tercer Mundo más poderosa ante las farmacéuticas que la que actualmente existe. No estaría mal tener, por ejemplo, a India, del mismo lado de América Latina en esas negociaciones. Claro, tocaría repartir algunos beneficios con otros países. Pero se podrían extraer más recursos al quitarle poder relativo al capital de las grandes empresas privadas.
No sé. Lo digo simplemente porque de pronto el dogma actual puede no ser tan bueno como creemos.
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