Si Uds. creían que el uribismo era un monolito incapaz de cambiar y de abrirse a nuevas ideas se equivocan. El Espectador nos está demostrando que el uribismo purasangre tiene capacidad de renovación. Durante un tiempo el vocero del uribismo en aquel periódico era Ernesto Yamhure quien, antes de honrar la página de opinión de aquel periódico, cultivó las dotes de su pluma escribiendo memorandos para los paramilitares. Ahora el uribismo tiene una nueva vocera más joven, más fotogénica y, supongo yo, con actividades extracurriculares menos emocionantes: Paloma Valencia Laserna. De vez en cuando la leo, no mucho. Pero la columna de hoy es muy interesante. Resulta que para los uribistas el gobierno Santos no solamente les ha incumplido a ellos sino que también está socavando la democracia porque no cumple con la plataforma que ellos apoyaron.
Antes de entrar en materia, tomémonos una pausa para apreciar la deliciosa ironía de tener impartiendo lecciones de democracia a quienes quisieron por toda clase de medios mantener a su capataz indefinidamente en el poder y que aún hoy siguen pensando en modificarle "articulitos" a la Constitución para que el Mesías del Ubérrimo pueda volver al Solio de Bolívar. Es como asistir a un taller sobre igualdad de género dictado por el "Bolillo" Gómez.
Pero bueno, veamos la sustancia del argumento ya que tiene puntos sugestivos. Se queja la columnista de que resulta antidemocrático que un presidente se haga elegir con una plataforma y gobierne con otra. ¡Las vueltas que da la vida! A mí me llama la atención porque este punto tiene su historia bastante larga y sospecho que si Paloma Valencia la supiera, pensaría dos veces antes de escribir estas cosas.
Hacia finales de los 80 y comienzos de los 90 tuvimos en América Latina tres casos de lo que ahora deplora Valencia. Carlos Andrés Pérez ganó las elecciones en Venezuela presentándose como el hombre que le iba a plantar cara al FMI y luego lanzó un paquete de ajuste económico (y desajuste democrático) que llevó al Caracazo y dejó a la Cuarta República herida de gravedad. (Heridas de las que, a la postre, falleció.) Alberto Fujimori ganó las elecciones en Perú dizque como alternativa al plan de choque neoliberal que ofrecía (¿o amenazaba? nunca quedó claro) Vargas Llosa y, una vez en el poder decretó unas medidas de contracción aún más drásticas que las de su rival, además de darle entierro de pobre a la frágil democracia peruana. Carlos Menem se hizo elegir con la consigna de "salariazo y revolución productiva" y una vez en el poder lanzó el plan de ajuste y privatizaciones más drástico de América Latina en ese momento. Con tres golpes de pluma, tres democracias latinoamericanas que habían votado en contra del neoliberalismo se convirtieron en el laboratorio favorito del "Consenso de Washington." No recuerdo a nadie en la derecha continental deplorando este giro como algo antidemocrático. Por supuesto, Paloma Valencia no menciona nada de esto.
No le falta razón a Valencia. Hay algo chocante en el hecho de que gobiernos democráticos puedan dar virajes de 180 grados en contra del mandato que supuestamente le confirieron sus electores. Pero eso no se lo inventó Santos. Ni siquiera lo introdujo como innovación en Colombia. Ya antes había ocurrido en nuestro país.
Por ejemplo, ¿se acuerdan del presidente ese que durante la campaña electoral habló todo el tiempo de restaurar el imperio de la ley y que tan pronto llegó al poder resultó que, sin que nos hubiera dicho, había estado cocinando un acuerdo con los grupos paramilitares? Sí, sí, el de Ralito, ese de acento paisa que era hasta vecino de finca de Castaño ¿cómo es que se llamaba?
Las democracias del mundo casi no tienen mecanismos para forzar al gobierno a cumplir su plataforma electoral. El único mecanismo institucional es el castigo en las urnas una vez terminado el mandato. De resto queda la movilización social, que me parece sana. Yo soy un convencido de que la democracia no puede reducirse únicamente a votar cada cierto número de años. De modo que si Paloma Valencia y sus amigos están tan indignados con el Presidente Santos, los invito a que salgan a las calles a protestar. Es legítimo. Es democrático. Me queda, eso sí, la duda de cuáles serían los slogans. ¿"La tierra pa'l que la despoja"? ¿"Por nuestros puestos, ni un minuto de silencio, toda una vida de reelecciones"? Hay algo que no me suena...
En el fondo, lo que me divierte de todo este espectáculo es ver a la ultra derecha resentida buscando parapeto en argumentos de estirpe progresista lo cual los obliga a la superficialidad y al desdén. Como si tuvieran que pedir posada en una pensión inmunda porque se les innundó la mansión; pasan la noche, hasta puede que finjan agradecimiento, pero no ven la hora de salirse de allí.
Toda democracia tiene problemas. Los que señala Valencia son serios y merecen ser discutidos. Pero resulta patético que de todas las cortapisas al mandato popular que existen en una democracia capitalista, Valencia se fije únicamente en las que tienen sin puesto a sus amigos. Vivimos en un mundo en el que los gobiernos elegidos quedan a merced del capital financiero internacional, en el que muchos programas sociales tienen que pasar por las horcas caudinas del FMI (o ahora en Euorpa del BCE), en el que los tratados de libre comercio, como el que tanto buscaron Uribe y Santos, dejan a los países sin margen de maniobra en sus negociaciones con la inversión extranjera y en el manejo de sus recursos naturales, en el que el prohibicionismo de los Estados Unidos obliga a países como Colombia a enfrentarse a mafias multimillonarias y así sucesivamente.
Todos estos problemas hacen que los supuestos mandatos democráticos queden desvirtuados, como se ve cuando muchos gobiernos tienen que aplicar plataformas opuestas a las que propusieron. Pero Paloma Valencia no se había enterado de nada de esto hasta que Santos decidió apartarse unos cuantos milímetros de la ortodoxia uribista. Porque, diga lo que diga Valencia, Santos ha continuado muchas de las políticas de Uribe. Solo se ha deslindado de las más aberrantes e insostenibles como su guerrerismo, su complicidad con el despojo de tierras y su obsesión por azuzar un conflicto regional. De resto no hay mucha diferencia. Uno que otro puestico con el que de pronto los amigos de Valencia ya estaban contando.
Así que, compañeros de pensión, Paloma Valencia nos llegó aquí mojada, tiritando de frío y sin tener dónde pasar la noche. Qué dicen ¿la recibimos o no?
Tuesday, May 22, 2012
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muy buena la argumentación
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