En cierto modo este es uno de los temas recurrentes de este blog y veo que volveré a él una y otra vez sin nunca llegar a una postura definida. El pretexto de hoy es la última columna de Santiago Montenegro a propósito del discurso de aceptación del Nobel de Vargas Llosa. Montenegro repasa brevemente, con las limitaciones de espacio de cualquier columna de periódico, la polémica en torno al papel de las utopías en política y luego, como era de esperarse en él, toma postura en el bando que las considera fuentes perennes de toda clase de estragos. Si yo fuera más petulante, no me atrevería a decir que no me he leído la "Miseria del Historicismo" de Popper pero estoy seguro que hay un hilo conductor desde Popper hasta Montenegro pasando por Vargas Llosa.
En pocas palabras, el argumento, viejo favorito de liberales clásicos, es que hay que abjurar de visiones historicistas del mundo que consideran la historia o bien una permanente caída de algún edén perdido o bien la marcha inexorable hacia una futura arcadia. Cuando dichas visiones echan raíces, sigue el argumento en cuestión, se legitiman todo tipo de arbitrariedades y crímenes en nombre de los elevados fines de aquellos auto-nombrados agentes de la historia.
Cuando pienso en esto se me forma tal batiburrillo de ideas que hoy solo me dedicaré a hacer tres planteamientos aislados, prácticamente sin ninguna conexión entre sí.
1. ¿Es Esta una Buena Interpretación de los Hechos? En principio, suena convincente. Es cuestión de pasar rápidamente de Hegel a Marx, de Marx a Lenin y de Lenin a Stalin y, ¡listo! se puede probar que el historicismo conduce al genocidio. Más adelante me referiré a los problemas de genealogía intelectual pero por ahora me limitaré a algo más sencillo. ¿Hasta qué punto es plausible explicar los crímenes de Stalin como resultado de un tipo especial de fervor ideológico?
Me explico: un tema recurrente de ciertos círculos de la derecha intelectual del siglo XX (y el XXI, por lo visto) es buscar en las obras de Marx las raíces de los crímenes de varios regímenes comunistas. En justicia, este hábito también permea muchos sectores de izquierda. Siempre me ha llamado la atención la disparidad entre la causa y el efecto en este análisis. Un ensayista exiliado y arruinado escribe unas cuantas páginas difícilmente comprensibles, casi todas inéditas, en sitios como Bruselas, París y Londres y como resultado millones de personas mueren de hambre en Ucrania, y otros millones son ejecutadas o deportadas a Siberia. ¿No será que había otros factores más importantes?
Voy a concentrarme únicamente en el caso de Stalin en aras de la brevedad (aunque mutatis mutandis lo mismo se puede aplicar a muchos otros episodios de violencia desmesurada tras una revolución). De toda la serie de monstruosidades que cometió el régimen stalinista, hay dos que son en cierto modo el trasunto de la época: el "Gran Salto Adelante" y la "Gran Purga." Entre los dos estamos hablando de casi una década(1929-1938). No es que el resto del gobierno de Stalin fuera una época de paz y tolerancia. El sistema del Gulag se mantuvo hasta después de su muerte; con la parcial salvedad de los años de la Segunda Guerra, Stalin siempre usó el terror como instrumento político. Pero esa década fue la etapa de consolidación y por eso merece especial cuidado.
El Gran Salto Adelante fue una política de colectivización forzada del campo destinada a extraer excedentes agrarios para financiar la creación de una base de industria pesada en la Unión Soviética. Sabemos que no solo fue un desastre (generando una hambruna sin precedentes en tiempos de paz) sino que además es uno de los grandes crímenes económicos de la historia: millones de personas desplazadas hacia Siberia por ser "enemigos de clase." Pero para encontrar las razones de esta monstruosidad no es necesario acudir a las impenetrables páginas de Marx. Se trataba de una respuesta a un problema específico: la falta de una base industrial que le permitiera a la Unión Soviética resistir lo que Stalin consideraba el inevitable embate militar de Alemania. Era un cálculo brutal de "realpolitik." Tras años de guerra civil, de permanente hostigamiento por parte de las potencias occidentales, de crisis económicas y políticas profundísimas, el alto mando soviético había adquirido una "mentalidad de sitio militar" que lo llevaba a adoptar medidas que en otro contexto serían impensables. El resto, los discursos sobre marxismo, los slogans socialistas, etc. eran rituales legitimadores, en últimas accesorios. Tan es así, que a muchos intelectuales marxistas les tocó hacer "autocrítica" en esa época (como Lukács) ya que su conocimiento de las obras de Marx, caso los Manuscritos del 44, le resultaba incómodo al régimen.
2. ¿Eran Hegel y Marx Historicistas? En parte sí. Pero hay varios matices importantes, suficientes como para dudar del diagnóstico popperiano.
Para empezar, al final de su vida Hegel estaba convencido de que ya el estado prusiano de su época era la forma más elevada posible de organización social, el punto final de la historia. Así que nada de utopismos peligrosos por ese lado. Por lo demás, hay otro aspecto importante de Hegel que sus críticos omiten en forma escandalosa, como se ve en la columna de Montenegro. Es un exabrupto decir que Hegel ignoró olímpicamente los excesos de la Revolución Francesa. Al contrario: los conocía al dedillo, sabemos que de joven estaba obsesionado con ellos, leía todo panfleto anti-jacobino que cayera en sus manos, no cesaba de estallar en diatribas contra Robespierre, escribió sobre el Terror en sus grandes tratados, en fin, si hay una experiencia política decisiva para Hegel, el evento que lo convierte en el filósofo tan peculiar que es, es precisamente la Revolución Francesa y el Terror. Presentar a Hegel como un ignorante de estos hechos es peor que un insulto personal a él (lo cual no sería muy importante); es equivocarse en el punto central de su pensamiento político.
El Terror jacobino fue precisamente lo que desencantó a Hegel con la visión ilustrada de la historia que se respiraba en el ambiente kantiano de su juventud. Es además, como si fuera poco, uno de los factores que lo lleva a formular una crítica dialéctica del kantismo. Otro día me extenderé más sobre este punto. Pero lo que importa aquí es que, si algo señala la visión dialéctica de Hegel es que los procesos históricos tienen que emanar siempre de condiciones específicas, que los postulados racionales abstractos son inútiles y, en últimas, autodestructivos, hasta que no se ponen a prueba en la solución de problema concretos de la sociedad. De modo que el historicismo de Hegel (y no voy a negar que algo de eso hay allí) no es el historicismo lineal que caricaturizan los popperianos sino algo más complejo. Es más, Hegel se mofa constantemente de quienes se consideran a sí mismos agentes de la historia porque, en su concepción, la "astucia de la razón" se encarga de conferirle a los individuos un papel a veces muy distinto del que ellos mismos creen estar jugando.
Curiosamente, a Marx, otro gran estudioso de la Revolución Francesa, el Terror jacobino no le impactó tanto. Puede ser en parte porque para su tiempo esto ya es una memoria distante y en parte porque para él el jacobinismo es, en útlimas, un producto del orden social burgués. Para Marx, si se trata de ver la violencia política en acción, es mucho más relevante e instructivo ver la represión del proletariado parisino en 1848.
Sea como sea, al igual que Hegel, Marx piensa en la historia en términos dialécticos. Es decir, para él la superación del capitalismo no es simplemente un resultado ineluctable de algún proceso histórico supérstite sino más bien, la consecuencia de las contradicciones inherentes al mismo sistema, en especial, el hecho de que la extracción de excedentes del proletariado es consistente con un sistema legal de plenas libertades y de perfecta igualdad formal entre las partes. Sí, podemos decir que Marx tiene un ingrediente historicista. Pero si se trata de discutirlo en serio hay que entender este punto, es decir, hay que discutir cuáles son los rasgos de la sociedad capitalista que él considera son los eslabones débiles por donde el sistema se va a romper. Es decir, Marx tiene una teoría social, defectuosa o no, y no una simple fé en el genio de la historia.
3. ¿Progeso sin Utopías? Se cuenta que en plena debacle argentina del 2001 alguien escribió un grafitti en el que decía: "Menos realidades, más promesas." Me parece una excelente consigna para estos tiempos. Como ya he señalado en otras ocasiones, el neoliberalismo económico ahora se viste de ropajes casi teológicos, presenta como leyes ineluctables lo que no son más que decisiones políticas de algunos núcleos de poder.
Por ejemplo, ahora que se discuten paquetes de ajuste fiscal en todas partes, se dice que es para "tranquilizar a los mercados" cuando en realidad lo que se está diciendo es que se trata de que los tenedores de bonos, que supuestamente representan el espíritu de riesgo del capitalismo moderno, no tengan que correr ningún riesgo cuando las cosas salen mal. En cambio, trabajadores y pensionados que nunca pidieron ser parte de ninguna aventura financiera son los que tienen que pagar los platos rotos. Podemos discutir si esto es bueno o no. Alguien puede decir que, después de todo, los tenedores de bonos incluyen ciudadanos de clase media igual que los perjudicados por los recortes de gasto. Está bien. Pero entonces pongámoslo en esos términos, preguntémonos si es socialmente justo que un empleado irlandés (o español, o portugués, o griego) tenga que apretarse el cinturón para solventar a un empleado alemán. Puede que sí, puede que no. Pero es una decisión política. No es un imperativo de algún ente misterioso llamado "el mercado." Ya entrados en gastos, preguntémonos si ha resultado tan bueno como se esperaba este asunto de financiar el crecimiento mediante la movilidad del capital privado en vez de hacerlo, como se hacía antes, mediante flujos altamente regulados.
En fin, el hecho es que, para formular esas preguntas es necesario estar dispuesto a imaginarse arreglos sociales y económicos distintos, a veces radicalmente distintos. Es decir, es necesario estar dispuesto a considerar incluso cosas que parecen utópicas. (Me gusta el slogan de algunos grupos socialistas gringos: "Another world is possible.") Si no se ponen sobre la mesa estas alternativas, si no se discuten seriamente, ¿en qué queda la tal democracia y la tal tolerancia que tanto fascinan a los popperianos como Vargas Llosa y Montenegro?
El error de ese tipo de liberalismo es uno que ha sido señalado desde hace mucho por críticos de izquierda de la "democracia burguesa": las formas políticas democráticas por sí mismas no garantizan igualdad política real si reposan sobre la base de una estructura económica inequitativa que se inmuniza a sí misma de toda posible crítica. Dicha inmunización puede ocurrir de muchas maneras. Una de ellas es, precisamente, la de los "intelecutales orgánicos" que nos advierten que es mejor no agitar mucho las cosas.
Wednesday, December 15, 2010
Friday, December 3, 2010
Nota Para los Afiebrados de Wikileaks
Cuando la prensa dice cosas como: "Estados Unidos consideraba a Brown un pésimo Primer Ministro" en realidad está diciendo: "Alguien en la embajada de Estados Unidos le dijo a otra persona en el Departamento de Estado que le parecía que Brown era un pésimo Primer Ministro."
Es todo.
Es todo.
Tuesday, November 23, 2010
Globalización y Pacto Social (el Caso de Irlanda).
La verdad no me sorprende, era de esperarse. Pero me llama la atención que el gobierno irlandés anda diciendo que para su próximo plan de ajuste todo está sobre la mesa excepto la tasa de impuestos corporativos.
No sé casi nada sobre economía irlandesa pero hasta donde entiendo, el "milagro irlandés" de comienzos de siglo fue producto de convertir a Irlanda en el paraíso fiscal europeo, al bajar la tasa de impuestos corporativos. Ahora resulta que el gobierno irlandés se enfrenta a una seria crisis de deuda. Ingenuamente, uno se hubiera imaginado que se le podían aumentar impuestos a las corporaciones que fueron las grandes beneficiarias de los años de "vacas gordas" para solventar las "vacas flacas." Pero eso sería retardatario, iría en contra de los nuevos tiempos, de las nuevas tendencias, y todas esas cosas. Lo moderno es que el capital no es parte del pacto social. El capital es una entidad supérstite, global, que derrama sobre nosotros sus bendiciones, aumentando nuestra productividad cuando así le place, pero al que no se le puede pedir nada que él no quiera concedernos. Por tanto, de la crisis irlandesa se va a salir "a la moderna." Es decir, los ciudadanos irlandeses van a sufrir recortes de gasto público para salvar a... ¿quien? A la economía irlandesa, nos dicen. Claro, ese es el nombre que le dan ahora a los tenedores de bonos irlandeses, muchos de ellos bancos de otros países. Peor aún, hay quienes creen que ni siquiera va a funcionar.
No sé casi nada sobre economía irlandesa pero hasta donde entiendo, el "milagro irlandés" de comienzos de siglo fue producto de convertir a Irlanda en el paraíso fiscal europeo, al bajar la tasa de impuestos corporativos. Ahora resulta que el gobierno irlandés se enfrenta a una seria crisis de deuda. Ingenuamente, uno se hubiera imaginado que se le podían aumentar impuestos a las corporaciones que fueron las grandes beneficiarias de los años de "vacas gordas" para solventar las "vacas flacas." Pero eso sería retardatario, iría en contra de los nuevos tiempos, de las nuevas tendencias, y todas esas cosas. Lo moderno es que el capital no es parte del pacto social. El capital es una entidad supérstite, global, que derrama sobre nosotros sus bendiciones, aumentando nuestra productividad cuando así le place, pero al que no se le puede pedir nada que él no quiera concedernos. Por tanto, de la crisis irlandesa se va a salir "a la moderna." Es decir, los ciudadanos irlandeses van a sufrir recortes de gasto público para salvar a... ¿quien? A la economía irlandesa, nos dicen. Claro, ese es el nombre que le dan ahora a los tenedores de bonos irlandeses, muchos de ellos bancos de otros países. Peor aún, hay quienes creen que ni siquiera va a funcionar.
Sunday, November 21, 2010
Una Encuesta que Vale Más que Mil Tratados
Desde hace veinte años o más venimos leyendo y oyendo hablar sobre la globalización. Nos pasamos el tiempo diciendo que ahora todo es global, la competencia, la economía, las comunicaciones incluso, desde el 11 de Septiembre del 2001, el terrorismo.
Pués bien, resulta que una encuesta en algunas provincias de Afghanistán muestra que la mayoría de los encuestados ¡¡¡no sabe aún sobre los ataques del 11 de Septiembre!!!
Yo me quedé atónito cuando lo leí.
Tan atónito que ahora, contrario a mi norma autoimpuesta, escribo párrafos de una sola frase. Dos veces, casi tres.
En serio. Hace rato está claro que las tropas occidentales en Afghanistán no gozan para nada de legitimidad ni popularidad. Ahora vemos un ingrediente que no se nos había ocurrido: resulta que muchos afghanos ¡ni siquiera saben por qué están allí las tropas!
Ya entrados en reflexiones, ¿en qué queda el cuento de la "aldea global"? Hay partes del mundo en las que es perfectamente posible llevar una vida pastoril, sin saber leer ni escribir, sin acceso a CNN o a internet, en condiciones similares a las de hace dos siglos. Hasta ahí, no hay problema. Un cínico me dirá que esto no es nada nuevo.
Lo problemático es que, como muestra Afghanistán, las circunstancias históricas llevan a que aquellas porciones del mundo están, de un modo u otro, ligadas muy estrechamente a lo que ocurre en las zonas "modernas" y "globalizadas."
No sé. No tengo muy claro qué decir sobre esto. Todavía tengo que seguirlo pensando. Pero no me van a negar que es tema para muchísimas reflexiones.
...Y Ahora Esto! Como si no fuera suficientemente absurdo todo esto, ahora resulta que el "choque cultural" es tal que Estados Unidos estuvo negociando con un impostor creyendo que era representante del Talibán. O sea, Estados Unidos lanza una guerra contra un país cuyos habitantes no se dan por enterados del casus belli y luego, siguiendo con la cadena de equívocos, cuando Estados Unidos trata de hacer la paz, tampoco se entera de quién es el "emisario." Si no hubiera miles de muertos de por medio, sería una excelente comedia.
Pués bien, resulta que una encuesta en algunas provincias de Afghanistán muestra que la mayoría de los encuestados ¡¡¡no sabe aún sobre los ataques del 11 de Septiembre!!!
Yo me quedé atónito cuando lo leí.
Tan atónito que ahora, contrario a mi norma autoimpuesta, escribo párrafos de una sola frase. Dos veces, casi tres.
En serio. Hace rato está claro que las tropas occidentales en Afghanistán no gozan para nada de legitimidad ni popularidad. Ahora vemos un ingrediente que no se nos había ocurrido: resulta que muchos afghanos ¡ni siquiera saben por qué están allí las tropas!
Ya entrados en reflexiones, ¿en qué queda el cuento de la "aldea global"? Hay partes del mundo en las que es perfectamente posible llevar una vida pastoril, sin saber leer ni escribir, sin acceso a CNN o a internet, en condiciones similares a las de hace dos siglos. Hasta ahí, no hay problema. Un cínico me dirá que esto no es nada nuevo.
Lo problemático es que, como muestra Afghanistán, las circunstancias históricas llevan a que aquellas porciones del mundo están, de un modo u otro, ligadas muy estrechamente a lo que ocurre en las zonas "modernas" y "globalizadas."
No sé. No tengo muy claro qué decir sobre esto. Todavía tengo que seguirlo pensando. Pero no me van a negar que es tema para muchísimas reflexiones.
...Y Ahora Esto! Como si no fuera suficientemente absurdo todo esto, ahora resulta que el "choque cultural" es tal que Estados Unidos estuvo negociando con un impostor creyendo que era representante del Talibán. O sea, Estados Unidos lanza una guerra contra un país cuyos habitantes no se dan por enterados del casus belli y luego, siguiendo con la cadena de equívocos, cuando Estados Unidos trata de hacer la paz, tampoco se entera de quién es el "emisario." Si no hubiera miles de muertos de por medio, sería una excelente comedia.
Monday, November 15, 2010
¿Hacia la Post-hegemonía?
Uno de los placeres de escribir un blog es que uno puede adoptar pose de autoridad sobre temas que desconoce. Así que hoy voy a escribir un poco sobre geopolítica, en particular sobre un tema que se ve con cada vez más frecuencia en los medios: el fin de la hegemonía americana.
Ante todo comienzo por explicar mi sesgo en estos temas. A mediados de los 90, cuando yo me trasladé a Estados Unidos, la economía norteamericana estaba creciendo a pasos agigantados mientras Europa se encontraba en recesión. La reacción de mis amigos europeos reflejaba un poco ese estado de cosas: un sentimiento de pesadumbre ante el "inexorable" declive de Europa. Desde entonces me ha llamado la atención esa fascinación de muchos europeos con su propio declive que a veces lo viven como si fuera un drama personal. Ahora, cuando parece que llegó la época del "declive" americano, el triunfalismo de los 90s ha dado paso a una pesadumbre similar en Estados Unidos. Nunca he entendido esa reacción.
Me explico. Hasta hace unos doscientos años, no existía el crecimiento económico sostenido. La economía mundial tenía buenas épocas y malas épocas (por ejemplo, la Peste Negra) pero siempre oscilando en torno a un estándar de producción dictaminado por una tecnología que, en lo esencial, no cambiaba mucho de un siglo a otro. El despegue tecnológico como lo conocemos hoy es resultado de las dos revoluciones industriales de los últimos dos siglos: la maquina de vapor a finales del siglo XVIII y la aplicación de la ciencia a la producción a finales del siglo XIX.
Para nuestros efectos, lo que importa señalar es que ese despegue estuvo geográficamente muy concentrado en la porción nor-atlántica del mundo. Como resultado, los imperios dominantes de esta época (Gran Bretaña, el resto de las potencias europeas y Estados Unidos) adquirieron unas ventajas económicas (y por ende, militares) sin precedentes respecto a sus colonias (o neo-colonias según el caso). Como resultado, los imperios de ahora no caen como los de antes. El Imperio Romano fue destruído por fuerzas invasoras cuyo aparato militar no difería mucho del del mismo Imperio. Si, claro, antes de que salten, en aquella época nadie lo veía así y, por el contrario, se consideraba que la máquina de guerra del Imperio Romano era imbatible. Pero cualquiera que fuera la brecha tecnológica, palidece comparada con las brechas de hoy en día. Así que los imperios modernos no caen por invasión y destrucción militar (ni siquiera la debilitada Unión Soviética cayó así); es militarmente inviable. Además, es económicamente indeseable. Es mucho más provechoso para cualquier país beneficiarse del comercio con las metrópolis que tratar de saquearlas.
Por tanto, la decadencia de un imperio moderno no tiene por qué ser un gran traumatismo para sus ciudadanos. El ejemplo más claro es el Imperio Británico. Comenzó su declive al rededor de la Gran Depresión, se debilitó muchísmo con la Segunda Guerra, perdió la India, su posesión más preciada, en 1948 y tuvo que aceptar que Eisenhower le diera tratamiento de segunda en la Crisis del Suez en 1956. A partir de ese momento ya nadie consideró a Inglaterra un gran imperio. Pero para los ciudadanos ingleses la decadencia del imperio no ha significado un duro golpe a su nivel de vida. Inglaterra ha seguido creciendo (con crisis, como toda economía) después del 56, sigue siendo uno de los mejores sitios del mundo para vivir, como lo demuestran los miles de personas que tratan de establecerse allí cada año, es más próspera hoy que hace 50 años, en fin. Muy seguramente, algo similar ocurrirá con el declive de la hegemonía norteamericana. El hecho de que Estados Unidos deje de ser la superpotencia mundial incontestada no quiere decir que los estadounidenses vayan a sumirse en la miseria.
Lo que hay detrás de esto es algo que poco veo discutido: las políticas imperiales no benefician a todo el imperio por igual. Sospecho que hay algunas de esas políticas que son bastante regresivas. Dudo mucho de que el americano promedio se beneficie en medida justa del gasto en defensa descomunal de los Estados Unidos. Gastar el 44% del presupuesto mundial en armas para tener, supuestamente, gasolina barata, cosa que ni siquiera está garantizada, me parece un pésimo negocio para muchos de los norteamericanos más pobres. ¿Cuánto le costó al americano promedio tener una flota naval dispuesta a defender las propiedades de la United Fruit en Centroamérica? ¿Compensaba ese costo su consumo privado de bananas? De modo que para una potencia industrializada como Estados Unidos no todo va a ser malo cuando pierda su status hegemónico.
¿Por qué doy por hecho que ese declive se va a producir? Ya se está viendo. Estados Unidos está redescubriendo la lección que olvidó tras la retirada de Vietnam y que ya antes había aprendido Inglaterra en 1920 (justamente en Irak): que en la era moderna es imposible controlar poblaciones lejanas simplemente a punta de fuerza militar. Afghanistán es cada vez más inmanejable desde el punto de vista norteamericano. Estados Unidos no ha podido contener la influencia iraní en Irak.
Ninguna de estas "derrotas" es decisiva. La razón por la que Afghanistán mantiene su orgullosa historia de derrotar a todos los imperios (Inglaterra, la Unión Soviética y, ahora, Estados Unidos) es simplemente porque es tan pobre que ninguno de estos imperios está dispuesto a gastar los recursos necesarios para doblegarlo. Si cualquiera de estos países de veras considerara a Afghanistán fundamental, podrían conquistarlo.
Pero lo interesante es que estos cálculos costo-beneficio de las grandes potencias siempre son relativos respecto a sus capacidades. Entonces, es bien probable que una pequeña "derrota" venga seguida por otras más significativas. Ultimamente Estados Unidos no ha logrado que Corea del Sur (¡Corea del Sur! que prácticamente se debe a USA) le ayude en el embargo comercial a Irán.
En el caso de Asia, veo cada vez más probable que en los próximos años surjan equivalentes chinos e indios de James Monroe que declaren sus respectivos "patios traseros" como zona de influencia en la que los Estados Unidos no son bienvenidos. ("¡Asia Central para los Asiáticos!")
Antes de que nos pongamos alarmistas, recordemos que el PIB per capita de China es la quinta parte del de Estados Unidos. Así que, aún cuando alcance una posición dominante en su zona de influencia, China seguirá siendo un país mucho más pobre que Estados Unidos. Pronostico que, por mucho que yo viva, moriré en un mundo en el que el núcleo industrializado noratlántico sigue siendo la región más rica del planeta.
De modo que el fin del "imperio" norteamericano no tiene por qué ser el fin del mundo, y ni siquiera el fin de los Estados Unidos. Eso no quiere decir que no vaya a tener consecuencias serias, algunas de ellas nada saludables. Pero es bueno pensar en ellas con cabeza fría.
Tengo que salir. Después sigo con esta serie de incoherencias.
Ante todo comienzo por explicar mi sesgo en estos temas. A mediados de los 90, cuando yo me trasladé a Estados Unidos, la economía norteamericana estaba creciendo a pasos agigantados mientras Europa se encontraba en recesión. La reacción de mis amigos europeos reflejaba un poco ese estado de cosas: un sentimiento de pesadumbre ante el "inexorable" declive de Europa. Desde entonces me ha llamado la atención esa fascinación de muchos europeos con su propio declive que a veces lo viven como si fuera un drama personal. Ahora, cuando parece que llegó la época del "declive" americano, el triunfalismo de los 90s ha dado paso a una pesadumbre similar en Estados Unidos. Nunca he entendido esa reacción.
Me explico. Hasta hace unos doscientos años, no existía el crecimiento económico sostenido. La economía mundial tenía buenas épocas y malas épocas (por ejemplo, la Peste Negra) pero siempre oscilando en torno a un estándar de producción dictaminado por una tecnología que, en lo esencial, no cambiaba mucho de un siglo a otro. El despegue tecnológico como lo conocemos hoy es resultado de las dos revoluciones industriales de los últimos dos siglos: la maquina de vapor a finales del siglo XVIII y la aplicación de la ciencia a la producción a finales del siglo XIX.
Para nuestros efectos, lo que importa señalar es que ese despegue estuvo geográficamente muy concentrado en la porción nor-atlántica del mundo. Como resultado, los imperios dominantes de esta época (Gran Bretaña, el resto de las potencias europeas y Estados Unidos) adquirieron unas ventajas económicas (y por ende, militares) sin precedentes respecto a sus colonias (o neo-colonias según el caso). Como resultado, los imperios de ahora no caen como los de antes. El Imperio Romano fue destruído por fuerzas invasoras cuyo aparato militar no difería mucho del del mismo Imperio. Si, claro, antes de que salten, en aquella época nadie lo veía así y, por el contrario, se consideraba que la máquina de guerra del Imperio Romano era imbatible. Pero cualquiera que fuera la brecha tecnológica, palidece comparada con las brechas de hoy en día. Así que los imperios modernos no caen por invasión y destrucción militar (ni siquiera la debilitada Unión Soviética cayó así); es militarmente inviable. Además, es económicamente indeseable. Es mucho más provechoso para cualquier país beneficiarse del comercio con las metrópolis que tratar de saquearlas.
Por tanto, la decadencia de un imperio moderno no tiene por qué ser un gran traumatismo para sus ciudadanos. El ejemplo más claro es el Imperio Británico. Comenzó su declive al rededor de la Gran Depresión, se debilitó muchísmo con la Segunda Guerra, perdió la India, su posesión más preciada, en 1948 y tuvo que aceptar que Eisenhower le diera tratamiento de segunda en la Crisis del Suez en 1956. A partir de ese momento ya nadie consideró a Inglaterra un gran imperio. Pero para los ciudadanos ingleses la decadencia del imperio no ha significado un duro golpe a su nivel de vida. Inglaterra ha seguido creciendo (con crisis, como toda economía) después del 56, sigue siendo uno de los mejores sitios del mundo para vivir, como lo demuestran los miles de personas que tratan de establecerse allí cada año, es más próspera hoy que hace 50 años, en fin. Muy seguramente, algo similar ocurrirá con el declive de la hegemonía norteamericana. El hecho de que Estados Unidos deje de ser la superpotencia mundial incontestada no quiere decir que los estadounidenses vayan a sumirse en la miseria.
Lo que hay detrás de esto es algo que poco veo discutido: las políticas imperiales no benefician a todo el imperio por igual. Sospecho que hay algunas de esas políticas que son bastante regresivas. Dudo mucho de que el americano promedio se beneficie en medida justa del gasto en defensa descomunal de los Estados Unidos. Gastar el 44% del presupuesto mundial en armas para tener, supuestamente, gasolina barata, cosa que ni siquiera está garantizada, me parece un pésimo negocio para muchos de los norteamericanos más pobres. ¿Cuánto le costó al americano promedio tener una flota naval dispuesta a defender las propiedades de la United Fruit en Centroamérica? ¿Compensaba ese costo su consumo privado de bananas? De modo que para una potencia industrializada como Estados Unidos no todo va a ser malo cuando pierda su status hegemónico.
¿Por qué doy por hecho que ese declive se va a producir? Ya se está viendo. Estados Unidos está redescubriendo la lección que olvidó tras la retirada de Vietnam y que ya antes había aprendido Inglaterra en 1920 (justamente en Irak): que en la era moderna es imposible controlar poblaciones lejanas simplemente a punta de fuerza militar. Afghanistán es cada vez más inmanejable desde el punto de vista norteamericano. Estados Unidos no ha podido contener la influencia iraní en Irak.
Ninguna de estas "derrotas" es decisiva. La razón por la que Afghanistán mantiene su orgullosa historia de derrotar a todos los imperios (Inglaterra, la Unión Soviética y, ahora, Estados Unidos) es simplemente porque es tan pobre que ninguno de estos imperios está dispuesto a gastar los recursos necesarios para doblegarlo. Si cualquiera de estos países de veras considerara a Afghanistán fundamental, podrían conquistarlo.
Pero lo interesante es que estos cálculos costo-beneficio de las grandes potencias siempre son relativos respecto a sus capacidades. Entonces, es bien probable que una pequeña "derrota" venga seguida por otras más significativas. Ultimamente Estados Unidos no ha logrado que Corea del Sur (¡Corea del Sur! que prácticamente se debe a USA) le ayude en el embargo comercial a Irán.
En el caso de Asia, veo cada vez más probable que en los próximos años surjan equivalentes chinos e indios de James Monroe que declaren sus respectivos "patios traseros" como zona de influencia en la que los Estados Unidos no son bienvenidos. ("¡Asia Central para los Asiáticos!")
Antes de que nos pongamos alarmistas, recordemos que el PIB per capita de China es la quinta parte del de Estados Unidos. Así que, aún cuando alcance una posición dominante en su zona de influencia, China seguirá siendo un país mucho más pobre que Estados Unidos. Pronostico que, por mucho que yo viva, moriré en un mundo en el que el núcleo industrializado noratlántico sigue siendo la región más rica del planeta.
De modo que el fin del "imperio" norteamericano no tiene por qué ser el fin del mundo, y ni siquiera el fin de los Estados Unidos. Eso no quiere decir que no vaya a tener consecuencias serias, algunas de ellas nada saludables. Pero es bueno pensar en ellas con cabeza fría.
Tengo que salir. Después sigo con esta serie de incoherencias.
Thursday, November 11, 2010
Un Viejo y Subestimado Problema de la Economía de Mercado
No. No soy el primero en hacer esta observación. Pero es que no veo que se la haga con suficiente frecuencia.
El problema es este: solemos decir que el mecanismo de mercado es, en condiciones ideales, el mecanismo más eficiente para asignar recursos escasos. En medio de todos sus desatinos, Hayek ganó la pelea intelectual acerca del mercado como agregador de información. Hasta ahí todo bien.
Generalmente le añadimos a esto una especie de corolario que parece deducirse en forma evidente de estas premisas: como el mercado es un excelente mecanismo para asignar los recursos que ya existen, también ha de ser un excelente mecanismo para asignar aquellos que aún no existen, es decir, para espolear la innovación tecnológica. Y si. Cuando uno mira al rededor ve que el mercado es capaz de generar muchísima innovación.
Claro, el ejemplo que a uno primero se le ocurre cuando escribe un blog, no es perfecto: Internet. Después de todo, internet es el resultado de proyectos del CERN y del Departamento de Defensa de Estados Unidos, entre otros. Pero no hay duda de que buena parte de lo que es internet hoy en día se debe a la iniciativa privada.
Todo esto es un debate muy trillado. Pero el punto que no suele mencionarse es uno que me volvió a la memoria leyendo este artículo de Raghuram Rajan. Hacia el final se refiere al tema de moda: las devaluaciones competitivas, un debate muy importante, por cierto. Pero al comienzo trae un ejemplo de algo que no aparece en la lista canónica de "fallas del mercado" pero que tal vez merecería estarlo: el hecho de que la innovación tecnológica depende del tamaño del mercado y, por lo tanto, innovaciones que tendrían enormes beneficios para sectores gigantescos de la población pueden no llegar a producirse porque su capacidad de compra es pequeña. Como el mismo Rajan lo menciona, refrigeradores baratos como los de su ejemplo, mejorarían la vida de millones de personas en el Tercer Mundo, algunas de las más pobres del planeta. Sin embargo hasta ahora muy pocas firmas se han tomado la molestia de desarrollarlos. En cambio, ha habido muchísimas innovaciones en los refrigeradores de clase alta, con toda clase de controles digitales y lo que quieran. No estoy seguro, pero creo haber oído alguna vez que el dinero que se gasta en investigación para desarrollar productos cosméticos (por ejemplo, para prevenir la caída del cabello) excede por mucho el dinero que se gasta en algunas enfermedades tropicales.
En fin, es el descubrimiento del agua tibia (o, en el caso de los refrigeradores, del agua fría). Pero es un punto que no solemos tener en cuenta. En parte, y esto es otro motivo de reflexión, porque los economistas no tenemos un lenguaje analítico para expresarlo. Entonces, lo que no nos cabe en nuestro modelo de equilibrio general, no existe.
El problema es este: solemos decir que el mecanismo de mercado es, en condiciones ideales, el mecanismo más eficiente para asignar recursos escasos. En medio de todos sus desatinos, Hayek ganó la pelea intelectual acerca del mercado como agregador de información. Hasta ahí todo bien.
Generalmente le añadimos a esto una especie de corolario que parece deducirse en forma evidente de estas premisas: como el mercado es un excelente mecanismo para asignar los recursos que ya existen, también ha de ser un excelente mecanismo para asignar aquellos que aún no existen, es decir, para espolear la innovación tecnológica. Y si. Cuando uno mira al rededor ve que el mercado es capaz de generar muchísima innovación.
Claro, el ejemplo que a uno primero se le ocurre cuando escribe un blog, no es perfecto: Internet. Después de todo, internet es el resultado de proyectos del CERN y del Departamento de Defensa de Estados Unidos, entre otros. Pero no hay duda de que buena parte de lo que es internet hoy en día se debe a la iniciativa privada.
Todo esto es un debate muy trillado. Pero el punto que no suele mencionarse es uno que me volvió a la memoria leyendo este artículo de Raghuram Rajan. Hacia el final se refiere al tema de moda: las devaluaciones competitivas, un debate muy importante, por cierto. Pero al comienzo trae un ejemplo de algo que no aparece en la lista canónica de "fallas del mercado" pero que tal vez merecería estarlo: el hecho de que la innovación tecnológica depende del tamaño del mercado y, por lo tanto, innovaciones que tendrían enormes beneficios para sectores gigantescos de la población pueden no llegar a producirse porque su capacidad de compra es pequeña. Como el mismo Rajan lo menciona, refrigeradores baratos como los de su ejemplo, mejorarían la vida de millones de personas en el Tercer Mundo, algunas de las más pobres del planeta. Sin embargo hasta ahora muy pocas firmas se han tomado la molestia de desarrollarlos. En cambio, ha habido muchísimas innovaciones en los refrigeradores de clase alta, con toda clase de controles digitales y lo que quieran. No estoy seguro, pero creo haber oído alguna vez que el dinero que se gasta en investigación para desarrollar productos cosméticos (por ejemplo, para prevenir la caída del cabello) excede por mucho el dinero que se gasta en algunas enfermedades tropicales.
En fin, es el descubrimiento del agua tibia (o, en el caso de los refrigeradores, del agua fría). Pero es un punto que no solemos tener en cuenta. En parte, y esto es otro motivo de reflexión, porque los economistas no tenemos un lenguaje analítico para expresarlo. Entonces, lo que no nos cabe en nuestro modelo de equilibrio general, no existe.
El Proceso de Formación de Políticas Públicas en la Mayor Democracia Industrializada del Mundo
Vean este video. Quien habla no es cualquier aparecido. Es un miembro de la Cámara de Representantes de Estados Unidos y no cualquier miembro: es uno de los serios aspirantes a ser presidente de la Comisión de Energía y Comercio ahora tras el triunfo electoral del Partido Republicano. Increíble, no es cierto? Si oyeramos a un miembro del Parlamento Iraní o del Parlamento Afghano diciendo cosas por el estilo, ¿qué pensaríamos?
En fin, ya he demostrado científicamente que el Partido Republicano es "El Peor Partido Político del Mundo." Pero en estos días me preocupa algo más: ¿puede una superpotencia industrializada del siglo XXI ser gobernada por un partido religioso más propio de una república agraria periférica del siglo XVIII?
En fin, ya he demostrado científicamente que el Partido Republicano es "El Peor Partido Político del Mundo." Pero en estos días me preocupa algo más: ¿puede una superpotencia industrializada del siglo XXI ser gobernada por un partido religioso más propio de una república agraria periférica del siglo XVIII?
Thursday, November 4, 2010
Ya lo Había Dicho Harry Truman
Given the choice between a Republican and someone who acts like a Republican, people will vote for the real Republican all the time.
Wednesday, November 3, 2010
Las Elecciones de Estados Unidos
No voy a ser muy exhaustivo en mis comentarios. Las elecciones acaban de pasar y a mí no me gusta comentar eventos "en caliente," además, tratándose de 435 escaños de la Cámara y más de 20 en el Senado (no me acuerdo la cifra exacta este año), hay mucha más información de la que puedo digerir. Así que, sin mucha coherencia, aquí van algunos puntos aislados.
1. Sesenta escaños en la cámara: esa fué la pérdida de los Demócratas este año. Muchísimo. Es más, fueron derrotados tres presidentes de comisiones parlamentarias. Un poco de contexto: en el Congreso de Estados Unidos, por razones históricas muy complejas, los dos partidos han optado por dejarle la presidencia de las comisiones parlamentarias a los miembros de más antigüedad en la respectiva comisión. A juicio de muchos esto ha contribuido a diluir la disciplina de partido en el Congreso ya que las posiciones más importantes se asignan de acuerdo, en últimas, a una fórmula que no le da ninguna discreción al liderazgo del partido. (Hemos visto ya que el Partido Demócrata tiene unos serísimos problemas de disciplina interna.) Pero bien, volviendo a la derrota de tres presidentes de comisión, esto quiere decir que se trata de tres representantes que tenían ya bastante veteranía en el Congreso y aún así fueron derrotados. Un poco menos espectacular que el caso de Tom Foley, el "Speaker" Demócrata (algo así como el Presidente de la Cámara) que fue derrotado en 1994, cosa que no ocurría desde los tiempos de la Guerra Civil.
2. Ya sé que todos los medios están preparados para hablar de que Estados Unidos ha tomado un giro decisivo a la derecha. Pero de pronto hay otras formas de ver las cosas. Aún es prematuro decirlo pero de pronto lo que está pasando en Estados Unidos es que simplemente la Cámara se ha vuelto más volátil. Volvamos al contexto histórico. Un hecho poco conocido fuera de Estados Unidos es que el Partido Demócrata controló la Cámara de Representantes en forma ininterrumpida durante 40 años entre 1954 y 1994. Por eso la elección del 94 fue tan importante. Después de eso, los Republicanos tuvieron mayoría en la Cámara durante 12 años (1994-2006) y ahora los Demócratas tuvieron la mayoría durante 4 años (2006-2010). Así que es probable que estemos asistiendo a un nuevo patrón. Es probable que 1994 haya puesto fin no solo a la hegemonía Demócrata en la Cámara sino a las hegemonías en general. Solo el tiempo lo dirá. El hecho es que la hegemonía Demócrata en la Cámara estaba apuntalada por otro factor que tampoco se conoce mucho fuera de Estados Unidos: el Sur, es decir los estados de la Confederación en la Guerra Civil, funcionó casi como un régimen de partido único (Demócrata) desde 1876 hasta 1966.
De hecho, una posible forma de interpretar las elecciones del 94 es precisamente que allí culminó un proceso que se venía dando en forma lenta pero inexorable: la transformación del Sur de ser un bastión Demócrata (muy, pero muy conservador) a ser un bastión Republicano. Pero yo dudo que el Partido Republicano pueda construir en el Sur una hegemonía similar a la que tuvieron los Demócratas. Al fin y al cabo, esa hegemonía funcionaba a partir de mecanismos que hoy son claramente condenados, en especial, la supresión del voto negro. Hay, sin duda, intentos de muchos grupos políticos por limitar el voto de los negros (y los hispanos) pero ya no están abrigados por el código racial que quedó en el Sur desde 1876. Además, el Sur se está volviendo gradualmente menos "excepcional." Ha aumentado la migración Norte-Sur y el proceso de urbanización sigue. Mi antiguo terruño es un ejemplo. El estado de Virginia se ha dio volviendo electoralmente más competitivo. Eligió dos gobernadores demócratas consecutivos y, caso prominente a nivel nacional, hace dos años mi distrito electoral (VA-5) eligió a un Demócrata (Tom Perriello, médico de Charlottesville) que, muy valerosamente, votó a favor de la reforma de salud. Ayer perdió. Pero dio la batalla, perdió por margen decoroso mostrando que los Demócratas pueden lograr cosas en el Sur (por lo menos en la parte norte del Sur) sin necesidad de disfrazarse de Republicanos.
Nota: Me encuentro ahora el mensaje que le envió Perriello a sus simpatizantes. Si más Demócratas hubieran tenido esa actitud, tal vez hoy no estaríamos hablando de las nuevas mayorías Republicanas.
3. Si yo tengo razón (y puedo estar equivocado) entonces el Partido Republicano va a tener que ser cuidadoso con sus mayoría de ahora. No podrá hacerse la ilusión de que van a durar para siempre. De modo que ahora al Partido Republicano se le plantean algunos dilemas interesantes. Buena parte dependerá de la dinámica entre el Partido Republicano y el así llamado Tea Party.
Es prematuro decir algo sobre qué tan bien la fue al Tea Party. Recordemos que el Tea Party no es un partido. Es más bien una tendencia dentro del Partido Republicano que ha sido capaz en algunos casos de movilizar gente de fuera del partido. Entonces cuando hablamos de victorias o derrotas del Tea Party hablamos de candidatos Republicanos que contaron con el apoyo de esta tendencia. En ese sentido, hubo dos victorias importantes en el Senado: Rand Paul de Kentucky y Marco Rubio de Florida. Ambos ganaron la nominación Republicana por encima de candidatos preferidos por el viejo establecimiento. Pero hubo derrotas también importantes: Sharron Angle en Nevada, Christine O´Donnell en Delaware (aunque se veía venir dese hacía rato) y, parece, Joe Miller en Alaska. Lo grave es que estas derrotas le costaron al Partido Republicano la mayoría en el Senado. De modo que habrá sectores más tradicionales del partido que culpen al Tea Party por haberle hecho despilfarrar al Partido la oportunidad de quedarse también con el Senado al nominar a candidatos tan extremistas que no tenían opción.
Pero Josh Marshall hace una observación muy pertinente: es bien probable, y tomará tiempo saberlo a ciencia cierta, que el Tea Party haya logrado victorias importantes en la Cámara. Si eso es así, es probable que el Tea Party sea aún más fuerte de lo que hoy parece. En cualquier caso, esto plantea una dinámica interesante:
El Tea Party es una expresión populista de derecha. Como tal, a veces adopta posturas antioligárquicas. Por ejemplo, la mecha que encendió este polvorín fue el rescate a los banqueros resultado de la crisis financiera del 2008. El Tea Party odia a Wall Street con una ferocidad que haría sonrojar a muchos socialistas. Pero, y aquí está lo fascinante del populismo, ese odio no lleva al Tea Party a formular una agenda antisistema. Al contrario, termina amalgamando ese odio con otros odios típicos de la derecha más tradicional, por ejemplo a los inmigrantes ilegales y, no siempre, pero a veces en forma soterrada, a los negros. Como tantos otros populismos de derecha, el Tea Party ha renunciado desde sus orígenes a articular un discurso que se nutra de las ciencias sociales modernas. Al contrario, acude a mitos fundacionales sobre la Constitución americana y la cultura judeo-cristiana. Por eso sus resentimientos económicos son, por así decirlo, transubstanciados (así como el pan se transubstancia en Cristo en la misa) en ataques a una "élite" cultural (el "establecimiento liberal" de la ciencia y la intelectualidad) muy difusa. (Hace rato quiero escribir en detalle sobre esto. Otro día...)
El resultado es una coexistencia extraña entre el Tea Party y los intereses plutocráticos de siempre del Partido Republicano. La pregunta es quién engaña a quién. El Tea Party cree estarse valiendo del prestigio electoral del Partido Republicano para avanzar su cruzada socio-cultural, pero a la vez los plutócratas del Partido Republicano se solazan en pensar que han logrado movilizar grandes sectores de la clase media empobrecida para defender los intereses de las grandes empresas. Habrá que ponerle atención a cómo se va desarrollando esa contradicción interna.
3. Lamentablemente, aunque aún los resultados electorales no se conocen del todo, es muy fácil predecir la reacción del Partido Demócrata ya que la tienen lista desde hace años. El Partido Demócrata siempre reacciona igual ante cualquier derrota: moviéndose a la derecha. Para el Partido Demócrata el más mínimo temblor electoral es señal de que se ha ido "muy a la izquierda." Cuando gana, interpreta la victoria como resultado de votantes moderados que lo apoyaron y que por lo tanto tiene que representar aquellos intereses. Cuando pierde, entonces es porque esos votantes moderados lo abandonaron porque se fue muy a la izquierda.
Yo hubiera dicho que la derrota fue precisamente porque el Partido Demócrata fue excesivamente cauto. Está bien, estoy dispuesto a creer que en la reforma de salud obtuvo lo mejor que podía y que si hubiera insistido más en la "opción pública" (es decir, crear una EPS pública que compitiera para mantener los precios a raya), no por eso habría logrado muchos réditos electorales. Puede ser pero no estoy seguro. Pero hay que tener en cuenta dos cosas:
Primero, los sectores electoralmente más desmovilizados en Estados Unidos son los que podrían votar más a la izquierda. Los sectores de bajos ingresos, los negros, los hispanos de reciente naturalización, votan a tasas más bajas que el resto del país. Hay muchas razones para esto, algunas tal vez fuera del control del Partido Demócrata. Pero en parte sí que incide el hecho de que el Partido no se muestra como una verdadera alternativa progresista.
Segundo, y tal vez más importante, aún dejando de lado el asunto de aquellos enclaves potencialmente de izquierda pero altamente abstencionistas, está el problema de la generación de discurso. Si hay un país del mundo donde la política se ha vuelto marketing es Estados Unidos. Pero a veces, y esto lo entiende mejor el Partido Republicano, la política no es solo ofrecer un producto sino proponer un lenguaje, una visión, es decir, darle a los ciudadanos las categorías conceptuales con las que van a "demandar un producto." Para hacer eso desde la izquierda hay que poner sobre la mesa términos para la discusión, cambiar el lenguaje mismo de la discusión. Para hacer eso sería necesario que el Partido Demócrata volviera a hablar de "solidaridad," de "justicia social" y cosas de esas y no simplemente de cómo hacerle algunos ajustes cosméticos al orden neoliberal existente. No se trata únicamente de buscar cuál es el "producto" que aceptan las clases medias y que es suficiente para que algunos que otros pobres que todavía se acuerdan de Johnson voten. De lo que debería tratarse es de crear un lenguaje político en el que se pueda mostrar que la clase media y los pobres tienen un futuro compartido, son una misma sociedad cuyos valores están siendo socavados por la nueva plutocracia. Pero, obviamente, para eso sería necesario que el Partido Demócrata se enfrentara a los mismos intereses económicos que lo financian.
Pero bien, me acabo de enterar de que uno de los sectores más damnificados de la derrota de ayer son, precisamente los autodenominados "Blue Dogs" Demócratas que hicieron lo posible por bloquear todas las reformas de Obama, que se aliaron todo el tiempo con el Partido Republicano y que insistieron todo el tiempo en que el Partido Demócrata debía irse más a la derecha. Como dice el refrán, así paga el diablo a quien bien le sirve...
4. Ojalá la gente no se deje obnubilar por los hechos de hoy tanto como para ignorar a quien es desde ya una figura histórica en la política norteamericana: Nancy Pelosi, la representante de California que fue Speaker de la Cámara durante estos cuatro años. Una de las mujeres más exitosas de la política de Estados Unidos y una de las pocas dirigentes Demócratas genuinamente progresistas. Sacó adelante la reforma de salud y fue, en general, muy eficaz a la hora de empujar su agenda legislativa. Ahora que tanto se habla del tema de la igualdad de género, espero que el feminismo la reconozca como una de las grandes exponentes de los avances de la mujer en política.
5. Se viene una época de inmovilismo político muy complicada. Justo cuando Estados Unidos necesita iniciativas audaces, los Republicanos en el Congreso van a lanzar una ofensiva obstruccionista tal vez sin precedentes. Por lo menos eso es lo que han anunciado. Habrá que ver si a la hora de la verdad se deciden a hacerlo. Pero si lo hacen, esto puede tener efectos gravísimos sobre la recesión. Ahora que tanto se habla del declive del imperio norteamericano, entrar un coma político como el que puede crearse es algo que refuerza esa percepción.
1. Sesenta escaños en la cámara: esa fué la pérdida de los Demócratas este año. Muchísimo. Es más, fueron derrotados tres presidentes de comisiones parlamentarias. Un poco de contexto: en el Congreso de Estados Unidos, por razones históricas muy complejas, los dos partidos han optado por dejarle la presidencia de las comisiones parlamentarias a los miembros de más antigüedad en la respectiva comisión. A juicio de muchos esto ha contribuido a diluir la disciplina de partido en el Congreso ya que las posiciones más importantes se asignan de acuerdo, en últimas, a una fórmula que no le da ninguna discreción al liderazgo del partido. (Hemos visto ya que el Partido Demócrata tiene unos serísimos problemas de disciplina interna.) Pero bien, volviendo a la derrota de tres presidentes de comisión, esto quiere decir que se trata de tres representantes que tenían ya bastante veteranía en el Congreso y aún así fueron derrotados. Un poco menos espectacular que el caso de Tom Foley, el "Speaker" Demócrata (algo así como el Presidente de la Cámara) que fue derrotado en 1994, cosa que no ocurría desde los tiempos de la Guerra Civil.
2. Ya sé que todos los medios están preparados para hablar de que Estados Unidos ha tomado un giro decisivo a la derecha. Pero de pronto hay otras formas de ver las cosas. Aún es prematuro decirlo pero de pronto lo que está pasando en Estados Unidos es que simplemente la Cámara se ha vuelto más volátil. Volvamos al contexto histórico. Un hecho poco conocido fuera de Estados Unidos es que el Partido Demócrata controló la Cámara de Representantes en forma ininterrumpida durante 40 años entre 1954 y 1994. Por eso la elección del 94 fue tan importante. Después de eso, los Republicanos tuvieron mayoría en la Cámara durante 12 años (1994-2006) y ahora los Demócratas tuvieron la mayoría durante 4 años (2006-2010). Así que es probable que estemos asistiendo a un nuevo patrón. Es probable que 1994 haya puesto fin no solo a la hegemonía Demócrata en la Cámara sino a las hegemonías en general. Solo el tiempo lo dirá. El hecho es que la hegemonía Demócrata en la Cámara estaba apuntalada por otro factor que tampoco se conoce mucho fuera de Estados Unidos: el Sur, es decir los estados de la Confederación en la Guerra Civil, funcionó casi como un régimen de partido único (Demócrata) desde 1876 hasta 1966.
De hecho, una posible forma de interpretar las elecciones del 94 es precisamente que allí culminó un proceso que se venía dando en forma lenta pero inexorable: la transformación del Sur de ser un bastión Demócrata (muy, pero muy conservador) a ser un bastión Republicano. Pero yo dudo que el Partido Republicano pueda construir en el Sur una hegemonía similar a la que tuvieron los Demócratas. Al fin y al cabo, esa hegemonía funcionaba a partir de mecanismos que hoy son claramente condenados, en especial, la supresión del voto negro. Hay, sin duda, intentos de muchos grupos políticos por limitar el voto de los negros (y los hispanos) pero ya no están abrigados por el código racial que quedó en el Sur desde 1876. Además, el Sur se está volviendo gradualmente menos "excepcional." Ha aumentado la migración Norte-Sur y el proceso de urbanización sigue. Mi antiguo terruño es un ejemplo. El estado de Virginia se ha dio volviendo electoralmente más competitivo. Eligió dos gobernadores demócratas consecutivos y, caso prominente a nivel nacional, hace dos años mi distrito electoral (VA-5) eligió a un Demócrata (Tom Perriello, médico de Charlottesville) que, muy valerosamente, votó a favor de la reforma de salud. Ayer perdió. Pero dio la batalla, perdió por margen decoroso mostrando que los Demócratas pueden lograr cosas en el Sur (por lo menos en la parte norte del Sur) sin necesidad de disfrazarse de Republicanos.
Nota: Me encuentro ahora el mensaje que le envió Perriello a sus simpatizantes. Si más Demócratas hubieran tenido esa actitud, tal vez hoy no estaríamos hablando de las nuevas mayorías Republicanas.
3. Si yo tengo razón (y puedo estar equivocado) entonces el Partido Republicano va a tener que ser cuidadoso con sus mayoría de ahora. No podrá hacerse la ilusión de que van a durar para siempre. De modo que ahora al Partido Republicano se le plantean algunos dilemas interesantes. Buena parte dependerá de la dinámica entre el Partido Republicano y el así llamado Tea Party.
Es prematuro decir algo sobre qué tan bien la fue al Tea Party. Recordemos que el Tea Party no es un partido. Es más bien una tendencia dentro del Partido Republicano que ha sido capaz en algunos casos de movilizar gente de fuera del partido. Entonces cuando hablamos de victorias o derrotas del Tea Party hablamos de candidatos Republicanos que contaron con el apoyo de esta tendencia. En ese sentido, hubo dos victorias importantes en el Senado: Rand Paul de Kentucky y Marco Rubio de Florida. Ambos ganaron la nominación Republicana por encima de candidatos preferidos por el viejo establecimiento. Pero hubo derrotas también importantes: Sharron Angle en Nevada, Christine O´Donnell en Delaware (aunque se veía venir dese hacía rato) y, parece, Joe Miller en Alaska. Lo grave es que estas derrotas le costaron al Partido Republicano la mayoría en el Senado. De modo que habrá sectores más tradicionales del partido que culpen al Tea Party por haberle hecho despilfarrar al Partido la oportunidad de quedarse también con el Senado al nominar a candidatos tan extremistas que no tenían opción.
Pero Josh Marshall hace una observación muy pertinente: es bien probable, y tomará tiempo saberlo a ciencia cierta, que el Tea Party haya logrado victorias importantes en la Cámara. Si eso es así, es probable que el Tea Party sea aún más fuerte de lo que hoy parece. En cualquier caso, esto plantea una dinámica interesante:
El Tea Party es una expresión populista de derecha. Como tal, a veces adopta posturas antioligárquicas. Por ejemplo, la mecha que encendió este polvorín fue el rescate a los banqueros resultado de la crisis financiera del 2008. El Tea Party odia a Wall Street con una ferocidad que haría sonrojar a muchos socialistas. Pero, y aquí está lo fascinante del populismo, ese odio no lleva al Tea Party a formular una agenda antisistema. Al contrario, termina amalgamando ese odio con otros odios típicos de la derecha más tradicional, por ejemplo a los inmigrantes ilegales y, no siempre, pero a veces en forma soterrada, a los negros. Como tantos otros populismos de derecha, el Tea Party ha renunciado desde sus orígenes a articular un discurso que se nutra de las ciencias sociales modernas. Al contrario, acude a mitos fundacionales sobre la Constitución americana y la cultura judeo-cristiana. Por eso sus resentimientos económicos son, por así decirlo, transubstanciados (así como el pan se transubstancia en Cristo en la misa) en ataques a una "élite" cultural (el "establecimiento liberal" de la ciencia y la intelectualidad) muy difusa. (Hace rato quiero escribir en detalle sobre esto. Otro día...)
El resultado es una coexistencia extraña entre el Tea Party y los intereses plutocráticos de siempre del Partido Republicano. La pregunta es quién engaña a quién. El Tea Party cree estarse valiendo del prestigio electoral del Partido Republicano para avanzar su cruzada socio-cultural, pero a la vez los plutócratas del Partido Republicano se solazan en pensar que han logrado movilizar grandes sectores de la clase media empobrecida para defender los intereses de las grandes empresas. Habrá que ponerle atención a cómo se va desarrollando esa contradicción interna.
3. Lamentablemente, aunque aún los resultados electorales no se conocen del todo, es muy fácil predecir la reacción del Partido Demócrata ya que la tienen lista desde hace años. El Partido Demócrata siempre reacciona igual ante cualquier derrota: moviéndose a la derecha. Para el Partido Demócrata el más mínimo temblor electoral es señal de que se ha ido "muy a la izquierda." Cuando gana, interpreta la victoria como resultado de votantes moderados que lo apoyaron y que por lo tanto tiene que representar aquellos intereses. Cuando pierde, entonces es porque esos votantes moderados lo abandonaron porque se fue muy a la izquierda.
Yo hubiera dicho que la derrota fue precisamente porque el Partido Demócrata fue excesivamente cauto. Está bien, estoy dispuesto a creer que en la reforma de salud obtuvo lo mejor que podía y que si hubiera insistido más en la "opción pública" (es decir, crear una EPS pública que compitiera para mantener los precios a raya), no por eso habría logrado muchos réditos electorales. Puede ser pero no estoy seguro. Pero hay que tener en cuenta dos cosas:
Primero, los sectores electoralmente más desmovilizados en Estados Unidos son los que podrían votar más a la izquierda. Los sectores de bajos ingresos, los negros, los hispanos de reciente naturalización, votan a tasas más bajas que el resto del país. Hay muchas razones para esto, algunas tal vez fuera del control del Partido Demócrata. Pero en parte sí que incide el hecho de que el Partido no se muestra como una verdadera alternativa progresista.
Segundo, y tal vez más importante, aún dejando de lado el asunto de aquellos enclaves potencialmente de izquierda pero altamente abstencionistas, está el problema de la generación de discurso. Si hay un país del mundo donde la política se ha vuelto marketing es Estados Unidos. Pero a veces, y esto lo entiende mejor el Partido Republicano, la política no es solo ofrecer un producto sino proponer un lenguaje, una visión, es decir, darle a los ciudadanos las categorías conceptuales con las que van a "demandar un producto." Para hacer eso desde la izquierda hay que poner sobre la mesa términos para la discusión, cambiar el lenguaje mismo de la discusión. Para hacer eso sería necesario que el Partido Demócrata volviera a hablar de "solidaridad," de "justicia social" y cosas de esas y no simplemente de cómo hacerle algunos ajustes cosméticos al orden neoliberal existente. No se trata únicamente de buscar cuál es el "producto" que aceptan las clases medias y que es suficiente para que algunos que otros pobres que todavía se acuerdan de Johnson voten. De lo que debería tratarse es de crear un lenguaje político en el que se pueda mostrar que la clase media y los pobres tienen un futuro compartido, son una misma sociedad cuyos valores están siendo socavados por la nueva plutocracia. Pero, obviamente, para eso sería necesario que el Partido Demócrata se enfrentara a los mismos intereses económicos que lo financian.
Pero bien, me acabo de enterar de que uno de los sectores más damnificados de la derrota de ayer son, precisamente los autodenominados "Blue Dogs" Demócratas que hicieron lo posible por bloquear todas las reformas de Obama, que se aliaron todo el tiempo con el Partido Republicano y que insistieron todo el tiempo en que el Partido Demócrata debía irse más a la derecha. Como dice el refrán, así paga el diablo a quien bien le sirve...
4. Ojalá la gente no se deje obnubilar por los hechos de hoy tanto como para ignorar a quien es desde ya una figura histórica en la política norteamericana: Nancy Pelosi, la representante de California que fue Speaker de la Cámara durante estos cuatro años. Una de las mujeres más exitosas de la política de Estados Unidos y una de las pocas dirigentes Demócratas genuinamente progresistas. Sacó adelante la reforma de salud y fue, en general, muy eficaz a la hora de empujar su agenda legislativa. Ahora que tanto se habla del tema de la igualdad de género, espero que el feminismo la reconozca como una de las grandes exponentes de los avances de la mujer en política.
5. Se viene una época de inmovilismo político muy complicada. Justo cuando Estados Unidos necesita iniciativas audaces, los Republicanos en el Congreso van a lanzar una ofensiva obstruccionista tal vez sin precedentes. Por lo menos eso es lo que han anunciado. Habrá que ver si a la hora de la verdad se deciden a hacerlo. Pero si lo hacen, esto puede tener efectos gravísimos sobre la recesión. Ahora que tanto se habla del declive del imperio norteamericano, entrar un coma político como el que puede crearse es algo que refuerza esa percepción.
Sunday, October 31, 2010
¿Fue el Comunismo una Estupidez Colectiva?
Nota: Esto lo estaba escribiendo en vísperas de mi viaje y se me quedó entre el tintero. Pero una de las ventajas de que este blog no sea sobre las últimas noticias es que siempre puedo reciclar cosas.
Yo no acostumbro leer a Andrés Hoyos pero cada que lo leo me encuentro algo para este blog. En su última columna Hoyos se pregunta por qué la izquierda colombiana tomó de modelo a los países comunistas en vez de los países socialdemócratas. Es una buena pregunta, pero Hoyos se encarga de quitarle el interés reduciéndola a un puro problema de deficiencia intelectual, cuando en realidad va mucho más allá.
Comencemos por apreciar el interés de la pregunta. Prácticamente todos los izquierdistas que yo conozco (incluído yo mismo) son admiradores de la social-democracia sueca. Uno de los países más ricos del mundo, con niveles de igualdad sin paralelo, con un régimen impecable de libertades políticas para todos sus ciudadanos (y que, ahora resulta, hasta también produce novelas policíacas feministas), en fin, todo. Entonces, ¿por qué no fue Suecia el modelo de todo izquierdista durante el siglo XX? ¿Por qué esta fascinación de la izquierda del siglo XX por sociedades como la Unión Soviética?
No tengo una única respuesta, pero creo que hay varios factores que inciden. Veamos:
1. Todo lo demás constante, el proceso político de un país tiene más repercusiones internacionales mientras más grande sea. Suecia es un país pequeño, mientras que la Unión Soviética era descomunal. Si hubiera habido una revolución en Suecia en 1916, el mundo tal vez no se hubiera dado por enterado. (Hay una excepción a este principio que siempre me ha maravillado: Cuba.)
2. Hoy en día está claro que la planificación central es un mal mecanismo de asignación de recursos. Pero durante mucho tiempo esto no era del todo claro. A un altísimo costo humano, la Unión Soviética durante los años de Stalin tuvo un crecimiento económico impresionante. Hasta 1975 muchos países comunistas estaban mostrando resultados económicos aceptables. Las dos Coreas tenían niveles de desarrollo similares. Alemania Oriental era más pobre que Alemania Occidental pero no hay que olvidar que siempre lo había sido, y en todo caso, la RDA estaba mejorando sus niveles de vida. Yugoslavia crecía bastante. Hungría también. Bulgaria también. Ese es tal vez el mejor periodo de la economía cubana desde 1959. En fin.
Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, nadie esperaba que los estándares de consumo de un país aumentaran año tras año. En ese sentido, el hecho de que las economías centralmente planificadas no lograran buenas tasas de crecimiento en bienes de consumo no era algo particularmente grave, tanto más cuanto que en muchos casos se trataba de economías que antes habían sido atrasadas y que, en todo caso, estaban mejorando el acceso de muchos sectores a cosas básicas como salud, techo y educación. De modo que para mediados de los 70s, el cénit del mundo comunista, la izquierda del mundo y, más importante aún, los ciudadanos de esos países, estaban dispuestos a pasar por alto las ineficiencias microeconómicas que se estaban acumulando.
3. La Revolución Bolchevique fue un evento histórico mundial. Nada similar sucedió en Suecia. Obvio, la pregunta es por qué. Aquí aventuro una hipótesis. Como ya he dicho en otras ocasiones, las revoluciones son procesos políticos que involucran a sectores muy diversos. De esa diversidad salen cosas peligrosísimas: bandazos, conspiraciones, purgas, guerras civiles, etc. Pero al mismo tiempo, hace que las revoluciones sean, por así decirlo, "polisémicas" en el sentido en que pueden significar muchas cosas. Para observadores en otros países, las revoluciones ofrecen facetas con las que se pueden identificar. En su momento, la Revolución Bolchevique significaba para muchos la posibilidad de construir un nuevo mundo. Los detalles no estaban claros para nadie. De hecho, el proceso dio toda clase de bandazos entre 1917 y 1929. Pero esa misma ambigüedad es la que la volvía atractiva para observadores externos. Más importante que los detalles de política era el hecho de que la Revolución demostraba que era posible establecer un rumbo distinto.
En estos días leí una frase de Zizek (ese enfant terrible de la filosofía) donde dice, con mucha razón, que en nuestros tiempos actuales es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. No he visto datos pero sospecho que tiene razón: que si hiciéramos una encuesta mucha más gente cree que en los próximos cincuenta años va a ocurrir algún cataclismo planetario (posiblemente por el cambio climático) que la gente que cree que va a surgir otro modo de producción distinto al capitalismo. Ni siquiera la crisis más profunda del capitalismo en los últimos 70 años ha hecho mella en esa certeza.
Para bien y para mal, la Revolución Bolchevique rompió las certezas similares que se habían sedimentado en la segunda mitad del siglo XIX. Como ya dije en alguna ocasión, una de las cosas importantes de los movimientos socialistas y comunistas del mundo en el siglo XX es que ofrecían un lenguaje en el cual expresar muchísimos temas: problemas de distribución del ingreso, problemas de autodeterminación nacional, de postergación de grupos étnicos, incluso de desigualdad de género. Eso le daba al pensamiento de izquierda una enorme capacidad de movilización. Una cosa es llamar a las masas a que le apuesten a la construcción de una sociedad distinta y otra es movilizarlas para que, siguiendo el ejemplo de sus camaradas suecos, firmen un pacto-obrero patronal sobre diferenciales de salario.
Obvio, hoy en día sabemos que el pacto obrero-patronal sueco fue exitosísimo. Pero no hay duda de que esa clase de causa no va a generar toda una resonancia mundial. Además, existe la tendencia, en la que Hoyos incurre, de creer que el camino hacia la socialdemocracia sueca fue una trayectoria lineal triunfante por parte de una dirigencia obrera plenamente lúcida que nunca se extravió en las pamplinas bolcheviques. Esa imagen es históricamente falsa. El movimiento obrero sueco sufrió muy duras derrotas en los primeros años del siglo XX. El empresariado sueco estaba dispuesto a todo con tal de no permitir la co-gestión obrera que era el pedido central del movimiento sindical. El pacto de Saltsjöbaden, la piedra angular de la socialdemocracia sueca, es posible porque el empresariado sabe que ya le ganó a los trabajadores la batalla de la co-gestión. En esas condiciones, sumadas, claro está al triunfo electoral socialdemócrata, estaban dispuestos a negociar salarios, impuestos y todo lo demás.
Para nosotros es muy fácil mirar a los movimientos de izquierda del siglo XX con la sorna e indulgencia con que un hombre maduro mira las "locuras de la juventud." Esa es la actitud de Andrés Hoyos y tanto "izquierdista responsable" que anda por ahí. Pero, preguntémonos: ¿qué tan responsable es vivir en el mundo en el que estamos sin tener absolutamente nada qué ofrecer?
Yo no acostumbro leer a Andrés Hoyos pero cada que lo leo me encuentro algo para este blog. En su última columna Hoyos se pregunta por qué la izquierda colombiana tomó de modelo a los países comunistas en vez de los países socialdemócratas. Es una buena pregunta, pero Hoyos se encarga de quitarle el interés reduciéndola a un puro problema de deficiencia intelectual, cuando en realidad va mucho más allá.
Comencemos por apreciar el interés de la pregunta. Prácticamente todos los izquierdistas que yo conozco (incluído yo mismo) son admiradores de la social-democracia sueca. Uno de los países más ricos del mundo, con niveles de igualdad sin paralelo, con un régimen impecable de libertades políticas para todos sus ciudadanos (y que, ahora resulta, hasta también produce novelas policíacas feministas), en fin, todo. Entonces, ¿por qué no fue Suecia el modelo de todo izquierdista durante el siglo XX? ¿Por qué esta fascinación de la izquierda del siglo XX por sociedades como la Unión Soviética?
No tengo una única respuesta, pero creo que hay varios factores que inciden. Veamos:
1. Todo lo demás constante, el proceso político de un país tiene más repercusiones internacionales mientras más grande sea. Suecia es un país pequeño, mientras que la Unión Soviética era descomunal. Si hubiera habido una revolución en Suecia en 1916, el mundo tal vez no se hubiera dado por enterado. (Hay una excepción a este principio que siempre me ha maravillado: Cuba.)
2. Hoy en día está claro que la planificación central es un mal mecanismo de asignación de recursos. Pero durante mucho tiempo esto no era del todo claro. A un altísimo costo humano, la Unión Soviética durante los años de Stalin tuvo un crecimiento económico impresionante. Hasta 1975 muchos países comunistas estaban mostrando resultados económicos aceptables. Las dos Coreas tenían niveles de desarrollo similares. Alemania Oriental era más pobre que Alemania Occidental pero no hay que olvidar que siempre lo había sido, y en todo caso, la RDA estaba mejorando sus niveles de vida. Yugoslavia crecía bastante. Hungría también. Bulgaria también. Ese es tal vez el mejor periodo de la economía cubana desde 1959. En fin.
Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, nadie esperaba que los estándares de consumo de un país aumentaran año tras año. En ese sentido, el hecho de que las economías centralmente planificadas no lograran buenas tasas de crecimiento en bienes de consumo no era algo particularmente grave, tanto más cuanto que en muchos casos se trataba de economías que antes habían sido atrasadas y que, en todo caso, estaban mejorando el acceso de muchos sectores a cosas básicas como salud, techo y educación. De modo que para mediados de los 70s, el cénit del mundo comunista, la izquierda del mundo y, más importante aún, los ciudadanos de esos países, estaban dispuestos a pasar por alto las ineficiencias microeconómicas que se estaban acumulando.
3. La Revolución Bolchevique fue un evento histórico mundial. Nada similar sucedió en Suecia. Obvio, la pregunta es por qué. Aquí aventuro una hipótesis. Como ya he dicho en otras ocasiones, las revoluciones son procesos políticos que involucran a sectores muy diversos. De esa diversidad salen cosas peligrosísimas: bandazos, conspiraciones, purgas, guerras civiles, etc. Pero al mismo tiempo, hace que las revoluciones sean, por así decirlo, "polisémicas" en el sentido en que pueden significar muchas cosas. Para observadores en otros países, las revoluciones ofrecen facetas con las que se pueden identificar. En su momento, la Revolución Bolchevique significaba para muchos la posibilidad de construir un nuevo mundo. Los detalles no estaban claros para nadie. De hecho, el proceso dio toda clase de bandazos entre 1917 y 1929. Pero esa misma ambigüedad es la que la volvía atractiva para observadores externos. Más importante que los detalles de política era el hecho de que la Revolución demostraba que era posible establecer un rumbo distinto.
En estos días leí una frase de Zizek (ese enfant terrible de la filosofía) donde dice, con mucha razón, que en nuestros tiempos actuales es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. No he visto datos pero sospecho que tiene razón: que si hiciéramos una encuesta mucha más gente cree que en los próximos cincuenta años va a ocurrir algún cataclismo planetario (posiblemente por el cambio climático) que la gente que cree que va a surgir otro modo de producción distinto al capitalismo. Ni siquiera la crisis más profunda del capitalismo en los últimos 70 años ha hecho mella en esa certeza.
Para bien y para mal, la Revolución Bolchevique rompió las certezas similares que se habían sedimentado en la segunda mitad del siglo XIX. Como ya dije en alguna ocasión, una de las cosas importantes de los movimientos socialistas y comunistas del mundo en el siglo XX es que ofrecían un lenguaje en el cual expresar muchísimos temas: problemas de distribución del ingreso, problemas de autodeterminación nacional, de postergación de grupos étnicos, incluso de desigualdad de género. Eso le daba al pensamiento de izquierda una enorme capacidad de movilización. Una cosa es llamar a las masas a que le apuesten a la construcción de una sociedad distinta y otra es movilizarlas para que, siguiendo el ejemplo de sus camaradas suecos, firmen un pacto-obrero patronal sobre diferenciales de salario.
Obvio, hoy en día sabemos que el pacto obrero-patronal sueco fue exitosísimo. Pero no hay duda de que esa clase de causa no va a generar toda una resonancia mundial. Además, existe la tendencia, en la que Hoyos incurre, de creer que el camino hacia la socialdemocracia sueca fue una trayectoria lineal triunfante por parte de una dirigencia obrera plenamente lúcida que nunca se extravió en las pamplinas bolcheviques. Esa imagen es históricamente falsa. El movimiento obrero sueco sufrió muy duras derrotas en los primeros años del siglo XX. El empresariado sueco estaba dispuesto a todo con tal de no permitir la co-gestión obrera que era el pedido central del movimiento sindical. El pacto de Saltsjöbaden, la piedra angular de la socialdemocracia sueca, es posible porque el empresariado sabe que ya le ganó a los trabajadores la batalla de la co-gestión. En esas condiciones, sumadas, claro está al triunfo electoral socialdemócrata, estaban dispuestos a negociar salarios, impuestos y todo lo demás.
Para nosotros es muy fácil mirar a los movimientos de izquierda del siglo XX con la sorna e indulgencia con que un hombre maduro mira las "locuras de la juventud." Esa es la actitud de Andrés Hoyos y tanto "izquierdista responsable" que anda por ahí. Pero, preguntémonos: ¿qué tan responsable es vivir en el mundo en el que estamos sin tener absolutamente nada qué ofrecer?
Saturday, October 30, 2010
...Y Cambiando Totalmente de Tema...
El otro día descubrí que la Radio Nacional de España tiene los Domingos un programa dedicado a música del mundo donde pasan música de grupos que de otro modo uno nunca escucharía. Ese día pusieron una canción de un esloveno que usa el nombre escénico de Magnífico. Me pareció de un sentido del humor y la sátira muy inteligente. Escúchenlo y díganme qué piensan.
Thursday, October 28, 2010
Díganme lo que quieran, no me importa: Me Parece Triste que haya Muerto Nestor Kirchner.
Con todos sus defectos, y qué político no los tiene, tuvo uno de los gobiernos más exitosos de Argentina en mucho tiempo. Un poquito grandilocuente este obituario de Mark Weisbrot, pero más o menos da en el clavo.
La Frontera Borrosa entre Tecnocracia y Teocracia
Cuando uno es profesor uno tiene que tener a la mano algunos chistes u observaciones más o menos ingeniosas para animar al público. Por eso hace un tiempo decidí en mis clases comparar a los economistas del siglo XXI con los curas de la Edad Media. En la Edad Media, antes de que existieran todos los mecanismos constitucionales de división y separación de poderes, de rotación, de elecciones legitimadoras, etc. el problema de la sucesión al trono era uno de los más complejos que cualquier sociedad podía enfrentar. En principio, la muerte de cualquier monarca podía llevar a una guerra civil entre los aspirantes al trono. (Por eso el imperio otomano le daba al sultán el derecho, incluso el deber, de matar a todos sus hermanos para que no hubiera dudas de quién era el verdadero monarca.)
En muchos sitios la solución era apelar a la "gracia de Dios." Es decir, si se lograba que los obispos importantes reconocieran a un pretendiente al trono, entonces se podían coordinar las expectativas de todos los agentes en torno a él y asunto arreglado. Lo importante es que el obispo en cuestión tuviera los títulos del caso, se vistiera con las ropas adecuadas a la hora de impartir la bendición y que la dijera en Latín en vez de usar la lengua vernácula.
Los economistas cumplen un papel similar hoy en día. Cuando hay un cambio de gobierno en cualquier país del mundo "los mercados se ponen nerviosos." (Si yo fuera crítico literario escribiría más sobre nuestra tendencia a antropomorfizar a los mercados, pero no se me ocurre nada inteligente para decir al respecto.) Entonces, se necesita que los economistas tranquilicen a los mercados, sacramentando al nuevo gobierno. Para eso tienen que tener la posición adecuada (un profesor casposo de una universidad no sirve aunque tenga decenas de publicaciones, tiene que ser un "tipo serio" del Fondo Monetario Internacional), tienen que vestir correctamente (saco y corbata) a la hora de impartir la bendición (diciendo que el plan de austeridad fiscal del nuevo gobierno es responsable y va a reducir el déficit y combatir la inflación) y tiene que decirla en inglés en vez de la lengua vernácula (no va y sea que los ciudadanos del país entiendan lo que está diciendo).
Hoy me acordé de esto leyendo este artículo de The Guardian acerca de las movilizaciones sociales en Francia. Allí se ve esa nueva mezcla fascinante entre "ciencia" y fé que anima al nuevo discurso neoliberal en el mundo.
Como todo artículo de su estilo, tiene que tener su toque de "demofobia" en el sentido de miedo a las masas. Las masas están equivocadas, son irracionales, saben que sus demandas son imposibles pero se empeñan en ellas, en fin, lo típico. Pero lo que me llama más la atención, lo que me lleva a escribir sobre este artículo en particular y no sobre las decenas que como él se escriben todos los días, es el fetichismo del "futuro" y la globalización que son imprescindibles en este género literario.
Uno se imaginaría que los tecnócratas que defienden la reforma pensional de Sarkozy darían argumentos "técnicos" para ello. Al fin y al cabo, supuestamente para eso se les paga. Entonces tendríamos un debate científico en torno a las cifras. Es decir, podríamos preguntarnos si en efecto aumentar la edad de retiro es la única alternativa para salvar las pensiones en vista de que, como observa Mark Weisbrot, la productividad de la economía francesa ha aumentado en los últimos años en cantidades suficientes para viabilizar el sistema. O podríamos preguntarnos si hay otras fuentes de ingreso que se puedan usar para el mismo propósito. En fin, muchas cosas. Pero no. A los tecnócratas neoliberales no les interesa la ciencia sino la ideología. Por eso cuando la ciencia no funciona se acude a la religión.
En este caso, el señor Moisi acude al fantasma de la "reacción" (suena más terrorífico en francés, por supuesto). Los manifestantes son, horror de horrores, reaccionarios que se oponen ¡habráse visto! a la globalización.
¡Listo! Con eso basta. La globalización es inevitable y es buena ("el reino de los cielos se acerca"). Por consiguiente los que se oponen son ignorantes o perversos.
Yo que soy secular impenitente me preguntaría: si la globalización inevitablemente va a llevar a que la gente tenga que reducir su ocio, ¿no será que no es tan buena? Y ya entrados en gastos, la globalización no es un fenómeno natural (como, por poner un ejemplo al azar, el cambio climático). Es el resultado de decisiones de política tomadas por gobiernos que supuestamente deben estar velando por el bienestar de sus ciudadanos (incluído su ocio y su capacidad de pensionarse). Entonces, ¿si será tan inevitable?
No estoy diciendo que haya que rechazar la globalización. De hecho, la única razón por la que estoy hablando aquí sobre ella es porque ese es el sofisma de Moisi. La globalización no determina si los franceses se pueden pensionar o no. Eso lo determina el sistema político francés. Pero si vamos a decir que todo esto tiene que ver con la globalización, entonces discutámosla en términos políticos, no teológicos.
A propósito del tema del ocio y las pensiones, Cristo dijo que "el Shabbath se ha hecho para el hombre y no el hombre para el Shabbath." Lo dijo en el sentido de que las leyes tenían como fin último promover el bienestar humano y que, en ese sentido, no debía sacrificarse dicho bienestar en aras del purismo de entes abstractos como el Shabbath. Si uno hoy dice "la globalización se hizo para el hombre, y no el hombre para la globalización" lo acusan de ser un retrógrado. De pronto si. De pronto estábamos mejor con la teología de antes.
En muchos sitios la solución era apelar a la "gracia de Dios." Es decir, si se lograba que los obispos importantes reconocieran a un pretendiente al trono, entonces se podían coordinar las expectativas de todos los agentes en torno a él y asunto arreglado. Lo importante es que el obispo en cuestión tuviera los títulos del caso, se vistiera con las ropas adecuadas a la hora de impartir la bendición y que la dijera en Latín en vez de usar la lengua vernácula.
Los economistas cumplen un papel similar hoy en día. Cuando hay un cambio de gobierno en cualquier país del mundo "los mercados se ponen nerviosos." (Si yo fuera crítico literario escribiría más sobre nuestra tendencia a antropomorfizar a los mercados, pero no se me ocurre nada inteligente para decir al respecto.) Entonces, se necesita que los economistas tranquilicen a los mercados, sacramentando al nuevo gobierno. Para eso tienen que tener la posición adecuada (un profesor casposo de una universidad no sirve aunque tenga decenas de publicaciones, tiene que ser un "tipo serio" del Fondo Monetario Internacional), tienen que vestir correctamente (saco y corbata) a la hora de impartir la bendición (diciendo que el plan de austeridad fiscal del nuevo gobierno es responsable y va a reducir el déficit y combatir la inflación) y tiene que decirla en inglés en vez de la lengua vernácula (no va y sea que los ciudadanos del país entiendan lo que está diciendo).
Hoy me acordé de esto leyendo este artículo de The Guardian acerca de las movilizaciones sociales en Francia. Allí se ve esa nueva mezcla fascinante entre "ciencia" y fé que anima al nuevo discurso neoliberal en el mundo.
Como todo artículo de su estilo, tiene que tener su toque de "demofobia" en el sentido de miedo a las masas. Las masas están equivocadas, son irracionales, saben que sus demandas son imposibles pero se empeñan en ellas, en fin, lo típico. Pero lo que me llama más la atención, lo que me lleva a escribir sobre este artículo en particular y no sobre las decenas que como él se escriben todos los días, es el fetichismo del "futuro" y la globalización que son imprescindibles en este género literario.
Uno se imaginaría que los tecnócratas que defienden la reforma pensional de Sarkozy darían argumentos "técnicos" para ello. Al fin y al cabo, supuestamente para eso se les paga. Entonces tendríamos un debate científico en torno a las cifras. Es decir, podríamos preguntarnos si en efecto aumentar la edad de retiro es la única alternativa para salvar las pensiones en vista de que, como observa Mark Weisbrot, la productividad de la economía francesa ha aumentado en los últimos años en cantidades suficientes para viabilizar el sistema. O podríamos preguntarnos si hay otras fuentes de ingreso que se puedan usar para el mismo propósito. En fin, muchas cosas. Pero no. A los tecnócratas neoliberales no les interesa la ciencia sino la ideología. Por eso cuando la ciencia no funciona se acude a la religión.
En este caso, el señor Moisi acude al fantasma de la "reacción" (suena más terrorífico en francés, por supuesto). Los manifestantes son, horror de horrores, reaccionarios que se oponen ¡habráse visto! a la globalización.
¡Listo! Con eso basta. La globalización es inevitable y es buena ("el reino de los cielos se acerca"). Por consiguiente los que se oponen son ignorantes o perversos.
Yo que soy secular impenitente me preguntaría: si la globalización inevitablemente va a llevar a que la gente tenga que reducir su ocio, ¿no será que no es tan buena? Y ya entrados en gastos, la globalización no es un fenómeno natural (como, por poner un ejemplo al azar, el cambio climático). Es el resultado de decisiones de política tomadas por gobiernos que supuestamente deben estar velando por el bienestar de sus ciudadanos (incluído su ocio y su capacidad de pensionarse). Entonces, ¿si será tan inevitable?
No estoy diciendo que haya que rechazar la globalización. De hecho, la única razón por la que estoy hablando aquí sobre ella es porque ese es el sofisma de Moisi. La globalización no determina si los franceses se pueden pensionar o no. Eso lo determina el sistema político francés. Pero si vamos a decir que todo esto tiene que ver con la globalización, entonces discutámosla en términos políticos, no teológicos.
A propósito del tema del ocio y las pensiones, Cristo dijo que "el Shabbath se ha hecho para el hombre y no el hombre para el Shabbath." Lo dijo en el sentido de que las leyes tenían como fin último promover el bienestar humano y que, en ese sentido, no debía sacrificarse dicho bienestar en aras del purismo de entes abstractos como el Shabbath. Si uno hoy dice "la globalización se hizo para el hombre, y no el hombre para la globalización" lo acusan de ser un retrógrado. De pronto si. De pronto estábamos mejor con la teología de antes.
A Propósito de (pero no Acerca de) las Elecciones de Noviembre
El próximo 2 de Noviembre son las "midterm elections" de Estados Unidos. (Es el equivalente a lo que algunos colombianos de cierta edad alcanzamos a recordar como las "elecciones de mitaca" que la Constitución del 91 acabó). Para quienes no entiendan la mecánica del asunto aquí va una breve explicación.
Lo primero que hay que tomar en cuenta es que la totalidad de la Cámara de Representantes sale a votación. Todos los 435 escaños. ¡Cada dos años! Si, suena un poco loco y hay ocasionales críticas al hecho de que toda la Cámara se esté eligiendo a intervalos tan cortos, pero así es y es muy poco probable que cambie. Por otro lado, el periodo de los miembros del Senado es de seis años así que en una "midterm" normal está en juego la tercera parte del Senado.
Estén listos para que el 3 de Noviembre la prensa grite a los cuatro vientos que el resultado fué un fracaso para la Administración Obama ya que el Partido Republicano va a ganar muchísimos escaños en ambas cámaras y de pronto hasta obtiene la mayoría en ambas. Ahora, para ponerlo un poco en contexto, tengan en cuenta cuando lean esas noticias que:
Como socialista (y gringo, no lo olviden) puedo rasgarme las vestiduras ante este fenómeno, pero como científico social hay algo que me llama la atención. Quienes nos pasamos el tiempo haciendo modelos formales de economía política adoptamos como heurística la idea de un "espectro ideológico." Es decir, suponemos que las alternativas políticas se pueden alinear en un campo entre "izquierda" y "derecha." En general no está mal y no estoy diciendo que haya que abandonar ese modelo. Pero tiene un problema.
Si uno quiere entender no solamente cómo se comporta el proceso político dado que existe dicho espectro sino que también quiere entender cómo surge el famoso espectro, ese esquema geométrico es inadecuado. Por ejemplo, es cierto que el Tea Party odia los impuestos. (Aunque nadie les ha contado que la Administración Obama ha reducido los impuestos de la mayoría de los norteamericanos...) Es cierto que el Tea Party defiende políticas que claramente benefician a los grandes plutócratas. (Por algo será que esos mismos plutócratas los financian tan generosamente.) Es cierto que al otro lado del espectro ideológico están los que consideran que los impuestos son un mecanismo válido y legítimo de redistribución y que quieren aplicar políticas progresivas que conduzcan a una mayor igualdad. (¡Si sólo tuvieran un partido político...!)
Pero el problema es que dicho espectro ideológico no es más que una heurística que nosotros los analistas imponemos desde afuera. No es así como lo ven, por ejemplo, los simpatizantes del Tea Party. Cuando hablan, y estoy seguro que muchos son genuinos en este punto, no están diciendo: "Yo defiendo estas propuestas porque quiero que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres." Lo que dicen es: "Yo defiendo estas propuestas porque son las que son consistentes con el pacto social norteamericano, encarnado en su Constitución, que defiende los principios del gobierno limitado."
Obviamente yo creo que es una lectura equivocada de la Constitución (y no solo lo digo yo, sino muchos constitucionalistas). Pero eso no importa para nuestros efectos. Lo que importa es que simplemente están usando un lenguaje, unas categorías, unos conceptos totalmente distintos. Y eso que no me he referido a los elementos más religiosos del Tea Party para los cuales no es ni siquiera la Constitución sino la Biblia el referente último (excepto, claro está, las partes donde se habla de compartir la riqueza y tolerar a los demás...).
Yo me jacto de haber escrito un libro sobre teoría de la acción colectiva donde resuelvo muchos de los problemas técnicos, matemáticos que el tema ofrece. Pero nuestros modelos de teoría de la decisión racional son ciegos y mudos ante un punto fundamental: la primerísima condición para que haya acción colectiva es que los individuos sientan que están ante un problema de acción colectiva. Es fácil presentar un formalismo matemático de qué ocurre cuando esa condición se satisface. Pero no tenemos ni idea de cuáles son los mecanismos que llevan a que se satisfaga. (Creo que ese va a ser uno de mis próximos proyectos.)
Lo menciono porque eso es lo que está en juego aquí. Muchos de los simpatizantes del Tea Party no son plutócratas. Tampoco son pobres, pero no hay duda de que, desde el punto de vista del ingreso, muchos se beneficiarían de un gobierno más distributivo. Pero no les importa porque no es eso lo que los moviliza. Su narrativa, el aparato conceptual que usan para definir cuáles son los problemas de acción colectiva que merecen su atención, los dirige no hacia verse como miembros de una clase socioeconómica sino como miembros de un grupo de seguidores de un panteón secular-religioso donde coexisten Dios y los Padres Fundadores (de la constitución americana).
¿Por qué ocurre esto? ¿Cuáles son los mecanismos sociales que llevan a que se formen este tipo de identidades colectivas y no otras? Ya sé, ya sé: este es justamente el tema de la "teoría de las ideologías" en la tradición marxista. Pero esa teoría todavía no está completa así que nos queda mucho trabajo por hacer.
No tengo mucho más que ofrecer al respecto. Sólo puedo decir que estoy pensando harto en esto...
Lo primero que hay que tomar en cuenta es que la totalidad de la Cámara de Representantes sale a votación. Todos los 435 escaños. ¡Cada dos años! Si, suena un poco loco y hay ocasionales críticas al hecho de que toda la Cámara se esté eligiendo a intervalos tan cortos, pero así es y es muy poco probable que cambie. Por otro lado, el periodo de los miembros del Senado es de seis años así que en una "midterm" normal está en juego la tercera parte del Senado.
Estén listos para que el 3 de Noviembre la prensa grite a los cuatro vientos que el resultado fué un fracaso para la Administración Obama ya que el Partido Republicano va a ganar muchísimos escaños en ambas cámaras y de pronto hasta obtiene la mayoría en ambas. Ahora, para ponerlo un poco en contexto, tengan en cuenta cuando lean esas noticias que:
- Históricamente, casi siempre el partido que ocupa la Presidencia pierde escaños en las "midterm." Así ha sido desde 1938 con la única excepción del 2002, es decir, la elección después de los ataques del 11 de Septiembre. (Dicho sea de paso, las pérdidas de escaños de 1998 fueron muy modestas.)
- El Partido Demócrata en esta legislatura tenía mayorías enormes, como hacía mucho tiempo no las veía. Por definición, esas mayorías se obtienen ganando escaños en circunscripciones electorales que usualmente votan por el otro partido. Así que, aún en las mejores circunstancias, era casi inevitable que algunos de los representantes demócratas que ganaron hace dos o cuatro años fueran a perder.
- Los índices de aprobación de Obama no están aberrantemente bajos. Las encuestas le dan una favorabilidad de alrededor del 45%, que es lo normal para un presidente en este momento.
- La economía de Estados Unidos está en la peor recesión de la postguerra y eso invariablemente afecta al partido de gobierno.
Como socialista (y gringo, no lo olviden) puedo rasgarme las vestiduras ante este fenómeno, pero como científico social hay algo que me llama la atención. Quienes nos pasamos el tiempo haciendo modelos formales de economía política adoptamos como heurística la idea de un "espectro ideológico." Es decir, suponemos que las alternativas políticas se pueden alinear en un campo entre "izquierda" y "derecha." En general no está mal y no estoy diciendo que haya que abandonar ese modelo. Pero tiene un problema.
Si uno quiere entender no solamente cómo se comporta el proceso político dado que existe dicho espectro sino que también quiere entender cómo surge el famoso espectro, ese esquema geométrico es inadecuado. Por ejemplo, es cierto que el Tea Party odia los impuestos. (Aunque nadie les ha contado que la Administración Obama ha reducido los impuestos de la mayoría de los norteamericanos...) Es cierto que el Tea Party defiende políticas que claramente benefician a los grandes plutócratas. (Por algo será que esos mismos plutócratas los financian tan generosamente.) Es cierto que al otro lado del espectro ideológico están los que consideran que los impuestos son un mecanismo válido y legítimo de redistribución y que quieren aplicar políticas progresivas que conduzcan a una mayor igualdad. (¡Si sólo tuvieran un partido político...!)
Pero el problema es que dicho espectro ideológico no es más que una heurística que nosotros los analistas imponemos desde afuera. No es así como lo ven, por ejemplo, los simpatizantes del Tea Party. Cuando hablan, y estoy seguro que muchos son genuinos en este punto, no están diciendo: "Yo defiendo estas propuestas porque quiero que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres." Lo que dicen es: "Yo defiendo estas propuestas porque son las que son consistentes con el pacto social norteamericano, encarnado en su Constitución, que defiende los principios del gobierno limitado."
Obviamente yo creo que es una lectura equivocada de la Constitución (y no solo lo digo yo, sino muchos constitucionalistas). Pero eso no importa para nuestros efectos. Lo que importa es que simplemente están usando un lenguaje, unas categorías, unos conceptos totalmente distintos. Y eso que no me he referido a los elementos más religiosos del Tea Party para los cuales no es ni siquiera la Constitución sino la Biblia el referente último (excepto, claro está, las partes donde se habla de compartir la riqueza y tolerar a los demás...).
Yo me jacto de haber escrito un libro sobre teoría de la acción colectiva donde resuelvo muchos de los problemas técnicos, matemáticos que el tema ofrece. Pero nuestros modelos de teoría de la decisión racional son ciegos y mudos ante un punto fundamental: la primerísima condición para que haya acción colectiva es que los individuos sientan que están ante un problema de acción colectiva. Es fácil presentar un formalismo matemático de qué ocurre cuando esa condición se satisface. Pero no tenemos ni idea de cuáles son los mecanismos que llevan a que se satisfaga. (Creo que ese va a ser uno de mis próximos proyectos.)
Lo menciono porque eso es lo que está en juego aquí. Muchos de los simpatizantes del Tea Party no son plutócratas. Tampoco son pobres, pero no hay duda de que, desde el punto de vista del ingreso, muchos se beneficiarían de un gobierno más distributivo. Pero no les importa porque no es eso lo que los moviliza. Su narrativa, el aparato conceptual que usan para definir cuáles son los problemas de acción colectiva que merecen su atención, los dirige no hacia verse como miembros de una clase socioeconómica sino como miembros de un grupo de seguidores de un panteón secular-religioso donde coexisten Dios y los Padres Fundadores (de la constitución americana).
¿Por qué ocurre esto? ¿Cuáles son los mecanismos sociales que llevan a que se formen este tipo de identidades colectivas y no otras? Ya sé, ya sé: este es justamente el tema de la "teoría de las ideologías" en la tradición marxista. Pero esa teoría todavía no está completa así que nos queda mucho trabajo por hacer.
No tengo mucho más que ofrecer al respecto. Sólo puedo decir que estoy pensando harto en esto...
¡Por Fin! Internet en la Casa, Horario Normal, Pero sin Muebles...
Supuestamente, llegan la semana entrante.
Friday, October 22, 2010
¡Lunes! ¡Lunes! ¡Lunes! (eso dicen...)
Si les creemos a los de Telefónica, el Lunes tengo por fin acceso a internet. Si eso pasa, este blog volverá a su frecuencia habitual la próxima semana.
Sunday, October 10, 2010
...¿Y Si las Libertades Políticas Resultaran No Ser lo Que Hemos Creído?
Bueno. Ya tengo apartamento! Pero todavía no tengo internet allí así que todavía ando a punta de locutorios y subsidiarias de Starbucks. Pero me encuentro que Julián Arévalo hace un comentario muy importante a mi última entrada en el blog así que haré un esfuerzo para contestar.
Más que contestar, voy a plantear otra inquietud. Nosotros los que nos llamamos demócratas solemos darle un peso enorme a las libertades políticas. A veces inclusive un peso lexicográfico, como el caso de Rawls, el mismo Habermas o incluso (con todo y las vacilaciones que lo caracterizan) Sen. En cierto modo, yo me incluyo. Por lo menos, estoy seguro que yo la pasaría muy mal en una sociedad en la que no se respetaran las libertades políticas.
Pero esto último es lo que me puso a pensar. Generalmente nos la pasamos dando argumentos filosóficos en favor de esa prioridad de las libertades políticas pero, ¡cuidado!, ¿qué tal que nuestros argumentos filosóficos no sean más que el reflejo de preferencias personales, en particular, del hecho de que quienes así pensamos somos individuos bastante politizados que invertimos buena parte de nuestro tiempo en pensar en política y en expresar nuestras opiniones?
Lo digo porque de un tiempo para acá me asalta la duda de si de pronto la era de la política de masas se acabó. Después del colapso del "socialismo real" se impuso en muchas partes del mundo un unanimismo tal que a veces pareciera como si hubiera desaparecido la política. En muchas democracias europeas los grandes "formadores de opinión" se la pasan diciendo que ya no hay debate entre izquierda y derecha sino simplemente una competencia política entre distintos administradores del Estado. Es decir, las elecciones de primer ministro son casi como elecciones de una junta directiva en una empresa: se sabe que todos los candidatos quieren lo mismo, la única duda es quién es más competente para lograrlo.
Es, a mi juicio, una visión exagerada. Pero, ¿y si fuera verdad? ¿Y si a la opinión pública, de verdad, no se le presenta ninguna opción creíble de cambiar las estructuras profundas de la sociedad? ¿Qué pasaría entonces con la prioridad de las libertades políticas? ¿No sería posible que en ese caso, la sociedad pase gradualmente a quitarle primacía a dichas libertades?
Se me acaba el tiempo de internet, pero ¿que tal que las "democracias" del futuro sean como Singapur? Después comentaré más.
Más que contestar, voy a plantear otra inquietud. Nosotros los que nos llamamos demócratas solemos darle un peso enorme a las libertades políticas. A veces inclusive un peso lexicográfico, como el caso de Rawls, el mismo Habermas o incluso (con todo y las vacilaciones que lo caracterizan) Sen. En cierto modo, yo me incluyo. Por lo menos, estoy seguro que yo la pasaría muy mal en una sociedad en la que no se respetaran las libertades políticas.
Pero esto último es lo que me puso a pensar. Generalmente nos la pasamos dando argumentos filosóficos en favor de esa prioridad de las libertades políticas pero, ¡cuidado!, ¿qué tal que nuestros argumentos filosóficos no sean más que el reflejo de preferencias personales, en particular, del hecho de que quienes así pensamos somos individuos bastante politizados que invertimos buena parte de nuestro tiempo en pensar en política y en expresar nuestras opiniones?
Lo digo porque de un tiempo para acá me asalta la duda de si de pronto la era de la política de masas se acabó. Después del colapso del "socialismo real" se impuso en muchas partes del mundo un unanimismo tal que a veces pareciera como si hubiera desaparecido la política. En muchas democracias europeas los grandes "formadores de opinión" se la pasan diciendo que ya no hay debate entre izquierda y derecha sino simplemente una competencia política entre distintos administradores del Estado. Es decir, las elecciones de primer ministro son casi como elecciones de una junta directiva en una empresa: se sabe que todos los candidatos quieren lo mismo, la única duda es quién es más competente para lograrlo.
Es, a mi juicio, una visión exagerada. Pero, ¿y si fuera verdad? ¿Y si a la opinión pública, de verdad, no se le presenta ninguna opción creíble de cambiar las estructuras profundas de la sociedad? ¿Qué pasaría entonces con la prioridad de las libertades políticas? ¿No sería posible que en ese caso, la sociedad pase gradualmente a quitarle primacía a dichas libertades?
Se me acaba el tiempo de internet, pero ¿que tal que las "democracias" del futuro sean como Singapur? Después comentaré más.
Monday, October 4, 2010
... ¿Y Si Hubiera Algo Fundamentalmente Erróneo en Nuestras Doctrinas Liberales?
Está bien, espero que el título los haya invitado a leer más pero es un poco engañoso. No. No estoy seguro de que el liberalismo esté fundamentalmente equivocado. Puede que sí, puede que no. Todavía estoy pensándolo. Pero sí debo decir que de un tiempo para acá me estoy aburriendo de que al liberalismo se le acepte más por ser "inevitable" que como resultado de, oh ironía, el libre examen. Así que de vez en cuanto me verán escribiendo cosas un poco extrañas en contra de la democracia liberal, los principios de libertad individual, etc. No es porque esté totalmente seguro, sino que bien vale la pena pensar en estas cosas.
El tema de hoy es la libertad de contrato. Resulta que tengo que ser comentarista este Viernes en un seminario y, para no alargar el cuento, se me ocurrió que sería interesante estudiar en detalle una de las premisas fundamentales de las doctrinas liberales: que las transacciones libres, mutuamente benéficas entre dos individuos son moralmente inexpugnables.
Se trata de una idea que está a la base de buena parte de nuestras nociones sobre la economía de mercado. En la tradición socialista siempre se ha visto con algo de desconfianza este principio pero, creo yo, pocos intentos ha habido de formular una objeción analítica clara.
Marx insistió hasta la saciedad en que uno no podía analizar el funcionamiento de una economía de mercado como si fuera simplemente la yuxtaposición de cantidades de transacciones voluntarias, aisladas. De ahí su sorna en contra de las "Robinsonadas" de la economía. Para Marx, toda economía de mercado existía desde siempre en medio de una estructura de poder. Pero Marx, por razones muy complejas y no del todo inteligibles, se rehusó siempre a presentar una "teoría de la justicia" y, en parte por eso, nunca quiso utilizar este atisbo con fines de crítica normativa.
Pero es fácil intentarlo. Veamos. Si miramos el asunto de cerca, vemos que es difícil discernir cuando una transacción entre dos partes es puramente voluntaria. Hay casos en los que, así se cumplan las condiciones formales de una transacción voluntaria, el más ferviente libertario entendería que se ha violado un principio fundamental. Por ejemplo, un ejemplo que debería ser familiar a todo colombiano, si yo envío unos matones para intimidar a alguien, amenazándolo con matarlo si no sale en 48 horas, y luego voy y le compro su tierra, nadie consideraría esa transacción mutuamente libre.
Hasta ahí todo muy bien. Pero ahora alejémonos un poco de ese caso. Supongamos que yo no tengo nada que ver con los matones del cuento, pero simplemente sé que en determinada zona hay matones merodeando y decido aprovechar la situación para comprar tierra barata. Sucede en muchas partes del mundo. Alguien podría encontrar mi comportamiento moralmente reprochable pero yo podría defenderme diciendo que yo no tengo ninguna responsabilidad en la aparición de las milicias y que, por el contrario, le estoy haciendo un bien al campesino intimidado. De no ser por mi oferta, tendría que salir huyendo de su pueblo sin un centavo. Es gracias a mí que tiene algo, por misérrimo que sea, para instalarse en otro lado.
Creo que mucha gente consideraría este argumento por lo menos un tanto cínico. Habrá diferencias en el grado de cinismo que cada uno vea, eso es natural. Pero dudo que haya mucha gente que considere que mi conducta como especulador de tierras sea tan loable como yo la he presentado.
Obviamente, hay enormes dificultades a la hora de pasar de intuiciones morales cotidianas a argumentos normativos de gran calado. Pero me llama la atención que buena parte de la doctrina liberal sobre las transacciones voluntarias es totalmente indiferente a este tipo de raciocinio.
Al fin de cuentas, tenemos leyes que buscan limitar la libertad de contrato precisamente porque queremos evitar que alguien se aproveche indebidamente de las privaciones de otra persona. En cierto modo, se parte de la base de que, aunque los individuos involucrados en el contrato no son directamente responsables por las circunstancias de su contraparte, esto no les permite aprovecharse de ellas.
Nada de esto es particularmente innovador o brillante. (Al fin y al cabo, estoy en un café y se me está acabando el tiempo de internet.) Pero pensemos por un momento en qué pasaría si extendiéramos este principio a toda transacción de mercado. (Y ¿por qué no hacerlo?) ¿Qué pasaría si invirtiéramos la carga de la prueba y dijéramos que toda transacción de mercado, para ser socialmente aceptable, debe ser inocente de aprovechamiento indebido de privaciones? ¿Qué privaciones deberían contar a la hora de definir los términos de una transacción?
No tengo mucho tiempo, después tal vez ahonde en este problema. Pero piénsenlo y, creo yo, concluirán que buena parte de nuestras presunciones sobre los derechos de propiedad y el liberalismo económico quedarían en entredicho.
El tema de hoy es la libertad de contrato. Resulta que tengo que ser comentarista este Viernes en un seminario y, para no alargar el cuento, se me ocurrió que sería interesante estudiar en detalle una de las premisas fundamentales de las doctrinas liberales: que las transacciones libres, mutuamente benéficas entre dos individuos son moralmente inexpugnables.
Se trata de una idea que está a la base de buena parte de nuestras nociones sobre la economía de mercado. En la tradición socialista siempre se ha visto con algo de desconfianza este principio pero, creo yo, pocos intentos ha habido de formular una objeción analítica clara.
Marx insistió hasta la saciedad en que uno no podía analizar el funcionamiento de una economía de mercado como si fuera simplemente la yuxtaposición de cantidades de transacciones voluntarias, aisladas. De ahí su sorna en contra de las "Robinsonadas" de la economía. Para Marx, toda economía de mercado existía desde siempre en medio de una estructura de poder. Pero Marx, por razones muy complejas y no del todo inteligibles, se rehusó siempre a presentar una "teoría de la justicia" y, en parte por eso, nunca quiso utilizar este atisbo con fines de crítica normativa.
Pero es fácil intentarlo. Veamos. Si miramos el asunto de cerca, vemos que es difícil discernir cuando una transacción entre dos partes es puramente voluntaria. Hay casos en los que, así se cumplan las condiciones formales de una transacción voluntaria, el más ferviente libertario entendería que se ha violado un principio fundamental. Por ejemplo, un ejemplo que debería ser familiar a todo colombiano, si yo envío unos matones para intimidar a alguien, amenazándolo con matarlo si no sale en 48 horas, y luego voy y le compro su tierra, nadie consideraría esa transacción mutuamente libre.
Hasta ahí todo muy bien. Pero ahora alejémonos un poco de ese caso. Supongamos que yo no tengo nada que ver con los matones del cuento, pero simplemente sé que en determinada zona hay matones merodeando y decido aprovechar la situación para comprar tierra barata. Sucede en muchas partes del mundo. Alguien podría encontrar mi comportamiento moralmente reprochable pero yo podría defenderme diciendo que yo no tengo ninguna responsabilidad en la aparición de las milicias y que, por el contrario, le estoy haciendo un bien al campesino intimidado. De no ser por mi oferta, tendría que salir huyendo de su pueblo sin un centavo. Es gracias a mí que tiene algo, por misérrimo que sea, para instalarse en otro lado.
Creo que mucha gente consideraría este argumento por lo menos un tanto cínico. Habrá diferencias en el grado de cinismo que cada uno vea, eso es natural. Pero dudo que haya mucha gente que considere que mi conducta como especulador de tierras sea tan loable como yo la he presentado.
Obviamente, hay enormes dificultades a la hora de pasar de intuiciones morales cotidianas a argumentos normativos de gran calado. Pero me llama la atención que buena parte de la doctrina liberal sobre las transacciones voluntarias es totalmente indiferente a este tipo de raciocinio.
Al fin de cuentas, tenemos leyes que buscan limitar la libertad de contrato precisamente porque queremos evitar que alguien se aproveche indebidamente de las privaciones de otra persona. En cierto modo, se parte de la base de que, aunque los individuos involucrados en el contrato no son directamente responsables por las circunstancias de su contraparte, esto no les permite aprovecharse de ellas.
Nada de esto es particularmente innovador o brillante. (Al fin y al cabo, estoy en un café y se me está acabando el tiempo de internet.) Pero pensemos por un momento en qué pasaría si extendiéramos este principio a toda transacción de mercado. (Y ¿por qué no hacerlo?) ¿Qué pasaría si invirtiéramos la carga de la prueba y dijéramos que toda transacción de mercado, para ser socialmente aceptable, debe ser inocente de aprovechamiento indebido de privaciones? ¿Qué privaciones deberían contar a la hora de definir los términos de una transacción?
No tengo mucho tiempo, después tal vez ahonde en este problema. Pero piénsenlo y, creo yo, concluirán que buena parte de nuestras presunciones sobre los derechos de propiedad y el liberalismo económico quedarían en entredicho.
Wednesday, September 29, 2010
Sobre el "Mono Jojoy"
Para que vean que yo también se usar clichés, voy a comenzar diciendo que uno no debe alegrarse de la muerte de nadie. Pero "el Mono Jojoy" fue el responsable directo e indirecto de muchos de los actos criminales más repugnantes de las FARC así como el principal representante de la línea guerrerista de ese grupo, y por tanto, una influencia tremendamente perniciosa.
Dos reflexiones:
1. ¿Qué viene ahora? Muchos comentaristas dicen que a las FARC ya solo les queda la entrega de armas y que por lo tanto todo intento de diálogo sale sobrando. Me parece un error. Al igual que cualquier otra guerrilla del mundo, las FARC son derrotables militarmente. Eso no es el problema. El problema es de relación costo-beneficio. Las FARC no se van a tomar el poder, no están en condiciones de exigir y mucho menos imponer, reformas que resulten inadmisibles para el resto de los colombianos (digamos, la eliminación de la propiedad privada, o cosas de ese estilo). Entonces, si se diseña un buen mecanismo de diálogo, que permita generar confianza entre las partes y que posibilite avances, se puede negociar sin necesidad de muchos traumatismos.
En cambio, si se insiste en seguir simplemente por la vía militar, tarde o temprano se tendrá éxito pero hay que evaluar el costo y los riesgos. Por ejemplo:
2. Como ya he dicho, tengo por norma no ocuparme para nada de Ingrid Betancourt. Pero en cambio a veces leo con atención a Héctor Abad Faciolince. Imagínense mi dilema cuando veo una entrevista de Abad con Betancourt. Decidí leerla. Ambos coinciden en señalar algo que ya sabemos desde hace rato: las FARC parecen vivir en otro mundo, en otro siglo. La trayectoria de vida del "Mono Jojoy" es inimaginable para mí (y sospecho que para la mayoría de los lectores de este blog). Pero por eso mismo debemos preguntarnos si no habrá algo profundamente patológico en una sociedad que genera tales abismos entre sus miembros.
Dos reflexiones:
1. ¿Qué viene ahora? Muchos comentaristas dicen que a las FARC ya solo les queda la entrega de armas y que por lo tanto todo intento de diálogo sale sobrando. Me parece un error. Al igual que cualquier otra guerrilla del mundo, las FARC son derrotables militarmente. Eso no es el problema. El problema es de relación costo-beneficio. Las FARC no se van a tomar el poder, no están en condiciones de exigir y mucho menos imponer, reformas que resulten inadmisibles para el resto de los colombianos (digamos, la eliminación de la propiedad privada, o cosas de ese estilo). Entonces, si se diseña un buen mecanismo de diálogo, que permita generar confianza entre las partes y que posibilite avances, se puede negociar sin necesidad de muchos traumatismos.
En cambio, si se insiste en seguir simplemente por la vía militar, tarde o temprano se tendrá éxito pero hay que evaluar el costo y los riesgos. Por ejemplo:
- Un coletazo terrorista urbano de las FARC.
- Más falsos positivos.
- Un colapso de la estructura política de las FARC como resultado del cual las FARC se disuelvan en un sinfin de pequeños grupos delincuenciales.
2. Como ya he dicho, tengo por norma no ocuparme para nada de Ingrid Betancourt. Pero en cambio a veces leo con atención a Héctor Abad Faciolince. Imagínense mi dilema cuando veo una entrevista de Abad con Betancourt. Decidí leerla. Ambos coinciden en señalar algo que ya sabemos desde hace rato: las FARC parecen vivir en otro mundo, en otro siglo. La trayectoria de vida del "Mono Jojoy" es inimaginable para mí (y sospecho que para la mayoría de los lectores de este blog). Pero por eso mismo debemos preguntarnos si no habrá algo profundamente patológico en una sociedad que genera tales abismos entre sus miembros.
A Ver Si Ahora que Krugman lo Dice, la Gente Escucha...
Desde hace un tiempo, cuando estalló la crisis financiera, vengo pensando algo que me produce muchísima rabia acumulada y que no veo que la gente discuta. Afortunadamente, Krugman en su blog lo menciona aunque sin ponerle el toque emocional que el asunto merece.
Durante los años 90s América Latina parecía por momentos un protectorado fiscal de las calificadoras de riesgo. La medida del éxito de cualquier plan económico no era, como uno imaginaría, si generaba crecimiento, empleo, equidad, o cosas de esas, sino si le gustaba a las calificadoras de riesgo. Si un país obtenía grado triple A para sus bonos, entonces esto era señal de una política económica seria y responsable. Pero si un gobierno consideraba la posibilidad de aumentar el gasto público (por ejemplo el gasto social o en infraestructura), del Olimpo de las calificadoras se abatían sobre él rayos, truenos y llamas que anunciaban la peor catástrofe: una reducción en la calificación de los bonos.
Pues bien, ahora gracias a la crisis financiera sabemos más sobre qué es lo que ocurría en ese Olimpo. Las calificadoras, en medio de todo tipo de conflictos de intereses, le otorgaron el dichoso grado triple A a bonos de hipotecas titularizadas, hipotecas sobre casas de precios inflados sin ningún fundamento real. Entonces, gobiernos democráticos de América Latina eran tratados como si fueran posibles asaltantes de bancos mientras que los genios que convertían urbanizaciones quiméricas en títulos de valor recibían el ansiado triple A.
Cuando yo era niño, recuerdo haber visto libros ilustrados y películas animadas sobre la famosa fábula del "emperador desnudo." Invariablemente el emperador era un viejo bonachón, regordete, de buen humor aunque, obviamente, bastante ingenuo.
Ahora, con las calificadoras de riesgo y sus famosos grados triple A, estamos asistiendo a un caso de emperadores desnudos. Solo que en este caso estos emperadores no son gorditos bonachones sino que tienen a sus espaldas la responsabilidad de haber protegido los intereses de algunos financistas así fuera a costa del hambre y las necesidades de muchísima gente en América Latina. Me hierve la sangre cada que lo pienso.
Durante los años 90s América Latina parecía por momentos un protectorado fiscal de las calificadoras de riesgo. La medida del éxito de cualquier plan económico no era, como uno imaginaría, si generaba crecimiento, empleo, equidad, o cosas de esas, sino si le gustaba a las calificadoras de riesgo. Si un país obtenía grado triple A para sus bonos, entonces esto era señal de una política económica seria y responsable. Pero si un gobierno consideraba la posibilidad de aumentar el gasto público (por ejemplo el gasto social o en infraestructura), del Olimpo de las calificadoras se abatían sobre él rayos, truenos y llamas que anunciaban la peor catástrofe: una reducción en la calificación de los bonos.
Pues bien, ahora gracias a la crisis financiera sabemos más sobre qué es lo que ocurría en ese Olimpo. Las calificadoras, en medio de todo tipo de conflictos de intereses, le otorgaron el dichoso grado triple A a bonos de hipotecas titularizadas, hipotecas sobre casas de precios inflados sin ningún fundamento real. Entonces, gobiernos democráticos de América Latina eran tratados como si fueran posibles asaltantes de bancos mientras que los genios que convertían urbanizaciones quiméricas en títulos de valor recibían el ansiado triple A.
Cuando yo era niño, recuerdo haber visto libros ilustrados y películas animadas sobre la famosa fábula del "emperador desnudo." Invariablemente el emperador era un viejo bonachón, regordete, de buen humor aunque, obviamente, bastante ingenuo.
Ahora, con las calificadoras de riesgo y sus famosos grados triple A, estamos asistiendo a un caso de emperadores desnudos. Solo que en este caso estos emperadores no son gorditos bonachones sino que tienen a sus espaldas la responsabilidad de haber protegido los intereses de algunos financistas así fuera a costa del hambre y las necesidades de muchísima gente en América Latina. Me hierve la sangre cada que lo pienso.
Tuesday, September 28, 2010
Sobre el Caso de Piedad Córdoba
No me gusta pronunciarme sobre asuntos judiciales, menos aún cuando están en marcha y se tiene muy poca información. Pero en este caso siento que debo hacer una excepción. Después de todo, hace algún tiempo tuve una breve pero, quiero creer, fecunda interacción con Piedad Córdoba. Para ser más claros, yo fui uno de los primeros firmantes del grupo que después se conoció como "Colombian@s por la Paz" (en adelante CPP). Hace rato no tengo contacto ni con ella ni con el grupo (que se ha desarticulado bastante, por cierto), pero tal vez yo pueda aportar algo al debate que se viene.
Traté de leer el documento de la Procuraduría pero no pude leerlo en su totalidad. Es largo, farragoso y al cabo de un rato me convencí de que tiene varios problemas conceptuales. Como no soy abogado, lo que digo tal vez no tenga mucha solidez, pero aquí va.
Piedad Córdoba tiene interlocución con las FARC. Eso lo sabe todo el mundo. De por sí, eso no es ilegal. En Colombia muchos personajes de la vida pública tienen interlocución con las FARC.
La pregunta es si dónde está la frontera que separa la interlocución de la colaboración. No es una pregunta fácil de responder, pero por lo que he visto, el Procurador Ordoñez está tratando de generar más equívocos en vez de aclararlos. En lo que sigue voy a suponer, en aras de la discusión, que el Procurador tiene razón al afirmar que la persona mencionada en los documentos de las FARC es, en realidad, Piedad Córdoba. Me entero ahora que ella lo niega.
Al Procurador le llama muchísimo la atención, al punto de que lo utiliza como un punto central de su acusación, que Piedad Córdoba se entreviste con "Simón Trinidad" y con "Sonia" y que discuta el expediente de ellos con abogados. El Procurador presenta esto como si Piedad Córdoba estuviera prestándole servicios judiciales a las FARC.
Traté de leer el documento de la Procuraduría pero no pude leerlo en su totalidad. Es largo, farragoso y al cabo de un rato me convencí de que tiene varios problemas conceptuales. Como no soy abogado, lo que digo tal vez no tenga mucha solidez, pero aquí va.
Piedad Córdoba tiene interlocución con las FARC. Eso lo sabe todo el mundo. De por sí, eso no es ilegal. En Colombia muchos personajes de la vida pública tienen interlocución con las FARC.
La pregunta es si dónde está la frontera que separa la interlocución de la colaboración. No es una pregunta fácil de responder, pero por lo que he visto, el Procurador Ordoñez está tratando de generar más equívocos en vez de aclararlos. En lo que sigue voy a suponer, en aras de la discusión, que el Procurador tiene razón al afirmar que la persona mencionada en los documentos de las FARC es, en realidad, Piedad Córdoba. Me entero ahora que ella lo niega.
Al Procurador le llama muchísimo la atención, al punto de que lo utiliza como un punto central de su acusación, que Piedad Córdoba se entreviste con "Simón Trinidad" y con "Sonia" y que discuta el expediente de ellos con abogados. El Procurador presenta esto como si Piedad Córdoba estuviera prestándole servicios judiciales a las FARC.
No sé si es ingenuidad o mala fe lo que mueve al Procurador a esto. En las gestiones de liberación de secuestrados de aquella época era claro para cualquiera que se tomara la molestia de averiguarlo, que se buscaba que las liberaciones vinieran seguidas por concesiones para las FARC. Obvio. Dado que el objetivo era ir avanzando en un proceso de paz, lo lógico era que hubiera gestos de parte y parte. Uno de los gestos que se consideró en aquella época era obtener algún trato más favorable a "Simón Trinidad" y a "Sonia" por parte de las autoridades norteamericanas, inclusive, si era del caso, su retorno a Colombia.
Yo no soy Procurador, ni detective, ni periodista investigativo, pero tenía esto muy claro en aquella época. En ese sentido, es absurdo decir que Piedad Córdoba se estaba extralimitando en sus labores al indagar acerca de la situación de estos dos guerrilleros extraditados. Esa indagación era una parte central de la misión.
Se podrá argumentar que estoy usando una definición muy amplia de la gestión de paz, una definición no compartida por la Administración Uribe que era la que le había asignado esta tarea. Pero el asunto no es tan claro. En países en conflicto ocurre a veces que ciudadanos distintos al gobierno hagan gestiones de paz. Yo mismo hace algún tiempo estuve tratando de convencer a varios políticos de lanzar una iniciativa de paz independiente del gobierno, en vista de que la Administración Uribe no quería hacer absolutamente nada al respecto. No era una idea exótica. En Israel hace un tiempo algunos partidos de oposición se reunieron con facciones de Hamas y llegaron a los así llamados "Acuerdos de Ginebra." En Colombia un ciudadano de muy alto perfil hace un tiempo trató de entablar conversaciones con las FARC y con los grupos paramilitares no solo sin consultar con el gobierno sino con el claro entendimiento de que el objetivo era crear otro gobierno. ¿Su nombre? Juan Manuel Santos.
Entonces resulta un despropósito que el Procurador ahora ponga el grito en el cielo porque Piedad Córdoba estaba adelantando gestiones de paz que involucraban a otros gobiernos de la zona, que incluyeran la opción de, llegado el caso, convocar una Asamblea Constituyente y que tuvieran como paso inicial lograr ciertas concesiones judiciales para dos guerrilleros de alto perfil.
Hay un detalle que sí me pone a pensar. Según la acusación, Piedad Córdoba instó a las FARC a no enviar un video con pruebas de supervivencia, y que más bien enviaran una grabación. De ser cierto, esa me parece una conducta reprobable. Yo entiendo que sea necesario en un proceso de esta naturaleza calibrar todas las variables políticas pero no a expensas de acrecentar el dolor de las familias de los secuestrados.
¿Es Piedad Córdoba una colaboradora de las FARC? No lo sé. No tengo suficiente información. En mis interacciones con ella nunca me lo ha parecido. Es más, en algunas de esas interacciones yo era el único de los presentes que no pertenecía a su círculo de colaboradores. De modo que si Piedad me mintió, estaba montando un show con el único e irrisorio fin de impresionar a un simple ciudadano particular. Si se probara que Piedad Córdoba ha apoyado y facilitado los actos violentos de las FARC, merecería un duro castigo legal y yo me sumaría al grupo de los que la condenan. Pero hasta donde yo he visto, Piedad ha tratado de que su interlocución con las FARC sirva como puente para que ese grupo vuelva a la política y deje las armas. En su documento, el Procurador parece querer criminalizar esa conducta que a mi juicio es legítima y benéfica para el proceso político colombiano.
Podemos tener un debate acerca de la conveniencia de que ciudadanos distintos al gobierno busquen formas de acercar a las FARC a la paz. Entiendo que pueda haber argumentos ponderados de lado y lado. Pero en vez del debate, lo que estamos viendo aquí es una cacería de brujas lanzada, al fin y al cabo, por alguien que cuenta en su carrera con una quema de libros.
Dejo de Escribir Dos Semanas y ¡Miren lo que Pasa!
Casi nada:
1. Cae el "Mono Jojoy"
2. La Procuraduría destituye a Piedad Córdoba
3. Elecciones en Venezuela
4. Vísperas de la huelga general en España
etc., etc.. etc.
A ver si me pongo al día.
1. Cae el "Mono Jojoy"
2. La Procuraduría destituye a Piedad Córdoba
3. Elecciones en Venezuela
4. Vísperas de la huelga general en España
etc., etc.. etc.
A ver si me pongo al día.
Thursday, September 16, 2010
En Madrid (!!!)
Por fin. Ya llegué a Madrid después de una larga espera. Todavía hay muchos líos logísticos por resolver, entre ellos un acceso muy errático a internet (estoy dependiendo de locutorios). Pero lo importante es que ya llegué. No solo me encanta Madrid sino que esta vez, a diferencia de las veces pasadas, ya no tengo la sensación de que esto es algo efímero. No. Esta vez vine para quedarme todo el tiempo que yo quiera. En mi caso es una sensación inusual, pero fantástica.
Friday, September 10, 2010
American Notes (6): On Becoming American
Well, guess what? I'm now an American citizen.
I must confess that I'm not big in patriotic fervor. Never been, probably never will. I guess I can attribute it to a confluence of circumstances. We socialists are always leery of nationalisms. (How does it go? "Workers of the world unite!", I think?) Plus, we members of the educated elites of the 21st century are highly globalized, we move around and everywhere we go we find people like us while at the same time, and this is especially true of Latin Americans given how unequal our societies are, we cannot fail to notice the chasm between ourselves and our compatriots. I'm not sure patriotism is always a good thing. Sure, sometimes it is but it can also lead to disaster.
So, no, I'm not a changed man today. But at some level it is special. Like I've said before, the US is a big part of my life. I have always been a critic of many aspects of America, but at the same time I have a great debt of gratitude with the US.
Let it be noted that in acquiring the American citizenship I do not have to, and will not, stop criticizing the US whenever I feel like. That's what being citizen of a democracy is about.
As it turns out, probably the most emotional moment for me happened the day before the actual oath ceremony. I was at the Washington airport and I saw a large group of elderly men: they were part of a convention or something of World War II veterans.
They looked very different from each other. Some were clearly enjoying vigorous health after all these years, some were clearly falling apart in their old age. Some seemed to be thriving, others looked to have been in some kind of penury. Most were whites but there were some blacks and the occasional Asian (some with a "Pearl Harbor Survivor" cap). Probably their ethnic combination was not very representative of the original group. I don't know. But for all their differences, they had something in common: they were all part of the defining moment of America in the 20th century, they were all part of the "Greatest Generation."
I'm already on record saying that to me FDR is the 20th Century greatest statesman. But part of what made him so great was the society he presided over. The Great Depression and World War II brought out some of the best traits of American society. (Sure, some bad stuff also happened: Japanese were interned in concentration camps, Father Coughlin commanded a rabid audience of antisemites, and so on.) But probably never before, or never after, Americans came together with a greater sense of collective purpose and mutual help.
The American role in defeating Nazism and Fascism was, I'll say it in so many words, admirable. The US did not bear the main burden. (The Soviet resistance was one of the great feats of collective heroism in all history.) But the American troops behaved with greater honor than any other of the fighting parties in the war; they acted like true liberators. True, American policies in the defeated powers after the war were often reprehensible. The US propped up corrupt regimes in Italy and Japan as long as they were reliably anti-Communist (and conducted a serious Red purge in Japan). But the common soldiers, the guys like the ones I saw yesterday, gave everything in the fight and, in the process, helped put an end to one of humankind's darkest hours. That's something that deserves tribute. And it was nice to be reminded of that the day before becoming an American citizen.
I must confess that I'm not big in patriotic fervor. Never been, probably never will. I guess I can attribute it to a confluence of circumstances. We socialists are always leery of nationalisms. (How does it go? "Workers of the world unite!", I think?) Plus, we members of the educated elites of the 21st century are highly globalized, we move around and everywhere we go we find people like us while at the same time, and this is especially true of Latin Americans given how unequal our societies are, we cannot fail to notice the chasm between ourselves and our compatriots. I'm not sure patriotism is always a good thing. Sure, sometimes it is but it can also lead to disaster.
So, no, I'm not a changed man today. But at some level it is special. Like I've said before, the US is a big part of my life. I have always been a critic of many aspects of America, but at the same time I have a great debt of gratitude with the US.
Let it be noted that in acquiring the American citizenship I do not have to, and will not, stop criticizing the US whenever I feel like. That's what being citizen of a democracy is about.
As it turns out, probably the most emotional moment for me happened the day before the actual oath ceremony. I was at the Washington airport and I saw a large group of elderly men: they were part of a convention or something of World War II veterans.
They looked very different from each other. Some were clearly enjoying vigorous health after all these years, some were clearly falling apart in their old age. Some seemed to be thriving, others looked to have been in some kind of penury. Most were whites but there were some blacks and the occasional Asian (some with a "Pearl Harbor Survivor" cap). Probably their ethnic combination was not very representative of the original group. I don't know. But for all their differences, they had something in common: they were all part of the defining moment of America in the 20th century, they were all part of the "Greatest Generation."
I'm already on record saying that to me FDR is the 20th Century greatest statesman. But part of what made him so great was the society he presided over. The Great Depression and World War II brought out some of the best traits of American society. (Sure, some bad stuff also happened: Japanese were interned in concentration camps, Father Coughlin commanded a rabid audience of antisemites, and so on.) But probably never before, or never after, Americans came together with a greater sense of collective purpose and mutual help.
The American role in defeating Nazism and Fascism was, I'll say it in so many words, admirable. The US did not bear the main burden. (The Soviet resistance was one of the great feats of collective heroism in all history.) But the American troops behaved with greater honor than any other of the fighting parties in the war; they acted like true liberators. True, American policies in the defeated powers after the war were often reprehensible. The US propped up corrupt regimes in Italy and Japan as long as they were reliably anti-Communist (and conducted a serious Red purge in Japan). But the common soldiers, the guys like the ones I saw yesterday, gave everything in the fight and, in the process, helped put an end to one of humankind's darkest hours. That's something that deserves tribute. And it was nice to be reminded of that the day before becoming an American citizen.
Tuesday, September 7, 2010
De Viaje
Mañana salgo de viaje y duraré unos cuantos días con poco tiempo para internet. Si todo sale bien, cuando termine este viaje (el 15 de Septiembre), habrán pasado dos cosas:
1. Habré adquirido la nacionalidad estadounidense.
2. Estaré ya radicado en España.
Si puedo, escribiré algo en estos días, pero lo dudo. ¡No me olviden! Vuelvo pronto.
1. Habré adquirido la nacionalidad estadounidense.
2. Estaré ya radicado en España.
Si puedo, escribiré algo en estos días, pero lo dudo. ¡No me olviden! Vuelvo pronto.
Tuesday, August 31, 2010
¿Es Buena la Industrialización?
Yo me alcanzo a acordar cuando todos éramos "industrializadores." Hubo un tiempo en que todo economista respetable del Tercer Mundo defendía la necesidad de industrializar estos países. De repente en los 90s eso se acabó. Es más, en algunas zonas la desindustrialización se volvió la moda. Ya hace unos días me refería Santiago Montenegro y su desdén por los esfuerzos industrializadores. Ayer me volví a acordar del tema leyendo esta columna de Jagdish Bhagwati uno de los librecambistas más verticales del momento.
Desde hace un tiempo el tema me viene dando vueltas en la cabeza por razones distintas a las que aduce Bhagwati. A mi juicio, el tema de la industrialización tiene un ángulo de economía política que no se suele discutir.
Mi ex-colega Carles Boix ha insistido repetidas veces en que la clave de la democratización es la combinación de igualdad y movilidad de activos. La idea es intuitivamente sencilla: en una economía muy desigual, las élites serán muy reacias a permitir la democratización porque anticipan que el resultado será un aumento en la progresividad tributaria lo cual las perjudica. (Sus pérdidas serían menores si la economía fuera más igualitaria antes de la democratización.) Por otro lado, mientras más móviles sean los activos de las élites, menos será el aumento en la progresividad de los impuestos ya que las élites pueden amenazar con sacar sus activos del país. En ese sentido, la movilidad de activos hace que las élites estén más dispuestas a aceptar la democratización porque tienen menos que perder con ella.
Se trata de un modelo muy elegante aunque yo tengo mis discrepancias. Mi principal objeción tiene que ver con la noción de movilidad y esto a su vez tiene que ver con la industrialización.
Si yo soy dueño de un activo y quiero sacarlo del país, tengo que venderlo. Pero el valor de mercado del activo depende del precio de sus componentes. Si tengo una fábrica y la quiero liquidar porque tengo que sacar la plata de prisa, tengo que estar dispuesto a vender la fábrica a pedazos, perdiendo así el valor de las complementariedades entre las distintas piezas. El edificio, las máquinas, las materias primas tienen un valor de mercado distinto si se venden por separado que si se venden juntas. Los posibles compradores sacan ventaja de mi prisa y me cobran las complementariedades. Entonces, si yo tengo razón, mientras mayor sea la complejidad de un activo, mientras más tecnología incorpore, mientras más complementariedades tenga, menos fácil será liquidarlo. Por lo tanto, el dueño de ese activo estará más dispuesto a aceptar niveles altos de tributación antes de decidir liquidar e irse.
Un punto a favor de este argumento es que los estados del bienestar más generosos y mejor financiados suelen estar en economías industrializadas o en economías que han logrado construir en torno a su explotación de recursos naturales una base manufacturera y tecnológica avanzada. Por ejemplo, Finlandia (antes de Nokia) no era un simple exportador de maderas sino también un líder mundial en tecnología para el procesamiento de madera, pulpa y papel. Dinamarca ha construido una industria de maquinaria lechera en torno a sus exportaciones de lácteos.
Creo que eso explica porque a los socialistas del Tercer Mundo, por más que estemos dispuestos a aceptar el libre cambio, nos queda difícil abandonar nuestra preferencia por la industrialización. La redistribución en serio necesita impuestos y para poder cobrar impuestos altos es necesario que los activos de la economía no se puedan volar al más mínimo asomo de tributación. Y para eso se necesitan activos que incorporen tecnología. Yo no tengo problemas con la noción de Bhagwati de que los servicios pueden ser fuente de cambio tecnológico. Es más, a juzgar por los ejemplos que he dado, incluso el sector agropecuario o los recursos naturales pueden hacer la tarea. En esa medida, no creo que sea necesario volver a la industrialización un fin en sí mismo. Hay industrias que un país no tiene por qué desarrollar. (Alguna vez oí que en el auge de la sustitución de importaciones, Uruguay, un país con tres millones de habitantes, producía sus propias bicicletas: eso no tiene ningún sentido.)
Resumiendo, aunque no le falta razón a Bhagwati en tanto que el libre comercio puede generar ganancias de eficiencia, es probable que las ganancias duraderas en materia de equidad necesiten desarrollar sectores económicos que el libre comercio por sí solo no desarrollaría. Un dilema que no se resuelve con fundamentalismos.
Monday, August 23, 2010
¿Debe Estar la Regla Fiscal en la Constitución?
Hace unas semanas un grupo muy selecto de economistas, algunos del gobierno otros consultores independientes, terminó el proceso de elaborar una "regla fiscal" que busca darle estabilidad y sostenibilidad de largo plazo a las finanzas públicas. No conozco todos los detalles, solo leí algunas partes del documento, pero en general me sumo a los que lo han recibido bien. Me parece muy saludable que se busquen mecanismos contracíclicos que permitan ahorrar en tiempos de abundancia para volver sostenible el gasto necesario en tiempos de escasez.
Pero me entero de buena fuente que se viene un debate interesantísimo. Resulta que algunos partidarios de la regla fiscal quieren que quede consagrada en la Constitución. Ya hace unas semanas Carrasquilla (uno de los más entusiastas con la regla) escribió sobre la sostenibilidad fiscal como un derecho fundamental.
Aunque todavía no tengo mis opiniones muy bien formadas al respecto (recuerden, una regla de oro de este blog es que yo puedo cambiar de opinión sobre cualquier tema cuando se me dé la real gana), creo que aquí es donde yo me bajo del bus. A mi juicio, la regla fiscal, o más precisamente, un principio general de sostenibilidad financiera, no debe estar en la Constitución.
El tema es bien complejo; creo que me tomaré varios apuntes para explicar mi posición. Además es fascinante. A muchos les parecerá un debate técnico, aburrido, pero en realidad va al corazón mismo del concepto de estado social de derecho y cómo debe ser interpretado.
1. ¿Qué está en juego? Desde los tiempos de Burke (o incluso desde Hobbes), conservadores, libertarios y algunos liberales clásicos han estado obsesionados con el tema del desorden. Para ellos el objetivo fundamental de la Constitución debe ser evitar el desorden. Burke prácticamente tenía pesadillas con la Revolución Francesa e incluso dio órdenes de que enterraran su cadáver en un lugar sin identificar en caso de que las hordas jacobinas cruzaran el Canal de la Mancha y profanaran su tumba. (Todavía hoy no sabemos dónde está enterrado Burke.)
Si leen el artículo de Carrasquilla verán un eco de ese espíritu solo que ahora en vez de la Revolución Francesa, el temor son los disturbios de Grecia. Por favor, no lo digo en son de burla. Uno de los motivos más consistentes de las ideas constitucionales libertarias es cómo evitar el desorden social que resulta de las dislocaciones económicas. De ahí, por ejemplo, la aversión a cualquier brote inflacionario. La idea de la sostenibilidad fiscal como un derecho viene de esa tradición: la Constitución tiene que evitar que se llegue a situaciones insostenibles como la de Grecia.
En contraste, la tradición rousseauniana que inspira la línea que lleva desde Kant hasta Rawls, pasando por muchos socialdemócratas y socialistas, incluyendo en algunos temas a pragmáticos gringos como Dewey, ve las prioridades de otra manera. El objetivo de la Constitución es establecer unos términos de cooperación social que sean reconocidos por todos los asociados como algo mutuamente benéfico y que generan instituciones que todos pueden reconocer como interesadas en su bienestar y en su desarrollo personal. Esta visión no desconoce que el desorden es una patología que deba ser evitada y combatida. Pero su forma de atacarlo es distinta.
Mientras el burkeanismo quiere crear salvaguardas institucionales contra el desorden que estén más allá del alcance del proceso político, el rousseaunianismo quiere que sea el mismo proceso político el que, al ir incluyendo a los asociados, los induzca a reducir al mínimo posible los brotes de desorden. De ahí que, por ejemplo, Rawls insista en que la fuente de sus principios es la noción de una "sociedad bien ordenada." Este debate nunca va a desaparecer, siempre va a haber opiniones respetables en ambos lados.
La Constitución colombiana consagra una serie de derechos fundamentales para los ciudadanos, pero lo hace con un espíritu más cercano a la tradición rousseauniana (con fuertes y saludables acentos rawlsianos) que a la tradición burkeana. En cambio, el supuesto derecho a la sostenibilidad fiscal sería algo distinto. Si se pusiera en la Constitución, el resultado sería un cuerpo constitucional incoherente en el que al final alguna de las dos partes terminaría por devorar a la otra. (Carrasquilla, que como ya he dicho es un tipo muy inteligente, seguramente lo sabe y por eso mismo es que le gusta la propuesta.) Veamos:
2. ¿Es la sostenibilidad fiscal un derecho fundamental? En materias constitucionales yo soy muy rawlsiano (aunque le añado a la receta fuertes dosis de habermasianismo). Por eso en este punto me pregunto qué diría Rawls al respecto. No lo sé. Me toca inventarme la respuesta (sobre todo porque, como ya he dicho, mis libros están en alguna bodega en algún lugar del Atlántico y me tomará varias semanas desempacarlos).
Rawls desarrolló su noción de la justicia en torno a los "bienes sociales primarios" es decir, bienes que, independientemente de cualquier definición que podamos tener sobre la buena vida, todo individuo necesita. Para Rawls esos bienes son el objetivo central de la justicia. (La lista es si mal no me acuerdo: libertades individuales, libertades públicas, ingreso, acceso a posiciones de responsabilidad y las "bases del respeto a sí mismo.") Esos bienes son la forma de garantizar que el orden constitucional resultante sea reconocido por todas las partes como algo digno de ser apoyado.
Rawls es muy explícito en la forma como se deben distribuir estos bienes (las libertades deben ser iguales para todos, el ingreso debe estar sujeto al "principio de la diferencia" que maximiza el ingreso de los más pobres). Pero no dice nada sobre los procedimientos específicos. Por ejemplo, no hay una cláusula sobre la sostenibilidad fiscal, o sobre la estabilidad de los precios. ¿Por qué?
La respuesta, creo yo, tiene que ver con la actitud de Rawls hacia el conflicto: para él, el objetivo de una sociedad bien ordenada no es eliminar conflictos o resolverlos de una vez por todas en la Constitución sino ofrecer un marco de derechos para que el conflicto se pueda canalizar en forma no violenta. Resulta que los asuntos de sostenibilidad fiscal o de estabilidad de precios entrañan un conflicto distributivo. La inflación favorece a los deudores y perjudica a los acreedores, la emisión de deuda pública puede beneficiar a los receptores del gasto y perjudicar a los tenedores de bonos. Entonces, una regla que determine de una vez y para siempre qué hacer en estos temas está tratando de resolver el conflicto distributivo subyacente en lugar de dejar que sean las instituciones democráticas las que lo canalicen.
Se podría objetar que el principio de la diferencia rawlsiano es en sí mismo una regla de distribución de recursos que impone una solución a un conflicto distributivo. De acuerdo. Pero nótese que la solución de Rawls es precisamente buscar el tipo de distribución que es más aceptable por todas las partes, por lo menos detrás del "velo de ignorancia." No me queda claro que el principio de sostenibilidad fiscal pase esa prueba.
Detrás de un velo de ignorancia yo no puedo saber si voy a ser un receptor de ayuda del gobierno (por ejemplo, por problemas de salud) o un acreedor del mismo al comprar bonos de deuda pública. Obviamente, sería un atropello a los derechos del acreedor, y una violación del principio de la diferencia, permitirle al gobierno repudiar las deudas sistemáticamente. Pero más allá de ese mínimo, no veo por qué sea necesario que la Constitución determine la forma en la cual ese conflicto entre los acreedores del gobierno y el resto de los ciudadanos deba ser resuelto. De hecho, lo más probable es que los acreedores del gobierno sean agentes económicos que gozan de bastante poder político y económico en cualquier sociedad. Entonces, a la luz del principio de la diferencia no es evidente que merezcan protecciones adicionales enterradas en lo más hondo de la Constitución.
3. Problemas operacionales. La sostenibilidad fiscal es deseable, de eso no hay ninguna duda. Pero no veo una forma sensata y compatible con los principios básicos de la justicia social para volverla derecho fundamental.
Si algo hemos aprendido en las últimas décadas es que no existe una regla de oro de la sostenibilidad fiscal. Los mercados mundiales decidieron que Argentina en el 2001, con una relación deuda/PIB alrededor del 50% era un riesgo inaceptable. Pero esos mismos mercados nunca dijeron nada cuando Italia y Bélgica tenían deudas de más del 100% del PIB. Es más, esos mismos mercados hoy en día están dispuestos a prestarle al Tesoro de los Estados Unidos al 2.5% con todo y que la relación deuda/PIB de ese país va disparada hacia un 90% en pocos años. ¿Cuál es el tope? ¿En qué momento debería la Corte Constitucional decir que determinado programa del gobierno pone en peligro la sostenibilidad fiscal? (A propósito, ¿si sería la Corte Constitucional el escenario adecuado para discutir esto? Eso es lo que piensan los partidarios de elevar la regla fiscal a status constitucional.) Una deuda sostenible, acompañada de una política fiscal contracíclica son metas muy loables. Pero no veo cómo se puede determinar de antemano cuáles son las magnitudes correctas.
Cualquier argentino (o cualquier griego) puede atestiguar que una crisis de sostenibilidad fiscal es algo horrible, eso no lo discute nadie. Pero esas crisis son, en últimas, fallas del proceso político (básicamente porque no se genera a tiempo el consenso necesario para poner las finanzas en orden). Lo democrático es, entonces, dejar que sea el mismo proceso político el que las prevenga y las resuelva. Las democracias a veces se equivocan. Hay que aprender a vivir con eso.
Fíjense como otra vez surge la dicotomía entre burkeanos y rousseaunianos. Los burkeanos prefieren ponerle cortapisas al proceso democrático, dejándo la decisiones sobre deuda pública en piloto automático, con tal de evitar la catástrofe de una crisis de confianza en la deuda. Los rousseaunianos estamos más dispuestos a correr los riesgos típicos de toda democracia, incluída la ocasional crisis económica, con tal de preservar un orden de libertades que sea reconocido por todos los ciudadanos como justo.
Se me dirá que yo estoy hablando de principios altisonantes abstractos mientras que los burkeanos tienen los pies sobre la tierra. No estoy tan seguro. Veamos el caso argentino. El colapso de la economía argentina en el 2001 fue algo pavoroso. Pero recordemos que parte de su origen fue precisamente el intento (burkeano) de eliminar la discrecionalidad en la política monetaria (convertibilidad). Eso le quitó margen de maniobra al proceso político para haber devaluado a tiempo. Algo parecido ocurre con Grecia: si Grecia no estuviera en la zona euro, tendría más herramientas para salir de la crisis. Entonces, pregunto yo, ¿no será que la obsesión burkeana por evitar el desorden es ella misma la responsable de dejar a las sociedades sin herramientas para aliviar las crisis antes de que estallen en desorden? ¿No será que de pronto una sociedad que no arroja las llaves de la deuda pública al mar tiene más oportunidades de buscar el reparto de las cargas más equitativo y políticamente aceptable para todos los ciudadanos?
Dirán los burkeanos que esta vez es distinto, que precisamente las limitaciones constitucionales a la deuda pública van al corazón mismo del problema. No estoy seguro. Cada que intentamos fijar un conflicto distributivo, reaparece otro. En Argentina se trató de fijar el conflicto en torno a la inflación, y surgió el conflicto en torno al déficit. Si se aprieta por el lado monetario (ya tenemos Banco Central independiente) y al mismo tiempo por el lado fiscal, ¿no estaremos amarrando muy fuerte las manos de cualquier gobierno futuro? ¿no lo estaremos dejando sin herramientas democráticas para atender una crisis? ¿no será que dicha crisis estalla por otros lados, de pronto más nocivos?
Repito, como está concebida, la regla fiscal es contracíclica. Excelente. Pero es que a mi me suena que "contracíclica" y "constitucional" son dos términos contradictorios. Es imposible saber de antemano cuál va a ser la combinación de impuestos y deuda pública que vaya a resolver la próxima crisis por el simple hecho de que su magnitud es desconocida.
4. Justicia intergeneracional. Un posible argumento a favor de la regla fiscal es el de la justicia intergeneracional. Así como, al decir de la Revolución Americana, los tributos sin representación son injustos ("no taxation without representation"), uno puede decir que es injusto dejarle a generaciones futuras que no votan ahora una carga de deuda onerosa. Es más, alguien podría decir que la regla fiscal es equivalente a una regla de sostenibilidad ambiental. Así como no podemos dejar a las futuras generaciones sin agua, tampoco las podemos dejar bajo el yugo de impuestos excesivos.
Dos problemas. Primero, el nivel óptimo de deuda pública no es cero. Puede que sea injusto dejarle una deuda impagable a futuras generaciones, pero también es injusto privarlas de las ganancias en bienestar que podrían obtener si nos dejaran construirles, por ejemplo, las escuelas, hospitales y autopistas que ellas van a usar, o que sus padres van a usar para poderlas criar. Segundo, los mercados de deuda no son un ecosistema con el que sea inútil toda acción política. Si se acaba el agua, se acaba el agua, punto. En cambio, si se viene una crisis de deuda, es posible negociar entre el gobierno y sus acreedores y entre el gobierno y sus contribuyentes. Entonces, sería falaz hacer un paralelo entre la sostenibilidad fiscal y la sostenibilidad ambiental.
5. ¿Qué tipo de estado queremos? En resumen, yo no veo nada malo con el arreglo que tenemos hoy en día: un estado social de derecho que ofrece ciertas garantías a los ciudadanos, que coloca la salvaguarda de esas garantías en manos de la Corte Constitucional y que deja el problema de cómo hacer compatibles esas garantías al arbitrio de un proceso político democrático. Me parece que ese sistema ha funcionado bien en Colombia y en otros países, es el que defiende con más robustez los derechos sociales y preserva las libertades políticas. Hay sectores a los que esto les parece horrible (por eso para ellos "garantismo" es un insulto.) Esos sectores quisieran que el problema de compatibilizar las garantías debería quedar resuelto de una vez por todas en la Constitución. Pero en ese caso, se devalúa el concepto de garantías sociales y se trivializa tambien la democracia.
Me tengo que ir, y me estoy cansando. Por lo pronto, párenle bolas a este debate: como ya dije, está en juego ni más ni menos que el espíritu mismo de nuestra Constitución.
Pero me entero de buena fuente que se viene un debate interesantísimo. Resulta que algunos partidarios de la regla fiscal quieren que quede consagrada en la Constitución. Ya hace unas semanas Carrasquilla (uno de los más entusiastas con la regla) escribió sobre la sostenibilidad fiscal como un derecho fundamental.
Aunque todavía no tengo mis opiniones muy bien formadas al respecto (recuerden, una regla de oro de este blog es que yo puedo cambiar de opinión sobre cualquier tema cuando se me dé la real gana), creo que aquí es donde yo me bajo del bus. A mi juicio, la regla fiscal, o más precisamente, un principio general de sostenibilidad financiera, no debe estar en la Constitución.
El tema es bien complejo; creo que me tomaré varios apuntes para explicar mi posición. Además es fascinante. A muchos les parecerá un debate técnico, aburrido, pero en realidad va al corazón mismo del concepto de estado social de derecho y cómo debe ser interpretado.
1. ¿Qué está en juego? Desde los tiempos de Burke (o incluso desde Hobbes), conservadores, libertarios y algunos liberales clásicos han estado obsesionados con el tema del desorden. Para ellos el objetivo fundamental de la Constitución debe ser evitar el desorden. Burke prácticamente tenía pesadillas con la Revolución Francesa e incluso dio órdenes de que enterraran su cadáver en un lugar sin identificar en caso de que las hordas jacobinas cruzaran el Canal de la Mancha y profanaran su tumba. (Todavía hoy no sabemos dónde está enterrado Burke.)
Si leen el artículo de Carrasquilla verán un eco de ese espíritu solo que ahora en vez de la Revolución Francesa, el temor son los disturbios de Grecia. Por favor, no lo digo en son de burla. Uno de los motivos más consistentes de las ideas constitucionales libertarias es cómo evitar el desorden social que resulta de las dislocaciones económicas. De ahí, por ejemplo, la aversión a cualquier brote inflacionario. La idea de la sostenibilidad fiscal como un derecho viene de esa tradición: la Constitución tiene que evitar que se llegue a situaciones insostenibles como la de Grecia.
En contraste, la tradición rousseauniana que inspira la línea que lleva desde Kant hasta Rawls, pasando por muchos socialdemócratas y socialistas, incluyendo en algunos temas a pragmáticos gringos como Dewey, ve las prioridades de otra manera. El objetivo de la Constitución es establecer unos términos de cooperación social que sean reconocidos por todos los asociados como algo mutuamente benéfico y que generan instituciones que todos pueden reconocer como interesadas en su bienestar y en su desarrollo personal. Esta visión no desconoce que el desorden es una patología que deba ser evitada y combatida. Pero su forma de atacarlo es distinta.
Mientras el burkeanismo quiere crear salvaguardas institucionales contra el desorden que estén más allá del alcance del proceso político, el rousseaunianismo quiere que sea el mismo proceso político el que, al ir incluyendo a los asociados, los induzca a reducir al mínimo posible los brotes de desorden. De ahí que, por ejemplo, Rawls insista en que la fuente de sus principios es la noción de una "sociedad bien ordenada." Este debate nunca va a desaparecer, siempre va a haber opiniones respetables en ambos lados.
La Constitución colombiana consagra una serie de derechos fundamentales para los ciudadanos, pero lo hace con un espíritu más cercano a la tradición rousseauniana (con fuertes y saludables acentos rawlsianos) que a la tradición burkeana. En cambio, el supuesto derecho a la sostenibilidad fiscal sería algo distinto. Si se pusiera en la Constitución, el resultado sería un cuerpo constitucional incoherente en el que al final alguna de las dos partes terminaría por devorar a la otra. (Carrasquilla, que como ya he dicho es un tipo muy inteligente, seguramente lo sabe y por eso mismo es que le gusta la propuesta.) Veamos:
2. ¿Es la sostenibilidad fiscal un derecho fundamental? En materias constitucionales yo soy muy rawlsiano (aunque le añado a la receta fuertes dosis de habermasianismo). Por eso en este punto me pregunto qué diría Rawls al respecto. No lo sé. Me toca inventarme la respuesta (sobre todo porque, como ya he dicho, mis libros están en alguna bodega en algún lugar del Atlántico y me tomará varias semanas desempacarlos).
Rawls desarrolló su noción de la justicia en torno a los "bienes sociales primarios" es decir, bienes que, independientemente de cualquier definición que podamos tener sobre la buena vida, todo individuo necesita. Para Rawls esos bienes son el objetivo central de la justicia. (La lista es si mal no me acuerdo: libertades individuales, libertades públicas, ingreso, acceso a posiciones de responsabilidad y las "bases del respeto a sí mismo.") Esos bienes son la forma de garantizar que el orden constitucional resultante sea reconocido por todas las partes como algo digno de ser apoyado.
Rawls es muy explícito en la forma como se deben distribuir estos bienes (las libertades deben ser iguales para todos, el ingreso debe estar sujeto al "principio de la diferencia" que maximiza el ingreso de los más pobres). Pero no dice nada sobre los procedimientos específicos. Por ejemplo, no hay una cláusula sobre la sostenibilidad fiscal, o sobre la estabilidad de los precios. ¿Por qué?
La respuesta, creo yo, tiene que ver con la actitud de Rawls hacia el conflicto: para él, el objetivo de una sociedad bien ordenada no es eliminar conflictos o resolverlos de una vez por todas en la Constitución sino ofrecer un marco de derechos para que el conflicto se pueda canalizar en forma no violenta. Resulta que los asuntos de sostenibilidad fiscal o de estabilidad de precios entrañan un conflicto distributivo. La inflación favorece a los deudores y perjudica a los acreedores, la emisión de deuda pública puede beneficiar a los receptores del gasto y perjudicar a los tenedores de bonos. Entonces, una regla que determine de una vez y para siempre qué hacer en estos temas está tratando de resolver el conflicto distributivo subyacente en lugar de dejar que sean las instituciones democráticas las que lo canalicen.
Se podría objetar que el principio de la diferencia rawlsiano es en sí mismo una regla de distribución de recursos que impone una solución a un conflicto distributivo. De acuerdo. Pero nótese que la solución de Rawls es precisamente buscar el tipo de distribución que es más aceptable por todas las partes, por lo menos detrás del "velo de ignorancia." No me queda claro que el principio de sostenibilidad fiscal pase esa prueba.
Detrás de un velo de ignorancia yo no puedo saber si voy a ser un receptor de ayuda del gobierno (por ejemplo, por problemas de salud) o un acreedor del mismo al comprar bonos de deuda pública. Obviamente, sería un atropello a los derechos del acreedor, y una violación del principio de la diferencia, permitirle al gobierno repudiar las deudas sistemáticamente. Pero más allá de ese mínimo, no veo por qué sea necesario que la Constitución determine la forma en la cual ese conflicto entre los acreedores del gobierno y el resto de los ciudadanos deba ser resuelto. De hecho, lo más probable es que los acreedores del gobierno sean agentes económicos que gozan de bastante poder político y económico en cualquier sociedad. Entonces, a la luz del principio de la diferencia no es evidente que merezcan protecciones adicionales enterradas en lo más hondo de la Constitución.
3. Problemas operacionales. La sostenibilidad fiscal es deseable, de eso no hay ninguna duda. Pero no veo una forma sensata y compatible con los principios básicos de la justicia social para volverla derecho fundamental.
Si algo hemos aprendido en las últimas décadas es que no existe una regla de oro de la sostenibilidad fiscal. Los mercados mundiales decidieron que Argentina en el 2001, con una relación deuda/PIB alrededor del 50% era un riesgo inaceptable. Pero esos mismos mercados nunca dijeron nada cuando Italia y Bélgica tenían deudas de más del 100% del PIB. Es más, esos mismos mercados hoy en día están dispuestos a prestarle al Tesoro de los Estados Unidos al 2.5% con todo y que la relación deuda/PIB de ese país va disparada hacia un 90% en pocos años. ¿Cuál es el tope? ¿En qué momento debería la Corte Constitucional decir que determinado programa del gobierno pone en peligro la sostenibilidad fiscal? (A propósito, ¿si sería la Corte Constitucional el escenario adecuado para discutir esto? Eso es lo que piensan los partidarios de elevar la regla fiscal a status constitucional.) Una deuda sostenible, acompañada de una política fiscal contracíclica son metas muy loables. Pero no veo cómo se puede determinar de antemano cuáles son las magnitudes correctas.
Cualquier argentino (o cualquier griego) puede atestiguar que una crisis de sostenibilidad fiscal es algo horrible, eso no lo discute nadie. Pero esas crisis son, en últimas, fallas del proceso político (básicamente porque no se genera a tiempo el consenso necesario para poner las finanzas en orden). Lo democrático es, entonces, dejar que sea el mismo proceso político el que las prevenga y las resuelva. Las democracias a veces se equivocan. Hay que aprender a vivir con eso.
Fíjense como otra vez surge la dicotomía entre burkeanos y rousseaunianos. Los burkeanos prefieren ponerle cortapisas al proceso democrático, dejándo la decisiones sobre deuda pública en piloto automático, con tal de evitar la catástrofe de una crisis de confianza en la deuda. Los rousseaunianos estamos más dispuestos a correr los riesgos típicos de toda democracia, incluída la ocasional crisis económica, con tal de preservar un orden de libertades que sea reconocido por todos los ciudadanos como justo.
Se me dirá que yo estoy hablando de principios altisonantes abstractos mientras que los burkeanos tienen los pies sobre la tierra. No estoy tan seguro. Veamos el caso argentino. El colapso de la economía argentina en el 2001 fue algo pavoroso. Pero recordemos que parte de su origen fue precisamente el intento (burkeano) de eliminar la discrecionalidad en la política monetaria (convertibilidad). Eso le quitó margen de maniobra al proceso político para haber devaluado a tiempo. Algo parecido ocurre con Grecia: si Grecia no estuviera en la zona euro, tendría más herramientas para salir de la crisis. Entonces, pregunto yo, ¿no será que la obsesión burkeana por evitar el desorden es ella misma la responsable de dejar a las sociedades sin herramientas para aliviar las crisis antes de que estallen en desorden? ¿No será que de pronto una sociedad que no arroja las llaves de la deuda pública al mar tiene más oportunidades de buscar el reparto de las cargas más equitativo y políticamente aceptable para todos los ciudadanos?
Dirán los burkeanos que esta vez es distinto, que precisamente las limitaciones constitucionales a la deuda pública van al corazón mismo del problema. No estoy seguro. Cada que intentamos fijar un conflicto distributivo, reaparece otro. En Argentina se trató de fijar el conflicto en torno a la inflación, y surgió el conflicto en torno al déficit. Si se aprieta por el lado monetario (ya tenemos Banco Central independiente) y al mismo tiempo por el lado fiscal, ¿no estaremos amarrando muy fuerte las manos de cualquier gobierno futuro? ¿no lo estaremos dejando sin herramientas democráticas para atender una crisis? ¿no será que dicha crisis estalla por otros lados, de pronto más nocivos?
Repito, como está concebida, la regla fiscal es contracíclica. Excelente. Pero es que a mi me suena que "contracíclica" y "constitucional" son dos términos contradictorios. Es imposible saber de antemano cuál va a ser la combinación de impuestos y deuda pública que vaya a resolver la próxima crisis por el simple hecho de que su magnitud es desconocida.
4. Justicia intergeneracional. Un posible argumento a favor de la regla fiscal es el de la justicia intergeneracional. Así como, al decir de la Revolución Americana, los tributos sin representación son injustos ("no taxation without representation"), uno puede decir que es injusto dejarle a generaciones futuras que no votan ahora una carga de deuda onerosa. Es más, alguien podría decir que la regla fiscal es equivalente a una regla de sostenibilidad ambiental. Así como no podemos dejar a las futuras generaciones sin agua, tampoco las podemos dejar bajo el yugo de impuestos excesivos.
Dos problemas. Primero, el nivel óptimo de deuda pública no es cero. Puede que sea injusto dejarle una deuda impagable a futuras generaciones, pero también es injusto privarlas de las ganancias en bienestar que podrían obtener si nos dejaran construirles, por ejemplo, las escuelas, hospitales y autopistas que ellas van a usar, o que sus padres van a usar para poderlas criar. Segundo, los mercados de deuda no son un ecosistema con el que sea inútil toda acción política. Si se acaba el agua, se acaba el agua, punto. En cambio, si se viene una crisis de deuda, es posible negociar entre el gobierno y sus acreedores y entre el gobierno y sus contribuyentes. Entonces, sería falaz hacer un paralelo entre la sostenibilidad fiscal y la sostenibilidad ambiental.
5. ¿Qué tipo de estado queremos? En resumen, yo no veo nada malo con el arreglo que tenemos hoy en día: un estado social de derecho que ofrece ciertas garantías a los ciudadanos, que coloca la salvaguarda de esas garantías en manos de la Corte Constitucional y que deja el problema de cómo hacer compatibles esas garantías al arbitrio de un proceso político democrático. Me parece que ese sistema ha funcionado bien en Colombia y en otros países, es el que defiende con más robustez los derechos sociales y preserva las libertades políticas. Hay sectores a los que esto les parece horrible (por eso para ellos "garantismo" es un insulto.) Esos sectores quisieran que el problema de compatibilizar las garantías debería quedar resuelto de una vez por todas en la Constitución. Pero en ese caso, se devalúa el concepto de garantías sociales y se trivializa tambien la democracia.
Me tengo que ir, y me estoy cansando. Por lo pronto, párenle bolas a este debate: como ya dije, está en juego ni más ni menos que el espíritu mismo de nuestra Constitución.
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