Está bien, voy a confesarlo de una vez: no tengo mucho que decir sobre las elecciones. El resultado estaba cantado y además en los últimos días estuve ocupado en otras cosas así que no pude seguir de cerca las cosas. Por otro lado, como ya lo he dicho antes, mi fuerte no es el comentario del día a día. Así que hoy voy a pasar a un tema que me viene dando vueltas en la cabeza hace mucho tiempo y que se me ha exacerbado últimamente. Además, me tomará mucho más tiempo hacia el futuro. Sospecho que será una tarea de años.
En el barrio intelectual en el que yo vivo (la teoría de la decisión racional) cuando la gente se pone a hacer modelos de procesos políticos parte de la premisa de que todos los individuos son ya actores políticos. (Yo mismo lo hago en mi vida profesional.) Pero al hacer eso ignoramos que la politización es en sí misma un fenómeno social relativamente reciente. Como decía Hobsbawm en sus memorias, el compromiso político de masas es tal vez una cosa del siglo XX. A medida que pasa el tiempo me pregunto si lo seguirá siendo en el siglo XXI. Me explico.
En el cristianismo ha habido históricamente dos tradiciones, ambas atribuibles a Cristo, en torno a la relación entre religión y política. De una parte la famosa máxima de "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" que se suele interpretar como una invitación de Cristo a que sus seguidores cumplan con las leyes terrenas y dirijan sus energías religiosas únicamente a la salvación del espíritu. Por otra parte, está el Sermón de la Montaña que, aunque se puede tomar como una pura admonición espiritual, ha sido interpretado también como un llamado a la justicia social. Es la vieja tensión entre el "quietismo" religioso y el involucramiento de los creyentes en la vida de su comunidad.
Las distintas vertientes del cristianismo se han movido entre ambos polos sin que haya una clara demarcación entre católicos y protestantes al respecto. (Algo similar ocurre en el Islam donde esta tensión no necesariamente coincide con la división entre sunnis y shías.) Un caso reciente particularmente notorio es el crecimiento de las iglesias evangélicas en América Latina, procedentes del evangelismo sureño de Estados Unidos.
El evangelismo sureño da para todo: desde el progresismo social de un Jimmy Carter hasta el conservatismo de un George W. Bush. A eso hay que sumarle que históricamente muchas iglesias del Sur fueron adalides de las luchas negras contra la discriminación. Pero las vertientes evangélicas que más se han proyectado hacia América Latina parecen (por lo menos a este comentarista) estar más ligadas a los sectores blancos, conservadores y resueltamente quietistas de Estados Unidos.
El resultado es un tipo de religiosidad popular que desconfía muchísimo de las soluciones políticas colectivas universalistas y que en cambio enfatiza la salvación individual y la ayuda mutua entre miembros de la comunidad. (Por eso aclaré lo de "universalismo" porque estas iglesias sí ofrecen soluciones colectivas a los problemas de sus seguidores, solo que aquí el concepto de colectividad no coincide con el concepto universal de ciudadanía.)
A mí me da la impresión de que ese proceso despolitiza muchísimo a la población. (Acabo de llegar de un viaje corto a Guatemala. Eso explica mi sesgo.)
Se trata de algo comprensible. Al fin y al cabo, la búsqueda de soluciones colectivas universalistas es una labor muy ardua con muchísimos riesgos y costos para los participantes. Un error que cometemos muchos en la izquierda es creer que porque los pobres se beneficiarían de una solución colectiva (por ejemplo, sindicalización masiva, reforma agraria comprensiva, redistribución universalista) eso ya es razón suficiente para que apoyen esa opción. Olvidamos que hay muchísimas opciones intermedias que pueden ofrecer más garantías y menos costos para los participantes. Unirse a una iglesia local que mantenga un fodo de ahorros en común puede ser una reacción perfectamente sensata de alguien para protegerse de los riesgos del mercado en vez de dedicarse a trabajar por una revolución socialista que no se sabe si va a triunfar y que, aún si triunfara podría descarrilarse.
Obviamente, la religión no es el único factor que determina el grado de politización de la sociedad. Más adelante me referiré a otros. Lo menciono de primero no sólo porque es el que primero piensa uno cuando va a Guatemala sino porque en el mundo entero la religiosidad popular sigue siendo fortísima independientemente de lo que pensemos los que nos creemos herederos de la Ilustración.
Wednesday, June 23, 2010
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